Ian Rankin - Callejón Fleshmarket

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En un barrio de viviendas protegidas de Edimburgo aparece asesinado un sin papeles. ¿Se trata de una agresión racista o de algo muy distinto? Es un caso que, sin duda, interesa a Rebus, que se encuentra en ese momento rodeado de problemas: han cerrado su antigua comisaría y sus jefes querrían que se retirara. Pero Rebus es más terco que nadie. Durante las indagaciones visita un centro de detención para inmigrantes, trata con el sórdido mundo del hampa de Edimburgo y probablemente acabe enamorándose. Siobhan, por otra parte, tiene sus propios problemas. Una joven de dieciocho años ha desaparecido de casa y ella se siente obligada a ayudar a los padres, lo que implica acercarse más de lo debido a un violador convicto. Está además involucrada en otro caso, el de los dos esqueletos de mujer y de niño enterrados bajo el suelo de cemento de un sótano en el callejón Fleshmarket, un asunto que alguien quiere que salte a los medios, pero ¿quién y por qué? ¿Existe alguna relación entre este caso y el del barrio de pisos baratos de Knoxland? Callejón Fleshmarket indaga el proceso interno de una sociedad que ha perdido sus buenas costumbres y se ve inmersa en lo peor de la naturaleza humana: la codicia, la desconfianza, la violencia y la explotación.

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– ¿Qué?

– Algunos procedían de Whitemire, otros tenían visado caducado y otros…

– ¿Sí?

Rebus se encogió de hombros.

– Había unos cuantos sin papeles… y quedan unos pocos que, al parecer, llegaron aquí en un camión. Sólo unos pocos, Felix, sin pasaporte ni documento de identidad falsos.

– ¿Y bien?

– Pues que ¿dónde está esa gran operación de entrada de inmigrantes ilegales? Y Bullen, el rey de la delincuencia, con una caja fuerte llena de documentación falsa… ¿Cómo es que no salió a relucir nada fuera del despacho?

– Puede ser que acabara de recibir una nueva remesa de sus amigos de Londres.

– ¿De Londres? -repitió Rebus frunciendo el ceño-. No me había dicho que tuviera amigos en Londres.

– Dije Essex, ¿no es cierto? Para el caso es lo mismo.

– Acepto su palabra.

– Bien, ¿vamos a hacer una visita a Whitemire o qué?

– Una última cosa… -añadió Rebus alzando un dedo-. Entre nosotros dos, ¿hay algo que me oculta sobre Stuart Bullen?

– ¿Como qué?

– Sólo lo sabré si me lo dice.

– John…, el caso está cerrado. Hemos obtenido resultados. ¿Qué más quiere?

– Tal vez quiero estar seguro de que estoy…

Storey alzó una mano como quien pide benevolencia, pero demasiado tarde.

– Al tanto -dijo Rebus.

Cuando llegaron a Whitemire, Caro, que estaba junto a la pista hablando por el móvil, ni los miró.

Pasaron los controles de seguridad habituales, abrieron y cerraron las puertas y el vigilante les acompañó desde el aparcamiento hasta el edificio, ante el cual estacionaban media docena de furgonetas vacías: los refugiados ya habían llegado. Felix Storey miraba todo con un gran interés.

– Me imagino que no había venido aquí nunca -dijo Rebus.

Storey negó con la cabeza.

– Pero he ido varias veces a Belmarsh, ¿sabe dónde está?

Rebus negó con la cabeza.

– En Londres. Es una auténtica cárcel de alta seguridad donde internan a los solicitantes de asilo.

– Precioso.

– Esto, comparado con aquello, es como el Club Mediterráneo.

En la puerta principal les aguardaba Alan Traynor sin ocultar su irritación.

– Oigan, no sé a qué vendrán, pero ¿no podrían aplazarlo? Estamos intentando acomodar a docenas de nuevos ingresados.

– Lo sé -dijo Felix Storey-. Yo los envié.

Traynor no pareció oírlo, preocupado como estaba con sus problemas.

– Tendremos que alojarlos en el comedor, pero nos va a ocupar horas.

– En ese caso, cuanto antes se deshaga de nosotros, mejor -dijo Storey.

Traynor hizo un gesto teatral.

– Muy bien. Síganme.

En la oficina externa al despacho pasaron por delante de Janet Eylot, que levantó la vista del ordenador, clavó los ojos en Rebus y abrió la boca para decir algo, pero él se anticipó.

– Perdone, señor Traynor, pero tengo que ir al… -dijo señalando hacia el pasillo donde había visto unos servicios-. Vuelvo enseguida.

Storey le miró convencido de que tramaba algo, Rebus le hizo un guiño, giró sobre sus talones y fue hacia el pasillo, donde aguardó hasta oír que se cerraba la puerta del despacho de Traynor. Entonces asomó la cabeza y dirigió un suave silbido a Janet Eylot, quien se levantó y fue a su encuentro.

