– Los actuales hologramas -continuó Guerrero- se imprimen de manera permanente, sin que puedan ser borrados o actualizados. Me refiero a los básicos, como los que se incluyen en las tarjetas de crédito. Pero ahora se intenta que las holografías, además de tridimensionales, sean dinámicas, es decir, que puedan borrarse y reescribirse en cuestión de segundos. En eso es, por lo que me contáis, en lo que está trabajando O'Rahilly.
– Actualmente ya existen clones digitales en dos dimensiones de muchos actores -apuntó Villanueva.
– ¿Y resultan reales? -preguntó Perdomo.
– Mucho -dijo el subinspector-. ¿Te acuerdas de Brandon Lee, el hijo de Bruce Lee, que falleció durante el rodaje de la película El cuervo? Reconstruyeron digitalmente su cara y la incrustaron sobre la de un doble, para terminar la película. Pues bien, yo no fui capaz de distinguir unas escenas de otras. También he visto a Lawrence Olivier en Sky Captain and the world of tomorrow, actuando junto a Jude Law, después de muerto, y parecía más vivo que nunca.
Los tres policías experimentaron una mezcla de fascinación y horror por el hecho de que la tecnología hubiera logrado suprimir ya, al menos en el cine, la frontera entre los vivos y los muertos.
– Hipótesis número tres -dijo Perdomo para resumir la reunión-: «El crimen fue cometido por O'Rahilly». Se la tenía jurada a Winston por haber contribuido a que le cerraran su primer portal y además ha ideado la manera de multiplicar por diez sus ingresos, organizando conciertos holográficos ilegales de The Walrus. Es de suponer que tendrán una demanda formidable, porque para los millones de fans será ya la única manera de disfrutar en directo del grupo de moda.
– Si pudiéramos tener acceso a la holografía original -dijo Guerrero, mientras le devolvía el teléfono de Moon a Villanueva- sabríamos si los clones de luz creados por O'Rahilly tienen la calidad suficiente para satisfacer al público en un concierto.
El subinspector dejó helados a sus compañeros cuando les informó de que había solicitado al Ericsson Globe el listado de todos sus tónicos de sonido.
– Os recuerdo -dijo- que fue uno de ellos el que filmó la holografía y se la hizo llegar a Winston. Pues bien, del directorio de quince técnicos que me ha facilitado la dirección del auditorio, hay un nombre que me llama poderosamente la atención: Niklas Hollsten.
– ¿Y eso por qué? -preguntó Perdomo.
– Porque falleció la semana pasada, en un misterioso accidente de automóvil.
Tras la reunión con Guerrero y Villanueva, Perdomo llamó a Amanda, que le había estado telefoneando insistentemente a lo largo del día. Tras el ataque que había sufrido hacía pocas horas a manos de su amante homosexual despechada, el inspector mantenía una actitud ambivalente hacia la periodista, pues había llegado a la conclusión de que su círculo de amistades resultaba francamente peligroso. Pero la investigación del asesinato de Winston caminaba en esos momentos por unos derroteros que hacían necesaria, por no decir indispensable, su participación en el caso. Perdomo no había olvidado una de las últimas informaciones que le había aportado Guerrero, relativa al contenido de la cásete hallada en la habitación de Winston, y necesitaba la opinión de una especialista en la materia.
– Quiero que escuches esa cinta cuanto antes -le dijo a la reportera- y me digas todo lo que puedas acerca de su contenido.
Amanda, que se había sentido injustamente marginada de la investigación en las últimas horas, se hizo de rogar.
– La verdad es que esta tarde me viene fatal -dijo aparentando indiferencia-. Como te dije anoche durante la cena, he vuelto, cual hija pródiga, al mundo sibarita del vinilo, y me acaban de llamar de La Vitrola para avisarme de que acaba de llegar mi pedido.
Perdomo se quedó sin saber qué decir. Amanda se había desvivido desde el primer momento por participar en las pesquisas policiales, pero en esos instantes le hablaba con voz distante y fría, y ni siquiera demostraba curiosidad por conocer el contenido de la cásete.
– Tal vez sea una prueba importante para poder resolver el caso -insistió Perdomo, para tratar de encelarla-. Me han dicho que se trata de una canción de John Lennon.
– ¿Y qué tiene de extraño? -respondió la reportera-. Winston era fan absoluto de Lennon.
