Sidney Sheldon - Si Hubiera Un Mañana
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– Seis metros de largo, dos metros diez de ancho, uno ochenta de alto, ejes dobles.
Hubo una pausa de asombro.
– Sí, señor. ¿Cómo lo supo?
– No interesa. ¿De qué color es?
– Azul.
– ¿Quién está siguiendo a Stevens?
– Jacobs.
– Bien. Usted regrese aquí.
Joop van Duren cortó y miró a Daniel Cooper.
– Tenía usted razón, salvo que el camión es azul.
– Lo llevará a un taller de pintura de coches.
En el taller, dos hombres pintaron el vehículo de gris metalizado, mientras Jeff los contemplaba desde un lado. Desde el techo del establecimiento un detective sacaba fotos por la claraboya.
Una hora más tarde, las fotografías llegaban al escritorio de Van Duren, quien se las pasó a Cooper.
– Lo están pintando de un color idéntico al del transporte del Banco. Ya podríamos detenerlos.
– ¿Y acusarlos de qué? ¿De haber hecho imprimir tarjetas falsas y pintar un camión? Debemos esperar y prenderlos cuando se apoderen del oro.
Este imbécil se comporta como si fuera él quien mandase aquí.
– ¿Qué cree que hará Stevens a continuación?
Cooper analizó la foto con detenimiento.
– Este camión no soportará el peso de los lingotes -dijo-. Tendrán que reforzarle los ejes y los amortiguadores.
Era un taller pequeño y alejado.
– Buenos días. ¿En qué puedo servirle?
– Tengo que transportar desechos de hierro en este vehículo -explicó Jeff-, y no estoy seguro de que sea lo suficientemente fuerte para aguantar el peso. Me gustaría que le reforzara ejes y amortiguadores. ¿Puede hacerlo?
El mecánico se acercó al camión y lo examinó.
– Ningún problema.
– Bien.
– Se lo tendría listo para el viernes.
– Lo necesito mañana.
– ¿Mañana?
– Le pago el doble.
– El jueves.
– Mañana, y le pago el triple.
El mecánico se restregó la barbilla, pensativo.
– ¿A qué hora? -preguntó.
– Al mediodía.
– De acuerdo.
– Gracias.
Segundos después de haber partido Jeff del taller, un detective interrogaba al mecánico.
Aquella mañana, los policías encargados de Tracy la siguieron hasta el canal Oude Schans, donde pasó media hora hablando con el dueño de una barcaza. Después de que ella se hubo ido, uno de los policías subió al barco y se identificó ante el propietario, que estaba bebiendo una copa de ginebra.
– Desea hacer un recorrido por los canales con su marido, y me alquiló la barcaza durante una semana.
– ¿A partir de cuándo?
– Del viernes. Se lo recomiendo si desea descansar. Es ideal para una pareja en vacaciones.
El detective ya se había marchado.
Tracy recibió en el hotel la paloma que había pedido en la tienda de animales. Daniel Cooper regresó a la tienda e interrogó al dueño.
– ¿Qué clase de paloma le mandó?
– Una paloma común.
– ¿Está seguro de que no era mensajera?
– Lo estoy. -El hombre soltó una risita-. Y lo sé muy bien. La cacé yo mismo anoche, en el parque Vondel.
Quinientos kilos de oro y una paloma común. ¿Por qué?, se preguntó Cooper.
Cinco días antes de que tuviera lugar el traslado de los lingotes del Banco Amro, se había acumulado una enorme pila de fotos sobre el escritorio del inspector Joop van Duren.
Cada fotografía es un eslabón en la cadena que la capturará, pensó Daniel Cooper. La Policía holandesa carecía de imaginación, pero Cooper no podía negar que al menos era detallista. Cada paso de los preparativos de Tracy y Jeff estaba fotografiado y documentado. Tracy Whitney no podría eludir a la justicia.
El día que Jeff retiró un camión recién pintado, lo llevó hasta un garaje que había alquilado en la parte más vieja de Amsterdam. También llegaron allí seis cajas vacías de madera con la inscripción «Maquinaria».
