Batya Gur - Asesinato En El Kibbutz

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Asesinato En El Kibbutz: краткое содержание, описание и аннотация

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Tras el éxito obtenido con Un asesinato literario y El asesinato del sábado por la mañana, Batya Gur vuelve a presentarnos al comisario israelí Michael Ohayon, ahora decidido a resolver un crimen que ha tenido lugar en una sociedad compleja y cerrada: el kibbutz. Informado repetidamente de que «quien no haya vivido en un kibbutz no puede comprender cómo es la vida allí», Ohayon penetra con mayor determinación el espíritu del mundo que debe investigar. De forma gradual, revelando poco a poco los secretos del kibbutz, desenmascarando todas las contradicciones de este estilo de vida tan idealizado, Batya Gur logra crear una ingeniosa y original novela policiaca que examina la crisis de fe política e ideológica de la sociedad israelí a través del fascinante mundo del kibbutz.

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– Sí, estamos más o menos en buena forma -ratificó Moish.

Havaleh, que no se perdía una palabra pese a sus constantes atenciones a Asaf y Ben, muy entretenidos en revolver y tirarlo lodo, dijo orgullosamente:

– Fue todo gracias a Yoyo; supo en qué momento había que retirarse -y para asegurarse de que Aarón la comprendiera, añadió-: retirarse de la bolsa y vender las acciones antes de que se hundieran. Nos retiramos a tiempo y obtuvimos beneficios. Y ahora sólo nos queda ayudar a los demás kibbutzim, que están pasando verdaderos apuros -esto último lo dijo en tono de agravio, como protestando contra una injusticia general.

Llegó el segundo plato. Recogieron los platos de cartón usados y los tiraron a los grandes cubos que había bajo las mesas. Aarón se sirvió un trozo de pollo y rechazó la carne asada que le ofrecía Havaleh. Ella tomó un pedacito de carne y exclamó:

– ¡Qué maravilla! ¿Quién ha hecho hoy el asado?

Y mucho antes de haber terminado lo que tenía en el plato, amontonó en él más tajadas y después cortó en trocitos el pollo de Asaf. Moish se acercó el plato de encurtidos y siguió comiendo con su habitual parsimonia y meticulosidad, hasta acabárselo todo, incluido el anillo de grasa que rodeaba el asado.

– Quítame la piel, quítame la piel -berreaba Asaf, y Moish se inclinó sobre el plato del niño para retirar los trozos a los que llamaba «piel».

– Todo lo que no es marrón y blando es piel para él -comentó con sonrisa indulgente-. Es la primera fiesta en la que han incluido a los pequeños en las celebraciones generales. Antes nunca nos acompañaban -comentó Moish mientras rellenaba el vaso de vino de Aarón-. Como se está debatiendo la propuesta de que los niños duerman con su familia, la gente se porta como si fuera cosa hecha y se ven cambios por todas partes. Nos hemos convertido en un anacronismo en el movimiento de kibbutzim, el último kibbutz que aún no ha decidido que los niños duerman con sus padres.

– ¡Caramba!, ¿ya han adoptado esa norma todos los kibbutzim del país? -preguntó Aarón sorprendido.

– Quizá no todos. No, todos no, seguro, pero todos han votado a favor. Llevar la decisión a la práctica constituye un problema económico en este momento, porque supone construir más edificios. Lo absurdo es que -y en el rostro de Moish apareció una sonrisa, como si se le acabara de ocurrir esa idea- para nosotros no sería un problema material, pero todo depende de la decisión del movimiento. Ahora se está hablando de no construir más hasta que los kibbutzim se hayan recuperado económicamente, pero en teoría podríamos hacerlo. Lo absurdo es que precisamente aquí aún no hemos llegado al estadio de adoptar la decisión…

Un hombre grueso y con gafas se aproximó a Moish y le consultó algo relativo a la movilización laboral del día siguiente. Miraba a Aarón con curiosidad, pero a él no le resultaba conocido. Moish le preguntó:

– ¿No te acuerdas de Aarón Meroz? Un niño de fuera que adoptamos, y que estuvo con nosotros hasta hace veintidós años, ¿no es eso? Hasta los… ¿Qué edad tenías cuando te marchaste?

– Veinticuatro -respondió Aarón incómodo, y volvió a sentir el dolor en el brazo izquierdo. También le había estado molestando la víspera, pese a lo cual había decidido no ir a hacerse un chequeo.

– Pero desde entonces has venido ya otras veces -dijo el hombre, y Aarón asintió-. Claro. Me resultabas conocido, pero no te situaba -se excusó.

– Tal vez de la televisión -dijo Havaleh.

Y el hombre volvió a asentir diciendo:

– Eso es, eres el subsecretario del partido, ¿verdad? -y luego repitió la pregunta relativa a la movilización del día siguiente.

