Karen Rose - No te escondas

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Una mujer se suicida una gélida noche en Chicago.
Sin embargo, cuando el detective Aidan Reagan entra en el apartamento de la víctima, todas las evidencias muestran que ha sido un homicidio y apuntan a una sola persona: la psiquiatra Tess Ciccotelli.
Tess no puede evitar que Aidan la juzgue culpable antes siquiera de escucharla. Pero ella no puede facilitarle la información que la exculparía. Alguien ha atrapado a Tess en una red de desconfianza, engaños y traiciones. Y el cerco sobre ella se estrecha cada vez más.

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– No quiero asistir a más funerales, Aidan.

– Ya lo sé. Pronto daremos con él y todo esto habrá terminado.

Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

– ¿Y luego qué?

Él no trató de hacerse el desentendido.

– No lo sé. ¿Tú qué quieres, Tess?

Ella meditó la respuesta tanto como la pregunta. Lo que dijera podía ser determinante para el futuro de la relación… Porque lo que tenían era una relación. Había nacido del miedo, pero no debía continuar así. Tal vez por eso estuviera tan nerviosa.

– Quiero un hogar y una persona que me ame.

– Quieres un marido.

En sus palabras había un aire melancólico que hizo que a Tess se le pusiera un nudo en la garganta.

– Sí. -Exhaló un suspiro-. Y si eso te asusta, es mejor saberlo ahora.

– No me asusta, Tess; por lo menos, no de la manera que crees.

– Entonces, ¿qué te asusta? Cuéntamelo, Aidan.

Él hizo una mueca.

– Lo intento, pero me parece que no lo estoy haciendo muy bien.

Ella le rozó los labios con los suyos.

– ¿Te ayudaría tumbarte en el diván? -Ella extendió la mano sobre su pecho velloso y lo empujó suavemente de modo que quedó tumbado en la cama de cintura para arriba mientras sus pies descalzos seguían firmemente apoyados en el suelo. Ella se acostó de lado junto a él, sosteniéndose sobre el codo-. Relájate.

Él la miró de reojo, con recelo.

– De acuerdo.

– No estás relajado. -Poco a poco, ella le acarició el pecho con las palmas de las manos, deleitándose con las cosquillas que le hacía su grueso vello.

– Así no me relajo, Tess -dijo en tono seco.

Ella dejó de acariciarlo.

– Perdona. ¿Quién era Shelley, Aidan? ¿Y qué hizo para herirte tanto?

Él cerró los ojos.

– Durante un tiempo, fue mi mejor amiga. O eso creía yo.

– Las heridas que te hace un amigo cuestan el doble de curar.

– De niño, mi mejor amigo era Jason Rich. -Hizo una pausa y con el pulgar empezó a acariciarle el dorso de la mano-. Jason y yo éramos uña y carne; y dábamos mucha guerra. -Sus labios dibujaron una mueca-. ¿Sabes que los soldaditos se derriten si los pones en una cazuela con el fuego muy alto?

– No, pero yo de pequeña jugaba con Joe, el soldado de Vito. Joe se moría por mi Barbie. Yo me habría puesto frenética si me hubieras estropeado la cazuela.

– Eso es lo que le pasó a mi madre. -Se quedó callado y pensativo-. Cuando teníamos diez años, Shelley vino a vivir al piso de al lado. Su madre era divorciada y en mi barrio eso estaba muy mal visto.

– En el mío también. ¿Así que Shelley se unió a las fuerzas militares en la operación cazuela?

– No. A Shelley le gustaba Jason y yo sobraba.

– Yo tengo una sensación parecida cuando estoy con Jon y Robin -dijo ella en voz baja.

Aidan abrió uno de sus ojos azules.

– Me podrías haber dicho lo de Robin.

– No me lo preguntaste. -Se puso seria-. Además, nunca le he dado importancia. Son mis amigos. ¿Jason y Shelley siguieron siendo amigos tuyos?

– Sí, pero al llegar a la adolescencia todo cambió. Se habían vuelto inseparables, y Shelley se quedó embarazada a los diecisiete años. Jason y ella se casaron a escondidas.

– Madre mía -exclamó Tess.

