Esperaron, cada uno solo con sus pensamientos. Nadie se miró.
Finalmente, Savage emergió de la oscuridad. La larva colgaba a su lado como una muñeca rota, con la parte posterior de la cabeza hundida. Savage miró a Cameron. Cameron pensó en el virus inundando el cuerpo de la larva y con un gesto de cabeza, indicó el fuego. Savage hizo balancear el cuerpo una vez y lo lanzó al fuego, donde crepitó bajo las llamas.
Savage devolvió la lanceta a Cameron y se sentó al lado de Szabla.
Diego se llevó una mano a la frente y se la frotó con fuerza.
– Dios Santo -murmuró-. Ni siquiera has dudado un momento.
Un leño del fuego se derrumbó y levantó una nube de chispas. El aire olía a madera quemada de pino. Unos finos huesos empezaron a hacerse visibles entre el cuerpo carbonizado de la larva.
Savage se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas y las manos entre los muslos. Tenía el pañuelo del pelo mojado por la humedad y el sudor.
Szabla fue a decir algo, pero tenía la voz rasposa; se aclaró la garganta y lo volvió a intentar:
– Antes, cuando dijiste que habías matado a mujeres y a niños, ¿era verdad?
Savage se pasó la lengua por los dientes, despacio.
– La jungla que rodeaba Khe Sanh estaba llena de túneles -dijo-. Si dábamos con agujeros en la tierra, lanzábamos granadas primero y preguntábamos después. -Hizo un gesto con la mano-. Uno nunca sabía con qué se iba a encontrar cuando miraba, después. -Soltó una risa enigmática-. Cada vez una sorpresa.
Szabla le observaba, apoyándose con las manos sobre el tronco. Los demás se removieron, incómodos, pero no dijeron nada. Cameron apretó el puño alrededor de la lanceta hasta que la mano se le durmió y la sintió como si ya no le perteneciera.
– Algunas sorpresas eran peores que las otras. A veces había familias que se desplazaban por los túneles -dijo, con el rostro inexpresivo-. A veces uno tenía miedo de mirar a ver qué premio le había tocado.
Se levantó de golpe. Cameron le observó hasta que desapareció dentro de su tienda.
Hacía dieciséis horas que Samantha no llamaba para saber cómo estaban los niños. Cada vez que tomaba el teléfono, aparecía algo nuevo: un diagrama, una prueba micrográfica, unos resultados de la prueba PCR, una llamada de Szabla con novedades acerca del motín y del contagio humano en Sangre de Dios. Aunque Samantha había hablado con Donald unas cuantas veces, era la primera que trabajaba con él. Era un hombre agradable y animado que llevaba la camisa de lino salpicada de sudor. Pronto formaron una especie de equipo; él sentado al otro lado de la ventana para poder hablar. La opinión de ambos acerca de cómo arreglar la situación en la isla sería clave. Cameron y los demás estaban al mando, en oposición a Diego y a Derek, mientras Rex se inclinaba hacia la parte dominante.
Samantha suspiró.
– Jesús, si algo como esto llegara al continente…
– ¿Cómo sabemos que es un fenómeno aislado en Sangre de Dios? -dijo Donald mientras se limpiaba las gafas con la camisa.
– No lo sabemos. Pero no subestimes la dificultad de expansión que tiene un virus. Los virus son frágiles, y están sujetos a las duras leyes de la selección natural, como todo lo demás. Sólo hablamos de los virus que lo consiguen: Machupo, Sin nombre, Ébola. Por cada virus del que oímos hablar, hay millones que mueren, desaparecen.
Donald levantó una ceja, divertido.
– ¿Los virus son personas, también?
Samantha no le devolvió la sonrisa.
– El virus Darwin no será capaz de infectar todo aquello con lo que entre en contacto. Nunca ha sido hallado en las muestras de agua de ninguna de las otras islas del archipiélago, y sólo una vez en una muestra de Sangre de Dios. Pero ahora tenemos un problema. Tenemos a un virus que se encuentra presente en una forma de vida estable sin ningún depredador natural. El virus necesita del organismo para sobrevivir, y se expandiera cuando éste se reproduzca.
