– Pienso que es la sensación más increíble que he tenido nunca -respondió él en tono quedo.
Ella trató de disimular la satisfacción.
– ¿De verdad?
La boca de él dibujó una sonrisa indulgente.
– De verdad. ¿Por qué lo has hecho, Tess? ¿Por qué a mí?
– Hasta ahora nunca me había apetecido -respondió con sinceridad-. Pero ayer, contigo… -Suspiró-. No voy a andarme con modestias. Sé que soy atractiva y sé que los hombres se fijan en mí. Pero Phillip aniquiló la confianza que tenía en mí misma. En cambio tú me has hecho sentir bella, deseable. Y quería que tú te sintieras igual. -Se encogió de hombros con timidez-. Tú no puedes entenderlo.
Él la miró con ojos penetrantes en medio de la tenue iluminación que proporcionaba la lámpara de su mesilla de noche.
– Tú no sabes lo que yo puedo o no puedo entender, Tess.
Y, dicho eso, extendió el brazo, apagó la luz y cubrió sus cuerpos con la ropa de cama. En la oscuridad se colocó de modo que ella apoyara la mejilla contra su pecho y la rodeó con los brazos. Tess oyó el latido regular de su corazón.
La respiración de ella se tornó lenta y superficial, y ya casi estaba dormida cuando él volvió a hablarle.
– Ese día… después de encontrar a la tercera niña… llegué a casa y Shelley se me echó encima. Yo estaba destrozado y ella trató de utilizar ese argumento para convencerme de que me dejara ir.
Ella acarició con las puntas de los dedos el grueso vello de su pecho, aliviada de no tener delante a aquella mujer porque le habría dado un bofetón.
– Qué egoísta.
Él soltó una sonora carcajada.
– Al final no sabía qué era lo que había visto en ella. Lo único que sabía era que me sentía tan vacío… Estaba tan enfadado… Tenía ganas de pegarle. Levanté la mano y… me detuve a medio camino. Entonces le di un ultimátum. Le dije que si volvía a pedirme que trabajara para su padre la dejaría. Y lo decía en serio.
Tess se quedó un rato en silencio. Al fin formuló la pregunta.
– ¿Lo hiciste? ¿La dejaste?
– Esa vez no. Estuvo más tranquila un tiempo y yo pensaba sinceramente que podíamos arreglar las cosas. No la dejé hasta el día en que tú declaraste ante el tribunal. El día del juicio de Green. Estaba tan enfadado contigo… Me había tomado el día libre para asistir al juicio. Cuando todos los policías se levantaron y salieron de la sala en señal de protesta yo me marché a casa. Necesitaba que alguien me confortara y creía que esa persona sería Shelley.
Tess creyó adivinar lo que había sucedido.
– ¿Y?
– Y cuando llegué a casa la encontré con otro hombre. En nuestra cama.
Ella exhaló un suspiro y dijo lo único que le vino a la cabeza, lo mismo que él le había dicho la noche anterior.
– Qué poca delicadeza.
Él soltó una risita triste.
– Touché. Ella me vio allí plantado. Él estaba… ocupado. Aún hoy sigo creyendo que no se percató de mi presencia. Pero ella sí. Se me quedó mirando por encima del hombro de él con cara de sorpresa. Y ahí terminó todo. Me marché y nunca más volví. Kristen fue a buscar mis cosas cuando sabía que ella no estaba en casa. Yo la había traído a ver esta casa porque quería comprarla, pero ella le hizo ascos. Así que dos semanas después de dejarla compré esta casa y me busqué la vida. Y ella se buscó la suya. Se casan dentro de unas semanas. Él trabaja para su papá y ella ya tiene su casita en North Shore. -Exhaló un suspiro-. Ahora ya lo sabes todo.
– Gracias por la confianza.
En el rostro de él se dibujó una sonrisa radiante.
– Gracias por… ya sabes. No ha estado nada mal para ser novata.
Ella lo miró con los ojos como platos.
– Me has dicho que era lo mejor que habías sentido en tu vida.
– Y no mentía. Solo que siendo tu primera vez, en las siguientes no vas a quedarte atrás.
Ella se aguantó la risa.
– No; tendré que ponerme delante. Vamos a dormir, Aidan. Enseguida se hará de día.