– Para entonces la madre de Shelley había vuelto a casarse y se encontraba en una situación más o menos cómoda. Se trasladó y les dejó la casa a Shelley y Jason. -Suspiró-. Pero Shelley perdió el bebé. No quería divorciarse y pasar por lo mismo que su madre, y además amaba a Jason, así que decidieron seguir juntos. Yo me hice policía, como mi padre y mi hermano. Y Jason también. A mí me tocó patrullar y Jason entró en Narcóticos. -Sacudió la cabeza-. Lo pillaron apropiándose de material incautado para consumo personal. Lo despidieron. Shelley se quedó destrozada y Jason… -Frunció los labios-. Se suicidó.

El corazón de Tess se aceleró.

– Oh, no.

– Pero mi amigo Jason era muy considerado. No quería que Shelley lo encontrara muerto, así que en vez de hacerlo en su casa lo hizo en la mía. -Se esforzó por tragar saliva-. Se hinchó de pastillas y las acompañó con unas copas de Jack Daniel's. Luego se acostó. Cuando doce horas después yo terminé el turno y llegué a casa, estaba muerto.

– Qué cruel. -Su voz sonó más tajante de lo que pretendía.

Él abrió los ojos.

– Pensaba que los suicidas te inspiraban compasión.

– El trastorno emocional o mental que impulsa a la gente a suicidarse me inspira lástima. Los seres queridos a quienes dejan me inspiran compasión. Aquellos que buscan ayuda me inspiran respeto. Jason tenía una vida por delante y la desperdició, y encima te implicó a ti. Me parece despreciable.

Él parpadeó.

– Es lo que siempre he pensado, pero me preguntaba si estaba bien.

– Yo me sentiría igual si alguien que me importa se quitara la vida. A menos que estuviera demasiado enfermo para evitarlo. ¿Estaba Jason enfermo?

– No lo sé, y creo que ya nunca lo sabré. Shelley se quedó destrozada. No tenía ingresos, ni siquiera un seguro de vida. No tenía pensión, ni estudios, ni nadie en quien buscar apoyo.

– Excepto tú.

– Excepto yo. Intimamos. De niño siempre había sentido algo por ella, pero ella era la chica de Jason. Al cambiar las cosas y tenerla para mí me sentía feliz.

– Y culpable, porque eras feliz a costa de la desgracia de tu amigo.

– Un poco, sí. De todas formas le pedí a Shelley que se casara conmigo y ella aceptó. Había ahorrado un poco y le compré un anillo que no estaba nada mal.

– ¿Le gustó?

– Me dijo que sí, aunque no se lo enseñó a ninguno de nuestros amigos. Una vez me insinuó que le comprara un anillo con un brillante más grande y yo me negué. No podía permitírmelo. Pero el marido de su madre se hizo rico cuando su negocio recibió una OPA y su madre le compró a Shelley un brillante más grande.

– Vaya.

– Fue nuestra primera disputa importante; pero no la última. Su padrastro estaba forrado y era muy generoso. Le compraba a Shelley muchos vestidos, y abrigos de pieles. Luego a ella le dio por decir que quería una casa en North Shore. -Apretó la mandíbula-. Su papá iba a ayudarnos.

Menudo golpe para su orgullo.

– Y tú le dijiste que no.

– Pues claro que le dije que no. Aquel gilipollas no hacía más que mirarme por encima del hombro a la mínima oportunidad.

Eso explicaba bastantes cosas.

– ¿Y cuál fue la gota que colmó el vaso?

– Su papá me ofreció trabajo. -Su tono desdeñoso se acentuó-. Yo no lo acepté y Shelley se puso a hacer pucheros. Me dijo que ganaría tres veces más que con un simple salario de policía. Un simple salario de policía. -Escupió las palabras-. Lo dijo tal cual, como si fuera una cosa de la que tuviera que avergonzarme.

Tess siempre trataba de no juzgar a los familiares de los pacientes a quienes no conocía. No obstante, Aidan no era ningún paciente, era su amor y se sentía herido.

– Si quería cambiarte es que no te amaba; y si creía que podía hacerlo es que no te conocía.

Su pecho se hinchió al respirar hondo y despacio.

– Gracias.

Ella desplazó los dedos hasta entrelazarlos con los de él.

– ¿Y?

– Y ya está.

No; no estaba. Pero era evidente que no pensaba contarle nada más.

– Muy bien.

El abrió un ojo.

– ¿Muy bien? ¿Eso es todo?

Ella esbozó una sonrisa irónica.

– ¿Qué quieres? ¿Qué me ponga a hacer pucheros? No va conmigo. -Arrimó la cabeza a su hombro-. Aunque sí que hay una cosa de la que me gustaría que habláramos abiertamente.

Él se puso tenso.

– ¿Cuál?

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