Gregg Hurwitz - Crimen De Autor
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A la vez protagonista y escritor, Danner «escribe» esta originalísima novela en un intento de reconstruir una trama en la que todo parece implicarle.
Con la ayuda de Chic -un jugador de béisbol fracasado-, Preston -su editor- y Lloyd -un perito criminalista que le asesoraba con sus novelas- tratará de resolver el misterio.
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Volví a poner el mensaje de Genevieve imaginándome el impacto que debió de causarme la noche del 23 de septiembre. Era una advertencia de suicidio, no una reprimenda teñida de ira.
¿Qué había dicho el médico?
El lóbulo temporal está complejamente ligado a respuestas emocionales y a la excitación sexual, hay pruebas claras de que, una vez que un paciente ha alcanzado semejante estado de fragilidad, el colapso mental definitivo puede venir por un hecho emocionalmente intenso.
Emocionalmente intenso. Un mensaje de una ex anunciando su intención de quitarse la vida entraba en esa categoría.
La buena de April era de las que duermen a pierna suelta. A diferencia de mí, no la habría despertado el sonido del teléfono. En la oscuridad de aquella noche, yo había ido hasta mi despacho, me había sentado y había puesto el mensaje. Del susto, al levantarme había volcado mi silla de trabajo.
Y luego, alterado y frenético, había salido en estampida y al llegar a casa de Genevieve me la había encontrado, con el dramatismo característico en ella, ataviada en su mejor versión de una geisha, doblada sobre el cuchillo que ella misma se había clavado en el abdomen, mientras los altavoces retumbaban con un aria de muerte operística. Sus huellas dactilares habían aparecido en el mango, lógicamente: el cuchillo era suyo, suya la casa. Las mías, dejadas al sacarle el cuchillo, habían hecho enarcar numerosas cejas.
Genevieve era diestra, pero al herirse ella misma había inducido a pensar que el agresor era zurdo. Y al caer de rodillas hacia delante, el extremo del cuchillo había impactado en el suelo, hundiendo la hoja de forma que la puñalada pareció asestada por un hombre de unos ochenta kilos.
Bastante fácil de desentrañar, en realidad, si yo no lo hubiera jodido todo presentándome allí.
Como muestra de gratitud por las revelaciones que las últimas horas me habían proporcionado, saqué un Burdeos cosecha del 82 que guardaba desde hacía años y lo vacié por el fregadero. Cuando hube terminado, dejé que Xena lamiera el cuello de la botella. Era una pena no aprovecharlo.
Me senté en la terraza de atrás, apoyé los pies en la barandilla y contemplé las luces de la ciudad. Tantas personas, tantas historias…
Xena se persiguió su propia y breve cola y acabó acurrucada entre las quebradizas hojas.
Yo había empezado inocente y deseoso de limpiar mi conciencia. Había descubierto que no era un homicida y había dejado malherido a un asesino.
Podía vivir con eso; como alguien me había dicho una vez, nadie suele disponer de la alternativa a eso. Qué tremenda obra es el hombre, etcétera, etcétera.
Sonó el timbre de la puerta, y el campanilleo hizo que Xena alzara su cuadrada cabeza de entre las patas unidas.
Me levanté y fui dentro.
Capítulo 45
Soy un ciudadano libre, al menos hasta mi próximo tumor cerebral. Cal filtró a la prensa el mensaje de Genevieve en mi buzón de voz, y los medios informativos, aprovechando la cobertura sensacionalista que se dio a las maquinaciones de Lloyd, rehabilitaron mi buen nombre, o al menos la dudosa posición alcanzada antes del juicio. Mis ventas siguieron aumentando.
Un ayudante de sheriff corroboró mi versión del incidente en la cárcel, pero antes de que yo pudiera presentar oficialmente una queja contra Kaden y Delveckio, todos los cargos pendientes en mi contra fueron retirados. Morton Frankel está a la espera de juicio, pero me han informado de que -como dicen en los sagrados pasillos de Parker Center- está jodido.
A veces viene Cal y nos fumamos unos puros en la terraza contemplando la ciudad. No le han ascendido todavía, pero su jefe ha oído rumores de que la cosa es inminente. Hablábamos mucho del caso, Cal y yo, pero de repente hemos dejado de hacerlo.
Todavía no he tenido noticias de los Bertrand y dudo que llegue a tenerlas. Mi relación con todo lo feo que rodeó a su hija me ha marcado como culpable, pese a que no lo sea. No les guardo rencor por su versión de los hechos.
