Gregg Hurwitz - Cuenta Atrás

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Latinoamérica es víctima de constantes desastes ecológicos: los rayos solares que atraviesan los agujeros de la capa ozono pueden quemar la piel humana en cuestión de minutos, muentras que los terremotos y los huracanes están a la orden del día. Un grupo de investigadores es enviado a una isla de las Galápagos con el objetivo de instalar unos detectores de actividad sísmica que permitan prevenir futuros seísmos y paliar de algún modo sus devastadores efectos. Como refuerzo y protección, les acompaña un equipo de soldados de la marina estadounidense.

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A Cameron se le ensombreció el rostro cuando vio que la silueta de la cabeza de la mantis aparecía por el agujero de la entrada. Se puso de cuatro patas con todo el cuerpo dolorido y huyó unos cuantos pasos corredor abajo. La mantis intentó penetrar por la estrecha abertura, pero no pudo. Retrocedió, aparentemente frustrada.

Simplemente tenía que esperar.

La rotura en los pantalones de Cameron mostraba una rodilla sangrante. Sollozó con fuerza al darse cuenta de que el virus, si todavía estaba vivo en sus ropas, podía penetrar por la herida ensangrentada. Con la cara desencajada miró la cabeza de la mantis, que la esperaba enmarcada en el pequeño agujero de luz.

Recordó que Diego había dicho que el túnel de lava tenía unos trescientos cincuenta metros; sólo tenía que recorrer esa distancia y saldría por la entrada sur, más cercana al campamento base.

Tenía el hombro del transmisor herido y el músculo se le levantaba sobre los trozos de metal rotos. Murmuró una orden, pero supo que no funcionaba antes incluso de recibir el silencio como respuesta. No podía quedarse ahí escondida en el túnel de lava: no tendría forma de ponerse en contacto con el helicóptero cuando llegara. Tenía que volver al campamento base y al sucio camino para colocar la luz de infrarrojos para guiar al helicóptero.

Se volvió y dio unos cuantos pasos por el túnel; miró hacia atrás y la criatura había desaparecido. El suelo estaba lleno de agujeros que parecían madrigueras, formados por el incesante goteo del agua desde el techo. Rozó con el hombro una frágil estalactita, que cayó al suelo y se rompió.

Caminó unos cuantos pasos más, rodeada por el eco de su propia respiración y el goteo del agua. Un poco de tierra le cayó encima del hombro. Al principio creyó que se avecinaba un terremoto, y estuvo segura de que se quedaría ahí dentro, enterrada, pero la tierra dejó de moverse. Cameron dio otro paso y notó una ligera vibración y otro montoncito de tierra cayó del techo sobre su cabeza.

La mantis la seguía sobre la superficie, percibía los movimientos de Cameron con sus sensibles antenas incluso debajo del suelo.

Cameron dio un paso y se detuvo y, al cabo de un momento, otro montoncito de tierra cayó del techo. Cameron se apoyó contra la pared, con la espalda contra la lava húmeda, como yeso. Sintió que unos sollozos le subían por el pecho, pero se los tragó. Se dejó caer de cuatro patas e hizo una mueca de dolor cuando la rodilla entró en contacto con el suelo, pero avanzó a cuatro patas tan silenciosamente como pudo. Se quedó quieta, esperando notar la pequeña vibración sobre su cabeza.

No hubo ninguna.

Continuó avanzando a ese tedioso ritmo, a cuatro patas y con infinitas pausas escuchando por si oía las vibraciones de las pisadas arriba, durante un tiempo que le pareció eterno.

A buena distancia de la entrada norte, todo era muy oscuro; por lo que sabía, el túnel de lava se abría en algún lugar hacia una caverna sin fondo. La humedad le hacía difícil respirar, pero luchó por controlarse y seguir avanzando mientras regulaba las inspiraciones y las expiraciones.

Finalmente, dobló una esquina y vio un punto de luz al fondo. Pasó otro dilatado lapso de tiempo durante el cual Cameron se arrastró lentamente hacia la abertura del norte. Vio la ooteca encima de su cabeza, con las marchitas cuerdas que todavía colgaban de ella como virutas de madera. Al ponerse de pie sufrió un calambre en las piernas y tuvo que esperar unos momentos para que la sangre volviera a circularle por ellas.

Con cautela, Cameron sacó la cabeza por la entrada del túnel de lava, pero no había ninguna señal de peligro, y dio unos cuantos pasos por entre la cortina de helechos hacia el bosque. No había nada que la estuviera esperando.