– Los animales se encuentran en cuarentena en la isla. -Donald negó con la cabeza-. Sólo que no sé si matarlos a todos es la elección correcta.
– Parece que la larva es anfibia, Donald. Y los adultos tienen alas. Todo lo que necesitamos es que uno sea transportado por un tiburón preñado, o una mosca, por improbable que parezca, de una isla a otra, en busca de comida.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que nunca podemos dar por supuesto cuándo, dónde o cómo un virus aparecerá y nos amenazará. Pero si en algún lugar hubiera una isla llena de ratas con la peste bubónica, ¿qué harías? ¿Esperar y observar?
– Si esas ratas fueran únicas desde el punto de vista evolutivo, quizá. -Suspiró, se quitó las gafas y se frotó los ojos-. ¿Sugieres que apoyemos la decisión de Szabla y Cameron?
– Los reservorios del virus deben ser exterminados. En esto somos extraordinariamente afortunados: las cámaras de la ooteca indican exactamente el número de transportadores de la enfermedad que hay que encontrar y matar, por lo menos en lo que a esta línea de descendencia respecta. -Suspiró y se apoyó contra el cristal-. Por lo que sabemos, el agujero perforado en Sangre de Dios sólo albergó el virus durante un tiempo limitado. Rex dice que los dinoflagelados de la isla ahora parecen normales, por lo menos bajo una lente estándar.
Miró a Donald, con tristeza en cada rasgo del rostro.
– Cuanto más esperemos, más probabilidades hay de que escape a nuestro control -continuó-. Se acercan los meses de primavera, y eso significa una nueva ola de actividad reproductora en toda la isla. La eclosión de diatomeas, las mareas rojas, el aumento de patógenos marinos al subir la temperatura de la superficie del océano, el rompimiento de la capa de inversión y las lluvias a causa de El Niño. Habrá una explosión de vida. Con el calor y la actividad reproductora, el virus puede crecer con rapidez. Y si se introduce en mosquitos y gusanos, mejor olvidarlo. Sólo hay que acordarse del mosquito tigre asiático infectado por la encefalitis equina que apareció en Florida. -Samantha hizo una mueca-. Hablando de especies introducidas problemáticas.
Donald bajó la cabeza y apoyó la frente en la mano. Samantha suavizó el tono de voz.
– Si esa cosa llega al continente… se expandería como una enfermedad de transmisión sexual. Las consecuencias serían… -Samantha sintió un escalofrío al imaginar una generación de monstruosos bebés alterados-. Los efectos en los humanos podrían ser horrorosos, y ahora sabemos que puede convertirse en realidad.
Donald murmuró algo y levantó las manos en un ademán de exasperación.
– Tenemos al virus perfectamente cercado -dijo Samantha-. Tenemos una breve oportunidad en esa isla. Imagínate si alguna vez hubiéramos estado en esta situación con el sida, cuántas vidas se podrían haber salvado. -Los ojos de Samantha parecieron brillar con una intensidad que daba miedo-. No quiero que ese virus se pasee por la isla.
El coronel Douglas Strickland recorrió el pasillo en dirección a la puerta de emergencia y el grupo de personas reunidas en las mesas, a la derecha de Donald, callaron. El coronel se acercó a la ventana y se dirigió a Samantha solamente, como si los demás no existieran.
– Hemos sufrido una crisis en la jerarquía de mando que, aparentemente, no es posible remediar a larga distancia.
– Lo sabemos -dijo Samantha-. Lo hemos oído.
– Y ésa no es ni siquiera la mayor preocupación -continuó el coronel-. Eso se puede poner en su sitio cuando vuelvan. Pero los últimos acontecimientos acerca del virus Darwin… -exageró su mueca habitual-. Estamos discutiendo la cantidad de fuerzas necesarias en esta crisis.
Читать дальше