Batya Gur - Asesinato En El Kibbutz

Здесь есть возможность читать онлайн «Batya Gur - Asesinato En El Kibbutz» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Asesinato En El Kibbutz: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Asesinato En El Kibbutz»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Tras el éxito obtenido con Un asesinato literario y El asesinato del sábado por la mañana, Batya Gur vuelve a presentarnos al comisario israelí Michael Ohayon, ahora decidido a resolver un crimen que ha tenido lugar en una sociedad compleja y cerrada: el kibbutz. Informado repetidamente de que «quien no haya vivido en un kibbutz no puede comprender cómo es la vida allí», Ohayon penetra con mayor determinación el espíritu del mundo que debe investigar. De forma gradual, revelando poco a poco los secretos del kibbutz, desenmascarando todas las contradicciones de este estilo de vida tan idealizado, Batya Gur logra crear una ingeniosa y original novela policiaca que examina la crisis de fe política e ideológica de la sociedad israelí a través del fascinante mundo del kibbutz.

Asesinato En El Kibbutz — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Asesinato En El Kibbutz», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Hacía ya mucho tiempo que los miembros del kibbutz no vivían en «habitaciones» sino en casas de dos o tres cuartos, dependiendo de sus necesidades; casitas equipadas con todas las comodidades: neveras y estufas de gas, batidoras, licuadoras y molinillos de café eléctricos. Y en el circuito cerrado de televisión pasaban las películas de madrugada y otros programas grabados, sobre todo los de los sábados por la noche, para que la gente pudiera asistir a las reuniones semanales y ver después los programas que se habían perdido.

– Competir con la televisión es imposible -le había dicho Moish, y luego comentó que también televisaban las sijot-. Compramos un par de cámaras de vídeo desde el principio, pensando en unos cuantos ancianos demasiado débiles para acudir a las reuniones; pero, claro, algunos aprovechan para ver la sijá desde casa -suspiró-. Qué le vamos a hacer, siempre hay quien saca partido de las circunstancias.

Ahora Aarón caminaba junto a Havaleh, la mujer de Moish, que sujetaba a su hijo pequeño por la pringosa manita. Otro niño los seguía a pasitos inseguros mientras los hijos mayores, un chico y una chica, se alejaban en dirección al monumento que conmemoraba a los caídos en la guerra, desde donde llegaba el sonido de risas y gritos. Aarón miró a Havaleh y pensó con asombro que no tardaría en ser abuela. La satisfacción que reflejaban sus ojos mientras veía alejarse a sus hijos adolescentes prácticamente eclipsó la amargura del gesto que antes le viera mientras tomaban café en la habitación. Su voz había vibrado de ira antes de que Moish atajara con una mirada admonitoria la discusión en la que se habían enzarzado.

Iban camino de las habitaciones donde vivían los jóvenes, una hilera de cabañas que en su día alojaran a los fundadores del kibbutz. Aarón todavía recordaba el día en que Srulke y Miriam se mudaron de su cabaña a una casa de piedra. Ahora vivían allí los chicos y las chicas que estaban cumpliendo el servicio militar y también los solteros, hasta que les llegara el momento de trasladarse a las casas familiares. Moish se detuvo a hablar con Amit, el segundo de sus hijos, a la puerta de su habitación. Amit estaba haciendo el servicio militar, pero le habían dado permiso gracias a la nueva normativa anunciada en un recorte de periódico que Moish le había mostrado a Aarón: «Se insta a todos los comandantes en jefe a permitir que los kibbutzniks asistan a las celebraciones del jubileo». Mirando al joven soldado, Aarón recordó un comentario de Moish. «Está en una unidad Nájal, pero lo han destinado a Hebrón. No consigo acostumbrarme a la idea. Tú y tu gobierno de unidad nacional…». Ésa había sido la única referencia que había hecho al cargo de Aarón. Moish llamaba «hijo» a Amit siempre que se dirigía a él y Aarón volvió a sentirse inferior.

Él sólo tenía dos hijos de un matrimonio fracasado, un matrimonio que desde el principio había sido producto de las circunstancias más que de la libre voluntad. Arnon tenía siete años y Pazit diez, y a la niña le faltaba, había que reconocerlo, la indolente elegancia de las muchachitas del kibbutz. Havaleh había dado a luz seis veces, pero aún se paseaba por su habitación en pantalones cortos y usaba biquini para ir a la piscina del kibbutz, según había podido apreciar Aarón en el retrato de familia (una ampliación de una fotografía que había sacado Amit antes de incorporarse a filas, le había explicado Moish) que relucía en su marco sobre el televisor de la casita. Havaleh Moish eran de la generación de Aarón y seguían viviendo cono una pareja joven aunque, al propio tiempo, ambos tenían asignado un lugar en el mundo. Moish era director general del kibbutz y Havaleh estaba disfrutando de un permiso de estudios y poniendo al día sus conocimientos de educación musical. El hecho de que él perteneciera a la Comisión Parlamentaria de Educación ni siquiera se había mencionado. Su carrera política no impresionaba a Havaleh, quien había ahogado un gigantesco bostezo después de haberle dirigido una primera mirada de curiosidad.

