– Tú, amigo mío -concluyó Hefets-…, ¿dónde está tu chaqueta?… Baja ahora mismo al estudio, que vamos a interrumpir la emisión, ¿me has entendido?
– Yo -protestó Benizri- no tengo nada que hacer en el estudio, ya te lo he dicho, donde tendría que estar es…
– Tú haz lo que se te dice -le ordenó Hefets-. Y tú, Niva, ¿me oyes?, consígueme el documental sobre los trabajadores de Jolit, el que pasó Benizri en el programa de Rubin hace medio año más o menos. Búscalo urgentemente.
Niva pulsó los botones del teléfono interno.
– La línea de la filmoteca está ocupada -dijo en voz baja, y Tsadiq habría jurado que en su voz captó un matiz de satisfacción cuyo motivo se le escapaba-, y puede llegar a estar ocupada horas -avisó sin quitar los ojos de las pantallas, en las que de nuevo se veía a Zohar con un micrófono en la mano, en la entrada del túnel, con varias columnas de humo a sus espaldas. Sin embargo, de pronto volvió a esfumarse y en su lugar apareció, ocupando la pantalla entera, el letrero: «En breve se recuperará la retransmisión». En la otra pantalla se veía a otro reportero con anorak militar.
– Es Sivan Gibron, el nuevo fichaje del equipo de redacción de noticias del canal 2, el reportero militar -dijo Hefets, suspirando con desánimo-. Mirad qué suerte ha tenido en su primer día -se quejó, aunque justo en aquel momento regresó la imagen y se volvió a ver y a oír a Zohar. Todos se quedaron paralizados y escucharon lo que Zohar anunciaba con una voz ahogada de emoción, que todo había sido planeado como una operación militar: cuatro camiones con trabajadores de la fábrica Jolit le habían tendido una emboscada al coche de la ministra de Trabajo y que fue el chófer de la ministra quien llamó a la policía.
– Nunca habíamos tenido nada parecido -exclamó Hefets, dándole una palmadita a Tsadiq en el hombro.
Aquella palmadita habría podido interpretarse como una expresión de emoción y entusiasmo, pero el brillo amarillento de los ojos marrones de Hefets dejaba traslucir una emoción de otro tipo, un deseo que no era del todo ajeno al propio Tsadiq pero que resultaba bastante inapropiado en aquella mañana, tras la tragedia. Tsadiq le iba a recordar a Hefets que sólo hacía unas horas que habían perdido a Tirtsa, cuando vio en la entrada de la sala de redacción, no muy lejos de Natacha, que estaba apoyada en el marco de la puerta sin manifestar ningún interés por los acontecimientos de la carretera de los túneles, al inspector Eli Bahar, que lo miró a la vez que le hacía una señal con la mano. Tsadiq se abrió paso entre los reporteros, las ayudantes de producción, los dos trabajadores de mantenimiento que estaban en la entrada de la sala de los reporteros extranjeros, la correctora, la infografista, y todos aquellos que habían oído que había ocurrido algo y se habían presentado allí para informarse. Se plantó, pues, ante Eli Bahar, y con una maliciosa alegría por el hecho de que las circunstancias no le permitieran dedicarle toda su atención, le dijo:
– Pues ya ve usted cómo están las cosas -y el inspector asintió con la cabeza y respondió:
– Ya estoy enterado, me lo han dicho mientras venía hacia acá, es una verdadera catástrofe.
– Pues concédanos, entonces, unos minutos -le pidió Tsadiq-, que todavía no he tenido tiempo de preparar a la gente.
Seguidamente alzó los ojos hacia la pantalla y vio que había un policía al lado de Zohar, escuchándole.
– Es uno de sus hombres, ¿lo conoce usted? -le preguntó a Eli Bahar, que parpadeó repetidamente (tenía las pestañas largas y oscuras, como una mujer, los ojos verdes rasgados y la frente ancha; sólo la mandíbula era demasiado pequeña para el conjunto de la cara) y contestó con desgana-:
– Sí, es el inspector Shlomo Moljo, un buen chico -dijo, mientras al fondo se oía aún la voz de Zohar, que, ahora a máximo volumen, dominaba la sala de noticias.
