Karen Rose - Grita Para Mi

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Daniel Vartarian es el agente del FBI asignado al caso del asesinato de una joven en la localidad de Dutton, pueblo donde Daniel nació. El asesinato es exactamente igual a uno que ocurrió en el mismo lugar trece años atrás. Al investigarlo, Daniel reconocerá a aquella adolescente del pasado… Ha visto su rostro en una de las fotos que pertenecían al asesino en serie más cruel que haya conocido: su propio hermano Simon. Así, Daniel tendrá que enfrentarse a sus propios vecinos, a sus fantasmas familiares y a sus conflictos de adolescencia mientras investiga los viejos y nuevos crímenes con la ayuda de Alexandra, la hermosa hermana gemela de una de las víctimas del asesino.

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Grant acarició el libro con gesto reverente.

– Es un libro precioso -dijo, y luego susurró-: Te he estado esperando. ¿Qué quieres saber?

Daniel pestañeó.

– ¿Qué sabe usted?

– Probablemente más cosas de las que hacen falta para llenar un libro como este, pero la mayoría no son pertinentes. Pregunta tú; si puedo responderte, lo haré. -Abrió el libro y lo hojeó hasta dar con el poema de John Donne que había sido el favorito de Daniel-. Adelante, te escucho.

– Necesito saber cosas sobre Mack O'Brien.

– Una mente rápida, pero un temperamento demasiado irritable.

– ¿Quién lo irritaba?

– Casi todo el mundo, sobre todo después de que su familia lo perdiera todo. Mientras estudió en Bryson, se consideraba un ligón, como su hermano mayor. -Grant ladeó la cabeza como si estuviera leyendo el poema-. Mack siempre daba problemas. Siempre destrozaba cosas en la escuela y andaba por ahí zumbando con su Corvette como si fuera un piloto de Fórmu la Uno. Tam bién se metió en varias peleas serias.

– Ha dicho que era un ligón.

– No, he dicho que se consideraba un ligón, que es diferente. -Grant volvió las páginas hasta dar con otro poema-. Recuerdo haber oído la conversación de unas alumnas después de que Mack cambiara de escuela. Charlaban tranquilas, creyendo que yo estaba enfrascado corrigiendo exámenes. Se reían de Mack porque decían que estaba convencido de que iba a asistir a la fiesta de graduación; él ya no iba a esa escuela y por eso lo despreciaban. Decían que lo único por lo que lo aguantaban era por su coche; que de no ser por eso, no le prestarían la mínima atención. Él no era ni de lejos tan guapo como su hermano mayor. Mack tenía mucho acné y llevaba toda la cara marcada. Las chicas se portaron bastante mal con él.

– ¿Qué chicas, señor Grant?

– Las que han muerto. Janet fue quien se portó peor, por lo que recuerdo. Gemma se reía de sí misma porque decía que una vez se emborrachó y se lo tiró en el Corvette; decía que tenía que haber estado borracha para eso.

– ¿Y Claudia?

– Claudia solía unirse a las otras dos. Kate Davis era la única que solía pedirles que pararan.

– ¿Por qué no me había dicho todo esto antes?

Grant fingió examinar el libro antes de volver las páginas hasta dar con otros versos.

– Porque Mack no era un caso excepcional; también eran crueles con otros chicos. Ni siquiera me habría venido a la cabeza si tú no llegas a mencionar su nombre. Además, está en la cárcel.

– No -respondió Daniel en tono quedo-. Ya no.

El anciano irguió la espalda y luego volvió a relajarse.

– Es bueno saberlo.

– ¿Qué hay de Lisa Woolf?

Grant frunció el entrecejo.

– Recuerdo que Mack faltó a clase dos semanas antes de cambiar de escuela en tercer curso. Cuando pregunté qué le había pasado, las chicas se echaron a reír. Decían que le había mordido un perro. Luego descubrí que Mack se estaba recuperando de una paliza. Al parecer trató de tirarle los tejos a Lisa, y sus hermanos lo dejaron para el arrastre. Pasó mucha vergüenza. Cuando volvió, cada vez que andaba por los pasillos los chicos se ponían a aullar, ya sabe, como si fueran lobos aullándole a la luna. Él se volvía y los miraba, pero nunca averiguaba quién se estaba burlando de él.

Daniel notó vibrar el móvil en el bolsillo. Era Chloe Hathaway, la fiscal.

– Perdone. -Se volvió un poco-. Vartanian.

– Soy Chloe. Aquí tienes esperándote una orden para registrar una caja de seguridad a nombre de Charles Wayne Bundy. Espero que encuentres lo que estás buscando.

