Craig Russell - Muerte en Hamburgo

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El detective Jan Fabel se encuentra ante el caso más sanguinario y macabro de su historia profesional. Los cadáveres de dos mujeres a las que han arrancado los pulmones y las notas desafiantes de alguien que firma como «Hijo de Sven» son las únicas pistas de un asesino cuya motivación va más allá de la ira, acercándose a una suerte de ritual donde lo sagrado y lo monstruoso se dan la mano para teñir de escarlata toda la ciudad. Mientras Fabel avanza en la investigación, va quedando claro que se trata de algo mucho más complejo que el trabajo de un simple psicópata.

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Fabel miró por la ventana de piedra en forma de arco de la parte trasera que daba al Alsterfleet y el Alsterarkaden. Intentó que su mente trabajara lógica y metódicamente, pero la emoción de la revelación hacía que las ideas giraran a toda velocidad en su cabeza. Pistas que antes no estaban conectadas entre sí ahora convergían. Chocaban y se alimentaban las unas a las otras en el cerebro de Fabel. Dos de las tres víctimas habían estado en contacto. Y las dos estaban relacionadas con negocios inmobiliarios a través del gobierno de la ciudad. Se dirigió de nuevo a Schreiber.

– ¿Quién hay detrás de la iniciativa Neuer Horizont?

– Un consorcio privado. El principal accionista es una filial del Grupo Eitel. Fue Norbert Eitel quien dio la recepción. -Schreiber se encogió de hombros-. Me temo que no soy un gran fan de Eitel, pero la ciudad tiene que apoyar cualquier iniciativa que pueda reportarle beneficios.

Otra conexión. Otra lucecita.

– Creía que el Grupo Eitel era una empresa de medios de comunicación exclusivamente.

Schreiber negó con la cabeza.

– No, la rama editorial es el negocio principal, pero Eitel participa en muchos otros negocios. La tecnología de la información es uno de ellos. La promoción inmobiliaria es otro.

Fabel asintió pensativo.

– ¿Asistió el padre de Eitel? ¿Wolfgang Eitel?

– No. No fue. Ahí es donde trazo la línea. No compartiré ninguna plataforma con un nazi como él, me da igual lo beneficiosa que sea la causa. Creo que por eso lo mantuvieron al margen… A pesar de que públicamente le muestra su solidaridad, Norbert Eitel es muy consciente del lastre que supone su padre para sus ambiciones políticas.

– El asesinato de Kastner debió de afectarle mucho, Herr Schreiber.

– Decir eso es quedarse corto. Me quedé horrorizado. Conoció al Innensenator Hugo Ganz, ¿verdad?

Fabel asintió. Recordaba la cara áspera, rosada y rolliza de Ganz.

– Frau Kastner trabajó en estrecha colaboración con Herr Ganz. En concreto, en lo referente a proyectos medioambientales y urbanísticos. Ella le proporcionaba apoyo jurídico. La muerte de Frau Kastner afectó mucho al Innensenator Ganz. Creo que por eso estuvo tan… enf á tico la última vez que lo vio.

– Supongo que recuerda dónde estaba el día que desapareció Frau Kastner.

– Estaba en una conferencia medioambiental en Roma. -Schreiber habló sin emoción. Entonces, una pequeña esperanza iluminó su rostro-. ¡Eso es! Ni siquiera estaba en el país cuando la mataron. Y tengo cientos de testigos. ¿Cuándo asesinaron a la segunda víctima?

– La madrugada del miércoles cuatro -contestó Fabel.

Schreiber pasó las hojas de su agenda de mesa.

– Estaba en casa con mi familia. Pueden corroborarlo.

Fabel no pareció impresionado.

– Lo único que me interesa ahora es el asesinato de Frau Blüm. Y usted estuvo en su casa justo antes de que la mataran.

– Pero yo no tuve nada que ver. Nada en absoluto. -El tono de Schreiber comenzaba a tener un deje de rebeldía. Era evidente que el hecho de haberse dado cuenta de que tenía coartadas para los otros dos asesinatos le había envalentonado. Fabel cambió de táctica.

– ¿Sabía que Frau Blüm había intentado ponerse en contacto conmigo?

– No…, no lo sabía. ¿Para qué?

– No lo sé. No tuve oportunidad de devolverle las llamadas -mintió Fabel. Sonaba mejor que decir que no se había molestado en devolverlas.

– ¿Cree que Frau Blüm pensaba que corría peligro? ¿Cree que por eso intentó ponerse en contacto con usted? -Schreiber no esperó la respuesta-. ¿Por qué no me lo dijo? Si tenía miedo…, ¿por qué no habló conmigo?

Fabel se levantó. Van Heiden lo imitó.

