Craig Russell - Cuento de muerte

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El hallazgo del cadáver de una joven con una nota entre sus dedos que dice "He estado bajo tierra y ya es hora de que vuelva a casa", enfrenta al jefe de la brigada de homicidios de Hamburgo, Jan Fabel, con los designios de una mente oscura y enferma. Cuatro días después, dos cuerpos más aparecen en medio de un bosque, con unas notras entre sus manos que dicen "Hansel" y "Gretel", escritas con la misma letra roja, pequeña y obsesiva. Es evidente que los crímenes hacen referencia a los cuentos folclóricos recopilados doscientos años atrás por los hermanos Grimm. Pero los asesinatos de este cruel asesino en serie no son ningún cuento de hadas…
Finalista del premio Golden Dagger, el más prestigioso del mundo en la categoría de novela criminal

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– Tal vez por eso los cuentos de hadas han perdurado más en Alemania que en cualquier otra parte; porque nosotros hicimos caso a la advertencia de que no debíamos alejarnos jamás de lo conocido, lo fácil y lo cómodo… de nuestra Heimat. Pero, en cualquier caso, esto no es mi Heimat, Susanne. Hamburgo sí. Hamburgo es el lugar al que de verdad pertenezco. -Sonrió y la guió suavemente en una amplia curva hasta que dieron una vuelta completa y se enfrentaron a la orilla, donde el color de la arena cambiaba de un marrón brillante a un dorado blanquecino, y donde el horizonte se definía por la delgada cinta verde de los terraplenes-. Regresemos.

Caminaron en un silencio contemplativo por un rato. Luego Fabel señaló el terraplén que estaba más adelante.

– Cuando era niño, pasaba horas allí, mirando el mar. Es asombroso cómo cambian el mar y el cielo en esta zona. Y cuan rápido lo hacen.

– Puedo imaginármelo. Te veo como a un muchachito muy serio.

– Has estado hablando con mi madre… -dijo Fabel, riendo. Se había sentido nervioso, por razones que no podía definir, sobre la idea de llevar a Susanne allí; sobre que conociera a su madre. En especial teniendo en cuenta que había decidido hacerlo el mismo fin de semana en que estaría con su hija. Pero, como había ocurrido aquella noche con Otto y Else, la belleza, la cordialidad y el encanto de Susanne habían triunfado; incluso cuando Susanne le comentó a su madre que todavía tenía un resto de un encantador acento británico. Fabel había hecho una mueca interna; a su madre le gustaba pensar que hablaba un alemán perfecto y sin acento y, de niños, Fabel y su hermano Lex habían aprendido que no convenía corregir a su madre, que era maestra de escuela, cuando cometía un error con los artículos. Pero, por alguna razón, Susanne había hecho que la madre de Fabel se sintiera como si hubiera recibido un cumplido.

Habían venido juntos en coche desde Hamburgo. Susanne y Gabi habían pasado la mayor parte del viaje haciendo bromas amables a costa de Fabel. El viaje, y el fin de semana en Norddeich, habían dejado a Fabel contento y perturbado en igual medida: por primera vez desde su divorcio de Renate había experimentado la sensación de algo parecido a una familia.

Aquella mañana, Fabel se levantó primero y dejó que Susanne siguiera durmiendo. Gabi se había marchado poco antes a Norden, la ciudad «prima» de Norddeich. Fabel preparó el desayuno con su madre, observando cómo ella llevaba a cabo las mismas tareas rutinarias en la cocina que había hecho cuando él era pequeño; pero ahora, a pesar de una recuperación rápida y casi total, ella se movía con más lentitud, pausadamente. Y parecía más frágil. Hablaron sobre el padre muerto de Fabel, sobre Lex, su hermano y su familia, y luego sobre Susanne. Apoyando la mano en el antebrazo de Fabel, su madre dijo: «Sólo quiero que vuelvas a ser feliz, hijo». Le había hablado en inglés, que, desde su infancia, había sido el lenguaje de la intimidad entre él y su madre. Casi como si fuera su idioma secreto.

Fabel se volvió hacia Susanne y confirmó la observación que ella había hecho.

