– Quizá no -dice con demasiadas sílabas-. Pero ¿a qué estamos esperando?
– A que te pongas el cinturón de seguridad, espero.
Cuando Jake se coloca el cinturón, el codo le escuece como si la niebla hubiera penetrado en una herida abierta. El Mazda comienza a retirarse de la mancha de luz, que se atenúa al difuminarse. Solo está soñando que la tienda tiene la determinación de no dejarles escapar; quizá la borrosa telaraña que proyecta el faro astillado le ha inducido esa idea. ¿Se está retirando la niebla detrás del coche en menor medida que el muro? Intenta imaginar que no está colaborando a que queden atrapados al decir:
– ¿Podemos esperar un momento?
– Esa no será tu idea de ser femenino, ¿verdad? Eso de cambiar de idea a cada momento.
Tiene que recordarse que ella no es como Greg.
– Quiero ver a los otros alejarse, ¿tú no?
– Iba a hacerlo hasta que tú me distrajiste.
No tiene que discutir. Necesita concentrarse en conducir, por poco razonablemente que se esté comportando, incluso aunque la lucha por mantenerse callado a su lado le suponga el mismo esfuerzo que respirar bajo el agua. El Mazda gira marcha atrás, iluminando el coche de Connie, tan quieto que parece totalmente abandonado. Cuando una oscura y brillante figura se asoma desde su escondrijo tras el Rapier, un grito comienza a separar sus labios, y entonces descubre que es el coche de Jill al encender sus luces.
No sabe si Mad se está tomando su tiempo como venganza por su anterior sugerencia. No sigue a las luces traseras de Jill hasta que estas se han confundido con la niebla. Al pasar con el Mazda junto al coche de Connie, cree ver el capó levantándose un poco, como una trampa a punto de atrapar a su presa. Hace lo posible por mirar el espejo sin alertar a Mad, pero la niebla lo esconde antes incluso de que pasen la esquina de la tienda.
Al tiempo que los coches giran en el frontal de Textos, Jake cree oír una voz incomprensible, tan amortiguada como enorme. Ve a Greg, una silueta grisácea que se agacha y coloca libros y se vuelve a agachar, tan deprisa que parece decidido a terminar todo el trabajo extra él solo. ¿Lo está manipulando la voz como una marioneta? La silueta se gira y les envía a los coches un irónico saludo, o bien se pone la mano sobre los ojos para verlos bien, consiguiendo únicamente que la niebla le niegue ese placer, si era eso lo que buscaba. Entonces pasan los arbolillos cercanos, caídos como si los hubieran acabado de arrancar, y el Mazda gana velocidad. Se acerca tanto a las furiosas luces de Jill que Jake se pregunta si Mad quiere que se sienta amenazada, en venganza por traerla tan cerca de donde el Mazda atropelló a Lorraine. Hasta el momento que la niebla se traga el tocón roto y Mad suelta el pie del acelerador, Jake no deja de tener que contenerse para no pisar el freno.
Está cada vez menos seguro de que no oye un murmullo sin palabras bajo la niebla. La impresión se niega a irse, lo que agrava la sensación de que algo demora a los coches. El asfalto detrás del Nova se asemeja tanto a una corriente de barro que debe renovar la creencia de que los vehículos están avanzando, aunque demasiado lentamente para distanciarse del recuerdo de lo que vio en el interior del coche de Connie. Cuando las luces de frenado de Jill se encienden teme conocer la razón, hasta ver que sus faros iluminan el restaurante, cerrado y sin luz.
– Entonces Ross no puede haber llamado desde ahí -dice Mad.
Ahora mismo lo más importante para Jake es que se encuentran en la salida del complejo comercial. Las sombras, tan bajas como el mobiliario, desfilan por el restaurante mientras los faros de Jill giran hacia la salida. Con el Mazda detrás, Jill conduce por la desierta carretera hasta el carril situado entre los setos que blanden sus rezagadas espinas como si los haces de luz las hubieran erizado. Jill toca el claxon, y Connie y la propia Jill agitan la mano en el espejo retrovisor del parabrisas. Mad toca el suyo, y ambos imitan el movimiento de manos, pero no está seguro de que los vean, pues la niebla extingue las luces traseras del Nova. Con un suspiro que prefiere no interpretar, Mad gira a la izquierda tras el restaurante.