La estudiada actitud de Amanda empezaba a sacar de quicio al inspector.
– ¿Te parece normal que la cásete estuviera dentro de una caja fuerte? Y si era para escucharla, ¿por qué estaba en formato cásete, si hace tiempo que ya no se ve ni una en el mercado?
– No lo sé -respondió la periodista simulando desinterés-. Seguro que la Policía Científica tiene gente sobradamente preparada para resolver esos y otros enigmas.
La frase sonó tan forzada a los oídos de Perdomo que delató a la periodista.
– Te mueres por escuchar la grabación, ¿no? -dijo el inspector-. Pero por alguna razón que no alcanzo a comprender, tratas de hacerme creer que te has desmarcado del caso.
Amanda decidió, al fin, poner la cartas boca arriba.
– ¡Te he telefoneado por lo menos diez veces esta mañana, para que me dijeras qué narices te ha contado Anita, y ni siquiera te has dignado devolverme la llamada! Y ahora, como me necesitas, vienes a mí, casi exigiendo que te ayude. ¡Pues vas a tener que suplicarme, Perdomito!
– Sabes que ése no es mi estilo -contestó muy digno el inspector.
– Pues al menos -replicó la periodista- podrías echarme una mano con los vinilos. Me han llegado cerca de doscientos discos, ¡y no quiero ni imaginarme lo que pesará todo el lote, embalado en una o dos cajas!
– Me parece justo -admitió Perdomo-. Yo te acompaño a la tienda a por los vinilos y te ayudo a subirlos a tu casa, y tú me das tu opinión de experta acerca de la canción.
Una hora más tarde, Perdomo y Amanda aparcaban el coche a una manzana de distancia de La Vitrola, la tienda de música vintage más famosa de la ciudad. Por fuera no parecía gran cosa: una pared de ladrillo con un pequeño escaparate, a través del cual apenas se veía el interior, ya que el propietario había fijado, con cinta adhesiva transparente, infinidad de anuncios en los cristales. En uno decía: techno, hip hop, rap, house, dance; en otro podía leerse: convertimos tus cd en vinilos, 45 y 33 r.p.m, y así hasta dos docenas más de carteles. Antes de entrar, Perdomo pegó el hocico al cristal, para espiar el interior de la tienda, y comprobó, con sorpresa, que las dimensiones del establecimiento eran considerables. La música ambiental estaba tan alta que podía oírse desde fuera. Lo que estaba sonando era Shaken, en la ya mítica versión de The Walrus.
Una vez dentro, Perdomo y Amanda tardaron en ser atendidos, ya que el dependiente, un tipo de largas greñas negras, vestido con chaleco de cuero negro tachonado, botas militares y vaqueros ajustados, estaba con otro cliente. El policía y la periodista se dedicaron, para hacer tiempo, a curiosear por la tienda. Mientras que Amanda se decantó por los anaqueles de rock progresivo, a Perdomo le llamó la atención un cajón con los discos que habían sido modificados durante el franquismo, a fin de poder lograr el beneplácito de la censura. Por ser objetos muy codiciados, los precios de aquellos vinilos censurados se habían puesto por las nubes. El inspector escogió uno al azar y comprobó que se trataba de la versión española de Who's next, de The Who, en la que los cuatro rockeros, descendiendo de un montículo, después de haber orinado contra un gran bloque de hormigón, habían sido sustituidos por una foto de escenario. Perdomo se fijó en la etiqueta en la que venía el precio y se quedó helado: 300 euros. Como si aquella cantidad le quemara los dedos, guardó a toda prisa el disco de The Who y extrajo otro de la cajonera. Se trataba del LP Sticky Fingers, de los Rolling Stones, que había aparecido en España en 197E La portada original, diseñada por Andy Warhol, en la que se veían unos vaqueros con una cremallera real -que podía bajarse para ver los calzoncillos en el interior- había sido sustituida por una lata de melaza, de la que emergían unos dedos pegajosos de mujer. La canción Sister Morphine también había sido censurada y reemplazada por el tema Let it rock. Los propietarios de La Vitrola habían incluido toda esta información -además de una miniatura de la auténtica portada- dentro de la funda de plástico que protegía el disco, de manera que los potenciales clientes pudieran comparar la versión original con la censurada. Amanda se acercó en ese momento, nerviosa, a Perdomo con un ejemplar de Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, que acababa de encontrar en la sección de rock progresivo.
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