Kristen puso mala cara.
– ¿Te ha pasado algo bueno últimamente?
– La respuesta es Aidan.
Ella esbozó una sonrisita.
– ¿A que soy discreta haciendo preguntas? ¿Y bien?
– Ya veremos. No sé qué dirá de esto. -Señaló el periódico.
– Es un buen hombre, Tess. Es más… voluble que Abe, pero en el fondo tienen unos principios muy sólidos. Por cierto, le causaste un gran impacto a Kyle Reagan. Anda diciéndole a todo el mundo que nunca había visto a una mujer defenderse tan bien en una pelea callejera.
Tess alzó los ojos en señal de exasperación.
– Fantástico. Menudo piropo.
– Tratándose de Kyle Reagan lo es. Denota respeto, y para los Reagan el respeto lo es todo.
– Espero que no tenga que volver a repetirse. Estoy cansada, llevo varias noches sin dormir.
La sonrisa de Kristen se tornó abierta.
– ¿De verdad?
Tess se sonrojó.
– Me voy a descansar un rato.
– Vuelve a casa de Aidan y duerme. Cuando te despiertes, las cosas te parecerán más fáciles.
Viernes, 17 de marzo, 10.15 horas.
– Esto no tiene muy buena pinta -dijo Murphy cuando Aidan detuvo el coche junto al edificio donde vivía Parks. Enfrente había estacionados tres coches patrulla y una ambulancia.
– Esta vez no veo tu optimismo por ninguna parte, compañero. Me parece que volvemos a llegar tarde.
– Me temo que tienes razón -convino Murphy con gravedad-. Siempre nos toca ser los segundones.
Les resultó muy fácil identificar la puerta del piso de Parks en la sexta planta: era aquella frente a la que se apostaban los agentes. Dentro encontraron a dos detectives de su unidad, Howard y Brooks, y a Johnson, el forense. Este último estaba arrodillado en el suelo y levantó la cabeza cuando ellos entraron.
– Tenía la impresión de que no tardaríais en dejaros caer por aquí.
Howard los miró con sorpresa.
– ¿De qué lo conocéis?
– Es el ex novio de Tess Ciccotelli -explicó Murphy-. Veníamos a interrogarlo. Mierda. Es la tercera vez que llegamos tarde.
– Se está convirtiendo en una costumbre -convino Aidan-. ¿Cómo y cuándo ha sido?
– Tres balas en la parte baja del abdomen, la cuarta en la cabeza -dijo Johnson-. Los disparos del abdomen parecen efectuados desde una distancia muy corta. El último fue directo a la cabeza, probablemente por seguridad. La hora; anoche a las doce cincuenta y seis.
– Y doce segundos -añadió Brooks con acritud.
– Llevaba un reloj de bolsillo -aclaró Howard-. Hacía años que no veía ninguno de ese tipo. Una de las balas lo alcanzó. Da la impresión de que acababa de entrar por la puerta. El empleado de seguridad está extrayendo las grabaciones mientras hablamos. ¿Queréis encargaros vosotros del caso?
Murphy infló las mejillas y exhaló un suspiro.
– Ahora mismo tenemos el cupo lleno.
Cuando llegó Jack parecía contrariado.
– Hoy pensaba tomarme el día libre, chicos.
Aidan miró a don Cabrón. Yacía tumbado sobre la espalda y la alfombra estaba empapada de su sangre.
– Detesto tener que decírselo a Tess. Parks era un cerdo, pero… -Entrecerró los ojos-. Murphy, ayer le pregunté a Carter acerca de Parks. Cinco horas después, lo mataron.
– ¿A Carter? -Murphy lo miró con escepticismo-. Es amigo de Tess.
– Sí, y tiene la llave de su piso, e instrumentos quirúrgicos.
– Los cortes de los brazos de Bacon. -Murphy frunció el entrecejo-. Y sabe de medicina. Muy bien, os relevamos en el caso, chicos. Mierda.
– ¿Detectives? -Un hombre de mediana edad asomó la cabeza por la puerta-. He sacado las grabaciones de anoche de las cámaras de seguridad. Aquí están la del vestíbulo y las del ascensor del primer piso y del sexto.
Aidan se detuvo en la puerta.
