Karen Rose - Grita Para Mi

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Daniel Vartarian es el agente del FBI asignado al caso del asesinato de una joven en la localidad de Dutton, pueblo donde Daniel nació. El asesinato es exactamente igual a uno que ocurrió en el mismo lugar trece años atrás. Al investigarlo, Daniel reconocerá a aquella adolescente del pasado… Ha visto su rostro en una de las fotos que pertenecían al asesino en serie más cruel que haya conocido: su propio hermano Simon. Así, Daniel tendrá que enfrentarse a sus propios vecinos, a sus fantasmas familiares y a sus conflictos de adolescencia mientras investiga los viejos y nuevos crímenes con la ayuda de Alexandra, la hermosa hermana gemela de una de las víctimas del asesino.

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– ¿Tiene alguna idea de dónde puede estar escondido Mack?

– Si la tuviera, se lo diría. Sé que no está en su vieja casa, la derribaron mientras él estaba en la cárcel.

Daniel arqueó las cejas.

– ¿Por qué?

– Alguien entró y lo destrozó todo; las paredes, el suelo. Lo que quedaba no valía la pena mantenerlo en pie.

Daniel pensó en la casa de Alex.

– Estaban buscando la llave.

– Es probable. Rob Davis sacó provecho de ello. Cuando hubieron derribado la casa, compró el terreno a un precio irrisorio y construyó un almacén para la fábrica de papel. No me imagino a Mack escondiéndose allí; lo usan a diario.

De todos modos, lo comprobaría. Tenían que encontrar a Mack O'Brien antes de que volviera a matar. Además, solo le hacía falta una orden de registro para averiguar la identidad del último miembro del club de Simon. «La caja fuerte de Charles Wayne Bundy me está esperando.»

– Gracias, señora O'Brien. Me ha ayudado más de lo que cree. Vamos a buscar a sus hijos y luego los llevaremos a un lugar seguro. Después enviaremos a alguien a por sus cosas.

Annette asintió y lo siguió hasta la puerta, y al salir no se volvió a mirar atrás.

Capítulo 23

Arcadia, Georgia, viernes, 2 de febrero, 11.35 horas.

– Todo cuadra -dijo Luke por el altavoz del teléfono del despacho de Chase.

Daniel se encontraba en el despacho del sheriff Corchran, contando la historia de Annette O'Brien mientras aguardaba a que un agente se la llevara junto con sus dos hijos a una casa de incógnito.

– Hemos modificado la orden de busca y captura -explicó Chase-. La junta de libertad condicional nos ha facilitado su ficha; ahora está mucho más fuerte que cuando ingresó en prisión.

– Suele pasar -comentó Daniel en tono grave-. Es posible que también lleve el pelo diferente. De camino al despacho del sheriff Corchran, la señora O'Brien ha recordado que había echado en falta un bote de tinte rubio.

– Volveré a modificar la orden -dijo Luke-. Aquí hay algo más… Mientras cumplía condena, a Mack O'Brien lo destinaron varias veces a desbrozar las carreteras. Formó parte de equipos de limpieza en todas las zonas en las que ha dejado los cadáveres.

– Tenemos que registrar bien la fábrica de papel, sobre todo el almacén que han construido donde antes estaba la casa de los O'Brien.

– Ya he enviado a un equipo hacia allí -explicó Chase-. Se harán pasar por inspectores para no hacer saltar la alarma demasiado pronto. ¿Qué hay de lo de la orden para registrar la caja de seguridad?

– Chloe está en ello. En cuanto terminemos iré a Dutton para poder dirigirme al banco tan pronto como el juez haya firmado la orden. ¿Qué se sabe de Hatton?

– Aún lo están operando -explicó Chase-. Crighton se ha puesto en manos de su abogado; no quiere hablar con nosotros.

– Qué hijo de puta -masculló Daniel-. Ojalá lo trinquen por el asesinato de Kathy Tremaine.

– Después de tanto tiempo… -dijo Luke con cierta indiferencia en la voz-. No creo que eso pase.

– Ya lo sé. Pero al menos así Alex podría dar el asunto por concluido. ¿Ha pedido permiso para verlo?

– No -dijo Chase-. No lo ha mencionado en absoluto. No para de pasearse y de preguntar por Hatton, pero no ha dicho una palabra sobre Crighton.

Daniel suspiró.

– Lo hará cuando se sienta preparada para ello. Me voy a Dutton. Os llamaré en cuanto abra la caja de seguridad. Cruzad los dedos.

