Él apretó la mandíbula; sin embargo, cuando habló lo hizo en tono amable.
– Eso también lo sé. Bailey, hoy has cruzado aquella puerta por tu propio pie. No mires atrás.
Ella cerró los ojos y notó que las lágrimas le resbalaban por las mejillas.
– Ni siquiera sé cuál es su nombre de pila.
Él le cubrió la mano con la suya.
– Ryan. Soy el capitán Ryan Beardsley, del ejército de Estados Unidos, señora.
Los labios de Bailey se curvaron en una sonrisa.
– Es un placer, Ryan. ¿Es ahora cuando debemos decir que este es el comienzo de una bella amistad?
Él le devolvió la sonrisa.
– ¿No es esa la mejor forma de comenzar? -Él se inclinó hacia delante y la besó en la mejilla-. Ahora duerme. Y no te preocupes. En cuanto estés preparada, traerán a Hope para que te vea. También me gustaría conocerla a ella, cuando a ti te parezca oportuno permitírmelo.
Atlanta, sábado, 3 de febrero, 14.45 horas.
– ¿Cómo está la chica?
A Susannah no le hizo falta mirar para saber que quien estaba detrás de ella era Luke Papadopoulos.
– Se ha despertado, pero enseguida ha vuelto a quedarse dormida. Supongo que es su forma de evitar el dolor durante un rato.
Luke entró en la pequeña sala de urgencias y tomó la otra silla.
– ¿Ha dicho algo al despertarse?
– No. Se ha limitado a mirarme como si fuera Dios, o algo así.
– Usted la sacó del bosque.
– Yo no hice nada. -Tragó saliva. Nunca se había pronunciado mayor verdad que esa.
– Susannah. Usted no ha sido la causante de todo esto.
– Resulta que yo no estoy de acuerdo.
– Cuéntemelo todo.
Ella se volvió a mirarlo. Tenía los ojos más oscuros que había visto jamás; eran más negros incluso que la noche. Y justo en esos momentos hervían con turbulencia. Sin embargo el resto de su semblante aparecía sereno. Por la emoción que su rostro traslucía, bien podría haber sido una estatua.
– ¿Por qué?
– Porque… -Él encogió un hombro-. Porque quiero saberlo.
Una de las comisuras de los labios de ella se curvó en lo que sabía que muchos consideraban un gesto de desdén.
– ¿Qué es lo que quiere saber, agente Papadopoulos?
– Por qué cree que todo esto es culpa suya.
– Porque lo sabía -dijo sin alterarse-. Lo sabía y no dije nada.
– ¿Qué es lo que sabía? -preguntó con naturalidad.
Ella apartó la mirada y la fijó en la chica sin nombre, que seguía contemplándola como si fuera Dios.
– Sabía que Simon era un violador.
– Creía que Simon no había violado a nadie, que se limitó a tomar las fotos.
Ella recordó la fotografía que Simon le había mostrado.
– Violó a una persona como mínimo.
Oyó que Luke tomaba aire.
– ¿Se lo contó a Daniel?
Ella se dio la vuelta para mirarlo.
– No. Y usted tampoco se lo dirá.
Su interior estaba lleno de furia, una furia que hervía y borbotaba y amenazaba con irrumpir todos los días de su vida. Ella sabía muy bien lo que había hecho y lo que no. Daniel solo había llegado a atisbar las fotos en las que no podía identificarse a los violadores. Ella, en cambio, no podía decir lo mismo.
– Si hubiera sabido que de haber hablado podría haberse evitado todo esto… -Pasó con suavidad la mano por la barandilla de la cama de hospital-. Tal vez ahora ella no estaría aquí.
Luke guardó silencio un buen rato, y juntos contemplaron a la chica respirar mientras cada uno se sumía en sus pensamientos. Susannah sentía admiración por un hombre que sabía cuándo debía respetar el silencio. Al fin él habló.
– He reconocido a una de las víctimas.
Ella se volvió a mirarlo, anonadada.
– ¿Cómo es posible?
– Hace ocho meses estuve trabajando en un caso. -Un músculo de la mejilla le tembló-. No fui capaz de proteger a esa chica; no fui capaz de conseguir que se hiciera justicia con el sádico que agredía sexualmente a niños. Quería forzar la cosa un poco más.