– Tienes razón. Yo era un niñito serio, supongo… Demasiado serio. Demasiado formal, como niño y como adulto. La última vez que estuve aquí, mi hermano Lex dijo exactamente lo mismo: «Siempre un chico tan serio». Yo acostumbraba a sentarme allí, en el terraplén, detrás de la casa, a mirar el mar, imaginando los dragones anglos y sajones que navegaban hacia la costa celta de Gran Bretaña. Para mí, eso definía este lugar, esta costa. Me enfrentaba al mar y era consciente de la inmensidad de Europa detrás de mí y del mar abierto delante. Supongo que tener una madre británica tenía algo que ver con todo aquello. Tantas cosas se iniciaron aquí… Inglaterra nació aquí. Y América. Todo el mundo anglosajón desde Canadá hasta Nueva Zelanda. Se reunieron aquí: los anglos, los jutos, los sajones… todos los ingvaeones… -Se detuvo, como si lo que acababa de decir lo hubiese tomado por sorpresa.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Susanne.

Fabel lanzó una risita irónica.

– Es este caso. Esto de los «Grimm». Parece que no consigo sacármelo de la cabeza. O, más exactamente, nunca consigo apartarme de uno o los dos hermanos Grimm.

– Espero que no empecemos a hablar de trabajo… -dijo Susanne, exagerando el tono de advertencia en su voz.

– Es sólo lo que estaba diciendo sobre los ingvaeones, «el pueblo del mar», los hijos de Ing. De pronto he recordado dónde fue la primera vez que leí sobre ellos… en la Mitología teutónica de Jakob Grimm. Rascas cualquier parte de la superficie de la lingüística o la historia de Alemania y encuentras una conexión con los Grimm. -Fabel hizo un gesto de disculpa-. Lo siento. Aunque en realidad no estaba hablando del trabajo. Es sólo que he estado conversando con ese escritor, Gerhard Weiss. Él dice que todos creemos que somos únicos, pero en realidad no somos más que variaciones sobre un mismo tema, y por eso las fábulas y los cuentos de hadas tienen una resonancia y una relevancia constantes. Pero no puedo evitar sentir que los cuentos de los Grimm son tan… tan alemanes, incluso aunque tengan orígenes y paralelismos fuera de Alemania. Tal vez ocurre como con el instinto por la comida de los franceses y los italianos. Quizá nosotros tengamos un instinto por los mitos y leyendas. Los Nibelungenlied, los hermanos Grimm, Wagner y todo eso.

Susanne se encogió de hombros y los dos se quedaron en silencio. Una vez llegaron a la amplia franja blanca y dorada de arena y dunas, se acercaron al Strandkorb, el sillón doble de cestería y cerrado donde habían dejado sus toallas y zapatos. Se sentaron refugiándose de la brisa y se besaron.

– Bueno -dijo Susanne-. Si no vas a llevarme al maravilloso mundo acuático del Wellenpark, o a apreciar las riquezas culturales del Teemuseum, entonces tal vez deberíamos volver e invitar a tu madre y a Gabi a comer a un lugar bonito.

44

Domingo, 18 de abril. 22:00 h

Ottensen, Hamburgo

Maria Klee apoyó la espalda contra la puerta de su apartamento, como si quisiera añadir su peso a la barrera entre su espacio interior y el mundo que estaba más allá. La comida había sido maravillosa; la cita, un desastre. Habían quedado para cenar en el restaurante Eisenstein, una antigua fábrica de hélices para barcos que había sido elegantemente reformada. Era uno de los lugares favoritos de Maria y, como estaba en Ottensen, le resultaba conveniente. La cita había sido con Oskar, un abogado al que había conocido a través de amigos que tenían en común. Oskar había demostrado ser un tipo inteligente, atento, encantador y atractivo. De hecho, como posible novio ella no habría podido encontrar a alguien mejor cualificado.

Pero cada vez que ella sentía que él estaba invadiendo su espacio personal, se echaba atrás. Siempre le ocurría lo mismo, desde que la apuñalaron. En cada cita. Cada encuentro con un hombre. Su jefe, Fabel, no tenía idea de ello; Maria no podía permitir que él se enterase jamás. Sabía que existía el riesgo real de que ello afectara a su capacidad como agente de policía. Y fuera lo fuese lo que le había quitado el bastardo que la había apuñalado, no iba a permitir que también le quitara su carrera. Ahora que Werner estaba de baja, recuperándose del ataque de Olsen, Maria era el único agente número dos que tenía Fabel. Y ella no lo defraudaría. No podía defraudarlo.

Pero en lo profundo de sus entrañas ardía un fuego oscuro e implacable de miedo: ¿qué ocurriría cuando se presentara la ocasión? ¿Qué pasaría cuando tuviera que volver a enfrentarse a un malhechor peligroso, lo que casi seguro tendría lugar tarde o temprano? ¿Sería capaz de volver a soportarlo?

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