– Y dio resultado. Si hubiésemos hecho una indagación completa a lo mejor no habríamos detectado la relación con Kelso -dijo Rebus con una breve risa seca-. Creo recordar que lancé un bufido cuando Gilreagh comenzó a hablar del campo y bosques profundos cerca de núcleos habitados. «¿Es el tipo de terreno donde vivían las víctimas?» Dio en el clavo, doctora -añadió en voz queda.
Siobhan pasó el dedo por el nombre de Ben Webster.
– ¿Y él se mató por eso?
– ¿Qué quieres decir?
– Pues que al final no pudo aguantar el remordimiento de haber matado a tres hombres, cuando bastaba con uno y, sometido a una gran presión por el G-8, habiendo identificado el trozo de la cazadora de Cyril Colliar… pensó que íbamos a echarle el guante y le entró pánico. ¿No es así como lo ves?
– Yo no estoy seguro de que supiera lo del trozo de cazadora -replicó Rebus despacio-. ¿Y cómo iba a obtener la heroína de las inyecciones letales?
– ¿Y a mí me lo preguntas? -replicó Siobhan sarcástica.
– Porque eres quien acusa a un hombre inocente, sin acceso a archivos policiales ni a drogas duras -dijo Rebus relacionando el nombre de Ben Webster con el de su hermana-, mientras que Stacey…
– ¿Stacey?
– Es policía encubierta. Probablemente conoce a traficantes, ha pasado los últimos meses infiltrada en grupos anarquistas y me dijo que ahora tienden a estar fuera de Londres, en Leeds y Manchester, y en Bradford. Guest murió en Newcastle, Isley en Carlisle; dos lugares no lejos de los Midlands en coche. Siendo policía, tendría acceso a cualquier tipo de información.
– ¿Stacey es la asesina?
– Gracias a tu maravilloso método -dijo Rebus dando una palmada al tablero- es la conclusión obvia.
Siobhan negó despacio con la cabeza.
– Pero si estaba… Nosotros mismos hablamos con ella.
– Sí, es lista -asintió Rebus-. Muy lista. Y ahora está en Londres.
– No tenemos pruebas… ni la menor evidencia.
– No; hasta cierto punto. Si escuchas la cinta de Duncan Barclay le oirás decir que ella estuvo en Kelso el año pasado, preguntando. Incluso habló con él. Y él le mencionó a Trevor Guest. Tenía fama de allanador de moradas y anduvo por la zona en la misma época que mataron a la señora Webster. -Rebus alzó los hombros como para apoyar las evidencias-. A los tres les agredieron por detrás, Siobhan, con un fuerte golpe para que no pudieran reaccionar, como lo haría una mujer. -Hizo una pausa-. Y, además, su nombre. Gilreagh dijo que podía ser algo relacionado con árboles.
– Stacey no es nombre de árbol.
Rebus negó con la cabeza.
– Pero Santal sí. Significa madera de sándalo. Yo creía que era simplemente el nombre de un perfume, y resulta que es un árbol… -Meneó la cabeza pensando en el enrevesado montaje de Stacey Webster-. Y dejó la tarjeta del banco de Trevor Guest -añadió- porque quería estar segura de que nos constaba el nombre para despistarnos. Una fantástica cortina de humo, como dijo Gilreagh.
Siobhan volvió a fijar su atención en el tablero buscando fallos en el organigrama.
– Entonces, ¿qué le ocurrió a Ben? -preguntó al fin.
– Puedo decirte lo que pienso.
– Adelante -dijo ella cruzando los brazos.
– Los vigilantes del castillo creyeron ver a un intruso. Yo imagino que sería Stacey. Ella sabía que su hermano estaba allí y estaría deseando contárselo. Debió de enterarse a través de Steelforth de que estábamos investigando y pensó que había llegado el momento de compartir la noticia de sus hazañas con su hermano. Para ella la muerte de Guest era el final del duelo, y por Dios que se aseguró de que pagara sus crímenes mutilando su cuerpo. Se recreó en el alarde de burlar la guardia del castillo y tal vez envió un mensaje a Ben para que saliera a verse con ella. Le contó todo…
– ¿Y él se tira al vacío?
Rebus se rascó la nuca.
– Yo creo que ella es la única que puede aclarárnoslo. De hecho, si actuamos bien, Ben Webster va a ser el factor crucial para obtener una confesión. Piensa lo mal que debe de sentirse ella habiendo muerto toda su familia, cuando, además, lo único que iba a servirle para estar más unida a su hermano, según ella, fue la causa de su muerte. Y toda la culpa es suya.
