– ¿Y qué es lo que hacéis normalmente con este «reservorio» del virus? -preguntó Diego. Cerró los ojos, sin querer escuchar la respuesta.
– Si podemos, lo exterminamos. -La voz de Samantha sonó suave.
Rex se puso en pie, se quitó el sombrero y se echó en la cabeza agua de la cantimplora, que le goteó por los pelos enmarañados y por el rostro sin afeitar.
– Teníamos esperanzas de poder observarlos por más tiempo -dijo-. Es algo bastante… asombroso lo que está sucediendo aquí.
El viento, distante, silbó al pasar a través de la torre de vigilancia.
– No nos precipitemos -dijo Donald-. Tiene que haber alguna alternativa a matarlos a todos. Me gustaría reunirme con Samantha y los demás virólogos aquí y me pondré en contacto con vosotros en unas horas. Mientras tanto, estamos haciendo todo lo que podemos para sacaros de esa isla.
Donald y Samantha cortaron la comunicación. El grupo se sentó alrededor del fuego apagado, mirándose los unos a los otros. Rex levantó las manos y luego las dejó caer sobre el regazo.
– No quiero exterminar esta especie -dijo Diego.
– No es una especie nueva -dijo Rex. Se puso de pie y se pasó los dedos entre el pelo mojado-. Es sólo una manifestación del virus. -Los demás le miraron sin comprender-. ¿Habéis oído la frase que dice que una gallina es simplemente la forma que tiene el huevo de hacer otro huevo? -Nadie pareció haberla oído, así que Rex continuó-: Bueno, la mantis es sólo la forma que tiene el virus de hacer más virus. Son animales enfermos. Infectados y alterados.
– Así es como funciona la evolución -dijo Diego con tono áspero-. Con la enfermedad. Con la mutación. Es un virus natural. Todos éstos son procesos naturales.
Savage se inclinó muy cerca de Diego, casi chamuscándole con la punta del cigarrillo.
– Me importa una mierda lo natural -gruñó-. El asesinato también es natural. Comerse a las crías es natural. No me vengas con esta mierda otra vez. Estás demasiado preocupado por matar a los animales adecuados en los lugares adecuados. Los cerdos son malos, pero los lagartos son buenos. Este árbol pertenece a este lugar, este matorral debería ser arrancado. Todo esto es una tontería. ¿A quién le importa si esas cosas son naturales o no? Corremos un riesgo aquí. Nosotros o ellos.
Una manada de pájaros emergió de una copa de Scalesia, petreles y mosqueros, y se elevó en círculos rápidos y cerrados.
– Pero podríamos… podríamos acabar con una especie aquí -dijo Diego-. Varias especies.
– Esta isla no está preparada para ellas -dijo Rex. Diego negaba con la cabeza, así que Rex dio un paso hacia delante y le habló con suavidad-: Tú has eliminado otros animales salvajes: gatos, cabras, cachorros de perro. Estas mantis son la última especie introducida: pueden devorar a todos los demás animales, volverse tan dañinas como los cerdos. Peor. No tenemos ni idea del impacto que van a producir en la ecología de aquí. Quizá deberíamos pensar en…
Derek se levantó con brusquedad:
– Nadie va a hacer nada sin mi consentimiento -dijo. Cuando separó las manos, Cameron vio que tenía las uñas de los dedos marcadas en las palmas-. No va a suceder nada a no ser que yo dé la orden. ¿Está claro?
De repente, el suelo de debajo de los pies de Derek se hundió. Se abrió una delgada grieta por todo el campo paralelo al camino. Unas cuantas de las Scalesias del inicio del bosque se derrumbaron y las densas y pesadas copas golpearon el suelo. La tienda de Szabla y Justin quedó a merced del viento, clavada en el suelo solamente por dos cuerdas.
Szabla cayó al suelo de espaldas con tanta fuerza que se quedó sin respiración. Una caja de viaje fue a dar contra una de las lámparas y la rompió. Uno de los troncos de al lado del fuego salió disparado en dirección a Szabla. Ésta intentaba respirar y levantarse, y Cameron llegó antes que el tronco, la agarró por una pierna y la apartó de su paso.
