– ¿Y canapés de queso de cabra?
– Ninguno -añadió Rebus desenrollando la servilleta de papel y sacando la cuchara.
La tele transmitía un partido de golf. A Rebus le pareció que en Loch Lomond hacía viento. Buscó en vano la sal y la pimienta, pero pudo comprobar que la sopa no lo necesitaba. Un hombre con camisa blanca de manga corta ocupó la barra a su lado y se enjugó la cara con un pañuelo. Llevaba el poco pelo que tenía aplastado hacia atrás.
– Qué calor -dijo.
– ¿Ésos son suyos? -preguntó Rebus señalando el barullo de las mesas.
– Más bien soy «yo» suyo -respondió el hombre-. Nunca he visto pasajeros más sabidillos en conducir -añadió balanceando la cabeza.
Imploró a la camarera una pinta de zumo de naranja con gaseosa y mucho hielo. Ella se la sirvió con un guiño, dándole a entender que era por cuenta de la casa. Rebus sabía cómo funcionaba el asunto: el conductor que llevaba allí turistas, bebía siempre de balde. El hombre debió de leerle el pensamiento.
– Así es la vida -comentó.
Rebus asintió con la cabeza. ¿Podía acaso decirse que el G-8 no funcionaba por el estilo? Preguntó al conductor cómo era Lesmahagow.
– Es un lugar que merece la pena por la excursión a Coldstream -dijo mirando de reojo a los turistas, que discutían a propósito de la distribución de las sillas-. Le juro que hasta la ONU tendría lío con esta gente -añadió dando un buen trago a la bebida-. No estaría usted en Edimburgo la semana pasada, ¿verdad?
– Trabajo allí.
El conductor fingió torcer el gesto.
– Yo tuve veintisiete turistas chinos que llegaron en tren de Londres el sábado por la mañana. ¿Cree que pude acercarme a la estación a recogerlos? Y una mierda. ¿Y sabe dónde se alojaban? En el Sheraton de Lothian Road. Había más medidas de seguridad que en la cárcel de Barlinnie. Y luego, el martes, ya a medio camino de Rosslyn Chapel, advertí que había recogido por error a un delegado japonés -añadió conteniendo la risa.
Rebus le secundó, sintiéndose profundamente relajado.
– ¿Así que ha venido a pasar el día? -preguntó el hombre. Rebus asintió con la cabeza-. Hay buenos recorridos a pie, si le gusta el paseo, aunque no me parece la clase de persona…
– Es buen psicólogo.
– Por mi trabajo -dijo el hombre acompañándose de un breve gesto de la cabeza-. ¿Ve ese grupo? Ahora mismo podría decirle quiénes me darán propina al final del viaje, e incluso cuánto.
Rebus hizo un gesto de admiración.
– ¿Quiere tomar otra? -le preguntó al ver vacío el vaso del conductor.
– Mejor que no. Tendría que hacer una parada para mear a media tarde y seguro que la mayor parte de los viajeros harían lo mismo, y luego se tarda media hora en tenerlos a todos a bordo. Encantado de conocerle -añadió tendiéndole la mano.
– Igualmente -contestó él estrechándosela.
Se dirigió a la salida mientras dos ancianas le llamaban y le saludaban con la mano, pero el hombre fingió no advertirlo. Rebus pensó que bien podía tomarse otro medio. La conversación le había animado porque era entrar en contacto con otra vida, un mundo que discurría casi paralelo al que habitaba él.
El mundo corriente y moliente. En el que se conversaba por puro gusto, sin motivaciones ni secretos. La normalidad.
La camarera se lo sirvió en otro vaso.
– Parece que ya está más animado que cuando entró -comentó-. No sabía si iba a darme un puñetazo o lanzarme un beso.
– Gracias a la terapia -dijo él alzando el vaso.
La camarera de mesas ya había anotado lo que querían los turistas y se dirigía veloz a la cocina antes de que nadie cambiara de idea.
– ¿Y qué le trae por Coldstream? -prosiguió la de la barra.
– Soy oficial de policía de Lothian y Borders y estoy indagando el asesinato de un tal Trevor Guest. Era de Tyneside, pero vivió por aquí hace unos años.
– No me suena el nombre.
