Hubo un movimiento detrás de una roca. Justin llegó a ella en primer lugar y la apartó con el pie. Cameron levantó la lanceta por encima del hombro, como una jabalina. Una rata salió corriendo hacia la entrada de la cueva.
Cameron bajó la lanceta, aliviada, y sintió el brazo débil. Dejó caer el foco, que quedó colgando de la correa que llevaba alrededor del cuello.
Justin se volvió hacia ella, preocupado.
– ¿Estás bien? -preguntó.
Ella asintió, luego negó y volvió a asentir con la cabeza.
– Es sólo que… No sé si podría… son mucho más grandes que… las caras tienen un aspecto tan… -Calló y bajó la cabeza-. No sé qué coño me está pasando -dijo-. No sé por qué me preocupo por esto, Floreana, todo esto. -Había enfado en su voz, orgullo, desafío-. Antes nunca me preocupaba.
Justin esperó con paciencia a que se le normalizara la respiración.
– Antes estaba cerrada a todo eso -dijo-. Siempre, ¿sabes?
– Lo sé -dijo Justin-. Lo sé.
– Pero ahora me siento blanda. Sentimental. -Estaba temblando-. He infringido las órdenes. He encabezado un jodido motín. A causa de mi propio… -Cerró la mano en un puño y se lo llevó al estómago.
– Te has superado a ti misma -dijo Justin-. Has tomado una decisión. -Existían otras palabras mejores para expresar lo que quería decir, pero ella le entendió.
Cameron levantó la cabeza para que él no la viera llorar.
– Pero es tan complicado. Estoy tan confusa. -Apretó los labios y miró a su marido-. ¿Por qué no lo hiciste? -le preguntó-. ¿Por qué no lo hiciste tú?
– En primer lugar, la escuadra no me habría seguido.
Cameron se tomó un momento para pensarlo.
– ¿Y en segundo lugar?
Justin bajó las manos y la luz que llevaba enfocó a Cameron y el fondo de la cueva.
– ¿En segundo lugar? -volvió a preguntar.
Él levantó la vista hacia ella.
– Yo no tengo tu fuerza, Cam -dijo, negando con la cabeza y apartando la mirada.
Ella levantó la mano y llevó un dedo a la mejilla de Justin, obligándolo a mirarla otra vez.
– Hay cosas mejores que la fuerza -le dijo.
– Muy bien, pero fíjate en Derek.
Cameron habló en un susurro.
– Fíjate en Savage.
Se miraron en la penumbra de la cueva, mientras las luces que ambos llevaban proyectaban sombras a su alrededor. Justin avanzó y la abrazó con fuerza, con un abrazo de combate, rodeándola con los brazos y levantándola del suelo. Luego la dejó en el suelo de nuevo, más despacio. Por un momento, Cameron sintió la calidez de la mejilla de Justin contra la suya, sus propias manos en los hombros de él. Se apartó y le miró, le miró con determinación. Él la besó con suavidad en la mejilla. Ella le miró, sorprendida, y se besaron otra vez, suavemente, húmedamente. Luego se quedaron mirándose, ligeramente desconcertados.
Dejaron las luces y las lancetas. Se oía el soplido del viento fuera, evidenciando la tranquilidad del aire quieto que se respiraba en la cueva. En algún lugar se oía el goteo del agua.
Justin acercó la mano a su cuello y pasó un dedo por la cadena del cuello de ella, colocándole el cierre detrás, como hacía a menudo. Luego llevó la mano hacia su mejilla, pero ella le agarró la muñeca y le detuvo.
Justin apartó la mano, abierta.
Cameron iba a decir algo cuando oyó un ruido, un suave sonido de aire expulsado con un ligero sonido metálico.
– ¿Qué? ¿Qué es? -preguntó Justin.
Cerca de la entrada de la cueva, una larva los miraba con la cabeza sobresaliendo por detrás de una roca. Atraída por sus ruidos y la luz, se había arrastrado hasta la cueva para encontrarlos.
El animal se arqueó hacia arriba, con el tórax y la cabeza describiendo un arco desde el abdomen.
Cameron se inclinó hacia delante y tomó la lanceta antes de perder la sangre fría.
