Craig Russell - Cuento de muerte

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El hallazgo del cadáver de una joven con una nota entre sus dedos que dice "He estado bajo tierra y ya es hora de que vuelva a casa", enfrenta al jefe de la brigada de homicidios de Hamburgo, Jan Fabel, con los designios de una mente oscura y enferma. Cuatro días después, dos cuerpos más aparecen en medio de un bosque, con unas notras entre sus manos que dicen "Hansel" y "Gretel", escritas con la misma letra roja, pequeña y obsesiva. Es evidente que los crímenes hacen referencia a los cuentos folclóricos recopilados doscientos años atrás por los hermanos Grimm. Pero los asesinatos de este cruel asesino en serie no son ningún cuento de hadas…
Finalista del premio Golden Dagger, el más prestigioso del mundo en la categoría de novela criminal

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– A veces detesto esta ciudad. A veces detesto ser un maldito alemán del norte, con todos estos traumas reprimidos y estos complejos de culpa. La culpa es una cosa terrible, realmente terrible, ¿no cree?

– Supongo que sí-dijo Fabel. Schnauber tenía una expresión que Fabel había visto muchas veces en su carrera; esa vacilante indecisión de alguien que no sabe si revelar una confidencia. Fabel dejó que el silencio se extendiera, permitiendo que Schnauber se tomara el tiempo de decidirse.

Schnauber se apartó de la ventana y se enfrentó a Fabel.

– Usted debe de verlo todo el tiempo, supongo. Como policía, quiero decir. Apuesto que hay personas que cometen los crímenes más terribles, asesinatos, violaciones, abusos a menores, y que aun así no tienen ningún sentido de culpa.

– Por desgracia, sí, hay personas así.

– Eso es lo que me enfurece: que sin el sentido de culpa no haya castigo. Como algunos de esos viejos bastardos nazis que se niegan a ver nada malo en lo que hicieron, mientras que la siguiente generación está traumatizada por la culpa de algo que ocurrió antes de que ellos nacieran. Pero también está el otro lado de la moneda. -Schnauber volvió a sentarse en el sofá-. Esos que hacen cosas que la mayoría de nosotros consideraríamos pecados veniales, triviales inclusive, pero a quienes la culpa los persigue por el resto de sus vidas.

Fabel se inclinó hacia delante en la silla.

– ¿Laura se sentía perseguida?

– Por uno de los muchos trapos sucios de los armarios de los Von Klostertadt, sí. Un aborto. Hace muchos años. Ella misma era poco más que una niña. Nadie lo sabe. El secreto está más protegido que la Cancillería Federal. Margarethe se encargó de todo y se aseguró de que fuera así. Pero Laura me lo contó. Esperó muchos años para hacerlo, y cuando lo hizo se rompió su pequeño corazón.

– ¿Quién era el padre del niño?

– Nadie. Ése fue su pecado, ser un don nadie. De modo que Margarethe se aseguró de que desapareciera del cuadro. Eso, más que nada, es la razón por la que la llamo «mi princesa rota». Un procedimiento quirúrgico de una hora y culpa para toda la vida. -Schnauber bebió otro trago. Sus ojos enrojecieron como si hubiera recibido un golpe, pero no a causa del whisky-. ¿Sabe que es lo que más me entristece, Herr Kriminalhauptkommissar? Que, cuando este monstruo asesinó a Laura, lo más probable es que ella creyera que se lo tenía merecido.

40

Miércoles, 14 de abril. 22:00 h

Der Kiez, Sankt Pauli, Hamburgo

Henk Hermann se acomodó en la silla. Había escuchado el relato de Anna acerca de la operación en la que Paul Lindemann había muerto, en la que Maria había sido apuñalada y en la que la misma Anna había estado muy cerca de perder la vida.

– Por Dios, debió de ser muy duro. Ahora entiendo lo que quieres decir. Evidentemente yo sabía algo. Pero no todos los detalles. Comprendo a qué te refieres cuando dices que aquello sacudió al equipo. Que afectó a la forma en que operabais, quiero decir.

– Sé que Fabel quedó muy afectado. ¿Has visto la expresión que tenía en la cara cuando Olsen golpeó a Werner? No nos permite meternos en ninguna situación arriesgada antes de que intervenga un grupo del MEK. Supongo que necesita… Supongo que todos necesitamos recuperar la confianza en nosotros mismos.

Se produjo un incómodo silencio. Era como si a Henk se le hubiese ocurrido algo pero luego lo hubiera pensado mejor.

– ¿Qué? -preguntó Anna-. Adelante. ¿Qué es lo que quieres preguntarme?

– Es algo personal. Espero que no te moleste.

Anna lo miró con una expresión de intriga en su rostro.

– Vale…

– Es sólo que he visto tu collar. La cadena que llevas.

La sonrisa desapareció de los labios de Anna pero su cara siguió relajada. Sacó la estrella de David de debajo de la camiseta.

– ¿Qué…? ¿Esto? ¿Te molesta?

