He aquí un resumen de las dos versiones, con algunos análisis intercalados.
LA CONFESIÓN
El 22 de diciembre de 1998, dieciocho días después de la desaparición de Nicole Yarber, los detectives Drew Kerber y Jim Morrissey, de la policía de Slone, fueron en coche al South Side Health Club en busca de Donté. Es un club que frecuentan los deportistas más profesionales de la zona, y en el que se ejercitaba casi cada tarde Donté, al salir del instituto. Hacía pesas y rehabilitación de tobillo. Se encontraba en una forma física estupenda, y pensaba matricularse el verano siguiente en la Universidad Estatal Sam Houston, como paso previo a pedir plaza de jugador no becado en su equipo de fútbol americano.
Más o menos a las cinco de la tarde, cuando salía del club sin compañía, se acercaron a él Kerber y Morrissey, y después de presentarse de manera amistosa le preguntaron si podía hablar con ellos sobre Nicole Yarber. Donté contestó afirmativamente. Entonces Kerber propuso que se vieran en la comisaría, para poder estar más cómodos y relajados. Donté se puso un poco nervioso, pero tenía ganas de cooperar al máximo. Conocía a Nicole (en cuya búsqueda había colaborado), aunque no supiera nada de su desaparición, y pensó que el encuentro en comisaría solo duraría unos minutos. Fue por su propia cuenta, en la vieja camioneta Ford verde de la familia, y aparcó en una plaza de visitante. Al entrar en la comisaría no tenía la menor sospecha de que serían sus últimos pasos como hombre libre. Tenía dieciocho años y nunca se había metido en ningún lío de importancia, ni lo habían sometido a un interrogatorio largo de la policía.
Se registró en el mostrador. Después le quitaron el móvil, la cartera y las llaves del coche, y las guardaron bajo llave en un cajón «por motivos de seguridad».
Los detectives lo llevaron a una sala de interrogatorios del sótano del edificio. Había otros policías. Uno de ellos, negro, uniformado, reconoció a Donté e hizo un comentario sobre fútbol. Una vez dentro de la sala, Morrissey le preguntó si quería beber algo y Donté dijo que no. En el centro había una mesita rectangular. Donté se sentó a un lado, y los dos detectives al otro. Era una sala bien iluminada, sin ventanas. En un rincón había un trípode con una cámara de vídeo, pero a Donté no le pareció que estuviera enfocada hacia él, ni encendida.
Morrissey sacó un papel y explicó que Donté tenía que entender sus derechos según la ley Miranda. Donté preguntó si era testigo o sospechoso. El detective le explicó que, según la normativa, había que informar de sus derechos a todos los interrogados. Era una simple formalidad sin importancia.
Donté empezó a sentirse violento. Había leído la hoja palabra por palabra, y como no tenía nada que esconder, la firmó, renunciando así a su derecho a guardar silencio y también al de disponer de un abogado. Fue una decisión funesta, trágica.
Quienes más probabilidades tienen de renunciar a sus derechos durante un interrogatorio son los inocentes; al saber que lo son, tienen ganas de cooperar con la policía para demostrar su inocencia. Los sospechosos culpables son más propensos a no cooperar. Los delincuentes curtidos se burlan de la policía, y se cierran en banda.
Morrissey tomó notas, empezando por la hora en la que entró en la sala el «sospechoso»: las 17.25.
Quien habló fue casi siempre Kerber. La conversación empezó con un largo resumen de la temporada de fútbol americano: victorias, derrotas, lo que había fallado en las finales, el cambio de entrenador que tantos rumores alimentaba… Kerber parecía sinceramente interesado por el futuro de Donté, y le deseó que se le curase el tobillo para que pudiera jugar en la universidad. Donté se mostró convencido de que así sería.
Kerber mostró un interés muy especial por el programa de pesas que seguía Donté. Le hizo preguntas concretas sobre cuánto levantaba en las modalidades de fuerza en banco, curl, sentadillas y peso muerto.
