– Señor director general, ¿quiere hacer algún comentario acerca de lo que acabamos de ver? -le preguntó Nejemya al director general del Ministerio de Economía, que bajó la mirada.
La sala de redacción permaneció en silencio durante un buen rato, hasta que Elmaliaj, el cámara, que estaba junto al hervidor de agua removiendo el azúcar en un vaso de poliexpán, dijo:
– ¿Es éste el momento de mostrar estas cosas? ¡Siempre buscando audiencia!
– ¿Y tú qué sugieres? -exclamó Niva-. ¡Está muy bien que lo pongan! -y tras consultar alarmada el reloj, alargó la mano hacia el gran bolso de cuero y, sin mirar, sacó el teléfono móvil y pulsó un botón-. Mamá -refunfuñó al cabo de un rato-, ¿por qué no me has llamado? ¿Cuándo has llegado a casa?
– Como si a alguien le importara -murmuró Tsipi desde la entrada de la sala de los cronistas de exteriores-. Si a nadie le importa un pepino.
– Pues no salgas más -dijo Niva en voz alta-, ¿me oyes? Mamá, te pido que no salgas de casa -insistió. Volvió a meter el teléfono en el bolso, suspiró, miró a su alrededor como si quisiera comprobar si había algún testigo de la conversación que acababa de mantener, meneó la cabeza con resignación y levantó la vista hacia la pantalla.
– Un momento, un momento, ¡mirad lo que está pasando ahí! -gritó Erez, señalando la pantalla del canal 2.
Un policía que estaba en la entrada del túnel vociferaba por un megáfono: «Shimshi, entro solo, nadie más que yo, mírame». Al fondo, en la entrada del túnel, por entre los camiones, asomó la cabeza de un hombre mayor con barba, que gritó: «Elias, lárgate de ahí, ¿quieres otra Hanna Cohen?». Después se oyó la voz del reportero del canal 2, que estaba explicando, como quien intenta llenar los momentos muertos de un partido de fútbol, que previamente los huelguistas ya habían advertido a los policías que no tenían nada que perder y que si entraban iban a saltar todos por los aires, con la ministra de Trabajo y Asuntos Sociales, su chófer y el coche incluidos. «Según sus propias palabras», informó el reportero con excitación, «el líder de los huelguistas, Moshé Shimshi, ha asegurado a la policía que si entran en el túnel "sólo encontrarán cadáveres" y… un momento», alzó la voz, «parece que hay nuevos acontecimientos». Entonces ocurrió algo en la pantalla del canal 1: se interrumpió el debate en el estudio y Zohar, con un abrigo militar y una bufanda da lana alrededor del cuello, temblando de frío, apareció en la entrada del túnel, flanqueado por unas columnas de humo negro, diciendo: «Como podéis ver, en la entrada del túnel se están quemando neumáticos… Los obreros huelguistas exigen la presencia del reportero del canal 1, Dani Benizri, en calidad de delegado para las negociaciones… Neumáticos quemados amenazan con saltar por los aires, la vida de la ministra de Trabajo y Asuntos Sociales está en peligro…».
– ¿Qué es lo que acaba de decir? -preguntó Hefets estupefacto-. ¿Qué es lo que quieren?
– Lo que acabas de oír. Quieren que Dani Benizri sea su delegado en las negociaciones con el gobierno -dijo Erez.
– Bajo al estudio -dijo Hefets, y salió corriendo de la sala de redacción.
Tsadiq abrió la boca pero al final no dijo nada, y se apresuró a seguir a Hefets.
Hefets se encontraba de pie, detrás de la mesa de control, y observaba el estudio a través de la gran mampara de vidrio. Tsadiq se puso a su lado y ambos captaron la expresión de asombro en el rostro de Nejemya. Zohar acaparó la atención de los tres.
– ¿Has oído lo que ha dicho? -exclamó Nejemya, mirando hacia la mampara de vidrio. En ese momento Dani Benizri se levantó, se arrancó el micrófono del cuello de la camisa con un gesto rápido y se dirigió a la entrada del estudio.
– Dani -le dijo Nejemya asustado-, ¿adonde vas?
Pero Benizri no le contestó y se fue a coger la chaqueta que colgaba del perchero de la puerta del estudio.
– Dani -exclamó Nejemya-, ¡no puedes dejarnos en plena retransmisión!