– ¡Cómo son ustedes! -dijo entre dientes.

Rebus se llevó un dedo a los labios y ella bajó la voz temblando de rabia.

– No me dejan en paz desde la primera vez que hablé con usted. Ha venido la policía a mi casa, ha estado en mi cocina, acabo de llegar de la comisaría de Livingston ¡y aquí está usted otra vez! Y ahora con todo este montón de ingresos no damos abasto…

– Tranquila, Janet, tranquila. -La joven temblaba, tenía los ojos enrojecidos bañados en lágrimas y le latía una venilla junto al párpado izquierdo-. Pronto habrá acabado todo; ahora no tiene por qué preocuparse.

– Sabiendo que soy sospechosa de homicidio, ¿no?

– Estoy seguro de que no es sospechosa. Se trata sólo de pesquisas necesarias.

– ¿Han venido a hablar de mí con el señor Traynor? ¿No basta con que haya tenido que mentirle esta mañana sobre mi ausencia, diciéndole que era un asunto urgente de familia?

– ¿Por qué no le ha dicho la verdad?

Ella negó violentamente con la cabeza. Rebus se inclinó y miró hacia la oficina. La puerta de Traynor seguía cerrada.

– Escuche, van a sospechar algo…

– ¡Explíqueme a qué viene todo esto y por qué me afecta a mí!

Rebus la sujetó por los hombros.

– Aguante un poco, Janet. Un poco más.

– No sé hasta cuándo podré aguantar… -repuso ella con voz desmayada y mirada perdida.

– Tómeselo con calma, Janet. Es lo mejor -dijo Rebus bajando las manos y mirándola a la cara un instante-. Tómeselo con calma -repitió alejándose sin volver la cabeza.

Llamó a la puerta del despacho de Traynor y entró.

Vio que estaban los dos sentados y él ocupó la silla vacía.

– Le he explicado al señor Traynor lo de la red ilegal de Stuart Bullen -dijo Storey.

– No me lo puedo creer -aseguró Traynor alzando las manos.

Rebus, sin hacer caso, miró a Storey.

– ¿No le ha dicho lo otro? -preguntó.

– Esperaba a que estuviera usted presente.

– ¿Qué es lo que no me ha dicho? -inquirió Traynor esbozando una sonrisa.

Rebus volvió hacia él la mirada.

– Señor Traynor, muchos de los que detuvimos provenían de Whitemire y habían salido avalados por Stuart Bullen.

– Imposible -replicó sin sonreír mirando a uno y otro-. No lo habríamos aceptado.

Storey se encogió de hombros.

– Lo haría con nombres falsos y direcciones falsas.

– Entrevistamos a los avalistas.

– ¿Usted personalmente, señor Traynor?

– No siempre.

– A la entrevista acudirían individuos de aspecto respetable que le suplantaban -dijo Storey sacando un papel del bolsillo-. Tengo aquí la lista de Whitemire y puede comprobarla usted mismo.

Traynor cogió el papel y lo leyó.

– ¿Le suena algún nombre? -preguntó Rebus.

Traynor asintió despacio con la cabeza, pensativo. Sonó el teléfono y lo cogió.

– Sí, diga. No; podemos apañarnos, aunque nos llevará su tiempo; el personal tendrá que hacer horas extra… Sí, claro que haré una hoja de cálculo, pero tardaré unos días… -Escuchó a su interlocutor sin apartar la vista de sus visitas-. Bien, por supuesto. Si pudiéramos contratar más personal o recibir un refuerzo de otros centros… Hasta que los nuevos estén controlados, por así decir…

La conversación prosiguió un minuto más y Traynor anotó algo en una hoja mientras colgaba.

– Ya ven lo ocupado que estoy -comentó.

– ¿Organizando el caos? -aventuró Storey.

– Por eso debo abreviar esta reunión.

– ¿Debe? -inquirió Rebus.

– No tengo más remedio.

– ¿Y no será porque tiene miedo de lo que vamos a preguntarle?

– No acabo de entenderle, inspector.

– ¿Quiere que le facilite una hoja de cálculo? -replicó Rebus con una sonrisa glacial-. Resulta mucho más fácil organizar algo así con alguien dentro.

– ¿Qué?

– Cuestión de dinero que cambia de mano, aparte de la suma del aval.

– Escuche, verdaderamente, no sé a qué se refiere.

– Eche otro vistazo a lista, señor Traynor. Hay en ella un par de nombres kurdos, de kurdos turcos, como los Yurgii.

– ¿Y qué?

– Cuando le pregunté me dijo que no había salido de Whitemire ningún kurdo avalado.

– Pues me equivocaría.

– Y hay un nombre en la lista que creo que es de Costa de Marfil.

Traynor bajó la vista hacia la lista.

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