– No tengo ninguna razón para pensar que ella creía que estaba en peligro. Lo único que sé es que intentó ponerse en contacto conmigo tres o cuatro veces antes de morir. Pero ninguno de los mensajes que dejó indicaba que creyera que corría peligro.

Fabel se dirigió hacia la puerta sin estrecharle la mano a Schreiber.

– Como ya le he dicho, Herr Doktor Schreiber, puede que tenga que hacerle más preguntas. Y mandaré a un técnico del equipo forense para que le tome las huellas dactilares.

Fabel había abierto la robusta puerta de roble cuando se dio la vuelta para mirar a Schreiber.

– Una cosa más. ¿Cuándo fue la última vez que vio o tuvo contacto con Marlies Menzel?

Schreiber pareció sorprendido, y luego un poco preocupado.

– Dios santo… No lo sé… Hace años. No sé nada de ella desde que trabajamos juntos en el Zeitgeist y, por supuesto, desde que se dedicó al terrorismo.

– ¿No ha hablado con ella desde que salió de Stuttgart-Stammheim?

– No. Claro que no. -Y Fabel supo que decía la verdad.

El mismo asistente de uniforme escoltó a Fabel y Van Heiden hasta el vestíbulo principal del Rathaus. El sol los deslumbró al salir por el arco gótico a la gran plaza del Rathaus.

– ¿Qué piensas? -preguntó Van Heiden.

– No es nuestro hombre -dijo Fabel, y sacó las gafas de sol del bolsillo superior de la chaqueta y se las puso-. Tengo que ir a Bremen. ¿Puedo invitarle a un café en el Alsterarkaden antes de marcharme, Herr Kriminaldirektor?

Jueves, 18 de junio. 14:20 h

Kunstgalerie Nordholt (Bremen)

Fabel había calculado que el viaje a Bremen duraría una hora y media más o menos, pero a medio camino el tráfico en la Al se volvió más denso y lento. Al ver que tenía por delante un largo tramo de autobahn, decidió poner un compacto en el reproductor del coche: Herbert Grönemeyer, Bleibt alles anders. Acababa de subir el volumen cuando le sonó el móvil. Era Maria Klee; tenían las conclusiones de la autopsia de Klugmann. Había sido asesinado de un solo disparo; la bala había atravesado el cerebro, destrozado el bulbo raquídeo y salido, como Brauner señaló, por encima del labio superior y por debajo de la nariz. La hora de la muerte se estimaba entre las seis de la tarde del viernes trece y las seis de la mañana del sábado catorce. Fabel se estremeció cuando Maria le contó que la autopsia revelaba que lo habían torturado y golpeado antes de matarlo. Los análisis también encontraron restos de anfetamina en la sangre de Klugmann. Vivir la vida. La tapadera definitiva. Y había fallado.

Maria también tenía el informe de balística. Brauner tenía razón: el casquillo pertenecía a un arma no estándar. Fabel le resumió a Maria su entrevista con Schreiber y le pidió que pusiera a Werner al corriente.

El tráfico mejoró. Fabel no había sido consciente de haber avanzado tanto. Había puesto el piloto automático, y su mente había viajado a un lugar oscuro y solitario con un policía secreto que supo con una certeza inmediata e ineluctable, mientras lo torturaban, que la muerte lo esperaba a la vuelta de la esquina. Por un segundo, Fabel fue capaz de ponerse mentalmente en su lugar y notó una arcada en el pecho; una sensación que reconoció como la sombra tenue de un terror inimaginable. Los paneles le indicaron que estaba acercándose a Bremen Kreuz, y tomó la salida de la Al para acceder a la A 27 dirección Bremen.

La galería de arte Nordholt estaba en una calle que desembocaba en la Marktplatz principal de Bremen, en un magnífico edificio del siglo XIX con enormes ventanas salientes. Cuando Fabel entró, Marlies Menzel supervisaba cómo colgaban uno de sus cuadros. Era una mujer de unos cincuenta años, llevaba una falda larga negra y una chaqueta negra holgada con hombreras. Tenía el pelo castaño apagado con mechas más claras. Llevaba puestas unas gafas metálicas pequeñas y cuadradas. Podría haber sido una bibliotecaria en lugar de una terrorista que acababa de salir de la cárcel, pensó Fabel mientras cruzaba la galería. Se detuvo a medio camino. Las paredes blancas estaban salpicadas de lienzos enormes. Fabel ya había advertido, puesto que los había visto en el catálogo de la exposición, la extraña similitud que había entre aquellos cuadros y las escenas de los asesinatos del Águila de Sangre; pero no estaba preparado para el gran impacto visual de las obras de arte. Todos los cuadros medían dos metros de alto por uno de ancho. La pintura gritaba desde el lienzo con colores vivos y viscerales. Las pinceladas eran contundentes y seguras. Cada cuadro era violencia en dos dimensiones.

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