Al mediodía toda la familia se reunía a comer y, al ver a Amit partiendo en rodajas un pepino enorme, Aarón había recordado la destreza de que hacían gala los miembros del kibbutz al prepararse la ensalada. En las raras ocasiones en que los niños acompañaban a Srulke al comedor, Aarón siempre se maravillaba de la meticulosidad con que los veía partir las hortalizas. Primero pelaban lentamente los pepinos, de manera que las tiras de piel fueran muy finas, luego los cortaban en cubitos pequeños y los mezclaban con cebolla y tomate, y después venía la búsqueda del aceite, y también del limón, si eras de los entendidos. Aarón se sentía torpe y frustrado por sus infructuosos intentos de partir finitas las hortalizas (les arrancaba la mitad de la carne a los pepinos y casi siempre chafaba los tomates) y le enfurecía aquel ritual, que, según descubriría más adelante en sus lecturas, era uno de los rasgos típicos de las comidas colectivas en los kibbutzim. En su visita previa también se había dado a pensar que el individualismo florecía a la hora de preparar la ensalada. Toda la energía individual que no encontraba otras vías de expresión se canalizaba hacia la preparación de la propia ensalada, con parsimonia y exasperante concentración. En ese aspecto todos eran especiales. En otros tiempos, Aarón no había encontrado la manera de traducir su rabia a palabras; no sabía cómo llamarla.

Además, en aquel entonces, los niños tomaban sus comidas en el comedor de la casa infantil, salvo la cena de los viernes, en la que sólo se servía sopa de pollo y un insípido pollo hervido (el humus, la tehina y las sabrosas empanadillas de queso llamadas burekas, como las que habían tomado hoy al mediodía, eran algo desconocido). En aquellos tiempos, cuando Moish iba a ver a Aarón a la ciudad, siempre devoraba con glotonería los polos que éste le compraba, y en cierta ocasión en que pasó dos días de vacaciones en casa de la madre de Aarón, Moish había pedido tres veces que lo llevaran al cine. Hoy día tenían cintas de vídeo, y un autobús con aire acondicionado llevaba a cualquiera que quisiera apuntarse a los conciertos de rock celebrados en el anfiteatro, descubierto de un kibbutz cercano. Según Moish, en estos tiempos los kibbutzniks veían más espectáculos al año que cualquier habitante de la ciudad. «Las cosas ya no son como antes», era el comentario que repetía, radiante de satisfacción, cada vez que Aarón comentaba algún cambio.

Y, en efecto, las cosas ya no eran como antes. El antiguo comedor había sido reconvertido en club social y sustituido por un magnífico edificio de nueva construcción. Pero, cuando llegaron a la entrada, Moish dijo en tono amonestador, con repentina vehemencia:

– No vayas a creer que esto es el paraíso.

Y ante el espectáculo de la cena festiva, Aarón reparó en la mirada con que Moish escudriñaba el comedor y en el suspiro que daba testimonio de que no todo era perfecto. Como para confirmar lo que estaba pensando, Moish dijo:

– No es cosa sencilla. El progreso tiene su precio -pero, acto seguido, se recobró y anunció con renovada energía organiza- uva-: vamos a empezar enseguida.

La sala estaba adornada para la fiesta, las largas mesas cubiertas con manteles blancos. Se dirigieron a la mesa donde una tarjeta indicaba: «Familia Ayal».

– ¿Y esto? -preguntó Aarón-. ¿Sitios reservados?

– Tienen que saber con cuántas personas hay que contar -replicó calmosa Havaleh-. Con tantos miembros y visitantes ya no se puede dar por hecho que va a haber sitio para todos.

Y, dicho esto, con un movimiento resuelto, sentó a Asaf y a Ben a ambos lados de la silla donde luego tomó asiento. Aarón cogió de un plato un puñado de pegajosos dátiles. Junto a la botella de naranjada situada al lado del plato había una mancha naranja. Contempló la variedad de refrescos, las botellas de vino, los platos de papel con dibujitos, el reguero de personas que iban entrando sin prisas. Al fondo de la espaciosa sala habían dispuesto un estrado decorado con siete tipos distintos de cereales y frutas y equipado con micrófonos. Aarón recordó que antes de la cena estaba previsto que hubiera actuaciones. Un grupo de veteranos kibbutzniks comenzó a subir al estrado.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Asesinato En El Kibbutz»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Asesinato En El Kibbutz» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Asesinato En El Kibbutz»

Обсуждение, отзывы о книге «Asesinato En El Kibbutz» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x