Brad Meltzer - Los millonarios

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Si supiera que no será descubierto ¿robaría tres millones de dólares?
Charlie y Oliver Caruso son hermanos y trabajan en un banco privado tan exclusivo que se necesitan dos millones de dólares para abrir una cuenta. Allí descubren una cuenta abandonada, cuya existencia nadie conoce y que no pertenece a nadie, con tres millones de dólares. Antes de que el estado se quede con el dinero deciden apropiárselo, sin saber que algo que hacen para resolver su existencia estará a punto de costarles la vida.

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– ¿Qué quieres decir?

– Es algo instintivo. Estás debajo del agua… comienzas a sentir pánico. Lo primero que harás -garantizado- es contener la respiración. Pero si subes a la superficie de ese modo, y no estás respirando, tus pulmones estallarán como un globo. -Se pone bien la máscara y me mira rápidamente-. ¿Preparado?

Asiento nuevamente, pero sigo concentrado en una sola imagen. «Mis pulmones estallando como un globo.» Debajo de las olas, mis pies se mueven rápidamente impulsándome hacia atrás.

– ¿Qué? -pregunta Gillian-. ¿Ahora tienes miedo?

– ¿Me estás diciendo que no debería tenerlo?

– No te estoy diciendo nada. Si quieres abandonar ahora, la decisión es tuya.

– No se trata de abandonar…

– ¿De verdad? -me interrumpe, enfadada-. ¿Entonces por qué actúas de pronto como la primera rata en saltar del barco?

La pregunta se clava como un sacacorchos en mi pecho. Nunca había oído antes ese tono de voz en Gillian.

– Escucha -le digo-, lo estoy haciendo lo mejor que puedo. Cualquier otro dejaría que te sumergieras sola.

– Sí, seguro…

– ¿Crees que estoy bromeando? Nómbrame a una sola persona que fuese capaz de saltar al océano helado en un traje de neopreno y arriesgar su vida simplemente por experimentar una nueva sensación a las cuatro de la madrugada?

– Tu hermano -dice Gillian, mirándome fijamente para remachar el clavo. Antes de que pueda reaccionar, ella se coloca el regulador entre los dientes y coge el tubo que tiene apoyado en el hombro izquierdo. Levantándolo por encima de la cabeza, aprieta un botón en el extremo del mismo. Un siseo de aire rasga el silencio. Cuando el chaleco se desinfla, Gillian comienza a hundirse lentamente.

Me coloco rápidamente el regulador, levanto el tubo y oprimo el botón con el pulgar para desinflar el chaleco. La presión se afloja en torno a mis costillas. El agua me roza la barbilla.

– No te arrepentirás, Oliver -grita Gillian, quitándose el regulador para respirar por última vez fuera del agua. Cuando está a punto de sumergirse, añade-: Después me lo agradecerás.

Sacudo la cabeza fingiendo ignorar el súbito entusiasmo. Pero cuando me hundo -a medida que el agua negra me lame las mejillas y llena mis oídos- descubro de pronto que nunca he dicho a Gillian que mi verdadero nombre es Oliver.

47

A las tres de la madrugada, mientras su coche bloqueaba la boca de incendio delante del edificio de Maggie Caruso, Joey se prometió a sí misma que no se quedaría dormida. A las tres y media bajó el cristal de la ventanilla para que el frío de la noche la mantuviese despierta. Hacia las cuatro, su cabeza se inclinó hacia adelante. A las cuatro y media volvió a caer bruscamente sobre el reposacabezas. Luego, exactamente a las cinco menos diez, un chillido agudo la despertó de golpe.

Parpadeando para volver al mundo vigilante, Joey buscó el rastro del sonido en la pantalla iluminada de su sistema de posición global. El brillante triángulo azul volvía a moverse a través del plano digital, directamente por la West Side Highway. Colocó la pantalla sobre su' regazo y observó cómo el coche de Gallo y DeSanctis se dirigía hacia el extremo de la ciudad. Era como un videojuego primitivo sobre el que no tenía ningún control. Al principio pensó que regresaban a Brooklyn, pero cuando el coche pasó de largo la entrada del puente, y tomó la FDR Drive, sintió una punzada de calor en la nuca. Había muy pocas cosas abiertas tan tarde. O tan temprano. «Mierda, no me digas que están…»El diminuto triángulo azul giró en el puente de la calle 59 y cuando Joey vio que se dirigía hacia el Grand Central Parkway, puso el motor en marcha y salió pitando. En la parte superior del plano digital, el triángulo azul se dirigía directamente hacia su destino. El destino más popular en Queens a las cinco de la mañana: el aeropuerto de La Guardia.