Atlanta, viernes, 2 de febrero, 12.30 horas.

Alex se puso en pie y empezó a caminar de un lado a otro del pequeño despacho situado en la parte anterior del edificio.

– Ya tendrían que haber llamado.

– La operación dura un rato -dijo Leigh en tono tranquilizador-. En cuanto Hatton salga del quirófano, llamarán.

Leigh tenía la expresión serena, pero en sus ojos se observaba miedo, y de algún modo eso sirvió para que Alex no se sintiera tan sola. Abrió la boca para decírselo cuando sonó su móvil. El número era de Cincinnati, pero no lo reconocía.

– ¿Diga?

– ¿Es la señorita Alex Fallon?

– Sí -respondió ella en tono cansino-. ¿Quién es usted?

– Soy el agente Morse, de la policía de Cincinnati.

– ¿Qué pasa?

– Anoche entraron en su piso. El portero se ha dado cuenta esta mañana de que la puerta estaba abierta cuando ha subido a entregarle el correo.

– No. Ayer llamé a mi amiga y le pedí que fuera a buscar el correo. Debió de olvidarse de cerrar la puerta.

– Le han revuelto el piso de arriba abajo, señorita Fallon. Han rajado las almohadas y los colchones, y todo lo que guardaba en la despensa está esparcido por el suelo, y…

A Alex se le había desbocado el corazón al oír que habían revuelto el piso de arriba abajo.

– Y me han rajado las prendas.

Hubo Un silencio de vacilación.

– ¿Cómo lo sabe?

«No te fíes de nadie», había dicho Wade en la carta que escribió a Bailey.

– Agente, ¿puede darme el número de su placa y un número de teléfono donde llamarlo cuando haya comprobado la información?

– No hay problema.

Él le proporcionó la información y ella prometió llamarlo más tarde.

– Leigh, ¿podrías comprobar los datos de este agente? Dice que me han revuelto el piso.

– Santo Dios. -Leigh, con los ojos como platos, anotó la información-. Lo haré ahora mismo.

– Gracias. Tengo que hacer unas cuantas llamadas antes de telefonearlo a él.

Alex llamó al hospital y se alegró de que respondiera Letta. La advirtió de que tuviera cuidado y luego le pidió que se lo dijera a Richard, que estaba trabajando en su mismo turno.

Leigh acababa de colgar el teléfono.

– El policía de Cincinnati es legal, Alex.

– Bien. -Llamó a Morse-. Gracias por esperar.

– Ha sido muy prudente por su parte comprobar los datos. ¿Sabe quién puede haber entrado en su piso?

– Sí, me lo imagino. Probablemente son los mismos que entraron en la casa que había alquilado aquí. ¿Puedo pedirle que hable con el agente Vartanian? Él sabrá qué información tiene que darle.

– Lo llamaré. ¿Sabe qué buscaban?

– Sí, porque yo lo encontré primero; estaba en casa de mi ex marido. Si quien ha hecho esto llega a enterarse, la próxima vez irá allí.

– Déme su dirección. Enviaremos a alguien para asegurarnos de que todo va bien.

– Gracias -respondió Alex, sorprendida y emocionada.

– Hemos visto las noticias, señorita Fallon. Parece que el agente Vartanian está bien liado.

Alex exhaló un suspiro.

– Es cierto.

Dutton, viernes, 2 de febrero, 12.30 horas.

Daniel bajó la vista al pesado volumen de poesía que sostenía en las manos. En el camino de regreso de la oficina del sheriff de Arcadia había entrado en una librería. Chloe Hathaway seguía trabajando para conseguir la orden de registro, así que le sobraba un poco de tiempo. Había aparcado el coche junto a la acera opuesta al banco que quedaba justo frente a la barbería de Dutton. Quería hablar con su antiguo profesor de literatura, el señor Grant, que se encontraba sentado en el banco de la barbería observándolo todo con su vista de lince.

Daniel se apeó del coche.

– Señor Grant -lo llamó.

– Daniel Vartanian -le correspondió Grant, y los otros hombres levantaron la vista.

Daniel hizo señas a Grant para que se le acercara y esperó a que recorriera con lentitud el camino hasta su coche.

– Tengo una cosa para usted -dijo cuando Grant lo alcanzó, y le tendió la antología poética-. He estado pensando en su clase de lengua y literatura -dijo en tono normal, y después musitó-: Tengo que hablar con usted, pero necesito discreción.

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