Brad Meltzer - Los millonarios

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Si supiera que no será descubierto ¿robaría tres millones de dólares?
Charlie y Oliver Caruso son hermanos y trabajan en un banco privado tan exclusivo que se necesitan dos millones de dólares para abrir una cuenta. Allí descubren una cuenta abandonada, cuya existencia nadie conoce y que no pertenece a nadie, con tres millones de dólares. Antes de que el estado se quede con el dinero deciden apropiárselo, sin saber que algo que hacen para resolver su existencia estará a punto de costarles la vida.

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Detrás del mostrador, una recepcionista sobreexcitada y vestida llamativamente está hablando con los auriculares puestos, que es exactamente lo que Charlie esperaba. Mi idea sería escabullirme a través del pasillo y pasar de la recepcionista, pero ambos sabemos quién es mejor en el cara a cara. Cada uno aprovecha sus mejores cualidades.

– Hola -dice por segunda vez, sabiendo que la seducirá-. Estoy esperando que baje Bert Collier… y me preguntaba si podría utilizar un teléfono para una rápida llamada privada.

Sonrío para mí. Norbert Collier era sólo uno del centenar de nombres que figuran en la lista de la firma expuesta en el vestíbulo. Al llamarle Bert, Charlie ha hecho que sonase como si ambos fuesen viejos amigos.

– Pasados los ascensores -contesta la recepcionista sin dudar un instante.

Ocultos en una esquina y fuera de la vista de la recepcionista, Shep y yo esperamos que Charlie pase y luego le seguimos. Señalo una puerta y los tres entramos en una pequeña sala de conferencias. Junto a la puerta, las palabras «Servicios al cliente» están grabadas en una placa de latón. No es una habitación grande. Una pequeña mesa de caoba, tres o cuatro sillones tapizados, bollos y queso cremoso en un aparador, una máquina de fax contra la pared y cuatro teléfonos separados. Todo lo que necesitamos para hacer un poco de daño.

– Buena elección -dice Shep, dejando el abrigo sobre el respaldo de uno de los sillones-. Aunque le siguieran la pista…

– … sólo encontrarían a unos clientes de Wayne & Portnoy -añado, lanzando mi abrigo encima del suyo.

– Sois unos auténticos genios -añade Charlie-. ¿Podemos seguir ahora con lo que hemos venido a hacer? Tic-tac, tic-tac.

Shep se desliza en uno de los sillones, saca el número del bolsillo y coge el auricular del teléfono con una garra carnosa. Mientras marca el número, Charlie pulsa el botón de «Manos libres» en el sistema de megafonía en forma de estrella de mar que hay en el centro de la mesa. A todo el mundo le encantan las conferencias.

El teléfono suena tres veces antes de que alguien conteste.

– Despacho jurídico -dice una voz masculina.

Shep se muestra tranquilo.

– Hola, necesito un abogado y me preguntaba en qué tipo de derecho está especializado el señor… eh… el señor…

– Bendini.

– Eso es… Bendini… -repite Shep, apuntando el nombre en un papel-. Me preguntaba en qué tipo de derecho está especializado el señor Bendini.

– ¿Qué tipo de especialización busca usted exactamente?

Shep nos hace una seña con la cabeza. Ahí tenemos a nuestro hombre.

– En realidad buscamos a alguien que se especialice en mantener las cosas… bueno, esperamos mantener las cosas dentro de una cierta discreción…

Al otro lado de la línea se produce una pausa.

– Puede hablar conmigo -dice Bendini.

Shep salta de su asiento. Se pasea por la habitación, aunque su poderoso cuerpo hace que parezca más un andar torpe y pesado. No puedo decir si está excitado o asustado. Apuesto por lo primero. Después de todos estos años detrás de un escritorio, su James Bond interno vuelve a la acción.

– Le pasaré con mi socio -le dice a Bendini. Shep me hace una seña mientras yo hago un esfuerzo por acercarme al altavoz todo lo que puedo.

– Si te inclinas más acabarás comiéndotelo -bromea Charlie.

– ¿Señor Bendini…? -pregunto.

Nadie responde.

Shep sacude la cabeza. Charlie se echa a reír y simula que está tosiendo.

Comienzo a hablar. Sin utilizar nombres.

