Craig Russell - Muerte en Hamburgo

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El detective Jan Fabel se encuentra ante el caso más sanguinario y macabro de su historia profesional. Los cadáveres de dos mujeres a las que han arrancado los pulmones y las notas desafiantes de alguien que firma como «Hijo de Sven» son las únicas pistas de un asesino cuya motivación va más allá de la ira, acercándose a una suerte de ritual donde lo sagrado y lo monstruoso se dan la mano para teñir de escarlata toda la ciudad. Mientras Fabel avanza en la investigación, va quedando claro que se trata de algo mucho más complejo que el trabajo de un simple psicópata.

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Cuando Erika Kessler salió a la terraza, descubrió un atractivo glacial que desbarataba una mandíbula de robustez casi masculina. Sus ojos azul claro eran gélidos, y ladeaba la cabeza de una forma que sugería arrogancia. La severidad de su expresión quedaba mitigada por el precioso cabello rubio ceniza que llevaba suelto y encuadraba su rostro con unos rizos suaves. Vestía una camiseta blanca de algodón con cuello redondo y unos pantalones blancos anchos de hilo. Señaló unos sillones de madera noble de aspecto sólido y se sentó. Werner y Fabel ocuparon dos sillas delante de ella. Habían mostrado sus placas ovales a Herr Kessler al llegar; ahora, Erika Kessler les preguntó si podía ver su identificación y examinó ambas acreditaciones detenidamente, mirando primero la fotografía y después la cara y otra vez la foto en cada caso.

– ¿Querían hacerme unas preguntas sobre Angelika? -les preguntó al final, y les devolvió las placas.

– Sí -dijo Fabel-. Sé que debe de estar muy afectada por la muerte de Frau Blüm, y por cómo se ha producido, y le aseguro que no queremos afligirla más; pero necesitamos saber todo lo que sea posible sobre Frau Blüm para encontrar a su asesino.

– Les diré lo que pueda. Angelika no era una persona que… -Frau Kessler se tomó un momento para buscar la palabra correcta- que te contara cosas. La verdad es que no hablaba mucho de sí misma.

– ¿Pero eran amigas íntimas? -preguntó Werner.

– Éramos amigas. Conocí a Angelika en la universidad. Nos llevábamos bien. Era inteligente y atraía a los hombres, y en aquella época ésas eran unas credenciales esenciales.

– ¿Cómo era? -preguntó Fabel.

– ¿Cuando estábamos en la universidad o después?

– En ambos casos.

– Bueno, Angelika nunca fue una persona despreocupada, diría yo. Siempre se tomó en serio sus estudios y estaba muy concienciada políticamente. Fuimos juntas de vacaciones un par de veces. Un verano trabajamos en unos viñedos en España. Recuerdo que de vuelta visitamos el País Vasco y acabamos en Guernica, ya saben, el pueblo del cuadro de Picasso. Recuerdo que estábamos en un monumento a las personas que en 1937 mató la Legión Cóndor, a la que Hitler ordenó bombardear el lugar para hacerle un favor a Franco. Una anciana nos oyó hablar en alemán y se puso a reprocharnos lo que le habíamos hecho a su pueblo. Le dije que eso no tenía nada que ver conmigo, que yo había nacido una década después de la guerra, pero Angelika se quedó muy afectada. Yo incluso diría que ése fue un hecho importante en su concienciación política.

– Dice que le interesaba la política. Supongo que era de izquierdas.

– De izquierdas, sin duda. Pero no era marxista ni nada por el estilo. En el fondo, era una liberal. Y se preocupaba por el medio ambiente. En una época, militó en Die Grünen. Después de la reunificación, cuando los Verdes pactaron con diversos grupos de la oposición de la Alemania Oriental y formaron el Bündnis90/Die Grünen, creo incluso que flirteó con la idea de presentarse a las elecciones al Bundestag.

– ¿Por qué no lo hizo?

Frau Kessler se apartó un rizo dorado descarriado y se lo puso detrás de la oreja.

– Angelika era una periodista excelente, y ella lo sabía. Eligió seguir siendo una periodista excelente en lugar de convertirse en una política mediocre. Tenía la impresión de que podía hacer más por la justicia social y la protección medioambiental a través de sus artículos.

– ¿Cuándo vio a Frau Blüm por última vez? -preguntó Werner.

– La semana pasada. Almorcé con ella el miércoles pasado. El día cuatro, creo.

– ¿Cómo estaba? ¿Le mencionó algo fuera de lo normal?

