Karen Rose - No te escondas

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Una mujer se suicida una gélida noche en Chicago.
Sin embargo, cuando el detective Aidan Reagan entra en el apartamento de la víctima, todas las evidencias muestran que ha sido un homicidio y apuntan a una sola persona: la psiquiatra Tess Ciccotelli.
Tess no puede evitar que Aidan la juzgue culpable antes siquiera de escucharla. Pero ella no puede facilitarle la información que la exculparía. Alguien ha atrapado a Tess en una red de desconfianza, engaños y traiciones. Y el cerco sobre ella se estrecha cada vez más.

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– ¿Y qué hizo?

– Lo acompañé a casa, lo ayudé a acostarse y programé la alarma del despertador. Más tarde lo llamé, solo para asegurarme de que la alarma lo había despertado. No respondió, y un mes más tarde todos los miembros del grupo recibimos una carta diciendo que se había adaptado a la nueva vida y que le iba bien. No volvimos a tener más noticias hasta recibir la postal, y desde entonces no hemos vuelto a saber nada más.

– ¿Tiene alguna foto de Swanson? -preguntó Murphy.

Jon se quedó pensando.

– Yo no, pero Tess sí. Está colgada en la pared del salón de su casa. Nos la hicimos en el Lemon, durante la última comida antes de que Jim se marchara.

Aidan asintió.

– Ya la he visto. Está junto al dibujo a pluma de la playa que hizo su hermano Tino. Pero todo el mundo está sentado. ¿Cuánto mide Swanson?

– Es más o menos de mi estatura -dijo Robin-. Un metro setenta, o setenta y dos.

«Sí.»

– ¿Y cuándo se marchó? ¿Recuerda el día exacto?

Jon miró a Robin con un interrogante en la cara.

– Unas semanas antes de Navidad. ¿El diez de diciembre?

– Fue el diez -confirmó Robin-. Justo había terminado de decorar el Lemon.

Aidan miró a Murphy y percibió el leve gesto de asentimiento de su compañero. Swanson había dejado la ciudad pocos días antes de que Lawe se pusiera en contacto con Blaine Connell por primera vez. Ambas cosas guardaban relación; lo presentía.

– Doctor Carter, ¿ha hablado con alguien de nuestra conversación de anoche?

– Robin y yo lo comentamos durante la cena, pero en el tanatorio no dije nada. Aunque usted no me lo pidió.

Aidan exhaló un suspiro.

– Alguien sabía que sospechábamos de Parks, porque está muerto.

Murphy se aclaró la garganta.

– ¿Pueden mostrarnos la ropa que llevaban anoche?

Jon empezó.

– No me diga que cree… Claro. Me han puesto un micrófono, como a Tess.

Cuando Jon regresó con la indumentaria, Aidan y Murphy lo estaban esperando en la puerta.

– ¿Tenía Swanson alguna llave del piso de Tess? -quiso saber Murphy.

– No lo creo. -Jon les entregó los abrigos y tomó el recibo que Aidan había preparado-. Escuchen, detectives, Jim estaba perdidamente enamorado pero no es tan retorcido. No me lo imagino haciendo todo esto.

– Bueno, alguien ha tenido que hacerlo -dijo Aidan con determinación-. Y por ahora Swanson es quien más encaja. Gracias por su ayuda, caballeros.

Viernes, 17 de marzo, 12.15 horas.

A Tess la despertó el teléfono móvil. Atontada, lo buscó a tientas y dio un manotazo para que Bella se espantara y se bajara de su trasero.

– Tess, soy Amy. Despiértate.

El tono de apremio hizo que se espabilara y se sentara de golpe.

– ¿Qué ocurre?

– Me ha llamado Vito. Han tenido que llevar a tu padre a urgencias, Tess. Yo voy de camino a tu casa para recogerte.

A Tess se le paralizó el corazón.

– ¿Qué ha pasado?

– Le ha dado un ataque al corazón, cariño. Está bastante grave. Tu madre ha llamado a Vito. Él no quería despertarte si no era necesario, pero es bastante peor de lo que creía.

– Dios mío, Dios mío. -Tess saltó de la cama, estaba desorientada-. Tengo que ponerme los zapatos; mierda, ¿dónde están los zapatos? ¿Dónde estás?

– Justo doblando la esquina de la calle de Aidan. Sal a la puerta y te acompañaré al hospital.

Tess voló; el corazón le palpitaba con fuerza. «Aguanta, papá.» El coche de Amy estaba frente a la entrada y Tess se subió a toda prisa.

