Petros Márkaris - Un caso del comisario Jaritos y otros relatos clandestinos

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Un caso del comisario Jaritos y otros relatos clandestinos: краткое содержание, описание и аннотация

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Nueve relatos, nueve casos policíacos en los que se ven involucrados inmigrantes albaneses, de países del Este o subsaharianos, en los que intervienen asesinos, sicarios, viejos racistas o camareros, que se desarrollan en Atenas, en los prolegómenos de la cita olímpica de 2004. Historias como el asesinato de tres árabes en las inmediaciones de las instalaciones olímpicas o el que comete un camarero sudanés tras ganar una quiniela muestran la cara más sórdida y grotesca de la actual sociedad griega.

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Veo que el arzobispo baja del palco y me dispongo a escuchar la versión sacra de nuestro éxito futbolístico cuando suena mi radio.

– ¡Ven enseguida a jefatura! -ordena la voz de Guikas-. Te mando un sustituto.

– ¿Qué ocurre?

– Ven y lo verás.

Por su tono de voz ya adivino qué voy a ver. Llamo a Margaritis, director de la jefatura y amigo mío, para tratar de averiguar algo más.

– Pásate por aquí. No puedo hablar de esto por línea abierta -dice, con lo que mi preocupación aumenta exponencialmente.

Fuera del estadio impera el caos. Los seguidores fanáticos que han querido acompañar al autocar pretenden entrar en el recinto; mientras, los nuestros intentan disuadirlos, porque en el estadio ya no cabe ni un alfiler y hay un gran alboroto. Tardo casi media hora en encontrar un coche patrulla disponible que me lleve a jefatura. Me recibe Margaritis en persona.

– Ahora entenderás por qué no podía hablar -dice, y me conduce ante una fila de pantallas de televisión.

Delante de las pantallas están sentados técnicos de paisano y entre ellos Guikas, que no aparta la mirada de los televisores.

– La tercera -me indica Margaritis.

Miro y veo a un hombre que insulta a la cámara. Está desnudo y tiene la mano derecha levantada, como los dos anteriores. Sin embargo, en este caso hay dos diferencias: en primer lugar, se trata de un hombre negro, y en segundo, no lleva nada escrito en el cuerpo. En cambio, lleva un cartel colgado del cuello.

– Nos la envió el zepelín hace un rato -prosigue Margaritis-. Hacía un vuelo de prueba cuando detectó a un tipo sentado en un banco y haciendo ese gesto obsceno.

– Enséñale toda la serie -interviene Guikas.

En la pantalla aparecen fotografías sucesivas del muerto sacadas desde distintos ángulos, pero no me interesan. Sólo me llama la atención el cartel.

– ¿Pueden ampliar la imagen para ver qué pone? -pregunto a Margaritis.

El técnico que tengo delante empieza a pulsar las teclas del ordenador. La imagen se amplía hasta que puedo leer con claridad: «Hezbollah.» Qué bien, la colección completa, para que todas las organizaciones queden satisfechas, pienso.

– ¿Dónde le han encontrado? -pregunto a nadie en concreto.

El técnico vuelve a pulsar teclas. En la esquina inferior izquierda de la pantalla leo: «Calle Ermú, 20.20 h.»

– ¡Y luego dicen que el zepelín no vale lo que cuesta! -comenta Guikas-. Los caza al vuelo.

Sí, los insultos mortuorios.

– ¿A qué altura de Ermú? -pregunto al técnico.

– En el tramo que convirtieron en zona peatonal hace poco, de cara a las Olimpiadas. Pasada la plaza de los Santos Incorpóreos.

– Ya he dado orden que cerquen el recinto -anuncia Guikas-. Vete y yo informaré a Parker.

– ¿Es necesario?

Se vuelve y me mira con expresión agria.

– No quiero problemas, y menos justamente hoy, sólo porque a ti no te gusta colaborar -me espeta.

– Al menos, déme una hora de margen.

Aunque no me contesta, sé que me la concederá. Aviso primero al forense Stavrópulos y a la científica. Después llamo por radio a mis dos ayudantes y les indico que me esperen en la plaza de los Santos Incorpóreos.

Vamos por la avenida Alexandras para evitar el tráfico y, con la sirena en marcha, llegamos a la plaza en diez minutos. Vlasópulos y Dermitzakis ya están allí. Stavrópulos y la científica, aún no.

