Ian Rankin - El jardínde las sombras

Здесь есть возможность читать онлайн «Ian Rankin - El jardínde las sombras» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El jardínde las sombras: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El jardínde las sombras»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El inspector Rebus se desvive por llegar al fondo de una investigación que podría desenmascarar a un genocida de la segunda guerra mundial, asunto que el gobierno británico preferiría no destapar, cuando la batalla callejera entre dos bandas rivales llama a su puerta. Un mafioso checheno y Tommy Telford, un joven gánster de Glasgow que ha comenzado a afianzar su territorio
Rebus, rodeado de enemigos, explora y se enfrenta al crimen organizado; quiere acabar con Telford, y así lo hará, aun a costa de sellar un pacto con el diablo.

El jardínde las sombras — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El jardínde las sombras», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Exacto. Bien, ¿vamos a ver a Lintz?

– Bueno, ya que has hecho un viaje tan largo…

De vuelta a casa Rebus pasó por el quiosco para comprar el Re cord. El apuñalamiento se había producido fuera del club nocturno Megan, un nuevo local en Porto bello y la víctima era un «portero» llamado William Tennant de veinticinco años. La historia figuraba en primera plana porque un futbolista de primera división estaba implicado en el incidente y un amigo que iba con él tenía heridas leves. El agresor se había dado a la fuga en una moto. Los periodistas no habían podido recoger declaraciones del futbolista, pero Rebus le conocía; vivía en Linlithgow y un año antes protagonizó una detención en Edimburgo por exceso de velocidad y posesión, según sus propias palabras, de «un poquitín de farlopa», o sea, cocaína.

– ¿Algo interesante? -preguntó Abernethy.

– Un gorila asesinado. ¿Ciudad tranquila, dices…?

– Un suceso así en Londres no ocuparía ni tres centímetros de una columna interior.

– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?

– Me marcho hoy mismo, pero quiero pasar por Carlisle donde por lo visto hay otro antiguo nazi. Luego voy a Blackpool y a Wolverhampton antes de volver a Londres.

– Un mártir.

Rebus tomó la ruta turística de The Mound y Princess Street y aparcó en doble fila en Heriot Row, pero Joseph Lintz no estaba.

– No importa -dijo-, sé dónde seguramente está.

Tomaron por Inverleith Road y dobló hacia Warriston Gardens para aparcar delante de las puertas del cementerio.

– ¿Es sepulturero? -preguntó Abernethy bajando del coche y abrochándose la cremallera de la cazadora.

– Planta flores.

– ¿Flores? ¿Para qué?

– No sé.

Lo propio de un cementerio es ser recinto de los muertos, pero no era esa la impresión que Warriston producía en Rebus; parecía más bien un parque para pasear en el que habían colocado estatuas. La calzada adoquinada de la sección nueva desembocaba en un camino de tierra que discurría entre lápidas ya borrosas, obeliscos, cruces celtas y abundante arboleda con pájaros y alguna ardilla fugaz. A través de un túnel se accedía a la parte antigua, pero era entre éste y el paseo donde se hallaba el núcleo principal con su elenco de personajes históricos de Edimburgo; apellidos como Ovenstone, Cleugh y Flockhart y profesionales del sector jurídico, mercaderes en sedas o ferreteros. Allí reposaban personas que habían muerto en la India o durante la infancia. En el arco, un letrero indicaba que el Ayuntamiento había adquirido el recinto dado el abandono en que lo tenían sus propietarios; pero aquella desidia formaba también parte de su encanto. Allí se iba a pasear al perro o hacer fotos, o simplemente a meditar entre las tumbas. Los homosexuales, en busca de ligue y otros en busca de soledad.

Al anochecer, desde luego, la reputación del lugar era muy distinta. A principios de año habían asesinado allí a una prostituta de Leith, una mujer que Rebus conocía y que le gustaba. Se preguntó si Joseph Lintz conocería esa faceta del cementerio…

– Señor Lintz.

Estaba junto a una lápida cortando la hierba con unas cizallas de jardinero. Al incorporarse el sudor brillaba en su frente.

– Ah, inspector Rebus. ¿Hoy viene con un colega?

– Le presento al inspector Abernethy.

Abernethy miró la lápida de un tal Cosmo Merriman, maestro.

– ¿Le permiten cuidar las tumbas? -preguntó cruzando la mirada con Lintz.

– Nadie me lo ha prohibido.

– Me ha dicho el inspector Rebus que, además, planta usted flores.