– Pues supo ocultarlo divinamente.
– Sí, tras las máscaras que utiliza -asintió Rebus-. Las diversas facetas de personalidad.
– No te pases -replicó Siobhan-, que empiezas a hablar igual que Gilreagh.
Rebus se echó a reír, pero reprimió su desahogo inmediatamente y volvió a rascarse la cabeza y a pasarse la mano por el pelo.
– ¿Crees que tiene sentido?
Siobhan infló las mejillas y expulsó aire.
– Tengo que pensarlo un poco más. Quiero decir que, expuesto de este modo en el tablero, sí que veo que tiene cierto sentido. Pero no sé cómo podremos probar nada.
– Empezaremos con lo que ocurrió con Ben.
– Muy bien, pero si ella lo niega, nos quedamos en la inopia. Tú mismo acabas de decirlo, John; ella se escuda en diversas máscaras y en cuanto le mencionemos a su hermano puede adoptar una de ellas.
– Hay un modo de averiguarlo -dijo Rebus, que tenía en la mano la tarjeta de Stacey con el número del móvil.
– Piénsalo bien -le previno Siobhan-, porque en cuanto la llames la estarás poniendo en guardia.
– Pues vamos a Londres.
– ¿Y estamos seguros de que Steelforth nos dejará hablar con ella?
Rebus reflexionó un instante.
– Claro, Steelforth… -dijo con voz queda-. Es curioso lo rápido que la mandó volver a Londres, ¿no? Como si supiera que andábamos tras sus pasos.
– ¿Tú crees que él lo sabe?
– En el castillo había cámaras de seguridad y él me dijo que no aparecía nada en la grabación, pero ahora que lo pienso…
– No podremos lograr que nos deje verla -alegó Siobhan-. Que uno de sus agentes sea un asesino, y máxime que se haya cargado a su hermano, no es muy buena publicidad para su departamento.
– Lo que significa que estará dispuesto a negociar.
– ¿Y qué es lo que vamos a negociar con él exactamente?
– El control -respondió Rebus-. Nosotros dejamos en sus manos la solución y si se niega, vamos a ver a Mairie Henderson.
Siobhan reflexionó casi un minuto sobre las alternativas y en ese momento vio que Rebus abría los ojos exageradamente.
– Y ni siquiera hace falta ir a Londres -dijo.
– ¿Por qué no?
– Porque Steelforth no está allí.
– ¿Dónde está?
– A dos pasos de nosotros -contestó Rebus, comenzando a borrar el tablero.
* * *
A dos pasos; es decir, un cuarto de hora en coche en dirección oeste.
Durante el trayecto se dedicaron a repasar la hipótesis de Rebus. Trevor Guest se larga de Newcastle; tal vez por alguna deuda de droga; el mejor destino: un viaje rápido al campo; busca pero no encuentra droga y, sin dinero, recurre a su especialidad: el robo en las casas. Pero la señora Webster está dentro y él la mata. Huye presa del pánico a Edimburgo y allí serena su culpabilidad trabajando con ancianos, con gente como la mujer que ha asesinado. No ha habido agresión sexual porque a él le gustan jovencitas.
Mientras, Stacey Webster, conmocionada por la muerte de su madre, cae en el desconsuelo al morir poco después su padre. Gracias a sus conocimientos policiales sigue la pista del culpable, pero está en la cárcel. No tarda en salir. Dado el tiempo que dedica a su venganza, encuentra a Guest en Vigilancia de la Bestia, junto con otros como él, y elige a sus víctimas según una distribución geográfica de fácil acceso para ella según sus misiones. Por su caracterización de joven contracultural tiene acceso a la heroína. ¿Hizo confesar a Guest antes de matarlo? Es una cuestión sin importancia, porque por entonces ya ha matado a Eddie Isley. Añade una tercera víctima para reforzar la idea de un asesino en serie y hace un alto, sin grandes remordimientos, porque según su punto de vista lo que ha hecho es limpiar de escoria la sociedad. Los planes del SOI2 para el G-8 la llevan a la Fuente Clootie y considera que es el paraje idóneo; alguien irá allí y descubrirá las señales, y para mayor seguridad deja entre ellas un nombre…, el único nombre que importa. No la descubrirán. Es el crimen perfecto. O casi…
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