Van Duren dejó una foto de esas cajas sobre su escritorio y escuchó atentamente la última cinta que había recibido de sus agentes.
La voz de Jeff decía:
– Cuando vayas en el camión desde el Banco hasta la barcaza, no sobrepases el límite de velocidad. Quiero saber con exactitud cuánto se tarda en el trayecto. Aquí tienes un cronómetro.
– ¿No vienes conmigo, querido?
– No. Voy a estar ocupado.
– ¿Y Monty?
– Llega el jueves por la noche.
– ¿Quién es este Monty? -preguntó Van Duren.
– El individuo que fingirá ser el segundo guardia de seguridad -le informó Cooper-. Necesitarán uniformes.
La tienda de disfraces quedaba en un centro comercial de la calle Pieter Cornelis.
– Necesito dos disfraces para una fiesta -explicó Jeff al dependiente-, parecidos al que tienen en el escaparate.
Una hora más tarde, Van Duren contemplaba la foto de un uniforme.
– Encargó dos de éstos, y le dijo al empleado que los recogería el jueves.
La medida del segundo uniforme indicaba que iba destinado a un hombre mucho más corpulento que Jeff. El inspector comentó:
– Nuestro amigo Monty debe de medir uno noventa, y pesar alrededor de ciento treinta kilos. Enviaremos los datos a Interpol para que lo busquen en sus ordenadores, y así lograremos identificarlo.
En el garaje alquilado, Jeff se había subido al techo del camión, mientras que Tracy se hallaba sentada al volante.
– ¿Estás lista? Ya.
Tracy apretó un botón del tablero, y del techo, a ambos lados del vehículo, cayeron sendas lonas con la inscripción: Cerveza Heineken.
– ¡Funciona bien! -exclamó, alborozado, Jeff.
– ¿Cerveza «Heineken»?
El inspector Van Duren paseó la mirada por los detectives que se habían reunido en su despacho. Daniel Cooper estaba sentado, en silencio, al fondo de la habitación. Para él, aquella reunión era sólo una pérdida de tiempo. Hacía mucho que había anticipado cada uno de los pasos que darían Tracy y su amante. Se habían metido solos en una trampa, y ésta se cerraría sobre ellos.
– Todas las piezas del rompecabezas están en su lugar -explicaba en aquellos momentos Van Duren-. Los sospechosos saben a qué hora llegará al Banco el camión blindado. Piensan presentarse treinta minutos antes, y hacerse pasar por guardias. Cuando llegue el camión verdadero ya se habrán ido. -Van Duren señaló la foto de un camión blindado-. Al salir del Banco tendrán este aspecto, pero unos metros más adelante, en alguna calle lateral -indicó la foto del camión con los expedientes de Heineken-, de pronto presentarán esta apariencia.
Desde el fondo de la oficina, uno de los detectives preguntó:
– ¿Sabe usted cómo piensan sacar el oro del país, señor?
Van Duren mostró la fotografía de Tracy, cuando subía a la barcaza.
– Primero, en este lanchón. Son tantos los ríos y canales que se entrecruzan en Holanda, que podrían desaparecer sin esfuerzo.
Señaló luego una vista aérea del camión avanzando a lo largo de las calles que bordean un canal.
– Cronometraron el trayecto desde el Banco hasta la barcaza. Tendrán tiempo suficiente para cargar el oro en la embarcación y alejarse antes de que nadie sospeche nada. -Van Duren se acercó a la última foto de la pared-. Hace dos días, Jeff Stevens reservó espacio en la bodega del buque Oresta, que parte de Rotterdam la semana próxima. Declaró que la carga sería maquinaria con destino a Hong Kong. -Se volvió para mirar de frente a sus subordinados-. Caballeros, vamos a hacer una pequeña modificación en los planes de estos amigos. Les permitiremos apoderarse de los lingotes del Banco y cargarlos en el camión. -Miró a Daniel Cooper y sonrió-. Pero los apresaremos con las manos en la masa.
Un detective siguió a Tracy cuando ésta entró en las oficinas de «American Express» y recogió un paquete mediano, con el que regresó de inmediato al hotel.
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