La invadió la incredulidad. No. No era posible. Sería otra imitación. O una pesadilla. «Por favor, que sea una pesadilla.» Una pesadilla horrorosa. Pero el puntapié que recibió en la espalda era real, y le arrancó un verdadero gemido.
– Tú también estás despierta. Parece que nuestra pequeña reunión familiar está a punto de empezar.
La venda de los ojos se le clavó en la piel al tensarse, luego se destensó de golpe y Tess se encontró mirando los ojos en los que durante tantos años había confiado. Ahora emitían un centelleo intensísimo. Malvado. Enfermizo. El horror se apoderó de ella y fue incapaz de desviar la mirada. «Santo Dios.»
La sonrisa de Amy hizo que se le helara la sangre.
– Ya te he dicho que cuando te despertaras todo se habría arreglado. ¿Lo ves? Papá está aquí.
Aturdida, Tess volvió la cabeza hacia un lado. Su padre yacía encogido junto a ella, con los ojos cerrados; tenía la cabeza a menos de un palmo de distancia. Su mirada recorrió la habitación. Era un cubículo no mucho mayor que un armario. Un armario diminuto. Un sudor frío le invadió el cuerpo y empezó a sentir náuseas. Lo que en su garganta empezó como un gemido acabó como un gimoteo y Amy volvió a sonreír.
– Es una pequeña habitación. Probablemente te estás preguntando qué va a ocurrirte a continuación.
Tess solo podía mirarla.
– Debes de pensar: «Está loca.» -Amy la agarró por el pelo y de un tirón le levantó la cabeza; ahora su mirada era fría e inexpresiva. La sacudió con fuerza-. ¿Verdad? -Le echó la cabeza hacia atrás y esta dio un fuerte golpe en el suelo que Tess oyó más que sintió. Se sentía… alienada. Como si flotara.
– Se te está pasando el efecto del tranquilizante -siguió Amy-. Ya ves; tanto preocuparte por tu corazón, tanto ejercicio, la aspirina y el vaso de vino diario… No hacía falta. Eres más fuerte que un roble. Si ese tranquilizante no te ha matado, nada lo hará. -Abrió la puerta y se echó a reír-. No, espera. Lo haré yo. Pero cuando lo haga te quiero totalmente consciente; quiero que lo notes todo. -Cerró la puerta y dejó a Tess anonadada. Indefensa. Aterrorizada.
Su padre gimió. «Tengo que sacarlo de aquí o morirá.» Entonces, una risotada de puro horror vibró en su garganta. «Pues claro que morirá. Y yo también.»
Viernes, 17 de marzo, 17.15 horas.
Aidan miró la pizarra blanca de la sala de reuniones, con la conciencia puesta en todas y cada una de las cinco horas que Tess llevaba desaparecida. La pizarra estaba llena de nombres de clientes que había encontrado en el libro de contabilidad de Lawe. Todos eran empresas sin actividad, solo servían para vincularlas con otras empresas también sin actividad. Las flechas señalaban hacia todas las direcciones.
En el centro estaba Deering, que estaba vinculada con Davis, que estaba vinculada con Turner, que a su vez estaba vinculada con Deering. El intrincado laberinto de corporaciones olía a blanqueo de dinero, a alguien con bienes o actividades que ocultar. ¿Quién sería el cliente de Lawe?
El intrincado laberinto no les aclaraba dónde podían encontrar a Tess. Vito, Jon y Amy estaban frenéticos y llamaban a todas horas, y cada vez tenía que decirles lo mismo. «Aún no ha aparecido. Seguimos trabajando en ello.» No se había sentido tan terriblemente impotente en toda su vida.
– ¿Qué coño es esto? -preguntó Murphy desde atrás. Había entrado en la sala de reuniones y miraba la pizarra. Su rostro, habitualmente sosegado, aparecía severo y encolerizado.
– Seguro que no puedes encontrar a Swanson.
Murphy crispó la mandíbula.
– Ni rastro. En la aduana no consta que haya salido del país. He consultado a un filatelista y me ha dicho que venden paquetes para coleccionistas de sellos de Chad en eBay. El matasellos es falso. Nadie ha vuelto a ver a Swanson. O está muerto o se esconde en alguna parte. -Cerró los ojos-. Lo siento; es que ya hace cinco horas.