La larva salió de detrás de la roca arrastrándose hacia la entrada de la cueva.
– Se está moviendo -dijo Justin. Dio un paso hacia delante y dio una patada sin querer al foco, que rodó por el suelo de piedra.
Cameron corrió hacia el animal y lo levantó por el segmento posterior justo cuando estaba a punto de entrar en la cueva. Luego llevó a la larva hacia dentro, hacia la luz, haciendo que la tierna cutícula se arrastrara sobre el suelo de piedra. El aire salía como un silbido por los espiráculos y la larva se enroscó como un feto, medio escondida en la oscuridad.
Con la respiración entrecortada, Cameron levantó la lanceta y la clavó en la base del cráneo de la larva. Al recibir el golpe, el animal se enrolló en toda su longitud y chilló más alto de lo que Cameron habría imaginado que podría hacerlo mientras un líquido supuraba por el agujero de la cabeza. El abdomen se relajó un momento y volvió a contraerse y la boca quedó abierta: Cameron volvió a clavarle la lanceta y se oyó un ruido de aire expulsado por el tórax. La larva chilló e intentó desesperadamente arrastrarse lejos. A Cameron se le nubló la vista y empezó a chillar:
– Muérete, por qué no te mueres -mientras le clavaba la lanceta una y otra vez.
La larva continuaba retorciéndose incluso después de que la cabeza se le separara del cuerpo. Las patas falsas no dejaban de moverse y el aire chirriaba al ser expulsado por los espiráculos. La boca del animal estaba abierta, con las mandíbulas desencajadas. Cameron, con un sentimiento de repulsión hacia la larva y hacia sí misma, levantó la lanceta como si fuera una lanza y se la clavó en el centro del cuerpo. La larva chilló de nuevo, retorciéndose, pero al final las patas dejaron de moverse y se quedó quieta, con la boca abierta.
Cameron, con la cabeza entre las manos, se esforzó en respirar mientras luchaba contra las ganas de llorar. A la luz amarilla del interior de la cueva y con el bicho empalado delante de ella, Cameron se inclinó hacia delante y vomitó con tanta fuerza que sintió que todo el pecho le dolía por el esfuerzo. Parecía que el estómago se le hubiera vuelto del revés y del labio inferior no cesaba de caerle saliva y comida a medio digerir.
Estuvo vomitando hasta que ya no le quedaba nada por sacar e incluso después continuó sufriendo arcadas. Mientras, Justin le sujetaba la cabeza con la palma de la mano en la frente.
Cameron caminó agotada hasta el campamento delante de Justin con la larva colgando entre los brazos. Los demás, sentados frente al débil fuego, le dirigieron una mirada sombría y horrorizada.
Cameron dejó caer el cuerpo en el fuego y observó mientras las llamas lo consumían. El rostro se le había endurecido, tenía un rictus de determinación mientras atizaba el fuego con un palo.
Savage se encontraba de cuclillas, como ella, al otro lado del fuego. Cameron casi no podía distinguir el perfil de sus hombros ni la poblada barba, al otro lado de las llamas. Por un momento, se imaginó que miraba un espejo y que se veía a sí misma iluminada por el fuego. Pero esa sensación pasó como una corriente de agua cálida en el mar.
– Tres más -dijo Cameron.
Se quedaron sentados alrededor del fuego hasta que el agotamiento pudo con ellos y, entonces, se dirigieron a sus respectivas tiendas, uno a uno, para descansar unas cuantas horas hasta la mañana siguiente, cuando saldrían de nuevo a reconocer el terreno.
Después de limpiarse las manos con el gel antibacteriano, Cameron se sentó con la lanceta sobre las rodillas para hacer la primera guardia. Diego se sentó en el suelo, exhausto, con la espalda apoyada contra uno de los troncos y la radio entre las piernas. Continuó mandando tediosamente su señal de socorro. A esas alturas, Cameron conocía el sonido de memoria.
– ¿Resultaría de alguna ayuda decirles que me gustaría llevar a cabo otras expediciones aquí y vigilar la vida en la isla? -preguntó Diego, con los ojos puestos en la radio.
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