– ¿Vienes, Jack?
Jack estaba plantado en medio de la sala con el entrecejo fruncido.
– No. Voy a registrar la sala con sumo cuidado. El asesino tiene que haber dejado algo.
El encargado de seguridad los llevó a la sala de control.
– Esta es la grabación del ascensor de la sexta planta. Lo he rebobinado hasta diez minutos después de que dispararan a Parks. -Apretó un botón y Aidan contuvo la respiración.
– Mierda. -Una figura con un abrigo de color tabaco y una peluca morena entró en el ascensor; mantenía la cara cuidadosamente oculta-. No puede ser Tess.
– Claro que no -saltó Murphy-. Pero, solo por curiosidad, dime por qué.
– En primer lugar, tiene claustrofobia. Nunca toma el ascensor, habría bajado por la escalera. En segundo lugar, estaba conmigo. -Brooks y Howard intercambiaron una mirada-. Conmigo, con Lynne Pope y con el cámara -añadió en tono amenazador-. A la una de la madrugada estaba en plena entrevista.
– Es una buena coartada -convino Howard.
– Parece que alguien está aprovechando alguna oferta de abrigos y pelucas. Vamos a echar un vistazo a la grabación del vestíbulo.
El encargado de seguridad accionó unos cuantos botones más.
– El marco temporal es el mismo.
Murphy se acercó.
– ¿Puede congelar la imagen? Mira los zapatos, Aidan.
Aidan aguzó la vista.
– Son de cordones. Parecen de la misma talla que los que encontramos en el baño de Bacon.
– Los hombros también parecen bastante anchos -opinó Brooks-. Mirad cómo le tira el abrigo en la espalda. Podría ser un hombre vestido de mujer.
– Carter es demasiado alto -dijo Murphy, y entonces arqueó una ceja-. Pero Robin no. Archer mide más o menos… ¿Qué te parece, Aidan? ¿Un metro setenta?
A Aidan se le aceleró el pulso.
– Vamos.
Viernes, 17 de marzo, 10.30 horas.
Tess soltó el bolso en la mesa de la cocina de Aidan.
– Vito, no tienes por qué quedarte conmigo. Está Dolly, y Aidan me ha dejado su pistola.
Vito arrugó la frente.
– ¿De verdad crees que voy a marcharme? Piensa un poco, Tess.
– Pues tú mismo. Yo voy a dormir un poco antes de llevar a Rachel a su cita con el peluquero. ¿Qué harás mientras tanto?
– Buscaré un libro y me pondré a leer. Reagan tiene unos cuantos.
– Hizo una carrera, no sé cuál.
Las cejas de Vito se unieron unos milímetros.
– Psicología.
Tess se detuvo en el vano de la puerta y se volvió a mirarlo.
– ¿Qué?
– Estudió psicología. Pensaba que lo sabías.
Otro tipo de abatimiento se apoderó de ella. Tenían un punto en común y él había optado por ocultárselo.
– No, no lo sabía.
Vito suspiró.
– Supongo que el hecho de que tú seas doctora en medicina hace que se sienta… raro y por eso no te lo ha dicho. No se lo tengas en cuenta, Tess. Son cosas de hombres.
– ¿Y tú cómo sabes qué es lo que ha estudiado?
– Se lo pregunté anoche, antes de que recibiera la llamada. Nos lo contó a papá, a Amy y a mí mientras mamá y tú terminabais de preparar la cena. -Vito la miraba fijamente-. Se ha pasado años estudiando, tratando de encontrar su lugar. Me dio la impresión de que algo lo hizo decantarse por la psicología, aunque cursó al menos cuatro especialidades distintas. Deberías preguntárselo.
El suicidio de su amigo Jason era lo que había determinado su elección. Pero eso formaba parte de la intimidad de Aidan; lo había compartido solo con ella y por eso le guardó el secreto como oro en paño.
– Eso explica que tenga tantos libros.
Tess se sintió orgullosa de sus logros, pero a la vez estaba molesta por el hecho de que no se lo hubiera contado.
– Te gustaría que te lo hubiera explicado, ¿verdad? -observó Vito-. Ya te he dicho que es un hombre. Muchos no llevan bien que su chica ocupe una posición más alta en la cadena alimentaria.
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