– Así que -dijo Zohar con voz gangosa, en la entrada del túnel- la policía tiene indicios para sospechar que los despedidos cuentan con explosivos… Es imposible predecir hasta dónde llegarán… Todavía no se han abierto negociaciones entre ellos y la policía. De momento -dijo al micrófono, y miró a un lado-, nos han pedido que avisemos a la audiencia de que la carretera de los túneles está cerrada a la circulación y que se ruega a los conductores que la eviten y busquen trayectos alternativos.
– Benizri -gritó Hefets en dirección a la mampara de vidrio de la sala de infografía-, ¿qué haces aquí, todavía? ¿No te he dicho que bajaras al estudio para interrumpir la emisión? Nehemia ya está allí y Niva ha ido a traer de la filmoteca la cinta que filmaste hace medio año sobre los trabajadores de Jolit. ¿Por qué sigues ahí? Te he dicho que bajes, ¿no? Todos lo han oído. ¡Que bajes!
Dani Benizri, que estaba en el interior de la sala de infografía, no contestó de inmediato. Tsadiq lo vio inclinarse hacia la pantalla del ordenador y explicarle algo a Tamari; después se apresuró a entrar en la sala y vio en su pantalla del ordenador el boceto que ella había hecho, con las vías, el túnel y los camiones, dos en un extremo del túnel y los otros dos en el contrario. Menos mal que hay gente que trabaja como Dios manda, iba a decirle Tsadiq a alguien, cuando volvía a su silla, pero tras apartar la mirada de la pantalla vio que Arieh Rubin se había puesto a su lado, y le dirigía una mirada esperanzada.
– Tan sólo necesito dos minutos -le dijo Arieh Rubin-, como mucho tres.
Tsadiq se encogió de hombros y extendió los brazos en un gesto de impotencia.
En la entrada de la sala, el inspector Eli Bahar se echó para atrás y dejó pasar a Benizri, que salió corriendo hacia el estudio, en la planta baja.
– Sólo dos minutos -imploró Rubin, y Tsadiq notó que Natacha los estaba mirando desde un rincón de la sala de reuniones.
– Un momento, Rubin, por favor -dijo Tsadiq, y señaló a la pantalla. La imagen se cortó otra vez y Zohar desapareció; en su lugar se vio a unos policías corriendo de un lado a otro-. No entiendo nada -se exasperó Tsadiq-, ¿adonde van ahora tan corriendo? ¿Por qué están filmando? Mirad dónde está el cámara del canal 2 y dónde está…
– Tranquilízate, Tsadiq, cálmate -le dijo Hefets, que súbitamente se plantó a su lado y miró primero hacia la pantalla y después al inspector Eli Bahar, que estaba apoyado en la pared, junto al tablón de anuncios, y que al ir vestido de paisano es posible que nadie excepto él mismo supiera lo que estaba haciendo allí, en la sala de redacción.
– Como sabrás, Zohar se encuentra en contacto permanente con la policía -dijo Hefets-, y por eso siempre acude el primero. Cuando ha llegado todavía no había allí ningún otro reportero, pero ¿de qué nos sirve? ¿Nos sirve de algo eso? ¡De nada! ¿Quién dirige aquí las cosas? ¿Nosotros? No. Nosotros no. ¿Quién las dirige? Los técnicos. Y no me digas después que es una vergüenza que el canal 2 nos gane la partida. Ellos no tienen un sindicato de técnicos.
Tsadiq tenía la esperanza de que, a causa del jaleo que se había organizado -el ruido de las dos pantallas, los teléfonos que no dejaban de sonar y las interminables conversaciones-, nadie hubiera oído esas palabras, pero desde la sala de los cronistas de exteriores asomó una cara desconocida y un hombre corpulento con un mono azul exclamó: «¡Dejad de echarles la culpa de todo a los técnicos!». En aquel mismo momento David Shalit se acercó al inspector Bahar, le dio una palmada en el hombro, y en un tono amistoso y algo burlesco, dijo:
– ¡Pero si es el mismísimo inspector Eli Bahar en persona! ¿A qué se debe este honor?
Eli Bahar le sonrió confuso, entornó los ojos y, sin decir nada, se encogió de hombros y señaló con la cabeza al director de la cadena.
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