– El asunto es el siguiente: quiero que me escuche atentamente y quiero que llame a este número… -«Quiero, quiero, quiero», digo, estableciendo claramente mi posición. Charlie parece soportar sin problemas mi nuevo tono de voz. Se siente feliz al verme fuerte… más exigente. Al menos algo he aprendido de Lapidus después de todos estos años.

– El lugar se llama Purchase Out International y tiene que preguntar por Arnie -explico-. No permita que le pasen con ninguna otra persona. Arnie es el único con quien tratamos. Cuando hable con él debe decirle que necesita un pastel de cuatro capas para el mismo día, destino final en Antigua. Él sabrá de qué se trata.

– Puede creerme, amigo, sé muy bien cómo montar corporaciones sin hacer ruido -interrumpe Bendini con un inconfundible acento de Jersey.

– No te eches atrás -susurra Charlie.

No pienso hacerlo. Tengo el rostro encendido y la mirada brillante. Finalmente comienzo a sentir la sangre que corre por mis venas.

– ¿Con qué nombre desea figurar? -pregunta Bendini.

– Martin Duckworth -decimos los tres simultáneamente.

Juro que puedo ver a Bendini poner los ojos en blanco.

– Muy bien. Martin Duckworth -repite-. ¿Y en cuanto al título de propiedad inicial?

Necesita otro nombre falso. No tiene importancia, todo pertenece finalmente a Duckworth.

– Ribbie Benson -digo, utilizando el nombre del amigo imaginario de Charlie cuando tenía seis años.

– De acuerdo. Ribbie Benson. ¿Y cómo quiere pagar la factura de Arnie?

Joder. No lo había pensado.

Charlie y Shep están a punto de intervenir pero les hago un gesto con la mano.

– Puede decirle que le pagaremos cuando solicitemos los documentos originales. Por ahora sólo necesitamos un fax -decido. Antes de que Bendini pueda discutir, añado-: Es lo que hace con los peces gordos; ellos no pagan hasta que el dinero no llega. Dígale que somos ballenas.

Charlie me mira como si me viese por primera vez en su vida.

– Así se habla -le susurra a Shep.

– ¿Y para cuándo lo necesita? -pregunta Bendini.

– ¿Qué le parece en media hora? -contesto.

Se produce otra breve pausa.

– Haré lo que pueda -dice Bendini, imperturbable. Se aclara la garganta para dar mayor énfasis a sus palabras y añade-: ¿Y cómo voy a cobrar yo?

Miro a Charlie. Él mira a Shep. Bendini no parece la clase de tío al que le dices simplemente «envíame la factura».

– Dígame cuál es su tarifa -dice Shep.

– Dígame cuánto valgo -contesta Bendini.

Aprieto el botón de «Manos libres» y desconecto el altavoz.

– ¡No debemos regatear! -siseo-. Nos estamos quedando sin…

– Le daré mil pavos en metálico si puede hacerlo en media hora -dice Shep, conectando nuevamente el altavoz.

– ¿Uno de los grandes? -pregunta Bendini-. Chicos, yo no me mojo por uno de los grandes, incluso cuando tengo que hacerlo. El mínimo son cinco de los grandes.

Shep me lanza una mirada de pánico y yo miro a Charlie. Mi hermano sacude la cabeza. Su lata de galletas está siempre vacía. Aprieto con fuerza los labios mientras echo un vistazo al reloj. Se necesita dinero para ganar dinero. Miro a Shep y no puedo más que asentir. Charlie sabe lo que significa. Ahí van algunos de los ahorros para la Escuela de Administración de Empresas… y para las facturas del hospital.

– No te preocupes -susurra Charlie con una mano sobre mi hombro-. Es otro gasto que pondremos en la cuenta de Lapidus.

– De acuerdo, los tendrá -le dice Shep a Bendini-. Le enviaremos el dinero en cuanto hayamos colgado. -Leyendo la pegatina blanca que hay en la máquina de fax, Shep le da nuestros números de teléfono y fax, le da las gracias al estafador y cuelga el teléfono.

La habitación queda sumida en un silencio sepulcral.

– Bueno, creo que todo ha salido genial -afirma Charlie, agitando los brazos en el aire.

– No habrá problemas -dice Shep.

Asiento rápidamente con la cabeza. Luego con movimientos más lentos.

– ¿O sea que crees que funcionará? -pregunto ansiosamente.

– Ya estamos otra vez… sólo tres segundos -dice Charlie-. El viejo Oliver ha vuelto.

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