Viernes, 17 de marzo, 7.30 horas.
– Qué cerda. -Joanna se quedó plantada frente al televisor, boquiabierta y con los brazos en jarras. Tess Ciccotelli ocupaba toda la pantalla. La expresión de su rostro iba del nerviosismo a la tristeza y de esta a la aparente sinceridad. Entonces la cámara recorrió el plato-. Está hablando con Lynne Pope.
Keith levantó la cabeza del periódico con una mueca.
– Jo, déjalo ya. No va a concederte el artículo que quieres. Olvídate y dedícate a otra cosa.
Ella se volvió a mirarlo:
– Gracias, don Apoyo.
– Haz el favor de madurar, Jo. -Dobló el periódico-. Ayer por la tarde recibí una llamada de un banco de Atlanta. Quieren que empiece a trabajar para ellos a principios del mes que viene. Es una gran oportunidad, Jo. Quiero volver a casa. He pensado que si tienes un motivo tal vez cambies de opinión.
– Eres tú quien tiene un motivo para marcharse -le espetó furiosa-. Es tu carrera; tu vida.
– Creía que mi vida también era la tuya -dijo él en voz baja-. Aún no les he dado una respuesta. Podemos hablarlo esta noche; ahora voy a cambiarme para ir a trabajar.
Ella lo vio marcharse; estaba enfadada. No quería hablar del tema. Pensaba quedarse allí y conseguir firmar aquel jodido artículo aunque fuera la última cosa que hiciera en su vida. Volvió la cabeza hacia la cocina cuando una imagen del televisor captó su atención.
– A Sylvia Arness le dispararon a bocajarro con un arma de gran calibre. La policía está investigando el caso. Hay testigos que afirman que oyeron el disparo y luego encontraron el cuerpo. En el abrigo de la víctima había prendida una nota con el mensaje «Dime con quién andas y te diré quién eres», pero la policía se niega a hacer declaraciones sobre su significado. Les mantendremos informados…
Con movimientos lentos, Joanna se sentó frente al ordenador y fue accionando el ratón hasta tener en pantalla las fotografías que el miércoles por la tarde le había hecho a Ciccotelli. Estaba la vinatería, la tienda de jerséis, la floristería, la zapatería… «Aquí está.» La chica muerta en un primer plano con Ciccotelli. Apenas habían intercambiado unas palabras, y ahora la chica estaba muerta. Un escalofrío le recorrió la espalda. «Santo Dios.» Con un nudo en el estómago, fue retrocediendo hasta la imagen de la vinatería, y otro pensamiento se asoció al anterior. Comparó la fotografía granulada de la cuarta página del Bulletin de ese día con la que ella misma había tomado. «Marge Hooper, cincuenta y tres años, víctima de un robo en la vinatería que regentaba», rezaba el titular. Era la misma mujer.
Echó un vistazo rápido al resto de las fotos conteniendo la respiración. El portero también aparecía en ellas. «Tres muertos.» Y todos estaban en las fotografías que ella había tomado. Volvió a pensar en el papel fotográfico que echaba de menos. Alguien había entrado en sus archivos. Se le heló la sangre.
«Llama a la policía, Jo. Llámala ahora mismo.» Al ir a levantar el teléfono se dio cuenta de que le temblaba la mano, y de pronto este sonó y ella retrocedió de un salto como si le hubieran disparado.
– ¿Diga?
– ¿Señorita Carmichael? Soy la doctora Kelsey Chin, del Women's Clinic de Lexington, Kentucky. Creo que me llamó ayer.
Con las manos aún temblorosas, Joanna pasó las hojas de su cuaderno hasta que encontró el nombre que había surgido como parte de la investigación que ahora llamaba «operación matamoscas».
– Doctora Chin, gracias por devolverme la llamada. Estoy investigando sobre un caso y creo que usted puede ayudarme.
Viernes, 17 de marzo, 7.30 horas.
Hacía, veinte minutos que Aidan había dejado a Tess en la puerta de la habitación del hotel donde se alojaban sus padres, justo a tiempo para que viera la entrevista con Lynne Pope. Su padre permaneció sentado en completo silencio cuando terminó el reportaje. La madre de Tess, sentada junto a él, le asía la mano y Vito paseaba de un lado a otro. Tess suspiró.
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