– A lo mejor usaba otro -dijo Rebus enseñándole una foto de Guest cuando compareció ante el tribunal.
La mujer la examinó acercando el rostro, por la coquetería de no ponerse las gafas, y negó con la cabeza.
– Lo siento, amigo -dijo.
– ¿Hay alguien más a quien preguntar? ¿Tal vez el cocinero…?
La mujer cogió la foto y cruzó la puerta batiente hacia el estruendo de cacerolas y recipientes y volvió menos de medio minuto después a devolverle la foto.
– La verdad es que Rab sólo lleva aquí desde otoño -dijo-. ¿Ha dicho que era de Tyneside? ¿Y por qué vino aquí?
– Puede que en Newcastle no se sintiera seguro -contestó Rebus-, dado que no siempre estuvo en paz con la ley.
Ahora le resultaba más que evidente que lo que había provocado aquel cambio en Guest debió de suceder en Newcastle. Y al huir de allí lo mejor era evitar la AI, de la que se podía salir en Morpeth, tomando una carretera que llevaba directamente a aquel lugar.
– Supongo que sería mucho preguntar si recuerda algo de hace cuatro o cinco años. ¿No hubo una oleada de robos en algunas casas?
La mujer negó con la cabeza mientras unos turistas se acercaban a la barra con una lista.
– Tres cervezas pequeñas, una cerveza con gaseosa, Arthur, mira a ver si es grande o pequeña, un ginger ale, un abocado con gaseosa, pregunta si quiere el abocado con hielo. ¡Arthur, no, espera, son dos cervezas pequeñas y una clara grande!
Rebus apuró su bebida y dijo a la mujer que volvería. Era verdad; si no en aquel viaje, en otro. Trevor Guest le había arrastrado hasta allí, pero si volvía sería por el Ram's Head. Hasta que no estuvo en la calle no se percató de que no había preguntado nada sobre Duncan Barclay. Pasó por delante de un par de tiendas y al llegar a la de prensa se detuvo, entró y enseñó la foto de Trevor Guest. El dueño negó con la cabeza y añadió que era del pueblo. Rebus le dijo el nombre de Duncan Barclay y el hombre asintió.
– Se fue de aquí hace unos años. Se ha ido mucha gente joven.
– ¿Sabe adónde?
El hombre volvió a negar con la cabeza. Rebus le dio las gracias y continuó su recorrido. Entró a una tienda de comestibles, pero sin resultado; la joven dependienta le dijo que sólo trabajaba los sábados y que a lo mejor tenía más suerte el lunes. Lo mismo en todas las otras de aquella acera: antigüedades, peluquería, salón de té, tienda de beneficencia de artículos de segunda mano. Sólo otra persona más conocía a Duncan Barclay.
– Todavía se le ve por aquí.
– Entonces, no se ha ido a vivir lejos -dijo Rebus.
– Creo que a Kelso.
Era el pueblo más próximo. Rebus se detuvo un instante bajo el sol vespertino preguntándose por qué notaba aquel bullir de la sangre. Lógico: estaba trabajando, entregado al tenaz oficio del policía tradicional; era casi como estar de vacaciones. Pero en ese momento vio que le quedaba por comprobar otro pub mucho menos acogedor que el otro.
Era un local bastante más rudimentario que el Ram's Head, con suelo de linóleo rojo desgastado y quemado por las colillas, una diana destartalada adonde lanzaban dardos dos clientes no menos destartalados, y tres jubilados con gorra jugando al dominó en la mesa de un rincón. Todo ello envuelto en una neblina de humo de tabaco. La pantalla del televisor parecía que sangraba, e incluso desde la entrada Rebus tuvo el convencimiento de que los urinarios estarían atascados. Sintió un desánimo, pero se dijo que probablemente aquel era un local más en consonancia con Trevor Guest. El problema es que allí eran escasas las posibilidades de que contestaran a sus preguntas de buena gana. El camarero tenía una nariz como un tomate aplastado, una auténtica cara de borracho surcada de cicatrices y marcas, recuerdo de a saber qué escabrosas circunstancias nocturnas. Rebus sabía que su propio rostro era también reflejo de algunas andanzas suyas. Se acercó a la barra endureciendo el empaque.
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