– O sea que le tapó la boca para que se callara.
– Y al ver que estaba muerta, le entró pánico. Se fue corriendo y la dejó allí, muerta y desnuda en el bosque. Lo escribió todo en cuanto regresó después de haberla matado. Estaba… excitado. Entonces al día siguiente encontraron el cadáver de Alicia en una zanja y Jared se quedó tan perplejo como los demás. Pensó que era muy curioso. El resto de los miembros del club estaban muertos de miedo; solo él sabía que la había matado, y como habían detenido a un vagabundo, se fue de rositas.
Y Gary Fulmore pasó trece años en la cárcel por un crimen que no había cometido.
– ¿Quién es el séptimo hombre? ¿Harvard?
– De ese tampoco estoy segura. Creo que es uno de los hermanos Woolf; seguramente Jim. Siempre fue un lumbrera. -Esbozó una triste sonrisa ladeada-. Después de usted, claro. Usted sacaba siempre las notas más altas.
Daniel frunció el entrecejo.
– ¿Nos conocíamos usted y yo?
– No. Pero el señor Grant le hablaba de usted a todo el mundo. Su viejo profesor de lengua y literatura.
– ¿Hablaba de mí?
– Hablaba de todos sus alumnos favoritos. Nos contó que usted había ganado un premio al recitar un poema de memoria.
– «No te envanezcas, Muerte» -musitó Daniel-. ¿Qué pasó cuando encontró los diarios?
– Supe que Jared no se había marchado de casa sino que se habían deshecho de él. En los últimos escritos Jared confesaba que tenía miedo. Decía que cuando se emborrachaba hablaba más de la cuenta y que cada vez le costaba más no contar lo que habían hecho.
– ¿Tenía remordimientos? -preguntó Daniel, sorprendido.
– No. El remordimiento no era un concepto que formara parte de la mente de Jared. Su negocio se estaba hundiendo. Se la jugó y perdió dos fortunas, la suya y la mía. Tenía ganas de contarle a todo el mundo lo que le había hecho a Alicia; se quedarían de piedra. Pero si lo contaba, los otros lo matarían.
– Quería alardear. -Daniel sacudió la cabeza.
– Era pura escoria. Por eso, cuando murió, por una parte me sentí aliviada pero por la otra me asaltó el pánico. ¿Qué ocurriría si los demás se enteraban de que lo sabía todo? También me matarían a mí, y a Joey. Estaba embarazada y no tenía adónde ir. Me dediqué a esperar, aterrada. Pensaba que cualquier noche entrarían en casa y me matarían.
»Pasaron unas semanas. La fábrica de papel se hundió y la madre de Jared tuvo que declararse en quiebra. Yo pasaba por Main Street sin levantar la vista del suelo. Seguro que todo el mundo pensaba que era porque me avergonzaba de la quiebra, pero en realidad estaba aterrorizada. Yo conocía los hombres que habían hecho todo aquello y sabía que tarde o temprano me lo notarían en los ojos. Por eso vendí todo lo que nos quedaba y me trasladé aquí. Busqué un trabajo y me esforcé por llegar a fin de mes.
– Y guardó los diarios.
– Eran una especie de garantía. Pensaba que si alguna vez me molestaban, podría utilizarlos para disuadirlos.
– ¿Qué pasó con la madre de Jared?
– Lila trató de conseguir un préstamo del banco. Fue allí y se puso a suplicar. -Apretó la mandíbula-. De rodillas. Le suplicó a Rob Davis de rodillas y él la echó sin pestañear.
– Eso debió de resultar muy humillante para su suegra.
– No tiene ni idea de hasta qué punto -soltó con amargura-. Una de las cajeras le contó a todo el mundo que había visto a Lila ponerse de rodillas delante de Davis. -Un súbito rubor tiñó las mejillas de Annette-. Tal como Delia lo contó, parecía que Lila estuviera haciendo algo obsceno. Solo de pensarlo… Lila ni siquiera sabía que se hicieran cosas así; ¿cómo habría podido siquiera plantearse hacérselo a Rob?
Daniel mantuvo el semblante neutral, pero por dentro se había puesto tenso.
– ¿Delia?