Sissy Ballantine se recuperó rápidamente y al final hizo la donación de medula a su hermano. A él llegué a conocerle, un encuentro que fue más buena idea en teoría que en la incómoda realidad, los hombros le sobresalían de la camisa, empezaba a salirle la barba, y parecía confuso y avergonzado por todo el lío que se había organizado a su alrededor. Cuando le estreché la mano, pude notar claramente sus huesos a través de la piel. Sissy me acompañó hasta la puerta y me dio un abrazo. Gracias, dijo, sonriendo como sonríen las personas que gozan de salud, y vaya si por un momento no me sentí a la altura de Derek Chainer.
Los Broach habían perdido un hijo, y años atrás habían perdido otro. Piensa en eso la próxima vez que te sientas seguro de tu puesto en el orden divino.
La quimioterapia a domicilio había vaciado de médula los huesos de Janice Wagner como preparación para el segundo trasplante que nunca llegó, y no había habido nada con que reemplazarla. Una semana después de morir Lloyd, Janice falleció. No puede decirse que fuera justo, pero tampoco un mal karma.
Supongo que la vida es así.
Los Broach concedieron permiso para la exhumación y, cuando el forense arrancó la carne lacerada de la cadera de Kasey, descubrió que el hueso de debajo estaba dañado por punciones de aguja practicadas poco antes de su muerte, las fotos aparecieron en la prensa sensacionalista.
La médula de Kasey, como habréis adivinado, no había llegado a los huesos de Janice. No es un proceso complejo, según me han dicho, pero sí lo bastante para que no vendan equipamiento para hacerlo en casa. Lloyd no había extraído médula suficiente de la cadera derecha de Kasey; tuvo que sacar también de la cadera izquierda, pero la policía dedujo que le preocupaba que lesiones similares en ambas caderas del cadáver fueran difíciles de pasar inadvertidas.
Desde el principio, el apretado margen de tiempo había desesperado a Lloyd. Había tenido que actuar rápido con Kasey -de ahí el arma y el riesgo de la presencia de vecinos-, y con Sissy Ballantine había debido darse más prisa todavía. Uno de los médicos que trataban a Janice dijo después que Lloyd parecía haber eliminado problemas, que sus cócteles de quimio habían hecho que la leucemia de Janice remitiera temporalmente, de modo que el segundo trasplante podría muy bien haber funcionado. Pero, por supuesto, el resto de la médula de Sissy -extraída de ambos flancos de su hueso pélvico- no había pasado del filtro a las venas de Janice. En cambio, la médula había sido retirada de la máquina y puesta en hielo para el hermano de Sissy, su destinatario original.
Janice estaba demasiado enferma como para soportar un interrogatorio intenso, y había muerto sin que nadie supiera hasta que punto sabía lo que Lloyd estaba haciendo en aquel pequeño apartamento al fondo del pasillo. Creo que oí decir que ni siquiera se enteró de que su marido había muerto en la habitación de al lado.
El día después de la muerte de Janice, Cal me enseñó una entrada en el diario de Lloyd, llena de torturados remordimientos hablando en su defensa, y con una clarividencia acerca del dolor y la pérdida que me produjo una punzada de empatía.
Una punzada.
Imagino que Lloyd podrá consolarse un poco durante su largo trayecto a través de la Estigia, pensando que su mujer no llegó a conocer toda la historia.
¿Y cuál era, pues, esa historia? Lloyd era un tipo como cualquier otro, supongo yo, sujeto a las presiones y pasiones de rigor. Un tipo cuya mujer se estaba muriendo lenta y terriblemente. Día tras día Lloyd se colaba informáticamente en el registro de trasplantes y miraba los nombres de esas dos obstinadas personas con la médula que Janice necesitaba, mientras su cerebro trataba de encontrar la manera -cualquiera que fuera- de que su mujer y él pudieran celebrar sus bodas de plata. Pero, a diferencia de cualquier otro tipo, Lloyd sacó a relucir un talento extraordinario para contrarrestar esa presión. Yo todavía estaré en mi patio, o haciendo cola en la caja de autoservicio, y me acordaré de alguna otra aspereza que Lloyd supo limar del armazón de su plan. Yo jamás me había parado a pensar en las ramificaciones de la primera vez que me llamó muy excitado, hace años, hablandome de un asesinato en Manhattan Beach, una extraña muerte ocurrida en un jacuzzi. Mi codicia de escritor me había llevado a esto. Me ofrecí a ser su tema cuando recurrí a Lloyd para concebir mis tramas. Siempre quise que mis argumentos fueran más reales de lo que yo era capaz de inventar. Y necesitaba a alguien que hubiera vivido todo eso, alguien que hubiera olido ese hedor. Y lo tenía.
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