No podrá respirar con normalidad hasta no estar seguro de que la cosa que vio detrás de Textos no los está persiguiendo camuflada en la niebla. Mira nerviosamente hacia los edificios y el espacio abierto que estos oscurecen, en colaboración con la niebla. Aprieta los dientes hasta que le duelen con tal de no meterle prisa a Mad para que acelere.
El restaurante está junto a un bloque inacabado, con ventanas de polietileno, y Jake imagina que no son más que ojos, tan cargados de cataratas que se salen de sus cuencas, y junto a ese bloque, otro que no llega ni a edificio; es una jaula de metal sin tejado. Permite que algo más de la luz de los focos llegue al coche, pero ¿por qué parte de la luz se encuentra tan cerca del suelo? Porque pertenece a un vehículo que avanza entre los incompletos edificios directo al Mazda.
– ¡Cuidado! -grita Jake, ensordeciéndose a sí mismo de un grito y agarrando el volante.
El coche se encuentra casi en el seto del otro lado de la carretera antes de que Mad recobre el control.
– ¿Qué c…? -comienza a decir Mad antes de recordar que es una señorita-. ¿Qué intentas hacernos, Jake?
– ¿No lo has visto? Tienes que haberlo visto. Había un coche o algo.
– ¿Dónde? -pregunta, y para su consternación, pisa el freno-. Dime dónde.
Quiere suplicarle que se alejen de allí, pero no obstante gira la cabeza para mirar por la ventana trasera. Una esquelética esquina del edificio en construcción es visible, pero no hay ni rastro del vehículo que vio cuando agarró el volante, y tiene que admitirlo.
– Debe de haber sido la niebla -dice.
– Sí, bueno, a partir de ahora da igual lo que veas, déjame conducir a mí. Esperaría de Greg que intentara ponerse al mando, pero no de ti.
Devuelve el coche a la carretera y casi no coge velocidad. Los edificios inacabados se agazapan como si la tierra se los estuviera tragando. Las tinieblas se afianzan sobre el último de ellos justo cuando queda a la vista el túnel bajo la autopista, una cueva embadurnada de gigantescos símbolos chorreantes y habitada por una alerta niebla.
– ¿Crees que nos peleamos los unos con los otros porque estamos muy cansados? -dice Mad, al tiempo que sube la rampa que conduce a la autopista, que Jake esperaba bloqueada.
– No sabría decirte.
De hecho, cree que el cansancio es la última de las razones, pero no va a molestarse en pensar sobre ello cuando le acaba de comparar con Greg. El coche se aventura al interior de la autopista, tras vacilar en lo alto de la rampa, y Mad pone a prueba el resentimiento de Jake.
– Si por casualidad ves un teléfono o a Ross, no dudes en decirlo.
Jake siente la tentadora esperanza de pensar que Ross difícilmente se habrá puesto a vagar por la autopista, pero ¿es así? Podría haberlo hecho para ir en busca de un teléfono. Las luces de Fenny Meadows se alejan bajo el coche, y parece que estaban diluyendo la niebla, que se cierne sobre el parabrisas como si un cielo entero de lluvia contenida se hubiera concentrado en el oscuro paisaje. Los haces de los faros la atacan con una debilidad cercana al agotamiento, pero el coche no puede haber parado su progresar, pues un indicativo de algún tipo aparece a un lado de la carretera. ¿Está la niebla tras él disipándose? No, Jake está viendo otra de las luces que advirtió en el complejo comercial, y ahora sabe dónde están. Es un terreno pantanoso, y los pantanos a veces emiten fuegos fatuos. Cuando era niño leyó algo sobre ellos, y deseaba poder ver uno; el deseo se le ha concedido. Está a punto de hablarle del fenómeno a Mad, cuando esta escudriña un cartel por la ventanilla de Jake.
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