– Sí -respondió Annette con desprecio-. Delia Anderson; menuda puta. Todo el mundo sabía que estaba liada con Rob Davis, es probable que todavía lo esté. Y tuvo la desfachatez de esparcir esa mentira sobre Lila. La mujer padecía del corazón y, después de eso, todo se vino abajo. También ella se vio obligada a venderlo todo. Tuvo que dar a Mack de baja de la academia Bryson y a él le sentó fatal. Se puso como loco. Me asusté mucho, incluso antes de saber lo que había hecho Jared.
Ahora los asesinatos de Sean y Delia cobraban sentido.
– ¿Mack era violento?
– Ya lo creo. Mack siempre se peleaba con todo el mundo, incluso antes de la quiebra. Pero luego nunca tenía problemas; todos los cargos desaparecían como por arte de magia. Yo creía que era por el dinero que tenían los O'Brien, hasta que descubrí que no les quedaba ni un centavo. Cuando encontré los diarios lo comprendí todo. Los demás habían prestado ayuda a Jared, le habían dado dinero para que saliera adelante y pudiera pagar a hacienda y a sus acreedores. También ellos debieron de allanarle el terreno a Mack.
– Me parece lógico. Yo habría llegado a la misma conclusión.
Ella sonrió con tristeza.
– Gracias. La mayoría de las veces, cuando me planteaba contarle todo esto a alguien, pensaba que creerían que estaba loca, que me lo inventaba todo. Y entonces…
– ¿Y entonces?
– Retiraba el ladrillo, lo justo para comprobar que los diarios seguían ahí y decirme que no estaba loca.
– ¿Cuándo fue la última vez que lo comprobó?
– El día en que desenterraron a su hermano y descubrieron que en su tumba había otra persona. Ese día pensé: «Tengo que contarlo. Alguien me creerá».
– Y ¿por qué no lo hizo? -preguntó él con amabilidad.
– Porque soy una cobarde. Esperaba que uno de ustedes lo descubriera, que vinieran y me obligaran a contarlo; así podría decirme a mí misma que no había tenido elección. Y por culpa de no haberlo contado en su momento, ahora esas mujeres están muertas. -Ella levantó la cabeza; tenía los ojos llenos de lágrimas-. Tendré que vivir con ese peso el resto de mis días. Seguro que no tiene ni idea de lo que supone una cosa así.
«Se sorprendería.»
– Ahora me lo ha contado; eso es lo que importa.
Ella pestañeó, y cuando las lágrimas rodaron por sus mejillas se las enjugó.
– Prestaré declaración.
– Gracias, señora O'Brien. ¿Sabe algo de alguna llave?
– Sí. Simon tomó fotos de todas las agresiones. Si uno lo contaba, caerían todos, y las fotos los obligaban a ser «honestos». Simon las guardó como garantía. Él no participó en las violaciones, solo tomó las fotos.
– ¿Y las llaves?
– Simon guardaba las fotos en una caja fuerte del banco. Era una caja especial y para abrirla hacían falta dos llaves. Simon tenía una y todos los demás tenían una copia de la otra; así el poder estaba repartido. La primera vez que dieron por muerto a Simon, Jared temía que todo acabara saliendo a la luz. Pero pasó el tiempo y no encontraron ninguna llave. ¿Por qué? ¿La tiene usted?
Daniel dejó la pregunta sin responder y formuló otra:
– ¿Encontró usted la llave de Jared?
– No, pero la dibujó en su diario, como si la hubiera perfilado.
– ¿Decía Jared a qué nombre estaba registrada la caja fuerte? -quiso saber Daniel, y contuvo el aliento hasta que ella asintió.
– Charles Wayne Bundy. Recuerdo que me sentí horrorizada. Y recuerdo que pensé que era importante retener esa información por si alguna vez me presionaban para que hablara, que tal vez eso les garantizara protección a mis hijos. Pero usted eso ya me lo había prometido así que… ahí lo tiene.
«Charles Manson. John Wayne Gacy. Y Ted Bundy.» Todo cuadraba. Simon se había sentido fascinado por los asesinos en serie desde la adolescencia, y había copiado sus obras. Susannah había descubierto los dibujos ocultos debajo de su cama hacía muchos años. Aquello era un auténtico tesoro. Si Simon había tomado fotos que delataban a los violadores para asegurarse de que cumplirían su parte del trato, Daniel obtendría las pruebas que necesitaba con solo acceder al contenido de la caja fuerte.
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