– Aidan. -Su voz sonaba débil y aflautada-. Ven a casa, por favor.
– Rachel, cariño, tranquilízate. ¿Qué ocurre?
– Tess tenía que pasar a recogerme para llevarme al peluquero pero no ha venido. La he llamado al móvil pero no me contesta. -El miedo que empezaba a apoderarse de él le atenazaba el estómago.
– Seguramente estará con Vito. -«Por favor, que esté con Vito»-. ¿Lo has llamado a él?
Murphy se acercó corriendo con semblante alarmado.
– ¿Tess?
– Vito está aquí, en tu casa. -La respiración de Rachel era irregular y, de pronto, la suya también-. Aidan, lo hemos encontrado al pie de la escalera del sótano. Está herido. Ahora mamá está con él. He llamado al 911 pero, por favor… -Su voz se quebró-. Por favor, ven a casa. Hemos buscado por todas partes y Tess no está.
Aidan salió corriendo y oyó que Murphy, a su lado, llamaba a Spinnelli.
– Estamos de camino a casa de Aidan -explicó Murphy-. Dile a Jack Unger que se reúna con nosotros allí.
Viernes, 17 de marzo, 15.00 horas.
Estaba oscuro como boca de lobo. «No veo nada.» Presa del pánico, Tess trató de moverse, pero sus miembros no le respondían. «Duerme, Tess.» Amy le decía que durmiera. ¿Ahora o antes? Trató de concentrarse. Había estado durmiendo. «¿Estaré durmiendo todavía?» Creía que no. Sentía demasiado dolor.
Sentía dolor. Le dolía la cabeza, el cuello, la espalda… «Algo me pasa en la espalda. No puedo moverme. ¿Un accidente de coche? ¿Ha sido eso? ¿Dónde estoy? ¿Dónde está Amy?»
«Aidan.» Había intentado llamar a Aidan. «¿Por qué?» Era por algo importante, estaba segura. «Concéntrate. Piensa.» Trató de aferrarse a la realidad. Pero la claridad que la rondaba desapareció cuando su mente se sumió de nuevo en la calidez de la nada. Se resistió, pero era como si unas manazas tiraran de ella y la arrastraran hacia las profundidades. «No, por favor; otra vez no.»
Viernes, 17 de marzo, 15.15 horas.
Vito estaba sentado ante la mesa de la cocina de Aidan cuando Murphy y él irrumpieron allí. Spinnelli, con aspecto sombrío, se encontraba de pie junto a los fogones y Dolly ladraba frenéticamente desde algún lugar de la parte trasera de la casa. Vito, que estaba acompañado de Rachel y de la madre de Aidan, tenía la cara más blanca que el papel. El médico de urgencias le estaba curando la herida que tenía en la parte posterior de la cabeza. La única nota de color de su rostro la ponían los cardenales de la frente y de la mejilla.
Vito levantó la cabeza y miró a Aidan; se sentía aterrorizado e impotente.
– Ha desaparecido -dijo con un apagado hilo de voz que hizo que a Aidan se le encogiera el corazón.
Spinnelli se aclaró la garganta.
– Hemos dado una orden de búsqueda. No hay señales de que hayan entrado por la fuerza. O bien ha dejado entrar a alguien o bien se ha marchado por su pie.
– Dolly no habría dejado que entrara nadie -observó Aidan, incapaz de aspirar suficiente aire-. Por el amor de Dios, Vito, ¿qué ha ocurrido?
– Tu perra se ha puesto a gruñir. -Hizo una mueca de dolor cuando el médico empezó a vendarle la cabeza-. He salido a ver qué pasaba. Llevaba la pistola en la mano y he dado la vuelta a la casa. De lo siguiente que me he acuerdo es de que estaba al pie de la escalera del sótano. Ya no tenía la pistola y tu madre estaba a mi lado. -Cerró los ojos-. Y Tess había desaparecido. He llamado a Jon, a Amy y a Robin mientras Rachel llamaba al 911. Nadie la ha visto.
En el sótano de Aidan no había ascensor. La puerta trasera daba a una escalera de obra que empezaba un metro y medio por debajo del nivel de la calle.
– Fuera hay mucha humedad. ¿Han dejado huellas?
– Sí. -Jack subió del sótano-. Estamos tratando de obtener un modelo de escayola. El zapato podría ser de la misma persona que visteis salir del piso de Parks.
