Karen Rose - Grita Para Mi

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Daniel Vartarian es el agente del FBI asignado al caso del asesinato de una joven en la localidad de Dutton, pueblo donde Daniel nació. El asesinato es exactamente igual a uno que ocurrió en el mismo lugar trece años atrás. Al investigarlo, Daniel reconocerá a aquella adolescente del pasado… Ha visto su rostro en una de las fotos que pertenecían al asesino en serie más cruel que haya conocido: su propio hermano Simon. Así, Daniel tendrá que enfrentarse a sus propios vecinos, a sus fantasmas familiares y a sus conflictos de adolescencia mientras investiga los viejos y nuevos crímenes con la ayuda de Alexandra, la hermosa hermana gemela de una de las víctimas del asesino.

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– Uau. -A Daniel le entraron ganas de sonreír, pero se contuvo. Todavía quedaban muchos cabos por atar-. Todo cuadra, pero tenemos que averiguar por qué mató a Janet y a las demás, y por qué imitó el asesinato de Alicia. Y, tal como ha dicho Chase, cómo es que sabía todo eso.

– Entonces vamos a buscarlo y a traerlo aquí para hacerle unas preguntitas -dijo Chase en tono peligroso-. ¿Tienes alguna foto suya, Luke?

Luke deslizó una sobre la mesa.

– Ahí está su careto.

Daniel examinó la imagen de Mack O'Brien. Tenía el pelo oscuro y graso, el cuerpo esquelético y la cara llena de horribles señales por culpa del acné.

– No se parece mucho a Jared -comentó-. Daremos la orden de busca y captura.

– Llamaré a la junta de libertad condicional y pediré una foto más reciente -se ofreció Luke-. De momento, más vale eso que nada.

– ¿Qué hay del resto de la familia O'Brien? -preguntó Chase.

– La madre murió mientras Mack estaba en la cárcel -explicó Luke-. Jared dejó a una esposa y dos hijos pequeños: Viven a las afueras de Arcadia.

– ¿También has averiguado eso en internet? -se extrañó Daniel.

– Ahora el periódico de Dutton está disponible en formato electrónico. Pueden consultarse todos los ejemplares de diez años a esta parte. -Luke se encogió de hombros-. Es uno de los aspectos en los que Jim Woolf se ha modernizado. Además, las fechas del nacimiento y de la muerte constan en el registro provincial, y la detención de Mack consta en nuestros archivos. Lo juzgaron aquí en Atlanta, por cierto; no en Dutton.

– ¿Qué agente lo arrestó? -quiso saber Daniel. -Un tal Smits, de la zona dos.

– Gracias, hablaré con él. -Daniel miró a Chase-. Tenemos que comunicar la noticia a los Anderson lo antes posible, pero también me gustaría hablar con la viuda de Jared.

Chase asintió.

– Yo me encargo de hablar con los Anderson. Tanto Davis como Mansfield están vigilados; si tratan de huir, los pillaremos.

– Chase. -Leigh entró en la sala y Alex apareció tras ella. Las dos estaban muy pálidas-. Acaba de llamar Koenig. Han encontrado a Crighton, pero ha sacado una pistola y ha disparado a Hatton en el hombro.

– ¿Está muy mal? -preguntó Chase.

– Está mal -respondió Leigh-. Lo han llevado a Emory; se encuentra en estado crítico. Koenig ha ido al hospital. A él también lo han herido, pero lo suyo no ha sido tan grave.

Chase exhaló un suspiro.

– ¿Lo saben sus esposas?

– Koenig acaba de llamarlas. Las dos están de camino.

Chase asintió.

– Muy bien. Hablaré con los Anderson y luego iré hacia allí. Luke, quiero toda la información que puedas obtener sobre Mack O'Brien; quiero saber incluso qué desayunaba cuando era pequeño. Y búscame los datos financieros de los otros; Mansfield, Garth y su tío.

– Te llamaré en cuanto tenga algo.

Y Luke se marchó con el portátil bajo el brazo.

Chase se volvió hacia Daniel.

– Crighton puede esperar. Lo tendrán entre rejas hasta que podamos ocuparnos de él.

– Tienes razón. Iré a hablar con la esposa de Jared.

– Espera -lo interrumpió Leigh-. Acaba de llegar el correo, tanto de Cincinnati como de Filadelfia.

– Las llaves -exclamó Daniel. Abrió los sobres y dejó caer las llaves en la mesa. Resultaba fácil adivinar cuál de las cinco llaves que Ciccotelli había enviado desde Filadelfia era la buena; era prácticamente idéntica a la que había enviado el ex marido de Alex.

Daniel las sostuvo las dos en alto, una en cada mano-. Los dientes son distintos, pero las dos parecen del mismo fabricante.