Justo cuando echó un vistazo hacia atrás vio la cabeza de la mantis que, desde la parte superior de la entrada del túnel, giraba sobre su cuello y la miraba como con sorpresa de que Cameron hubiera salido por detrás de ella. La mantis se precipitó hacia abajo por la pequeña pendiente y Cameron sintió en el rostro el aire que la mantis agitó con el furioso movimiento de patas. Los movimientos del animal eran muy poco precisos a causa del ojo dañado.

Cameron chilló y sintió que la adrenalina le recorría por todo el cuerpo. Echó a correr a toda velocidad en dirección al campo. La mantis la siguió, rascando la cutícula contra las ramas y hojas que encontraba a su paso. El ojo sano todavía era muy sensitivo y no tardaría mucho en coordinar bien los movimientos.

La tensión de las piernas se intensificó y, justo cuando creía que ya no podía correr más, atravesó una línea de árboles y se encontró en un campo de unos cuarenta y cinco metros al oeste del camino con los pies patinándole sobre las piedras. En él todavía había unas cuantas Scalesias y balsas que daban un poco de sombra.

Casi no había tenido tiempo de mirar hacia atrás, hacia el límite del bosque, cuando la mantis apareció a la vista, un remolino de patas, púas y partes bucales que se precipitaban hacia ella. Cameron se puso de pie y corrió dos pasos en el momento en que la mantis resbaló sobre las rocas y perdió pie, chillando y agitándose.

Cuando Cameron vio a su marido que avanzaba tropezando por la carretera hacia ella, descamisado, débil y sangrante, creyó que era víctima de una alucinación. El pecho le dolió como si el corazón le hubiera dado un vuelco y corrió hacia él con ganas de lanzarse en sus brazos. Pero no había tiempo, no había tiempo para sentir ni alivio, ni alegría, ni afecto.

Justin se apoyó pesadamente en un tronco de balsa del límite del camino y estuvo a punto de caer. Un gran reguero de sangre le caía desde el hombro, por el pecho y el abdomen. Cameron vio que movía los labios débilmente y, de alguna forma, supo que estaba intentando pronunciar su nombre. Todavía se encontraba a unos veinticinco metros y Cameron corrió tan deprisa como pudo.

Detrás de ella, la mantis se puso de pie con la cabeza oscilando sobre el largo cuello. Reinició la persecución. Con la cabeza gacha y levantando la tierra bajo las patas, reducía la distancia con rapidez.

No había llegado a donde estaba su marido cuando se dio cuenta de que no había forma, con ese estado de debilidad, de que él pudiera escapar. Quizás ella pudiera esquivar a la criatura si sólo tuviera que preocuparse de sí misma, pero ya desde esa distancia se daba cuenta de que Justin casi no se sostenía en pie. El no tenía ninguna posibilidad.

Detrás, la mantis ganaba velocidad. Cameron se llevó la mano hacia atrás y agarró el cuchillo de Savage. Le dio la vuelta para agarrarlo con el mango hacia delante. Cuando llegó hasta Justin, éste alargó un brazo hacia ella con la mirada perdida. Sólo tuvo tiempo de pronunciar su nombre antes de recibir un empujón que lo colocó de cara contra el tronco del árbol. Cameron le golpeó en la base del cráneo con el mango del cuchillo y Justin se derrumbó al suelo. La mantis ya se encontraba a nueve metros de ellos y se movía con rapidez.

Cameron abandonó a Justin y corrió carretera arriba. Notó que la criatura se esforzaba, sintió las púas a pocos centímetros de la espalda y, moviendo todo lo deprisa que pudo brazos y piernas, corrió hacia la torre de vigilancia con la respiración tan agitada que casi se ahogó. Cuando salió de la sombra de los árboles, la mantis emitió un chirrido y Cameron siguió corriendo y chillando con la certeza de que la criatura estaba ya encima de ella.

Pero no lo estaba.

Cameron se dio la vuelta y vio que la mantis la miraba desde el límite de la sombra con un reflexivo movimiento de las patas. Cameron sentía la tierra caliente incluso a través de las botas.

Cameron se dejó caer al suelo de rodillas, abrió los brazos y miró hacia el sol. Tal y como Rex había dicho, la mantis no se exponía directamente a la ardiente luz del sol durante el día porque eso le resecaría la cutícula. Aunque era la dueña de toda la isla durante la noche, se encontraba limitada a permanecer a cubierto, en el bosque, durante las horas del día de más luz.

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