Una balsa grande del camino se rompió por la base y cayó al suelo con gran estruendo. Se estrelló contra una roca de lava y la rompió. Quedó tumbada de lado, las hojas batiendo bajo el viento, la corteza gris en contraste con el verde de la hierba.
Rex observaba los árboles del bosque con una L hecha con el dedo pulgar e índice. Un intenso temblor agitó el suelo y una repisa de roca y sedimento se separó de la abrupta costa oriental, a casi un kilómetro de distancia. Luego, se hizo el silencio. El aire estaba lleno de polvo y tierra. Derek se levantó y corrió hacia su tienda, con Diego pisándole los talones. Los demás se pusieron en pie y se sacudieron las ropas.
Derek salió de su tienda tambaleándose, con la larva en los brazos.
– Déjala en el suelo -gritó Rex-. No la toques.
Derek puso la larva en el suelo, a disgusto, y Diego examinó la blanda parte inferior.
– Parece que no le ha sucedido nada -dijo finalmente Diego.
Una réplica los hizo sujetarse unos a otros, pero pasó pronto. Savage alargó una mano y limpió con brusquedad el barro del rostro de Szabla.
– Bueno, es un jodido alivio -dijo.
Derek estaba sentado sobre un tronco con la larva en el regazo. Le miraba los ojos vidriosos mientras los demás arreglaban el campamento, haciendo todo lo posible por mirar para otro lado. El sol abrasador había empezado, finalmente, a descender hacia el agua.
Justin ayudó a Szabla a tensar la tienda y luego comprobaron cómo estaban de suministros. Tank y Savage se esforzaron en colocar el tronco en su sitio al lado de los demás, frente al fuego, y Cameron ayudó a Rex y a Diego a comprobar el equipo.
El cuerpo de la mantis estaba encima de la hierba y atraía a insectos y pájaros. Después de que Rex y Diego lo examinaran y tomaran numerosas anotaciones, Tank y Savage lo arrastraron unos cientos de metros hacia el este y levantaron una pequeña pira a su alrededor con leña y hojas. Necesitaron varios intentos para encender el fuego, pero una vez que lo consiguieron, el cuerpo ardió rápido, crujiendo como una mosca en un matamoscas eléctrico. El fuego se levantaba como una tienda india, un cono de luz que combatía el anochecer. Tank y Savage volvieron con los demás, mojados después de lavarse con agua de la cantimplora, y se impregnaron las manos de gel.
El transmisor de Derek vibró cuatro veces antes de que se diera cuenta. Aletargado, inclinó la cabeza hacia el hombro.
– Mitchell. Para todos.
Los demás se reunieron a su alrededor con rapidez.
– Mitchell, aquí Mako. -Si Mako esperaba una respuesta, no obtuvo ninguna-. Acabo de recibir una llamada de un coronel de Fort Detrick. Strickland. ¿Os suena?
Derek negó con la cabeza.
– No -dijo Cameron por su transmisor-. No nos suena.
– Se están poniendo pesados con la misión científica aquí. Algún tipo de virus al que estáis expuestos. Dijeron que tenía que ver con el animal mutado que describisteis. Ese colega de Denton del Nuevo Centro ha estado apretando a Strickland y a nuestro viejo amigo, el secretario de la Marina, para que os saquen de ahí. Dicen que estáis en grave peligro.
– Mierda de déjà vu -gruñó Savage.
– El problema es que el pequeño temblor que habéis notado se ha originado en las aguas de la costa de Colombia. Un buen número de nuestras unidades de aire estaban en tierra, en Bogotá. Han sufrido graves daños; todavía están calculando los daños. He pasado una hora al teléfono intentando encontrar la manera de sacaros de ese peñón, pero parece que no hay suerte por el momento. La buena noticia es que he conseguido desbloquear un Blackhawk y un C-130 para las diez de la noche del treinta y uno. Estaréis fuera dentro de cincuenta y dos horas.
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