Batya Gur - Asesinato en directo

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Asesinato en directo: краткое содержание, описание и аннотация

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El cadáver de una mujer aparece en los vestuarios de los estudios de la televisión israelí. El caso se lo adjudican al inspector Michael Ohayon, que emprenderá una complicada y sangrienta investigación que lo llevará por los pasillos de los estudios de la televisión oficial y especialmente por los meandros de las relaciones, tensiones, miedos y amores del personal de la televisión, desde el técnico más sencillo hasta el mismo director. En Asesinato en directo, Batya Gur elige como escena del crimen la televisión isaraelí. Lugar donde se forja la conciencia nacional, donde se muestran las tensiones políticas, los enfrentamientos, la corrupción y las divisiones étnicas, sociales y religiosas que agitan el país.

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– Para empezar, es el juez quien lo ha ordenado, así que no es responsabilidad tuya. No. No lo es. ¿Lo has ordenado tú, acaso? Pues no. No has sido tú, sino el juez quien lo ha hecho -añadió Hefets, desviando de nuevo la mirada hacia Natacha.

– ¡Pues vale, el juez es quien lo ha ordenado! -gritó David Shalit, y la cara se le enrojeció aún más-, pero por una puta vez no le vamos a hacer ni caso, porque estoy hasta los cojones de todas esas parásitas que se pasan el día follando como conejas y después te acusan de violación. Hoy cualquiera puede decir que la han violado y arruinarle la vida a alguien aunque ella sea la que…

– Contra eso no podemos hacer nada -lo interrumpió Tsadiq-; además de que, cuando se publicó el asunto, mencionaron el nombre del médico y el de Basyuni, y creo que ya he dicho que, al tratarse de la televisión pública, somos los últimos que podemos transgredir una decisión judicial…

– Sí, pero han resuelto que no hay pruebas, y ahora viene la mujer y dice que han ensuciado su reputación. Es más, incluso ha presentado una demanda al juzgado…

La puerta de la sala de los reporteros se abrió y Tsipi, una de las ayudantes de producción, preguntó desde el umbral:

– ¿Quién es el traductor que tenía que venir? Porque todavía tengo el texto del ministro de Defensa turco sin traducir.

David Shalit se levantó y se sentó detrás de la mesa de reuniones, al lado de la mecanógrafa.

– Quédate donde estabas, que todavía no hemos terminado -le ordenó Hefets, y se limpió el sudor con la mano-. ¿No habéis notado el calor que hace aquí? Bajad la calefacción.

– ¿Quieres que llame a mantenimiento? -preguntó Niva haciéndose la inocente y volviendo a meter el pie en el zueco-. ¡Como si no supieras que no somos nosotros los que controlamos la calefacción!

– Desde aquí lo oigo todo perfectamente -dijo David Shalit-, y total, para no poder hablar… No tiene sentido que vuelva a abrir la boca porque nadie me escucha, y además, no soy yo quien toma la decisión final.

– ¿Y qué es esto que pone aquí de «documentos militares»? -inquirió Tsadiq-. ¿De qué trata este punto de los «documentos militares»?

Hefets se inclinó hacia delante y se pasó la mano por la nuca.

– Pero si ya te lo he comentado -le dijo en un tono cansino-, te he explicado que han encontrado en la basura unos documentos militares de máximo secreto, que lo hemos fotografiado pero que todavía no tenemos el texto. Como ves le he dedicado ocho segundos, a razón de dos palabras por segundo.

La puerta de la sala de reporteros se abrió otra vez y Tsipi se acercó con su pesado andar hasta donde estaba Hefets, mientras se abrochaba un botón de la camisa de franela que apenas le cerraba y cubría su abultado vientre.

– ¡Qué calor hace aquí! Esto es para morirse, una temperatura no apta para embarazadas -se quejó, y volvió a repetir que tenía un reportaje en turco que había mandado el reportero militar de Turquía y que faltaba la traducción.

El teléfono sonó de nuevo.

– Hefets, llama Betsalel -exclamó Niva-, ¿qué querías preguntarle? ¡Hefets, te estoy hablando! ¿Qué querías preguntarle? Hefets, ¿me oyes? Te estoy hablando, ¿no? Contéstame de una vez -repitió con la impaciencia de una niña e hizo un puchero con sus finos labios para mostrar su descontento.

– Un momento -le gritó Hefets-, que estoy pensando, ¿vale? ¿Qué nos trae? Pregúntale si tiene alguna novedad antes de que acabemos con el line-up. Cuando hayamos sabido algo de él saldrá el line-up definitivo, pregúntale exactamente de qué se trata. No, déjame hablar a mí.