Vito se volvió a mirar a Aidan y a Jack sucesivamente.
– ¿Phillip Parks?
– Está muerto. -Aidan tomó una silla y se dejó caer en ella; de pronto se sentía agotado-. Anoche le dispararon. ¿Cuándo pasó lo que cuentas, Vito?
– Hacia mediodía. Tess se había ido a dormir… Estaba disgustadísima por lo de la foto del periódico… Le dije que cuando se despertara todo le parecería más fácil.
Un súbito pensamiento asaltó a Aidan y miró a Vito con un gesto de perplejidad.
– ¿Por qué no estás muerto? -Hizo una señal con la mano ante el grito escandalizado de su madre-. Todas las otras personas que se han cruzado con él han acabado muertas. ¿Por qué a ti te ha perdonado?
Vito se cubrió el rostro.
– No lo sé. Dios mío, ¿cómo voy a decírselo a mis padres? Se supone que tenía que protegerla. Mi padre se morirá cuando lo sepa.
Aidan se frotó la frente.
– Soy incapaz de pensar. -Su madre se levantó y se colocó detrás de él, y le puso las manos en los hombros. El recostó en ella la cabeza, agradecido por su silencioso apoyo-. Incapaz.
– Aidan, ¿por qué no te quedas aquí? -sugirió Murphy con amabilidad-. Yo volveré al despacho y seguiré con lo que habíamos dejado a medias antes de que nos despistaran.
Aidan se puso en pie.
– Yo también voy. Si me quedo aquí sentado, me volveré loco.
Vito también se levantó. Su paso era vacilante pero sus ojos oscuros denotaban claridad mental.
– Dejad que os ayude. Hasta ahora no os lo había pedido, me he mantenido al margen. Pero, mierda, tenéis que dejar que os ayude. -Miró al médico-. No voy a ir al hospital.
El médico retrocedió con las manos en alto.
– Muy bien.
– Tus padres te necesitarán a su lado, Vito -opinó Aidan.
– Iré a buscarlos y me los llevaré a casa -se ofreció la madre de Aidan.
Este la besó en la frente.
– Gracias, mamá. Vito, si piensas venir, vamos.
Se oyó sonar un móvil y todo el mundo se llevó la mano al bolsillo.
– Es el mío -dijo Vito. Mientras escuchaba se dejó caer en una silla-. ¿Cuándo…? Quédate donde estás. Enseguida voy. -Cerró el teléfono. Estaba petrificado-. Era mi madre -dijo, con la voz igual de apagada que antes, y a Aidan se le pusieron los pelos de punta-. Ha salido a hacer unas compras aprovechando que mi padre se había quedado dormido. Cuando ha vuelto, no estaba.
Viernes, 17 de marzo, 17.00 horas.
Estaba oscuro. Y seguía sin poder moverse. «Estoy paralizada.» Pero si estaba paralizada, no debería sentir dolor. No debería sentir nada de nada. Pero le dolía todo el cuerpo, de los pies a la cabeza. Poco a poco fue recobrando los sentidos. No estaba oscuro: tenía los ojos vendados. «Y no estoy paralizada.» Tenía las manos y los pies atados, y una mordaza en la boca.
Atada. Amordazada. «Me ha atrapado.» Estaba aterrorizada. «Y sola.»
Le dolía la espalda por culpa de la incómoda y forzada posición. A su derecha, oyó un débil gemido. «No estoy sola.» Aun así, estaba aterrorizada.
La cabeza estaba a punto de estallarle y el corazón le latía con tanta fuerza que incluso le dolía. Aspiró por la nariz y notó un asqueroso olor de tierra húmeda. ¿Estaba al aire libre? No, no hacía frío. ¿Qué había ocurrido? Lo último que recordaba era que se encontraba en el coche con Amy. ¿Dónde estaba Amy? ¿La habrían herido también? Aquel gemido, ¿sería de ella?
Se abrió una puerta y Tess se puso tensa. Aguardó. Un débil ruido de pasos en el duro pavimento. Volvió a oír el gemido a su derecha y, procedente de arriba, un chasquido.
– Así que estás despierto, viejo.
Ante la familiar voz el acelerado corazón de Tess se paró y la estupefacción hizo que un estremecimiento sacudiera su cuerpo.
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