– Un año. Quizá un poco más. Como seguramente ya sabrá, tuvimos una relación hace años. Le pedí a Angelika que se casara conmigo entonces, pero me rechazó. Seguimos siendo amigos a lo largo de todos estos años, y entonces, no sé cómo, volvió a surgir la chispa.
– ¿Frau Schreiber está al corriente de esta relación? -preguntó Van Heiden.
– No. Por dios, no. Karin no tiene ni idea. No queríamos hacerle daño.
– Entonces, ¿no pensaba dejar a su mujer? -le preguntó Fabel.
– No. Por el momento, al menos. Al principio se lo sugerí a Angelika, pero ella no quería que nos fuéramos a vivir juntos. Quería mantener su independencia y supongo que…, bueno, que la situación ya le parecía bien. De todas formas, como ya le he dicho, no queríamos hacer daño ni a Karin ni a los niños.
– No parece que tuvieran una relación muy profunda.
Schreiber se inclinó sobre la mesa. Cogió un bolígrafo y jugueteó con él, haciéndolo girar entre los dedos.
– No es cierto. Nos teníamos cariño. Lo que pasa es que éramos… -hizo una pausa para encontrar la palabra correcta- pr á cticos. El tema es que siempre nos dio la sensación de que teníamos una historia inacabada.
Fabel decidió dejarse llevar por otra intuición.
– ¿Me equivocaría si dijera que Frau Blüm quería poner fin a la relación?
Schreiber pareció herido.
– ¿Cómo lo…?
Fabel le cortó.
– ¿Por eso fue a verla aquella noche? ¿Quería convencer a Frau Blüm de que no terminara la relación?
– No. Ya habíamos decidido no vernos más.
– Supongo que se había quedado a dormir algunas noches, ¿verdad?
Schreiber asintió con la cabeza.
– Cuando las circunstancias me lo permitían.
– En otras palabras, cuando tenía una coartada creíble que ofrecer a su esposa.
Schreiber hizo un pequeño gesto de resignación con los hombros.
– Entonces, supongo que tendría efectos personales en el piso de Frau Blüm y que esa noche fue a recogerlos.
Schreiber abrió más los ojos.
– Sí, camisas, un traje, enseres de baño, etcétera. ¿Cómo demonios lo ha sabido?
– Por la bolsa de deporte. O iba a recoger algo o llevaba el arma homicida dentro. -Fue la bolsa de deporte lo que hizo que Fabel imaginara la escena: el final de una relación; pasar a recoger los últimos efectos personales del piso. Fabel recordó que él había utilizado exactamente el mismo tipo de bolsa, con Renate en silencio y Gabi dormida en su cuarto, cuando se había marchado de casa hacía cinco años.
– ¿A qué hora se fue del piso?
– Sobre las nueve menos cuarto.
– ¿Sólo estuvo quince minutos?
– Supongo. Angelika acababa de salir de la ducha y tenía que trabajar aquella noche, así que recogí mis cosas y me fui.
– ¿Hubo algún tipo de discusión?
– No…, claro que no. Valorábamos demasiado nuestra amistad como para echarla a perder. La verdad es que fue todo muy civilizado.
– Y cuando se marchó, no vio llegar a nadie.
Schreiber se tomó un momento para pensar, y luego negó con la cabeza.
– Pues no.
– ¿A qué hora llegó a casa? -le preguntó Fabel.
– Sobre las nueve y diez, nueve y cuarto.
– ¿Y su mujer podrá confirmarlo?
– ¿Tiene que meter a Karin en todo esto? -Había un rastro de súplica en su voz.
– Me temo que sí, si ella es la única persona que puede confirmar que volvió sobre las nueve y cuarto. La autopsia de Frau Blüm afirma que la asesinaron alrededor de las diez.
Schreiber tenía la mirada de un hombre que había ido tejiendo su vida con un punto apretado y pulcro y veía cómo se le estaba descosiendo.
– También necesitaremos sus huellas dactilares, Herr Doktor Schreiber -añadió Fabel.