Abundaron las preguntas sobre él y su familia, sus notas en el instituto, su experiencia laboral y su fugaz encontronazo con la ley a los dieciséis años, por lo de la marihuana. Finalmente, cuando parecía haber transcurrido una hora, salió el tema de Nicole, y el tono cambió. Ya no sonreían. Las preguntas se volvieron más incisivas. ¿Desde cuándo la conocía? ¿Cuántos cursos llevaban juntos? ¿Amigos en común? ¿Con quién salía él? ¿Quiénes eran sus novias? ¿Con quién salía ella? ¿Donté había salido alguna vez con Nicole? No. ¿Lo había intentado? No. ¿Había querido? Había querido salir con muchas chicas. ¿Chicas blancas? Sí, claro; querido sí, pero salido no. ¿No había salido con ninguna blanca? No. Se rumorea que tú y Nicole os veíais, intentando que no se enterara nadie. Qué va. Nunca habíamos quedado en privado. Nunca la toqué. Pero ¿reconoces que querías salir con ella? Yo he dicho que quería salir con muchas chicas, blancas y negras, y hasta con un par de hispanas. ¿O sea que te gustan todas las chicas? Sí, muchas, pero no todas.
Kerber preguntó a Donté si había participado en alguna de las búsquedas de Nicole. Sí, Donté y toda la clase de último curso se habían pasado horas buscándola.
Hablaron de Joey Gamble, y de algunos de los otros chicos con quienes Nicole había salido en el instituto. Kerber repitió varias veces la pregunta de si Donté había salido con ella, o si quedaban a escondidas. Más que preguntas, parecían acusaciones, y Donté empezó a preocuparse.
Roberta Drumm servía la cena cada noche a las siete, y si por alguna razón Donté no estaba, esperaban que llamase. A las siete en punto, Donté preguntó a los detectives si podía irse. Solo unas cuantas preguntas más, dijo Kerber. Entonces pidió permiso para llamar a su madre. No, dentro de la comisaría estaban prohibidos los teléfonos móviles.
Finalmente, tras dos horas en la sala, Kerber soltó una bomba. Informó a Donté de que tenían un testigo dispuesto a declarar que Nicole había contado a sus amigas íntimas que Donté y ella salían juntos, y tenían relaciones sexuales con frecuencia, pero no podía hablar porque era imposible que a sus padres les pareciera bien. Su padre rico de Dallas le retiraría su ayuda y la desheredaría. En su iglesia la mirarían con desprecio, y todas esas cosas.
El testigo en cuestión no existía, pero a la policía se le permite mentir todo lo que quiera durante los interrogatorios.
Donté negó rotundamente cualquier relación con Nicole.
El mismo testigo -siguió Kerber con su relato- les había explicado que Nicole estaba cada vez más preocupada por la relación. Ella quería cortar, pero él, Donté, se negaba a dejarla en paz. Nicole pensaba que la estaba siguiendo. Creía que Donté se había obsesionado con ella.
Donté lo negó todo con vehemencia, y exigió conocer la identidad del testigo, pero Kerber dijo que era confidencial. Su testigo miente, repitió una y otra vez Donté.
Como en todos los interrogatorios, los detectives sabían en qué dirección iban las preguntas, pero no Donté. Kerber cambió bruscamente de tema y lo acribilló a preguntas sobre la camioneta Ford verde, la frecuencia con que la conducía, dónde, etcétera. Hacía años que era de la familia. Los hijos de los Drumm la compartían.
Kerber preguntó con qué frecuencia la cogía Donté para ir al instituto, al gimnasio, al centro comercial y a una serie de lugares frecuentados por los alumnos de secundaria. ¿Había ido con ella al centro comercial el 4 de diciembre por la noche, el viernes en que desapareció Nicole?
No. La noche de la desaparición de Nicole, Donté estaba en casa con su hermana pequeña. Sus padres se habían ido el fin de semana a Dallas, para una reunión de la iglesia. Donté hacía de canguro. Habían cenado pizza y habían mirado algún programa en el cuarto de la tele, cosa que su madre no solía permitirles. Sí, la camioneta verde estaba aparcada en el camino de entrada. Sus padres se habían ido a Dallas con el Buick de la familia. Los vecinos declararon que la camioneta verde estaba donde decía Donté. Nadie la vio alejarse aquella noche. Su hermana declaró que Donté había estado con ella toda la noche, sin ausentarse en ningún momento.
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