– La gente piensa que soy alguien de la familia.

– Pero no lo es, claro.

– Únicamente en el sentido de que todos formamos parte de la familia humana, inspector Abernethy.

– Luego es usted cristiano.

– Sí.

– ¿De nacimiento y formación?

Lintz sacó un pañuelo y se sonó.

– Estará usted preguntándose si un cristiano puede cometer una atrocidad como la de Villefranche. Quizá no me convenga decirlo, pero sí, lo creo muy posible. Al inspector Rebus se lo he explicado.

Rebus asintió con la cabeza.

– En un par de charlas que hemos tenido -corroboró él.

– La religión no constituye un eximente, ¿sabe? Mire el caso de Bosnia con tantos católicos implicados en la guerra y tantos buenos musulmanes. «Buenos» en el sentido de que tienen su fe, en virtud de la cual piensan que la religión les da derecho a matar.

Bosnia: Rebus vio una imagen bien definida de Candice huyendo del terror para ir a parar a un terror y a una prisión más terrible.

Lintz se guardó un gran pañuelo blanco en el bolsillo del pantalón de pana con bolsas en las rodilleras. Por la vestimenta -botas verdes de goma, jersey verde de lana y chaqueta de tweed- parecía un auténtico jardinero. Era natural que no llamase la atención, pues su aspecto no desentonaba en el cementerio. Rebus se preguntó hasta qué punto habría adquirido habilidad para pasar inadvertido.

– Parece impaciente, inspector Abernethy. No debe de ser usted hombre de teorías, ¿o me equivoco?

– Pues no sé qué decirle.

– Entonces es que no sabe usted mucho, mientras que el inspector Rebus escucha lo que le digo y además muestra interés, aunque no sabría decirle si fingido o no, pero su actuación, si de actuación se trata, es magistral. -Lintz, como de costumbre, hablaba como si tuviese ensayadas las frases-. En su última visita estuvimos charlando sobre la dualidad humana. ¿Quiere saber mi opinión al respecto, inspector Abernethy?

Abernethy le miraba con frialdad.

– No, señor.

Lintz se encogió de hombros. Acababa de descalificar al londinense.

– Inspector, las atrocidades se producen por un impulso colectivo de la voluntad -añadió vocalizando las palabras con el tono del conferenciante que había sido-. Pues en ocasiones basta con el temor de sentirnos excluidos para volvernos malvados.

Abernethy lanzó un resoplido con las manos en los bolsillos.

– Se diría que justifica usted los crímenes de guerra, que incluso estaba en el lugar donde se cometió la atrocidad.

– ¿Es que hace falta ser marciano para imaginarse Marte? -replicó volviéndose hacia Rebus y obsequiándole con una sonrisita.

– Bien, escuche, tal vez yo soy demasiado simple -dijo Abernethy- y, además, empiezo a sentir algo de frío. Vamos al coche, si le parece, y seguimos hablando allí.

Mientras Lintz recogía sus utensilios y los guardaba en una bolsa de lona, Rebus miró a ambos lados y vio a lo lejos a alguien que se escondía entre las tumbas. Sí, un hombre que se agachaba; por una fracción de segundo atisbo una cara conocida.

– ¿Qué sucede? -inquirió Abernethy.

– Nada -contestó Rebus negando con la cabeza.

Caminaron los tres en silencio hasta el Saab. Rebus abrió la portezuela trasera para Lintz, pero, para su sorpresa, Abernethy fue a sentarse también detrás. Él ocupó el asiento del conductor y notó que los dedos de los pies le entraban poco a poco en calor. Abernethy apoyó el brazo sobre el respaldo del asiento trasero para hablar con Lintz.

– Mire, herr Lintz, mi intervención en este asunto es muy sencilla. Estoy recopilando toda la información de los últimos alegatos sobre presuntos ex nazis. Comprenderá que acusaciones tan graves como ésas no tenemos más remedio que investigarlas.

– Acusaciones espúreas, poco «serias».

– En cuyo caso no tiene por qué preocuparse.

– Salvo en lo que a mi reputación atañe.

– Eso ya se arreglará una vez quede exculpado.

Rebus no se perdía palabra. No parecía Abernethy. Ya no hablaba en tono hostil como en el cementerio y su actitud era ahora mucho más ambigua.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El jardínde las sombras»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El jardínde las sombras» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El jardínde las sombras»

Обсуждение, отзывы о книге «El jardínde las sombras» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x