Brad Meltzer - Los millonarios

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Si supiera que no será descubierto ¿robaría tres millones de dólares?
Charlie y Oliver Caruso son hermanos y trabajan en un banco privado tan exclusivo que se necesitan dos millones de dólares para abrir una cuenta. Allí descubren una cuenta abandonada, cuya existencia nadie conoce y que no pertenece a nadie, con tres millones de dólares. Antes de que el estado se quede con el dinero deciden apropiárselo, sin saber que algo que hacen para resolver su existencia estará a punto de costarles la vida.

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– ¿Podemos irnos ya? -le interrumpo.

Charlie levanta la cabeza ante mi tono de voz.

– Déjame adivinarlo -dice-. Hay un nuevo sheriff en la ciudad.

No me molesto en contestar. Me vuelvo y salgo de la habitación. Charlie me sigue a pocos pasos. Preparado o no, Duckworth… allá vamos.

– ¿Qué haces? -pregunta Charlie, persiguiéndome cuando giro bruscamente a la derecha en la calle Seis y aprieto el paso. Justo delante de nosotros, turistas de vacaciones que se han levantado temprano y habitantes locales que llegan tarde al trabajo se cruzan en la avenida Washington. Aquí, en las calles laterales, estamos seguros. Media manzana más arriba quedaremos expuestos. Ni siquiera Charlie está dispuesto a correr ese riesgo, razón por la que me coge de la parte posterior de la camisa y me obliga a frenar-. ¿Estás mal de la cabeza? -pregunta-. Pensé que iríamos a ver a Duckwor…?

– No lo digas -le interrumpo, estudiando la calle-. Confía en mí, esto es igualmente importante para nosotros.

Liberándome de su brazo me acerco hasta la esquina, donde hay una larga fila de máquinas expendedoras de periódicos. Miami Herald, USA Today… y el que yo estoy buscando, el New York Times. Introduzco cuatro monedas en la ranura, bajo la puerta y saco uno de los ejemplares de la mitad de la pila.

– ¿Por qué nunca coges el que está arriba? -pregunta Charlie.

Ignoro la pregunta del hermano pequeño, cojo mi periódico de en medio.

– No, tienes toda la razón -continúa-. El primero tiene piojos.

Cuando la puerta de la máquina vuelve a cerrarse, Charlie sacude la cabeza.

– Vamos -digo y echo a andar rápidamente por la calle Seis en dirección contraria. Mientras caminamos, abro el periódico y examino la sección principal.

– ¿Salimos nosotros? -pregunta Charlie.

Continúo leyendo, buscando cualquier referencia a los sucesos del día anterior. Ni dinero, ni malversación, ni asesinato. Para ser sincero, no me sorprende. Lapidus mantiene la situación controlada para que no haya filtraciones a la prensa. No obstante, algunas cosas suceden todos los días. Hago un alto en la calle lateral y busco otra sección del periódico: Necrológicas.

– Déjame echar un vistazo -dice Charlie, colocándose a mi lado.

Instalados debajo de una palmera seca, sostengo la mitad izquierda del periódico, Charlie sostiene la mitad derecha. Los dos buscamos por orden alfabético. La mayoría de las veces, yo leo y él hojea. Hoy es a la inversa.

– Graves, Shepard… 37… de Brooklyn… Vicepresidente de Seguridad… Greene & Greene… esposa, Sherry… madre, Bonnie… hermana, Claire… el oficio fúnebre será anunciado…

– No sabía que estuviese casado -dice Charlie, ya perdido en la vida de Shep. Pero cuando sigue leyendo…-. Esos cabrones revisionistas -exclama-. Ni siquiera dicen que estuvo en el Servicio.

– Charlie…

– ¡Nada de Charlie! ¡Tú no le conocías, Ollie… ésa era su vida!

– No estoy diciendo que no lo fuese, ¡sólo te pido que por una vez en tu vida prestes atención! No se trata del resumen que han hecho de su vida… sino de lo que falta en ese retrato. -Me contengo y bajo la voz hasta convertirla casi en un susurro-. ¿Desaparecen trescientos millones de dólares y ni siquiera hay una mención en las columnas de cotilleos? ¿Un agente del servicio secreto de Estados Unidos muere acribillado a balazos y nadie informa de ese hecho? ¿No te das cuenta de lo que están haciendo? Para estos tíos, una necrológica falsa es la parte fácil del asunto. Cualquier cosa que digan, la gente lo creerá. Y lo que realmente sucedió… está borrado. Y eso es lo que harán con nosotros, Charlie. Agitan la pantalla mágica y todo el dibujo desaparece. Luego escriben lo que quieren. «Sospechosos encontrados con millones… la investigación apunta hacia el asesinato.» Esa es la nueva realidad, Charlie. Y para cuando hayan acabado de garabatear la noticia, no habrá forma alguna de que podamos cambiarla.

