«Su chica.» Eso le produjo una cálida sensación.
– ¿Crees que él podrá superarlo?
– El tiempo lo dirá. ¿Tú qué crees?
– Solo sé qué quiero creer. Quiero creer que puede superarlo, y que lo superará. -De forma inexplicable, sus ojos se llenaron de lágrimas-. Me parece que necesito dormir.
Vito la rodeó con sus brazos.
– Tess, a veces ocurren cosas que no podemos explicarnos. Y muchas veces de lo malo se sacan cosas buenas. Tal vez en tu caso lo bueno sea Reagan.
– No soporto que salga mi foto en el periódico -susurró-. No lo soporto, ni por él ni por mí.
– Ya lo sé. Pero lo superarás. Ahora vete a dormir. Cuando despiertes, todo te parecerá más fácil.
Viernes, 17 de marzo, 11.15 horas.
– Detectives.
Robin Archer abrió la puerta de la acogedora casa de tres plantas construida con piedra rojiza. La sorpresa de su rostro pronto se transformó en inquietud.
– ¿Qué ha ocurrido?
– Tenemos que hablar con usted y con el doctor Carter -dijo Aidan en tono neutro-. ¿Está en casa?
– Sí. -Frunciendo las cejas, Robin los hizo pasar-. Por aquí. Jon, los detectives están aquí.
Jon se encontraba en el solárium, con el mando de una videoconsola en la mano. Al ver sus caras palideció por completo.
– ¿Tess?
– Está bien. Está con Vito -explicó Aidan-. Doctor Carter, tengo que hacerle unas cuantas preguntas. ¿Nos acompañarían el señor Archer y usted a la comisaría?
Jon y Robin intercambiaron una mirada.
– ¿No podemos hablar aquí? -propuso Jon.
Aidan y Murphy habían decidido no presionarlos si se negaban. No conseguirían ninguna orden de arresto inmediata.
– Usted y yo podemos hablar aquí, señor Archer, y mi compañero puede ir… ¿Adónde?
– Venga conmigo -dijo Robin en tono tranquilo-. Hablaremos en la cocina.
– ¿De qué se trata, señor Reagan? -preguntó Jon con aspereza en cuanto se quedaron solos.
– ¿Dónde estuvo anoche, doctor Carter? Después de salir del tanatorio.
Jon se sentó.
– Fuimos a cenar, a Morton's.
Aidan arqueó una ceja.
– ¿No fueron al Blue Lemon?
– A veces a Robin le gusta probar otras comidas. Salimos del restaurante sobre las once y media. Supongo que esa era la siguiente pregunta.
– Sí. ¿Y luego?
– Fuimos al cine, a ver Los paraguas de Cherburgo . Es francesa, más bien lacrimosa.
– La he visto. Cuatro estrellas. ¿No le parece un poco tarde para ir al cine?
– Es una de las ventajas de vivir en la ciudad, detective. Robin suele cerrar la taberna hacia medianoche y yo tengo un horario irregular. Estoy seguro de que tanto en el restaurante como en el cine había alguien que podría confirmar que estuvimos allí.
A Aidan el corazón le dio un vuelco. Casi. Pero no le cabía duda de que alguien confirmaría su coartada.
– Lo comprobaremos.
Jon asintió.
– Ya he respondido a sus preguntas. ¿Puede decirme de qué va todo esto?
– Phillip Parks ha muerto.
La impresión hizo que abriera los ojos como platos.
– Santo Dios. ¿Cuándo?
– Hacia medianoche. Justo habíamos estado hablando de él unas horas antes. Tenía que interrogarlo.
– Lo comprendo. ¿Lo sabe Tess?
– Todavía no. Doctor Carter, no tiene por qué permitirnos hacerlo pero nos gustaría echar un vistazo a su armario. Y al del señor Archer.
– ¿Qué están buscando? -Negó con la cabeza-. No puede decírmelo; lo comprendo.
Treinta minutos después, Aidan y Murphy volvían a reunirse. Jon y Robin estaban sentados en el solárium y un agente se apostaba en la puerta.
– Nada -masculló Aidan-. En el armario de Carter no hay nada fuera de lo corriente.
– Archer lleva mocasines, no zapatos de cordones -lo informó Murphy-. Son una talla más grandes que el zapato que encontramos en el baño de Bacon.