– No… Por Dios, no… -Henk de pronto pareció ponerse nervioso-. Es sólo que me suscita curiosidad. Me han contado que estuviste un tiempo en Israel. En el ejército. Y regresaste.

– ¿Te resulta tan sorprendente? Soy alemana. Hamburgo es mi ciudad. Es donde pertenezco. -Se inclinó hacia delante y susurró en actitud conspirativa-. No se lo digas a nadie… pero somos cinco mil en Hamburgo.

Henk parecía incómodo.

– Lo siento. No debería habértelo preguntado.

– ¿Por qué no? ¿Te resulta extraño que eligiera vivir aquí?

– Bueno. Con una historia tan terrible… Quiero decir, no te culparía si no quisieras vivir en Alemania.

– Como ya he dicho, yo soy, en primer lugar, alemana. Después soy judía. -Anna hizo una pausa-. ¿Sabías que, justo hasta antes de que los nazis tomaran el poder, Hamburgo era una de las ciudades menos antisemitas de Europa? En toda Europa los judíos sufrían toda clase de restricciones sobre los oficios que podían desempeñar; también tenían límites para ejercer el derecho al voto. Pero en la Ciudad Hanseática de Hamburgo, no era así. Ésa es la razón de que, hasta que llegaran los nazis, Hamburgo tenía la comunidad judía más numerosa de Europa; conformábamos el cinco por ciento de la población. Incluso durante «el capítulo oscuro», mis abuelos consiguieron esconderse en casas de amigos de esta ciudad. Hacía falta mucha valentía para hacer algo así. Más valentía, si he de ser honesta, que la que creo que yo misma habría tenido. En cualquier caso, hoy es una ciudad en la que puedo sentirme cómoda. Es mi casa. No soy una flor del desierto, Henk. Necesito riego constante.

– No sé si yo podría perdonar…

– No tiene que ver con perdonar, Henk. Tiene que ver con no bajar la guardia. Yo no fui parte de lo que ocurrió con los nazis. Tú tampoco. Ni nadie de nuestra edad. Pero jamás olvidaré que sí ocurrió. -Hizo una pausa, girando la copa entre las manos con expresión ausente. Luego lanzó una pequeña carcajada-. De todas maneras, no creas que perdono tanto. Me atrevería a decir que tú te has enterado de que, en algunas escasas ocasiones, me he visto envuelta en situaciones… polémicas, podríamos llamarlas.

– Me he enterado -rio Henk-. Algo respecto de un skinhead de Rechtsradikale y testículos magullados, ¿no?

– Cuando veo a esos tristes gilipollas con sus cabezas rapadas y sus chaquetas verdes infladas, tiendo a irritarme un poco, por decirlo de alguna manera. Como he dicho, no bajo la guardia. Mientras tanto, mi hermano Julius es una de las figuras más importantes de la comunidad judía de Hamburgo. Es abogado de derechos civiles y un miembro prominente de la Sociedad Alemano-Judía. Y trabaja a media jornada en la Talmud-Tora-Realschule del Grinderviertel. Julius cree en construir puentes culturales. Yo creo en cuidarme las espaldas.

– Da la impresión de que piensas que la visión de tu hermano es equivocada.

– No necesitamos puentes culturales. Mi cultura es alemana. Mis padres, mis abuelos y los padres de ellos… la cultura de ellos era alemana. No somos diferentes. Si me creo diferente, si tú me tratas como si fuera diferente, entonces Hitler ha ganado. Tengo una parte adicional en mi patrimonio cultural, eso es todo. Estoy orgullosa de ese patrimonio. Estoy orgullosa de ser judía. Pero todo lo que me define se encuentra aquí… es alemán.

Henk pidió más bebidas, se quedaron sentados y dejaron que la conversación vagara libremente. Anna se enteró de que Henk tenía dos hermanas y un hermano, que había nacido en Cuxhaven, pero que cuando aún era pequeño su familia se mudó a Marmstorf, donde su padre trabajaba como carnicero.

– La Metzgerei Hermann… La mejor carnicería del sur de Hamburgo -dijo Henk. Había tratado de decirlo con un tono de falso orgullo, pero Anna sonrió cuando descubrió que el orgullo de Henk era verdadero-. Como la mayoría de los suburbios de Hamburgo, Marmstorf parece más una aldea que un Stadtteil. No sé si lo conoces… El centro está lleno de viejas Fachwerk, casas construidas con madera y cemento, esa clase de cosas. -Henk pareció entristecerse-. Todavía me siento mal por no haber seguido con la carnicería de mi padre. Mi otro hermano está en la Universität Hamburg, estudiando para médico. Mis hermanas no están interesadas en ninguna de las dos cosas; una es contable y la otra vive con su marido y sus hijos en las cercanías de Colonia. Mi padre sigue al frente del negocio, pero ya está demasiado viejo. Creo que todavía espera que yo abandone la policía y me ocupe de la carnicería.

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