– Creo que podremos arreglarlo para que venga un técnico aquí y proceda con discreción -dijo Van Heiden, y miró a Fabel para que lo aprobara. Éste asintió con la cabeza.
– La persona idónea es Brauner. Yo me encargo. -Fabel se dirigió de nuevo a Schreiber-. Más adelante seguramente tendré que hacerle más preguntas.
Schreiber asintió. Hubo un silencio.
– La primera víctima, Ursula Kastner, creo que trabajaba para el gobierno regional de Hamburgo. ¿La conocía? -le preguntó Fabel.
– Claro que la conocía. Trabajaba en nuestro departamento jurídico de medio ambiente y obras públicas. Trabajaba en proyectos como la ciudad del Hafen y el proyecto de rehabilitación y revitalización de Sankt Pauli. La conocía bien. Era una abogada excelente.
– ¿Tuvo alguna otra clase de relación con ella, aparte de la profesional?
Schreiber se puso derecho, como si recogiera los restos esparcidos de su dignidad. Los músculos trapecios se le marcaron en el tejido elegante del traje Armani. Tenían la forma que sólo se consigue levantando pesas a conciencia en el gimnasio. Fabel imaginó que Schreiber sería muy fuerte físicamente; lo bastante como para separar las costillas de la víctima en un arrebato asesino.
– No, Herr Fabel. No tuve ningún tipo de relación inapropiada con Frau Kastner. Contrariamente a la impresión que pueda tener de mí, no soy ni un asesino en serie ni un mujeriego. Mi aventura con Angelika ha sido el único desliz que he tenido en mi matrimonio. Y la única razón por la que pasó fue porque Angelika y yo teníamos un pasado. Mi relación con Ursula Kastner no tenía ninguna dimensión personal…, aunque fui yo quien se la presentó a Angelika.
El silencio pareció durar una eternidad. Fabel y Van Heiden se miraron. Fabel sintió un cosquilleo eléctrico. Fue Van Heiden quien rompió el encantamiento.
– ¿Quiere decir que Angelika Blüm y Ursula Kastner se conocían? ¿Que existe una conexión entre ellas?
– Di por sentado que lo sabían…, dado que las asesinó la misma persona, quiero decir.
– El único vínculo que teníamos era usted, Herr Doktor Schreiber -dijo Fabel-. ¿Ahora dice que se trataban?
– Sí. Fue Ursula quien promovió la presentación. Me dijo que necesitaba un contacto «amigo» en los medios de comunicación para obtener información.
– ¿Es normal?
– No. No me hizo mucha gracia. Sospeché que Ursula tenía información sobre algo que quería filtrar a la prensa. Le insistí en que si se trataba de algo potencialmente perjudicial para el gobierno regional de Hamburgo, me lo contara. Me aseguró que no tenía conocimiento de nada que pudiera llamar la atención negativamente sobre el gobierno de la ciudad. Insistió en que sólo era para que la aconsejara.
– ¿La creyó?
– No. Creo que no. Pero tuve que confiar en su palabra. Y de todas formas, si iba a levantar la liebre sobre algo que tuviera que ver con la ciudad, dudo que hubiera venido a verme.
– Angelika Blüm no le dijo nunca de qué se trataba.
– No.
– ¿Se lo preguntó?
– Un par de veces, pero no le saqué nada. Así que me rendí. Si hubieran conocido a Angelika, lo comprenderían.
– ¿Con qué frecuencia se veían Angelika y Ursula?
– No lo sé. Ni siquiera sé si se vieron algún otro día después de la recepción del Neuer Horizont donde las presenté. Quizá se vieron de forma regular o no volvieron a verse nunca más, o hablaron por teléfono o se mandaron mensajes de correo electrónico. No lo sé.
– ¿Les invitó usted a esa recepción?
– No, dio la casualidad de que asistieron las dos… por razones de trabajo, por así decirlo. Neuer Horizont es un plan para rehabilitar y revitalizar aquellos barrios de la ciudad que han quedado excluidos de los grandes proyectos, como la rehabilitación de la ciudad del Hafen o de Sankt Pauli, pero que aún así pueden optar a fondos federales, estatales o de la Unión Europea.
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