Aidan apartó de sí el miedo que empezaba a invadirlo y que le atenazaba la garganta.
– Ya lo sé.
– ¿Y qué coño es eso? Parece el análisis de las mejores jugadas del fin de semana.
– Son las empresas que aparecen como clientes de Lawe. He comprobado los casos de su libro de contabilidad y la mayoría corresponden a divorcios, así que he supuesto que Lawe se dedicaba a buscar bienes o a vigilar en disputas sobre custodia. Esas empresas son sospechosas porque son la manera perfecta de que una persona pueda operar bajo mano.
– El fraude de las empresas fantasma -dijo Murphy.
– Exacto. A y B se unen para formar la empresa C, que es quien contrata y paga a Lawe. No he podido encontrar un solo nombre en la lista de directivos, pero la principal entidad es Deering.
Spinnelli y Jack entraron y se quedaron mirando la pizarra con gestos de interrogación.
– ¿Nada? -preguntó Spinnelli.
– Nada -confirmó Aidan con amargura-. Me estoy volviendo loco.
– Bueno, aquí tienes una novedad -dijo Jack-. He examinado el abrigo del doctor Carter, el que llevaba ayer en el tanatorio. -Extendió la mano y en la palma había otro micrófono del tamaño de una aguja de coser-. He ido a su casa y he examinado el resto de las prendas de su armario y del de Archer. No he encontrado más micrófonos.
– Entonces quienquiera que sea ayer estuvo allí -observó Murphy-, en el tanatorio.
– Hay unas cuantas cosas más que deberíais ver. Uno de mis hombres encontró esto en el piso de Parks. -Era una pequeña bolsa de plástico que contenía un pelo-. No es de la novia de Parks, ya lo he comprobado. Podría ser de la asistenta. Vamos a verificarlo. Parece pelo de mujer. Muestra indicios de color artificial. Reflejos.
Aidan se quedó mirando el pelo; la mente le iba a cien por hora.
– Pero eso no cuadra con los zapatos.
– Hemos examinado los moldes de escayola de las huellas que había en la parte trasera de tu casa, Aidan. El contorno se corresponde exactamente con el de las huellas que encontramos en el suelo del baño de Bacon. Sin embargo, el dibujo de la suela es distinto. La profundidad de la huella cambia en sentido vertical y horizontal con cada paso, como si el pie de dentro del zapato se desplazara. Y la persona que dejó las huellas pesa entre cincuenta y cinco y sesenta kilos.
– Entonces no es un hombre -dedujo Spinnelli-. Es una mujer. ¿Masterson?
– Denise Masterson encaja con esa descripción, pero no estuvo en el tanatorio anoche; por lo menos nosotros no la vimos -explicó Murphy mientras Aidan pensaba en la gente que habían visto la noche anterior. De pronto, se acordó de un fragmento de una conversación.
– Es una persona difícil de manejar -recordó Aidan.
Jack lo miró extrañado.
– ¿Qué?
– Amy Miller dijo eso de Tess anoche en el tanatorio. Yo creí que se refería a que no se dejaba cuidar fácilmente. -Se resistía a creer lo que su mente le indicaba.
– Tiene la altura y el peso adecuados -observó Murphy en tono tranquilo, expresando en voz alta el pensamiento de Aidan-. Y lleva mechas rubias.
– Pero son amigas desde hace veinte años. Se ocupó de Tess cuando estuvo enferma y la defendió cuando nosotros sospechábamos de ella. Son casi como hermanas. Por otro lado, tiene llave del piso de Tess, y también puede acceder a la consulta. -Se frotó las sienes-. Me ha estado llamando cada hora para preguntarme si teníamos noticias suyas. ¿Por qué? ¿Por qué haría una cosa así? No tiene sentido.
– ¿Podemos establecer alguna conexión entre ella y Rivera o Bacon? -preguntó Spinnelli con gravedad-. ¿O Lawe? Para conseguir una orden de registro tenemos que poder relacionarla con alguien más aparte de Tess.
Aidan se puso en pie, tenía todos los músculos en tensión.
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