Moish respondió con concisión y terminó diciendo:

– Consulta el cuadro del tablón de anuncios; ahí se especifican los puntos.

– ¿Qué puntos? -preguntó Aarón una vez que se hubo alejado el hombre.

– ¿Qué te crees? ¿Que la gente sigue presentándose voluntaria como en los viejos tiempos? -gruñó Moish-. La encargada de organizar los turnos de trabajo está enferma, y, en cualquier caso, la tarea le supera. Así que cada vez que hay una movilización me vuelven loco, porque hoy día concedemos puntos por apuntarse a las movilizaciones, y bonificaciones, y todo ese tipo de cosas. Pero no es competencia mía en absoluto. Que se lo vayan a preguntar a Osnat.

– ¿Osnat? -preguntó Aarón, sintiendo que se le encogía el estómago.

– ¿No te lo había contado? Ahora Osnat es la secretaria del kibbutz -dijo Moish, y sonrió-. Nos hemos hecho mayores, ¿verdad? Somos adultos responsables -luego volvió la cabeza y comentó preocupado-. Qué escándalo hay, no sé cómo van a representar las escenas cómicas -dirigió la vista al escenario, donde habían comenzado los preparativos para la segunda parte del programa-. ¿Desde hace cuántos años no ves una comedia en un kibbutz?

– No creo haber visto ninguna desde la última vez que actué en una -respondió Aarón pausadamente, encogiéndose de hombros-, y en aquel entonces no había tantos niños -añadió, esforzándose en no pensar en el persistente dolor de brazo.

– Sí había niños -dijo Moish-, pero sólo de primer curso para arriba. Los más pequeños no asistían a las fiestas. Ahora todo está cambiando y eso ya se ve en las costumbres. Tenemos que empezar temprano porque hay niños pequeños. Antes nunca se organizaba una fiesta antes de las nueve y media o las diez, después de que hubiéramos acostado a los niños. Y, como podrás ver, tampoco habrá baile. Tal vez para los jóvenes, pero no para nosotros, que tendremos que retirarnos pronto para acostar a los niños -y, comiéndose otro encurtido, se levantó.

– No veo a Srulke por ningún lado -dijo Havaleh-, estoy empezando a preocuparme.

– ¿Dónde está? -preguntó Aarón-. ¿Por qué no ha venido con vosotros?

– Dijo que tenía que ir un momento a su habitación y que volvería enseguida -explicó Havaleh mirando en derredor-. Me había olvidado por completo.

Moish conversaba junto a ellos con una mujer muy vieja.

– ¿No ves que aquí no hay sitio para todos? -protestaba la mujer-. Este comedor no está preparado para fiestas de este tipo, no se oye nada y los asientos son incómodos…

– Tranquilízate, Menujá -dijo Moish-. Si se presenta la necesidad, ya daremos con la manera de resolver el problema. Ahora la fiesta tiene que continuar. Ya hablaremos de esto más adelante -y la condujo hacia su sitio, empujándola suavemente por el hombro.

Las niñas de sexto curso, las «Margaritas», como las llamó Havaleh, estaban bailando en escena. Entre ellas estaba su hija, cuya coleta se agitaba con cada paso de baile. Moish tomó asiento y miró a su alrededor.

– No veo a Srulke -dijo sin dirigirse a nadie en particular-. ¿Todavía no ha llegado?

– Tal vez está cansado después de todo el jaleo de esta tarde -dijo Havaleh con mirada sombría.

Aarón volvió a ponerse en tensión al oír que Moish se refería a su padre llamándolo por su nombre de pila. Nunca había comprendido aquella costumbre tan típica de los niños del kibbutz, que se le antojaba muy fría.

«Pero si esta tarde tampoco ha estado presente», quiso decir Aarón, pero guardó silencio porque en ese momento todos se volvieron porque comenzaba la representación de la comedia escrita por Yoopie. Le horrorizó comprobar que no lograba recordar el verdadero nombre de Yoopie. El empeño en recordarlo ya no lo iba a dejar en paz; le fastidiaría como una mosca zumbona hasta que lograra recordarlo. Era una especie de juego que se había inventado y en cuyas reglas no entraba preguntárselo a alguien. Con esa preocupación, dejó de escuchar la comedia, aunque la experiencia previa y las carcajadas del público le bastaban para deducir que el argumento era maligno, salpicado de alusiones y juegos de palabras. Aarón dirigió la vista hacia Havaleh, en cuyos brazos se había dormido Ben, hacia Asaf, que observaba el escenario desganadamente, mordisqueando de vez en cuando un trozo de pan de pita, y hacia Moish, que contemplaba la escena sonriente. Luego Moish consultó su reloj y echó un vistazo en derredor, con gesto preocupado.

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