En la pantalla se veía a un policía que sujetaba el megáfono exclamando:
– Shimshi, Shimshi, ¡no cortes la comunicación! Si traemos aquí a Benizri, ¿lo dejarás entrar?
Dani Benizri salió del estudio y atravesó la sala de control.
– ¿Adónde te crees que vas? -exclamó Hefets, pero Tsadiq asintió con la cabeza, en señal de aprobación, sin que Hefets lo notara, y Dalit, la editora, corrió tras él con una cámara y un equipo de iluminación-. ¡Tú no vas a ninguna parte! -exclamó Hefets, aunque Dani Benizri ya estaba fuera. Entonces sonó el teléfono en el puesto del editor. Requerían a Tsadiq para que subiera, porque los directores de los departamentos ya le estaban esperando en su despacho. En la puerta, Rubin le dirigió una mirada acusatoria; Natacha estaba de pie en el pasillo, al lado de la entrada, como si fuera la sombra de Rubin-. Ni hablar, ahora no tengo tiempo, ya has visto lo que ha pasado -le reprochó Tsadiq-. Mati -exclamó dirigiéndose a Mati Cohen, que acababa de entrar en el despacho de la secretaria, y que, después de mirar a Aviva muy apenado, dijo:
– No me he enterado de lo de Tirtsa hasta ahora mismo, al entrar y ver la esquela, no sabía nada. Tsadiq, tengo que hablar contigo.
– Otro -suspiró Tsadiq-. Pero ¿qué os pasa hoy? Tenemos una reuni…
– Tsadiq -dijo Mati Cohen, respirando con dificultad y enjugándose los chorros de sudor que le escurrían por las mejillas enrojecidas-, tengo que hablar contigo un momento -miró preocupado a su alrededor, agarró a Tsadiq por el brazo y le susurró- o con alguien de la policía. Es con respecto a algo… Yo… anoche… -Tsadiq también miró a su alrededor: los directores de los departamentos se encontraban ya en la entrada, de pie, el encargado de mantenimiento había entrado para hacerse un café, y Max Levin y el inspector Eli Bahar se dirigían a una habitación interior que Aviva, la secretaria, les había asignado.
– Vale -le respondió a Mati Cohen-, pero sólo un minuto, y después pasamos a la reunión. Vamos fuera.
Se quedaron en el pasillo. Mati Cohen echó una mirada hacia las escaleras y también hacia el otro lado del pasillo, como para asegurarse de que nadie pudiera oírles.
– Oye -le dijo a Tsadiq, en un tono de urgencia-, anoche vine a Los Hilos, iba camino de la azotea para detener el rodaje de Beni Meyujas, pero tuve que marcharme porque mi hijo…, el pequeño, ya sabes, te conté que tiene asma, mi mujer no sabía qué hacer… Tenía que llevarlo a Urgencias… Por eso no me he enterado de lo de Tirtsa hasta que he llegado esta mañana. He visto la esquela, y de repente…
Tsadiq lo miró impaciente.
– Pero ¿qué tiene que ver eso con Tirtsa? -le preguntó-. ¿Y qué es lo que le quieres contar a la policía?
– De eso se trata, que yo… -Mati Cohen vaciló y se pasó la mano por la prominente barriga. Por un instante sólo se oyeron las voces que salían de los televisores de los distintos despachos; fragmentos de frases entre los que llegó a oídos de Tsadiq el nombre de la fábrica Jolit y el de Dani Benizri, como ruido de fondo de la respiración profunda y entrecortada del director del departamento de producción, que susurró-… vi ahí a Tirtsa, junto a los bastidores; yo estaba arriba, ya sabes, en el pasaje abierto que lleva a la azotea, me apoyé en la baranda y miré. La vi con alguien, estoy casi seguro de que era ella, aunque no podría garantizarlo, y había otra persona, no sé si hombre o mujer, sólo la oí diciendo: «No, no, no».
– ¿A qué hora fue eso? -preguntó Tsadiq.
– Te lo puedo decir exactamente, porque, como te he contado, por el niño tuve que… Mi mujer justo… un minuto después me llamó y eran las doce menos diez, desde el principio insistió en que era una locura salir a esas horas, en plena noche, para pillarlos en mitad del rodaje como si…
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