– No. Creo que no. La verdad es que estaba bastante optimista. Aquella tarde iba a cubrir la llegada de ese capullo nazi de Wolfgang Eitel.

– ¿El padre de Norbert Eitel, el editor?

– Y ex oficial de las SS y líder del llamado Bund Deutschland-für-Deutsche.

– ¿Qué interés tenía Frau Blüm en él?

Kessler cruzó las largas piernas, y los pantalones de hilo emitieron un susurro.

– No fue específica. Como seguramente ya sabrán, Angelika mantenía en secreto los detalles de sus investigaciones hasta que estaba preparada para publicar o transmitir la historia. Intentó que me interesara por realizar un documental radiofónico con ella. Lo único que me dijo era que tenía algo turbio sobre Eitel que destrozaría su credibilidad entre sus partidarios. Lo que sí dijo es que estaba relacionada con la especulación inmobiliaria.

– ¿Sugirió en algún momento que debido a su investigación corría peligro?

Frau Kessler frunció el ceño.

– No creo que se le pasara por la cabeza. A mí tampoco se me ocurrió. No sospechará de los Eitel, ¿verdad?

– En concreto, no. ¿Estaba trabajando en algo más?

– Sé que estaba haciendo algo sobre el BATT101. Pero no creo que fuera un proyecto importante.

Fabel frunció el ceño. Antes y durante la segunda guerra mundial, el Batallón de Reserva Policial 101 estaba integrado por hombres normales y corrientes, principalmente de mediana edad y clase trabajadora de Hamburgo, que estaba considerada una de las ciudades menos nazificadas de Alemania. En 1942, estos hombres normales y corrientes del Batallón de Reserva Policial 101 masacraron a casi dos mil judíos en Otwock, Polonia. Cuando acabó la guerra, el BATT101 había exterminado a más de 80.000 judíos y otros «indeseables». Fabel recordó a Frau Steiner, la anciana de ojos de lechuza que vivía debajo del piso en el que Tina Kramer había sido asesinada. Recordó las viejas fotografías en blanco y negro de un hombre con un uniforme del Batallón de Reserva Policial.

– ¿El BATT101? No es un tema de actualidad.

Erika Kessler se encogió de hombros.

– No lo sé. Quizá ella tuviera otra perspectiva sobre el asunto. Dijo algo acerca de establecer comparaciones con las acciones de la policía soviética en Afganistán y Chechenia.

– ¿Y en cuanto a relaciones? -preguntó Fabel-. ¿Salía Frau Blüm con alguien?

Hubo un cierto titubeo en la respuesta.

– No… No creo que se viera con nadie especial últimamente. Estuvo saliendo con otro periodista un tiempo. Paul Thorsren. -Fabel anotó el nombre-. Pero rompieron hará un año. No creo que haya tenido ninguna relación importante desde entonces.

Fabel miró fijamente los gélidos ojos azules de Erika Kessler. Éstos le sostuvieron la mirada con determinación. Casi lo había conseguido, pero en aquella milésima de segundo antes de responder con una reacción demasiado natural y la mirada demasiado fija, le había revelado a Fabel su primera mentira. Pero ¿por qué mentiría Kessler sobre los novios de Blüm?

– ¿Conoce a Marlies Menzel?

– ¿La pintora?

– La terrorista.

Kessler se rió, pero el hielo de sus ojos se escarchó y endureció un poco más.

– ¿Qué tal la ex terrorista que ahora es pintora? Sé quién es, pero no, no la conozco personalmente.

– Pero Angelika Blüm sí.

– Creo que trabajaron juntas en algún momento.

– En Zeitgeist, la revista de izquierdas. Creo que en aquella época el director era un joven Hans Schreiber. ¿Frau Blüm y él salían juntos por aquel entonces?

– Creo que sí. Creo que vivieron juntos un tiempo -dijo Kessler. De nuevo, Fabel detectó una mirada defensiva en sus ojos. El arte del interrogador es juntar no sólo lo que se dice, la verdad y las mentiras, sino recopilar los silencios, los gestos, los movimientos de los ojos. Fabel sintió la emoción de una pequeña revelación al atar cabos. Pensó en desafiar a Kessler, pero por el momento decidió guardarse lo que pensaba.

El resto del interrogatorio no aportó nada importante. Fabel dio las gracias a Erika Kessler por dedicarles su tiempo, y ella asintió con la cabeza de un modo que estaba a medio camino entre la cortesía y la frialdad. Acompañó a Fabel y a Werner a la puerta, atravesando el atrio de baldosas que estaba unos grados por debajo de la temperatura de la terraza, que miraba al sur.

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