Desde la plaza accedemos al nuevo tramo peatonal de la calle Ermú, que termina a la altura de la avenida Pireo. A la derecha se alza un edificio neoclásico que está siendo restaurado. El muerto se encuentra sentado en un banco unos cuarenta metros más allá, de cara a una calle empinada provista de barandilla de madera que termina en una especie de rellano. En la fotografía no se apreciaba pero, visto al natural, parece dirigir su imprecación a alguien que está en el descansillo.

Aparentaba más edad que en la foto. Su cabello rizado empieza a encanecer. Tiene la boca entreabierta y le falta la mitad de los dientes inferiores. Debe de tener más de cincuenta años, aunque con los negros nunca se sabe. Es posible que su aspecto avejentado se deba a la dureza de su vida.

– ¡Tampoco éste tiene heridas visibles! -dice Stavrópulos detrás de mí-. Salvo que le hayan apuñalado por la espalda, pero lo dudo. -A pesar de todo, da la vuelta al banco para asegurarse-. Nada. Ni puñalada, ni tiro en la nuca. -Cuando se dispone a sacar sus instrumentos, yo le detengo.

– Llévalo al depósito ahora mismo. No perdamos tiempo.

Mientras trasladan el cadáver a la ambulancia, una limusina negra llega a toda velocidad y se detiene justo delante de nosotros. De su interior sale Parker.

Wait , wait -grita, y corre hacia la ambulancia-. I must have a look at him.

– Esperad, quiere verle -indico a los camilleros.

Ellos dejan la camilla en el suelo y observan con curiosidad a Parker, que examina al muerto. La mano derecha del cadáver está insultando al aire. Stavrópulos le informa de que no hay indicios de violencia.

– Esto es de locos. This is sick! -exclama Parker, furioso-. Y la cosa irá a más, porque los islamistas están enfermos. -Luego se vuelve hacia mí-. ¡Y usted aún no ha hecho nada! -me recrimina-. You have done nothing so far.

– ¿Por qué? ¿Lo ha hecho usted? -contesto, cabreado.

Tiene la respuesta preparada.

– Es su responsabilidad. It’s your job. Nosotros sólo estamos aquí para ayudar. -Entonces me comunica que Guikas nos espera. Now ! No sé si fue Guikas quien convocó la reunión o si se la impuso éste.

Se ofrece a llevarme con la limusina.

– Gracias, pero he venido en un coche patrulla -respondo. Me ha ofendido cuanto ha querido y no pienso deberle el transporte.

Menos mal que se me ocurrió la brillante idea de mandar a Parker directamente al despacho de Guikas porque, nada más salir al rellano, veo a un pelotón de periodistas delante de mi oficina. A la tercera va la vencida. Las dos primeras veces conseguimos mantenerlo en secreto, pero parece que ahora alguien se ha ido de la lengua.

– ¿Qué es esa historia del muerto en la zona peatonal, comisario?

– ¿Es cierto que hace un gesto obsceno?

– ¿Y que lleva colgado un cartel con el nombre de Hezbollah?

Intento pararles los pies.

– En estos momentos no puedo deciros nada.

– ¿A qué viene tanto secretismo? -Se alza la voz indignada de un periodista de la televisión-. Se rumorea que no es el primero, que ya ha habido otros muertos antes.

– ¿Hay sospechas de un atentado terrorista? -pregunta otro.

– Tened paciencia, se emitirá un comunicado oficial.

La promesa de un comunicado oficial los calma un poco y aprovecho la oportunidad para escaparme.

– ¿Cómo se han enterado? -se extraña Guikas.

– Por jefatura -contesto-. Alguien fue al lavabo y aprovechó la ocasión para hacer una llamadita.

Me mira en silencio. Parker, que no participa en esa conversación hecha en griego, nos interrumpe con una teoría nueva. Aunque me crispe los nervios, he de reconocer que es el único que tiene ideas.

– Estos cadáveres desnudos significan algo. Son un mensaje. A message.

– ¿Qué mensaje? -pregunta Guikas.

– De la cárcel de Abu Graib -responde Parker en tono triunfal-. Las fotos más ofensivas de Abu Graib mostraban a iraquíes desnudos. Quieren recordárnoslos.

– Es una idea interesante -observa Guikas satisfecho, porque necesita desesperadamente agarrarse a algo.

– Hay algo que no encaja.

Parker se vuelve y me mira.

– ¿Qué es lo que no encaja?

– El insulto. This . -Y levanto la mano con los dedos abiertos para dárselo a entender, ya que no sé cómo se dice «insulto» en inglés-. Este gesto obsceno de insultar es típicamente griego. Es imposible que la conozcan los árabes.

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