Ella examinó su rostro, el gesto de su boca. No creía haber visto en su vida a un hombre más serio.
– Granville está muerto.
– Pero hay alguien más; la persona que movía los hilos. La persona que enseñó a Granville los secretos de la profesión. Quiero llegar hasta él. -Se volvió para mirarla a los ojos y ella estuvo a punto de caerse de espaldas ante la energía que irradiaba su ser-. Quiero arrojarlo al infierno y lanzar la llave muy lejos.
– ¿Por qué me dice todo esto?
– Porque creo que usted quiere lo mismo que yo.
Ella se volvió hacia la víctima desconocida y la rabia que llevaba dentro borbotó con mayor fuerza. Sentía rabia hacia Simon, hacia Granville, hacia quienquiera que fuera ese misterioso hombre… y hacia sí misma. En aquel momento no hizo nada, pero las cosas iban a cambiar.
– ¿Qué quiere que haga?
– Todavía no lo sé, pero la llamaré cuando lo tenga claro. -Se puso en pie-. Gracias.
– ¿Por qué?
– Por no decirle a Daniel lo de Simon.
Ella se lo quedó mirando.
– Gracias a usted por respetar mi decisión.
Permanecieron mirándose a los ojos unos instantes. Luego Luke Papadopoulos la saludó con un movimiento de cabeza y se alejó. Susannah se volvió hacia la chica sin nombre.
Y en ella se vio a sí misma.
Atlanta, lunes, 5 de febrero, 10.45 horas.
Hacía tres días que Mansfield había disparado a Daniel y había hecho caer las fichas del dominó. Hacía tres días que Alex había matado a un hombre y había observado a dos más morir ante sus ojos. Y sin embargo el sentimiento seguía sin aflorar. O tal vez fuera que no lo sentía en absoluto.
Alex se inclinaba más bien por lo segundo.
Empujó la silla de ruedas de Daniel hasta cruzar la puerta del centro penitenciario y entrar en la sala donde iba a tener lugar el encuentro.
– Esto es una pérdida de tiempo, Daniel.
Daniel se levantó de la silla y se acercó a la mesa por su propio pie. Estaba más delgado y aún se le veía pálido, pero se estaba recuperando bien. Dejó la silla fuera y se sentó junto a Alex.
– Sígueme la corriente. Puede que a ti no te haga falta esto para dar el asunto por concluido pero a mí sí.
Ella miró la pared.
– No quiero verlo.
– ¿Por qué?
Ella movió los hombros con incomodidad.
– Tengo cosas que hacer; cosas importantes. Por ejemplo, tengo que conseguir que Bailey ingrese en un centro de rehabilitación, y también tengo que encontrar una escuela para Hope y buscarme un trabajo.
– Todo eso es muy importante -convino él en tono afable-. Pero ¿cuál es el verdadero motivo?
Ella se volvió y le lanzó una mirada furibunda, pero la ternura que observó en sus ojos la obligó a tragar saliva.
– He matado a un hombre -musitó.
– No te sentirás culpable por Mansfield. -Era más una afirmación que una pregunta.
– No. De hecho, es al revés. Me alegro de haberlo matado. Me siento…
– ¿Poderosa? -apuntó él, y ella asintió.
– Sí, supongo que es eso. Es como si en ese momento tuviera la responsabilidad de arreglar algo que iba horriblemente mal en el mundo.
– Lo hiciste. Pero eso te asusta.
– Sí; me asusta. No puedo ir por la vida disparándole a la gente, Daniel. Craig no querrá hablar conmigo y me sentiré impotente. Me gustaría dispararle a él también, y no puedo hacerlo.
– Bienvenida a mi mundo -soltó Daniel con una sonrisa cargada de ironía-. Pero evitándolo no hallarás la respuesta, cariño. El hecho de evitar enfrentarte a la realidad solo te llevó a oír gritos y a tener pesadillas.
Ella sintió ganas de replicar, aunque sabía que tenía razón. Se olvidó de toda discusión en cuanto la puerta se abrió y un guardia hizo entrar a Craig Crighton en la sala, con grilletes en los brazos y en las piernas. El guardia lo sentó en una silla y sus cadenas tintinearon.
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