48

Sumergido debajo de las olas, floto como un astronauta y caigo a plomo hacia el corazón de la oscuridad. Decenas de burbujas se elevan a mi alrededor, rebotando contra el plástico duro de la máscara. Giro la cabeza hacia arriba, en dirección a la única fuente de luz visible, pero cuanto más profundamente me deslizo, más rápido se desvanece. El verdemar se convierte en azul oscuro y luego se convierte en una nube negra como el ala de un cuervo. Limítate a respirar, me digo mientras me obligo a enviar una bocanada de aire a través del regulador. Vuelvo a chupar y suena como un respirador. No hay olas, no hay viento, no hay sonido de fondo. Sólo el eco gorgoteante de mi propia respiración. Y Gillian pronunciando mi nombre.

Ni siquiera lo pienses, ahora no. Pero hay cosas que no puedes ignorar. Es probable que se lo haya oído decir a Charlie. Pronunció mi nombre al menos una docena de veces cuando ambos estábamos en el garaje. Haciendo un esfuerzo para no perder la calma, busco a mi alrededor algo que me tranquilice, pero todo -en todas direcciones- está oscuro. Aprieto la nariz con los dedos y soplo para destapar los oídos y un grupo de diminutos peces fosforescentes pasa delante de mi máscara. Giro la cabeza hacia la izquierda y desaparecen. Todo vuelve a ser negro. Es como nadar en un mar de tinta. Y entonces, un sable de luz se abre paso a través de la oscuridad. La linterna de Gillian. La dirige hacia mí y luego hacia ella. Todo el tiempo ha permanecido a mi lado.

«Vamos», me dice con señas, tratando de que la siga. Yo dudo un momento, pero pronto me doy cuenta de que ella tiene la única fuente de luz. Además, después de lo que ha dicho acerca de Charlie, no pienso demostrarle que tiene razón.

Gillian mueve las piernas y sus aletas la impulsan limpiamente a través del agua. La forma en que se mueve -la elegante extensión de los brazos- es como si volase. Detrás de ella, yo me esfuerzo por no distanciarme, sacudiendo los brazos como si estuviese nadando estilo braza. Es más difícil de lo que había imaginado. Por cada pocos centímetros que consigo avanzar, la corriente submarina parece empujarme hacia atrás. Gillian mira por encima del hombro para ver si la sigo y luego acelera súbitamente. Sea lo que sea lo que quiere que vea, no hay duda de que debemos de estar cerca.

Delante de mí, Gillian dirige el haz de luz de la linterna hacia el exterior e ilumina una pared beige. Entonces veo cómo las burbujas de aire se deslizan a lo largo de su espalda. No es una pared. Es el suelo. Estamos en el fondo.

Instintivamente me pongo tieso. Mi respiración se acelera; no estoy seguro de la razón.

Miro hacia la derecha, pero la máscara impide mi visión periférica. Giro la cabeza rápidamente hacia ambos lados. No hay nada que ver. No hay nadie. Es decir, hasta que algo se desliza por el lado izquierdo de mi cuello.

Sacudiéndome como un poseso, me giro velozmente y lo cojo por la garganta. Delante de mí, Gillian se mueve a mi alrededor y me ilumina con la linterna. Allí está. Mi atacante: el inanimado tubo que infla el chaleco y que se supone que debe flotar a mi lado mientras nado. Asaltado por mi propio pulpo.

«¿Estás bien?», me pregunta Gillian con una sarcástica mano apoyada en la cadera.

Flotando impotente, me limito a asentir.

Gillian se sumerge nuevamente hacia la oscuridad. Nuevamente, yo la sigo.

Enciende la linterna para examinar el suelo del océano, pero lo único que alcanzamos a ver son algunas plantas que se agitan con la corriente, conchas dispersas y lo que parece ser una trampa para langostas, abandonada y cubierta de herrumbre. Volviéndose hacia la derecha, Gillian agita sus aletas y queda envuelta en una fina nube de arena.

«No falta mucho», me indica sosteniendo el índice a escasos centímetros del pulgar. Deja escapar una gran bocanada de aire y las burbujas se elevan entre nosotros. Siguiendo el suave declive del suelo marino continúa descendiendo. Mientras avanzo tras ella, Gillian continúa nadando. Desde mi punto de observación, la forma en que sostiene la linterna encendida contra el pecho hace que el contorno de su cuerpo brille con un débil halo de luz. Es como perseguir una luciérnaga a través de un bosque submarino.

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