Por un momento a Tsadiq se le nubló la mente, oía las conversaciones a su alrededor como si estuviera sumergido en el agua u observando al otro lado de una mampara de cristal. Vio al realizador de las noticias apartándose a un lado con Keren, oyó a la ayudante de producción llamar a Turquía desde la sala de los reporteros de asuntos exteriores, a Erez inquirir sobre los detalles de la encuesta del programa Popolitica y a Keren preguntar en voz alta:

– ¿Qué es esto de «Clinton» que pone aquí? ¿Que Clinton qué?

Qui lo sa -le contestó Erez, y se hizo a un lado.

– Compañeros -dijo ahora Tsadiq con firmeza, haciendo valer su autoridad, puesto que eso era lo que estaban esperando, que se mostrara autoritario, sin importar de qué modo-, hoy no vamos a excedernos, por favor, mantened la agenda, nada de demoras porque el Popolitica de hoy será más largo.

– ¿Entonces el line-up te parece bien? Porque como no has dicho nada… -se quejó Erez.

– Excepto por lo de Moshé León, tus temas son pura basura -le contestó Tsadiq.

– ¡Pero si se trata de historias emocionantes y llenas de humanidad que le parten a uno el corazón! -exclamó Erez exaltado.

– Que parten a uno el corazón… ¡Un montón de basura, eso es lo que son!

De repente se oyeron unas voces que salían de los dos televisores colgados de la pared, enfrente de la mesa de reuniones.

– Baja el volumen -le ordenó Tsadiq a Aviva-. ¿Por qué hay imagen con sonido? Tienen que estar mudos.

– Por qué siempre yo -refunfuñó Aviva-, si ni siquiera tengo el mando. Erez lo ha cogido porque quería ver algo en el canal 2. Que alguien baje el volumen de los televisores -dijo, mirando a Erez.

– ¿Cuándo es el encendido de la primera vela de Jánuka? -preguntó alguien desde la sala de infografía-. ¿Antes o después de las noticias?

– Pero ¿a ti qué te pasa? Pues antes, naturalmente, como todos los años -le contestó Niva gritando, al tiempo que recogía una hoja de la impresora del ordenador-. Aquí está el line-up definitivo -anunció, y arrancó los márgenes perforados del papel continuo.

Dani Benizri se levantó de la silla, se desperezó y Tsadiq captó por un instante aquella silueta con el abdomen completamente firme. Así había sido él a la edad de Benizri. Hace veinte años podía meterse la camisa por dentro de los pantalones sin que el estómago le sobresaliera, nada que ver con esa montaña que lo precedía ahora y que ocultaba bajo la camisa y la chaqueta. Benizri se estiró los bordes de su polo negro.

– ¿Qué pasa con los despedidos de Jolit? ¿Por qué lo has colocado en el puesto veintisiete? -se irritó Benizri-. Erez, te estoy hablando, no te hagas el sordo -Benizri miró a Erez exasperado, y cuando éste se encogió de hombros, señalando a Hefets con la cabeza, el reportero de temas sociales y sindicales se volvió para mirar a Hefets-. Dime, Hefets, ¿has visto eso? -quiso saber.

– Eso -dijo Hefets-, eso queda fuera hoy, nada de despedidos de Jolit, porque ya tenemos demasiadas cosas relacionadas con la huelga.

– ¿Y qué hay del asesinato en Petah Tiqwa? -preguntó David Shalit-. Anoche os traje los testimonios de los vecinos y todo lo demás y ahora veo que no aparece en el line-up.

– El asesinato de Petah Tiqwa ha saltado -le dijo Hefets con indiferencia mientras se tocaba la cremallera de su jersey azul.

– ¿Que ha saltado? -preguntó atónito David Shalit-. ¿Cómo puedes dejar fuera una historia como ésa? Un tipo acuchilla a otro sólo por quejarse del ruido de la bocina del coche ¿y a ti te parece normal? ¿Algo cotidiano? ¡Pero si tendría que encabezar las noticias!

– No se puede -le replicó Hefets con la misma indiferencia-. Tenemos a Moshé León en vez de eso. Decidme, ¿alguien ha apagado la calefacción? Hace muchísimo frío.

– ¡Niva! -gritó Tsiviya, una de las ayudantes de producción-, que no nos han dado ningún estudio en Tel-Aviv, ¿me has oído?

David Shalit se sentó al lado de la mecanógrafa.

– ¿Quieres los titulares? -le gritó a Erez-. Pues venga, anota.

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