– En marcha.

Amy conducía mientras Tess trataba de respirar con normalidad sin conseguirlo.

– No puedo respirar. Mierda. Tengo que llamar a Aidan. -Buscó a tientas su teléfono móvil; tenía los dedos agarrotados y sin tacto.

Amy se detuvo junto al bordillo.

– Tess, tienes que calmarte.

– ¿Por qué te detienes? Sigue conduciendo, joder.

– Dame tu teléfono. Yo marcaré el número. Relájate o te dará un ataque a ti también. -Extendió el brazo para alcanzar el móvil y tomó la mano de Tess-. Si sigues así, solo conseguirás que se altere. Cálmate; deja que te ayude. Mi quiromasajista siempre me presiona este punto.

Tess cerró los ojos y trató de respirar con normalidad; sabía que Amy tenía razón. Si se precipitaba al lado de su padre en aquellas condiciones, lo mataría. Amy le dio un masaje con los dedos en la nuca, ejerciendo mucha presión sobre los tendones que rodeaban la espina dorsal.

– Sienta muy bien -musitó Tess.

Entonces hizo una mueca de dolor al notar un pellizco justo donde el cuello se curvaba.

– ¡Ay! Eso me ha dolido.

– Es un punto de presión. Te hace dormir como un bebé -susurró Amy-. Duerme, Tess. Cuando te despiertes, todo se habrá arreglado. Ya lo verás.

A Tess empezaron a pesarle los ojos y se dejó caer en el asiento del coche. El vehículo empezó a moverse de nuevo mientras a ella la invadía una cálida oscuridad.

Viernes, 17 de marzo, 14.15 horas.

– He encontrado algo. -Aidan se puso en pie para mirar a Murphy por encima del pequeño montón de papeles que cubría sus mesas de trabajo. Los habían encontrado en las tres cajas de seguridad de Lawe. Durante una hora, Aidan los había estado clasificando mientras Murphy trataba de encontrar alguna pista sobre Jim Swanson.

Murphy rodeó las mesas y se situó al lado de Aidan.

– Parece su libro de contabilidad.

– Lo es. Aparecen las fechas y, en muchos casos, los clientes. Están los pagos recibidos por todos los trabajos anotados, pero los nombres parecen estar escritos en clave. Este tipo ganaba mucho dinero.

– Sí, pero una vez achicharrado ya me dirás de qué le sirve.

– Gracias por recordármelo. ¿Y tú has encontrado algo?

– De momento no. Si Jim Swanson está en el país, no utiliza tarjetas de crédito y este año no ha hecho la declaración de renta. Sus padres murieron cuando él estaba en la universidad y ningún miembro de su familia ha tenido noticias suyas en años. Al parecer era un tipo solitario.

– Bueno, yo seguiré investigando las cuentas y… -Sonó su teléfono-. Reagan.

– ¿Hola? -Era un susurro. Voz de mujer. Asustada-. ¿Está buscando a Dan Morris?

Aidan tapó el auricular.

– Es sobre el padre de Danny Morris. -Se aclaró la garganta-. Sí, señora. ¿Sabe dónde está?

– Está aquí, en mi casa. Si sabe que le estoy llamando… -De fondo se oyó un gran estrépito-. Oh, no. Tengo que dejarle. ¡No! ¡Por favor! -Las últimas dos palabras fueron gritos muy agudos y luego se cortó la línea. Aidan abrió el programa de detección de llamadas y tecleó el número en la casilla de identificación del emisor-. Es de South Side. -Miró la pila de papeles, y luego a Murphy, quien asintió.

– Vamos a por Morris para poder ponernos con esto cuanto antes.

Viernes, 17 de marzo, 14.45 horas.

El piso estaba vacío. No había ni un solo mueble; ni un alma.

– ¿Qué coño significa esto? -masculló Aidan.

– ¿Está seguro de la dirección, detective? -preguntó el jefe del cuerpo especial de intervención.

– Yo también la he comprobado -dijo Murphy-. La llamada estaba hecha desde este piso.

Un agente ataviado con un equipo de protección corporal salió del dormitorio.

– Hay un teléfono colgado en la pared. Nada más.

– Pues eso quiere decir que acaban de marcharse. -El jefe entró en el dormitorio con el entrecejo fruncido.

– Nos han engañado -dijo Aidan con gravedad-. Era una pista falsa.

– Entonces es que nos estamos acercando a la verdad -observó Murphy.

El móvil de Aidan sonó y su corazón dejó de latir al ver en la pantalla que era Rachel.

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