– He llamado al cine. Aún no han abierto, pero en los bolsillos de los pantalones de Carter he encontrado las entradas. Vieron Los paraguas de Cherburgo.
Sonó su móvil.
– Reagan.
– Aidan, soy Lori. Hace unos minutos has recibido una llamada de África. Era un tal doctor Trueco, de Médicos Sin Fronteras. Dice que le has enviado un correo acerca de Jim Swanson.
Lo había hecho la noche anterior, tras llevar a Tess a casa después de la entrevista.
– ¿Qué te ha dicho?
– Que el doctor Swanson nunca estuvo en Chad. Trueco asegura que recibieron una carta del propio Swanson informándoles de que había cambiado de opinión y pensaba quedarse en Chicago.
– Ya. Gracias, Lori. -Colgó y se volvió hacia Murphy-. Swanson nunca fue a África.
– ¿Le has preguntado a Tess por él?
– No he tenido oportunidad. Vamos a ver si Carter sabe más de lo que me contó anoche.
Se reunieron con los dos hombres en el solárium y tomaron asiento.
– Sentimos tener que hacer esto.
– Lo entendemos -masculló Jon.
– No, no lo entendemos -protestó Robin-. ¿Por qué han venido? Nosotros no hemos vuelto a ver a Parks desde que él y Tess rompieron.
– Rebobinemos un poco, hasta ayer por la noche -dijo Murphy-. Doctor Carter, le dijo a mi compañero que un miembro de su grupo dejó la ciudad para unirse a Médicos Sin Fronteras.
– Jim. Jim Swanson. Se fue a Chad.
Aidan negó con la cabeza.
– No, no lo hizo.
Carter y Archer se miraron perplejos.
– Sí; sí que lo hizo -insistió Robin-. Recibimos una postal unas seis semanas después de que se marchara.
– Y yo acabo de recibir noticias del hospital para el que se supone que tenía que trabajar. Nunca llegó a hacerlo. Le envió una carta al director explicando que había cambiado de idea.
Robin salió de la estancia y regresó con una postal.
– Mi sobrina colecciona sellos, así que la guardé.
Aidan le dio la vuelta.
– Es una tarjeta de su hospital, doctor Carter.
– Se llevó unas cuantas. No estaba seguro de qué podría encontrar allí. Pero en el sello pone «Chad»; está en francés.
– Doctor Carter. -Aidan aguardó a que el hombre lo mirara a los ojos-. Le digo que Swanson nunca estuvo allí. Si sabe más cosas de él, es un buen momento para contarlas.
– Cuéntaselo, Jim -dijo Robin-. Tienen que saberlo.
Jon bajó la vista y luego volvió a levantarla con un suspiro.
– De verdad que yo creía que se había marchado del país. Jim sentía algo por Tess. Al parecer le gustaba desde siempre, pero ella estaba con Parks. Cuando lo dejó, Jim se puso eufórico. Yo me imaginé lo que ocurría, pero no creo que nadie más lo supiera. Esperó unos seis meses y luego pasó a la acción: se le declaró.
– ¿Y qué le dijo ella? -preguntó Aidan.
– Que lo veía como un amigo y nada más. Él se quedó destrozado, no podía seguir viviendo en Chicago. El siguiente domingo, durante la comida, nos anunció que había decidido marcharse a África. Todos nos quedamos atónitos, por supuesto. La idea parecía haber surgido de la nada. Pero yo me fijé en el rostro de Tess. Ella no estaba sorprendida; estaba horrorizada. Sin embargo, ninguno de los dos contó nada de nada.
– Y, entonces, ¿cómo lo sabe? -preguntó Murphy.
– La noche anterior a su partida se presentó en casa borracho. -Robin prosiguió el relato-. Se sinceró con nosotros; pobre chico.
– Traté de que se le pasara la borrachera -recordó Jon-; al día siguiente tenía que tomar un avión. Pero cuando terminó de hablar comprendí por qué tenía que marcharse. Estaba realmente enamorado, y ella no le correspondía en absoluto. No puedo imaginar cuánto debe de doler una cosa así.
Aidan tampoco podía imaginarlo. Tess Ciccotelli era una mujer que hacía que los hombres se volvieran a mirarla dos, tres y hasta cuatro veces. Sin embargo, una cosa era dejar volar la imaginación y otra muy distinta amarla de veras y no poder tenerla. Algo así despertaría en un hombre amargura. Y sed de venganza.
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