Viernes, 2 de febrero, 12.45 horas.
Mack, enojado, se retiró los auriculares cuando Vartanian enfiló Main Street y se alejó de su alcance. Conque «se consideraba un ligón», ¿eh? Y una mierda. Odiaba al señor Grant, ese viejo pelmazo y arrogante. Cuando hubiera acabado con todos los demás, volvería a por él, y el hombre se arrepentiría de haber hablado con Daniel Vartanian.
Ahora Daniel tenía información sobre él. Le importaba un bledo. Seguro que revolvería cielo y tierra para buscarlo mientras él lo observaba sentado a quince metros de distancia.
Pero su satisfacción no duró mucho.
«Vartanian ha venido solo.»
No se había planteado que pudiera acudir solo, había dado por hecho que Alex Fallon seguiría pegada a él como había sucedido durante los últimos cinco días. Al fin estaba a punto para ellos, y Vartanian había acudido solo.
Si quería que Alex Fallon fuera la guinda del pastel, tendría que idear una manera para atraerla. De otro modo su golpe de gracia perdería efecto y eso sería una verdadera lástima. Hablando del golpe de gracia, tenía que enviar unas invitaciones.
Había puesto en marcha la furgoneta cuando vio que Vartanian cruzaba Main Street y se dirigía al banco. Qué interesante. Por fin iba a entrar en el banco. Mack creyó que al atar las llaves al dedo del pie de las víctimas lo haría antes, pero por lo menos ya estaba allí.
Mack sonrió al pensar en las fotos que sabía que Vartanian encontraría dentro de la caja de seguridad de «Charles Wayne Bundy». Muy pronto los pilares de la ciudad quedarían reducidos a nada y, como mínimo, acabarían todos en la cárcel.
Claro que si durante las horas subsiguiente Mack tenía éxito, todos acabarían muertos.
Atlanta, viernes, 2 de febrero, 12.45 horas.
Alex colgó el teléfono del escritorio de Daniel y dejó caer los hombros.
– ¿Algo va mal?
Ella se volvió y vio que Luke Papadopoulos la miraba con su expresión pensativa.
– Tengo la corazonada de que Bailey sigue viva. Me siento tan… frustrada.
– Te gustaría que alguien hiciera algo al respecto.
– Sí. Sé que Daniel tiene razón y que hay muchas personas de quienes debe ocuparse pero… ella es mi Bailey. Me siento una quejica y una egoísta.
– Tú no eres quejica ni egoísta. Vamos. Pensaba salir a comer algo. Normalmente me traigo la comida de casa pero parece que hoy alguien me la ha rapiñado. -Miró hacia el despacho de Chase con los ojos entornados-. Se lo haré pagar.
Alex no pudo evitar sonreír.
– Chase es todo un personaje. Leigh me ha dicho que en la cafetería los viernes sirven pizza. -Se dio cuenta de que tenía hambre. Por la mañana había salido de casa de Daniel con tantas prisas que se había saltado el desayuno-. Vamos. -Lo miró mientras salían del despacho de Daniel. Luke era un hombre de una belleza imponente, pensó. Justo como le gustaban a Meredith-. Así, ¿tienes novia?
Su sonrisa destelló en contraste con su tez morena.
– ¿Por qué lo preguntas? ¿Ya te has cansado de Danny?
Ella se acordó de lo sucedido en casa de Daniel por la mañana y notó que se le encendían las mejillas.
– No. Estaba pensando en Meredith. Te gustaría mucho, es muy divertida.
– ¿Le gusta pescar?
– No lo sé muy bien, pero se lo preguntaré… -Dejó la frase sin terminar, y Luke y ella se quedaron parados en el acto. Frente al mostrador, hablando con Leigh, había una mujer cuyo rostro reconoció. Y por la tensión que observó en el cuerpo de Luke, él también la había reconocido.
Era menuda, tenía el pelo sedoso y moreno y una mirada muy, muy triste. Por las prendas se deducía que era de Nueva York, y por el lenguaje corporal, que preferiría encontrarse en cualquier otro lugar antes que estar donde estaba.
– Susannah -musitó Alex, y la mujer la miró a los ojos.
– ¿Me conoce?
– Soy Alex Fallon.