– ¿Serán de una caja de seguridad? -preguntó Chase, y Daniel asintió.

– Yo diría que sí.

– ¿Del banco del tío de Garth? -preguntó Chase, y Daniel volvió a asentir.

– No puedo irrumpir en el banco de Davis y exigirle abrir las cajas fuertes sin una orden judicial. Y, aunque la tuviera, lo estaría poniendo sobre aviso.

– Llama a Chloe y solicita la orden -indicó Chase-. Así cuando tengamos más información, por lo menos ya tendremos solucionados los trámites burocráticos.

– Me parece bien. Alex, tendrás que quedarte aquí. Lo siento; no puedo ocuparme de protegerte y de hacer todo eso al mismo tiempo.

Ella apretó la mandíbula.

– De acuerdo, lo comprendo.

Él le dio un rápido beso en la boca.

– No salgas del edificio. ¿Me lo prometes?

– No soy imbécil, Daniel.

Él frunció el entrecejo.

– No me vengas con evasivas, Alex. Prométemelo.

Ella suspiró.

– Te lo prometo.

Arcadia, Georgia, viernes, 2 de febrero, 10.30 horas.

La esposa de Jared O'Brien vivía en una casa del tamaño de una caja de galletas. Abrió la puerta vestida de camarera y con expresión cansina.

– ¿Annette O'Brien?

Ella asintió.

– Sí, soy yo.

No pareció sorprendida al verlo; solo cansada.

– Soy el agente especial…

– Es el hermano de Simon Vartanian -lo interrumpió-. Entre.

En pocos pasos hubo cruzado la diminuta sala de estar y mientras lo hacía recogió una camisa, un par de zapatos de talla pequeña y un camión de juguete.

– Tiene niños -observó él.

– Dos. Joey y Seth. Joey tiene siete años y Seth hizo los cinco justo antes de Navidad.

Eso significaba que estaba embarazada de su hijo pequeño cuando su marido desapareció.

– No parece que la sorprenda verme, señora O'Brien.

– No lo estoy. De hecho, llevo más de cinco años esperando su visita. -El temor ensombreció su mirada-. Le diré lo que quiere saber, pero necesito que protejan a mis hijos. Ellos son la única razón por la que no he dicho nada hasta ahora.

– ¿De quién quiere protegerlos, señora O'Brien?

Ella sostuvo la mirada sin inmutarse.

– Ya lo sabe; si no, no estaría aquí.

– Me parece una buena observación. ¿Cuándo descubrió lo que Jared y los demás habían hecho?

– Después de que él desapareciera. Pensaba que se había fugado con otra mujer; yo estaba embarazada de Seth y la barriga me impedía… Bueno. La cuestión es que pensé que más adelante volvería.

Daniel sintió rabia hacia Jared y lástima por Annette. Si Alex estuviera embarazada, para él seguiría siendo la mujer más bella del mundo.

– Pero no volvió.

– No. Y al cabo de pocas semanas desapareció el dinero de la cuenta y empezamos a pasar hambre.

– ¿Dónde estaba la madre de Jared?

Ella sacudió la cabeza con aire cansino.

– Había salido del país con Mack. Estaban en Roma, creo.

– ¿No tenían dinero para comer y su madre se fue a Roma? No lo entiendo.

– Jared no quería que su madre se enterara de lo mal que había gestionado la fábrica de papel de su padre. Su madre estaba acostumbrada a cierto nivel de vida y él se aseguró de que siguiera disfrutándolo. Nosotros también lo hacíamos, de puertas para afuera. Vivíamos en una casa grande y teníamos coches lujosos. El banco no nos concedía ningún crédito y no nos quedaba dinero en la cuenta. Jared controlaba mucho todos los ingresos. Jugaba.

– Y bebía.

– Sí. Al ver que no volvía, empecé a buscar en todos los lugares donde sabía que escondía dinero. -Respiró hondo-. Y entonces encontré sus diarios. Jared escribía todos los días desde que era niño.

Daniel tuvo que contenerse para no agitar el puño en el aire de pura alegría.

– ¿Dónde están?

– Se los traeré. -Se dirigió al hogar y empujó un ladrillo suelto.

– Un lugar arriesgado para un diario -observó Daniel.

– Jared los guardaba en el garaje, con los recambios del Corvette. Mis hijos y yo nos trasladamos aquí cuando lo perdimos todo. Seth sufre de alergias graves y nunca encendemos la chimenea, así que no hay peligro. -Mientras hablaba había estado aflojando el ladrillo y al fin pudo retirarlo. Entonces se sentó, pálida, boquiabierta y con la mirada fija hacia el frente-. No… No es posible.

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