– Yo también. Gracias. -Cerró el móvil-. Tengo que marcharme.

Grant cerró el libro y se lo tendió.

– Me he alegrado mucho de recordar los viejos tiempos contigo, Daniel Vartanian. Es muy satisfactorio comprobar que un antiguo alumno ha prosperado.

Daniel empujó el libro con suavidad.

– Quédese el libro, señor Grant. Lo he comprado para usted.

Grant abrazó el volumen contra su pecho.

– Gracias, Daniel. Cuídate.

Daniel observó al anciano alejarse arrastrando los pies y rezó por que fuera discreto. Demasiada gente inocente había pagado por los pecados cometidos por una pandilla de jóvenes consentidos y obstinados. Algunos eran ricos; otros, pobres; pero todos mostraban un flagrante menosprecio por la decencia y la humanidad. Por la ley. De acuerdo con la tradición, los ancianos dejarían el banco de la barbería a las cinco de la tarde. Se aseguraría de que alguien estuviera vigilando la casa de Grant, no quería tener que vivir con las manos manchadas de más sangre.

Estaba incorporándose a la circulación cuando volvió a sonar su móvil. Esta vez lo llamaban de su despacho, e inmediatamente pensó en Hatton. Lo estaban operando la última vez que Daniel había telefoneado para preguntar por él.

– Vartanian.

– Daniel, soy Alex. Alguien entró ayer en mi piso de Cincinnati y lo revolvió todo.

– Joder. -Exhaló un suspiro-. Fueron a buscar la llave.

– ¿Cómo sabían que tenía la carta allí?

– Puede que la amiga de Bailey lo haya contado.

– Chase lo ha comprobado. Nadie fue a verla, y tampoco la han llamado por teléfono.

– Podría comunicarse de muchas maneras si quisiera hacerlo.

– Ya lo sé, Daniel, pero he pensado que… la única persona que lo sabía, aparte de ella, es Bailey.

Era una idea un poco descabellada, pero Daniel percibió su tono esperanzado y se sintió incapaz de desilusionarla.

– Crees que quien la ha secuestrado ha conseguido que hable.

– Creo que puede que todavía esté viva.

Él suspiró. Tal vez tuviera razón.

– Si está viva…

– Si está viva, uno de esos hombres sabe dónde está; Davis o Mansfield. Daniel, por favor, tráelos aquí y haz que hablen.

– Después de tantas molestias, es poco probable que hablen así como así -observó Daniel, tratando de ser amable sin caer en la condescendencia-. Es más probable que se pongan nerviosos y vuelvan a donde ella está. Si se trata de Davis o de Mansfield, lo sabremos porque los tenemos vigilados. Sé que es duro, pero estamos en el momento más crítico y debemos tener paciencia.

– Intento tenerla.

– Ya lo sé, cariño. -Estacionó en una zona de pago frente al banco-. ¿Algo más? Estoy a punto de entrar en el banco y pedirle a Rob Davis que me deje abrir la caja, o sea que si Davis y Mansfield están pendientes, saltarán las alarmas.

– Sí, una cosita más. Han llamado del veterinario. Riley ya puede marcharse.

Daniel sacudió la cabeza, sorprendido de que se lo dijera en esos momentos.

– No puedo pasar a recogerlo ahora.

– Lo sé, pero me estaba planteando si el agente que se encarga de vigilar a Hope y a Meredith podría llevar a Riley a su casa. Hope no ha dejado de preguntar por el perro tristón.

Eso lo hizo sonreír.

– Claro. Te llamaré más tarde; quédate donde pueda localizarte.

– Siempre estoy localizable. -No parecía muy contenta al respecto-. Ten cuidado.

– Lo tendré. Alex… -Vaciló, un poco abrumado por las palabras que estaba a punto de pronunciar. Todo había sucedido muy rápido. Al final decidió guardarse las palabras para sí un poco más-. Dile a Meredith que no le dé nada de comer a Riley excepto la comida desecada. Confía en mí.

– Lo haré -respondió ella, y Daniel supo que no se estaba refiriendo solo a Riley-. Llámame en cuanto puedas.

– Claro. Todo esto terminará muy pronto.

Sintiéndose al borde de un precipicio, Daniel cruzó la calle y se dirigió al banco. En cuanto preguntara por la caja de seguridad, todo el mundo sabría que lo había descubierto, y toda la mierda que había allí enterrada empezaría a destaparse. «Qué encanto, las ciudades pequeñas.» No. No le gustaban nada.

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