Susannah asintió.
– He leído cosas sobre usted. -Se volvió hacia Luke-. Y usted es el amigo de Daniel, lo vi en el funeral la semana pasada. El agente Papadopoulos, ¿verdad?
– Exacto -respondió Luke-. ¿Por qué ha venido, Susannah?
Los labios de Susannah se curvaron en una sonrisa desprovista por completo de humor.
– No estoy muy segura, pero creo que he venido para recuperar mi vida. Y tal vez mi amor propio.
Dutton, viernes, 2 de febrero, 12.55 horas.
No podría resistirse a tal tentación. Observó a Frank Loomis detenerse en la escalera del departamento de policía, abrir el teléfono y leer el mensaje de texto. Loomis entornó los ojos ante las persianas de las oficinas del periódico, que ese día permanecerían cerradas a causa de la muerte de un familiar. Mack no pudo evitar sonreír. Los Woolf estaban de luto por su causa. A veces las deudas tardaban mucho tiempo en saldarse, pero cuando había pasado bastante tiempo, el interés era elevadísimo.
Pensó que matar a la hermana de Woolf era una buena forma de empezar a cobrárselo. Esa semana había utilizado a los Woolf, y aún los utilizaría unas cuantas veces más antes de que todo terminara. Por el momento, Frank Loomis se había subido al coche y avanzaba en la dirección correcta.
El mensaje de texto era conciso: «Soplo anónimo. Sé dónde está Bailey C. Ve a la fábrica O'B junto al río. Encontrarás a BC + *muchas* más. Yo no puedo – funeral. Quería que lo supieras antes de que Var se te adelante. Buena suerte». Firmado: «Marianne Woolf».
Frank ya estaba de camino y muy pronto Vartanian lo estaría también. Mansfield ya debía de encontrarse allí junto con Harvard, el último pilar que quedaba por derribar. A Mack le había costado un poco descubrir quién era y, la verdad, se había quedado de piedra.
En cuanto a Alex Fallon, tenía unas cuantas ideas para hacerla salir. Durante la última semana toda su atención se había centrado en encontrar a Bailey. «Y yo sé dónde está.» Una vez se calmara el revuelo levantado por los acontecimientos de la tarde, Alex querría creer que Bailey seguía con vida. Ahora que Delia estaba muerta, Mack no planeaba dejar ningún otro cadáver tirado en una zanja; excepto el de Alex, claro. Tal vez la inactividad provocara en ella una falsa sensación de seguridad.
Además, a esas horas la joven estaría apenada lamentando la muerte de Daniel Vartanian, y la pena hacía que la gente cometiera muchas imprudencias. Tarde o temprano bajaría la guardia, y entonces él acabaría con la última víctima. Y de ese modo cerraría definitivamente el círculo.
Viernes, 2 de febrero, 13.25 horas.
Mansfield se detuvo junto a su escritorio.
– Muy bien, Harvard, aquí estoy.
Él levantó la cabeza y abrió los ojos como platos; luego, en una fracción de segundo, los entornó.
– ¿Por qué?
Mansfield frunció el entrecejo.
– Porque me has avisado.
– Yo no he hecho tal cosa.
A Mansfield se le aceleró el corazón.
– He recibido un mensaje de texto en el móvil. Solo tú tienes el número.
– Es evidente que lo tiene alguien más -soltó Harvard con frialdad-. Déjame verlo.
Mansfield le entregó el teléfono.
«Ven lo antes posible. DVar sabe lo de la mercancía. Hoy la retiramos.»
Su semblante se ensombreció.
– Alguien lo sabe, aunque no sea Vartanian. Te han seguido, imbécil.
– No; no me han seguido. Estoy seguro. Al principio llevaba a alguien detrás pero lo he despistado. -De hecho, lo había matado, pero Mansfield no veía por qué tenía que ponerse más trabas-. ¿Qué hacemos?
Él permaneció unos instantes en peligroso silencio.
– Las llevaremos al barco.
– Solo caben media docena.
Harvard se puso en pie; oleadas de ira lo invadían por momentos.
– Cuando tengas algo que decir que yo no sepa, habla. Mientras tanto, mantén la boca cerrada. Llévate al barco a las que están bien. Yo me encargo del resto.
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