Miro a Charlie y espero a que mis palabras penetren en su cerebro. Exactamente en el mismo momento, ambos echamos a andar hacia la calle Diez. La casa de Duckworth se encuentra a pocas manzanas.

Con trescientos millones de dólares en su cuenta y el retiro cerca, Marty Duckworth podría haber elegido cualquier cosa. Yo imaginaba una casa estilo art decó. Charlie se inclinaba por un bungalow mediterráneo. Si hubiese sido un concurso, ninguno podría haber estado más equivocado.

– No lo puedo creer -dice Charlie, contemplando desde el otro lado de la calle la deteriorada construcción de los años sesenta de una sola planta. Golpeada por el clima y cubierta con una pintura rosa claro descascarada en muchos sitios, la casa conoció tiempos mucho mejores.

– Es la dirección correcta -confirmo, mientras lo compruebo por tercera o cuarta vez.

Charlie asiente, pero no dice nada. Después de todo lo que hemos pasado para llegar hasta aquí… ésta es la casa.

– Tal vez deberíamos volver más tarde -sugiere.

– ¿Volver más tarde? Charlie, éste es el tío que tiene todas las respuestas. Vamos, todo lo que tenemos que hacer es llamar al timbre… -Me alejo del bordillo y cruzo la calle. Al ver que Charlie no me sigue, me detengo a medio camino y miro por encima del hombro-. ¿Estás bien?

– Por supuesto -dice. Pero no cruza la calle.

– ¿Seguro?

Esta vez tarda un poco más en responder. A Charlie no le gusta que yo tenga miedo… y detesta tenerlo.

– Estoy bien -insiste-. Llama al timbre.

Paso junto a los arbustos crecidos en exceso y a un Volkswagen azul clásico que está aparcado en el frente de la casa, recorro el camino particular, abro la puerta mosquitera oxidada por la humedad y pulso el timbre con un dedo tembloroso.

No hay respuesta.

Vuelvo a llamar; me apoyo en la puerta y trato de parecer relajado.

Tampoco hay respuesta.

Me pongo de puntillas, estiro el cuello, haciendo un esfuerzo por echar un vistazo a través del cristal en forma de diamante que hay en la parte superior de la puerta.

– ¿Qué hay dentro? -pregunta Charlie.

Aprieto la nariz contra el polen que cubre el cristal, tratando de mejorar mi visión del interior de la casa… y entonces desde dentro… los cerrojos se abren. El pomo de la puerta gira. Doy un brinco hacia atrás. Ya es demasiado tarde.

– ¿Puedo ayudarle? -me pregunta una mujer joven, abriendo la puerta. Tiene el pelo negro y rizado, labios finos y una nariz pequeña y respingona. Mis ojos se desvían inmediatamente hacia los vaqueros desteñidos y la parte superior de un bikini blanco.

– Lo siento -comienzo a decir-. No intentaba… sólo estamos buscando a un amigo.

– Estamos tratando de encontrar a Marty Duckworth -añade Charlie.

Le agradezco en silencio su ayuda mientras el lenguaje corporal de la mujer cambia perceptiblemente. El ceño se suaviza y sus hombros se relajan.

– ¿Son amigos suyos?

– Sí -contesto con cautela-. ¿Por qué?

Ella se queda un momento en silencio, eligiendo cuidadosamente las palabras.

– Marty Duckworth murió hace seis meses.

La afirmación queda suspendida en el aire y yo la miro, hipnotizado. Es casi como si esperase que el propio Duckworth apareciera de pronto y exclamase: «¡Es una broma… estoy aquí!» No es necesario decir que eso jamás ocurrió. Miro a mi alrededor, pero lo veo todo borroso. No puede ser. No después de todo este…

– ¿De modo que ha muerto realmente? -pregunta Charlie, mostrando los primeros síntomas de pánico.

– Lo siento -dice la mujer, captando su expresión-. No era mi intención…

– Está bien -dice Charlie-. Usted no podía…

– ¿Le conocía? -pregunto.

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