Cogió el micrófono de la radio.
– K treinta y dos. Aquí Bernal. Ha tomado un taxi y vamos a seguirle. Recojan a sus hombres y sígannos a prudente distancia. Va a doblar a la derecha, hacia Atocha. Ojo con no perderle en el «escaléxtric».
El mensaje fue recibido. En los cuatro carriles de tráfico detenido ante los semáforos que había bajo el escaléxtric, Bernal vio que el taxi de Torelli se encontraba a dos vehículos de distancia por delante, en el cuarto carril. Bernal volvió a hablar por la radio y dio al coche K la matrícula y situación del taxi.
– Le seguiremos nosotros si gira a la derecha por Atocha, si baja por Primo de Rivera, o bien si se mete en la estación. Lo mejor es que ustedes se preparen para seguirle si rodea la fuente hacia la izquierda y se dirige a Reina Cristina o a Claudio Moyano. -El mensaje fue recibido otra vez.
Bernal se dirigió a Paco y al chófer.
– Tengo la imperiosa corazonada de que va hacia María Cristina para bajar luego a Ciudad de Barcelona. Procure ponerme al habla con Ángel en la central.
El chófer radió el mensaje y oyeron la voz de Ángel.
– Diga, jefe.
– ¿Puedes ponerme directamente con el inspector Martín?
– Sí, jefe, está cerca de usted, en un coche K, junto al almacén de Ciudad de Barcelona.
– Estupendo -dijo Bernal-. Ponme con él.
– ¿Comisario? Soy Martín.
– Escuche: estamos en Atocha y es muy posible que el sospechoso Torelli vaya hacia usted en un taxi. ¿A qué altura de Ciudad de Barcelona está el almacén?
– Poco después de la desembocadura de Doctor Esquerdo, dos manzanas más abajo, a la derecha.
Cambió el semáforo. El taxi de Torelli giró a la izquierda, en derredor de la fuente de Atocha, y se detuvo otra vez ante otro semáforo.
– Martín -dijo Bernal por la radio-, es casi seguro. El taxi ha enfilado hacia Reina Cristina.
El chófer de Bernal hizo lo imposible, cambió de carril y fue a detenerse tras la camioneta de la lavandería, que estaba a dos vehículos de distancia detrás del taxi. Bernal habló con el K 32.
– Ojo con el carril que toma al llegar al semáforo en que se bifurcan Reina Cristina y Ciudad de Barcelona.
El taxi tomó el tercero de los cinco carriles, indicando que iba a seguir en línea recta hacia Vallecas; el chófer, en realidad, no había entrado en ninguno de los dos carriles que continuaban por Reina Cristina y que tenían indicación de doblar a la izquierda en aquel punto.
Bernal volvió a hablar con el coche K.
– Cuando entre en Ciudad de Barcelona, lo adelantaremos y nos situaremos más allá del almacén textil, que está poco después del cruce de Doctor Esquerdo, a la derecha. Ustedes irán más despacio, a cierta distancia, por detrás, y se detendrán cuando él se detenga. La comisaría del Retiro vigila el almacén con el K veintidós. ¿Saben qué clase de vehículo es?
– Nos parece que un camión de bebidas no alcohólicas, jefe.
El taxi de Torelli aceleró por la avenida medio vacía y el chófer de Bernal pisó a fondo para adelantarle por el carril de la izquierda. Navarro y Bernal volvieron a agacharse en el asiento trasero cuando se cruzaron con el taxi, aunque Bernal consideró que había poco peligro en que Torelli viese el Seat, ya que era un vehículo muy corriente en las calles de la ciudad. Le preocupaba más que descubriese la presencia de la camioneta de la lavandería, con la que se había cruzado ya al dirigirse a la casa de huéspedes.
Una vez que dejaron atrás Doctor Esquerdo, el chófer de Bernal redujo la velocidad y miró al retrovisor.
– El taxi se detiene, jefe. Creo que va a frenar en la esquina.
Bernal cogió el micrófono de la radio y habló con Martín.
– Va a bajarse en la esquina con Doctor Esquerdo. Viste un abrigo beige y un sombrero gacho de color marrón.
– Ya lo vemos, jefe. He apostado algunos hombres en la puerta trasera del almacén por si entra por ahí.
El conductor de Bernal dobló a la derecha por la segunda calle lateral y volvió a girar hacia la avenida. Se detuvo en la esquina, sin dejarse ver.
La radio volvió a carraspear y se oyó claramente la voz de Martín.
– Ha llegado a la entrada delantera y va a entrar por una puerta pequeña. Ahora entra.
– Venga a la esquina, Martín -dijo Bernal- y celebraremos consejo de guerra.
Navarro y Bernal salieron para recibir a Martín y su sargento. La camioneta de la lavandería se había aproximado y de ella bajaron los policías de paisano.
– ¿Hay entrada trasera, Martín? -preguntó Bernal-. No queremos llamar por delante y que cunda la alarma.
– Sí, la hay, y en el primer piso hay una ventana con la luz encendida. Hemos visto entrar a tres hombres. Torelli es el cuarto. Hay un Cadillac negro estacionado detrás.
– Será el de Weber -dijo Bernal.
– No se ve luz por las ventanas de delante, señor comisario -dijo el sargento de Martín-. ¿Forzamos las dos puertas a la vez? Las cerraduras parecen muy sencillas.
Bernal creía que los grupos debían actuar sin separarse.
– Martín, irá usted con sus hombres y forzará la puerta trasera. ¿Cuántos van armados?
– Todos llevan pistola y dos subfusiles.
– ¿Tenemos radios portátiles? -preguntó Bernal a los Inspectores de paisano.
– Sí, jefe -dijo el más corpulento de los dos- y están sintonizadas en las mismas frecuencias.
– Bien, dale una a Martín; la otra dámela a mí. Yo daré la orden de asaltar las dos puertas. ¿Tenemos linternas?
– Todas las que necesite, jefe.
– Bien. Es posible que opongan resistencia y que quieran apagar las luces. Mantengan agachada la cabeza y tengan cuidado de no dispararse entre sí. Apunten sólo a los blancos cercanos y cuando estén seguros de quién se trata. Entraremos aproximadamente dentro de cinco minutos, Martín. Yo daré los avisos de rendición. ¿Tiene algún altavoz?
– Sí, señor. Apriete el botón rojo cuando quiera hablar.
– Sosténmelo, Paco.
El sargento de paisano manipuló en silencio con una lámina de plástico en la cerradura de la puerta delantera y al cabo de unos minutos la abrió. Todos desenfundaron sus armas respectivas y Bernal entreabrió la puerta un centímetro, aunque no distinguió ninguna luz. Entonces habló por la radio portátil:
– ¡Ahora, Martín!
Abrieron la puerta de un puntapié y entraron a toda velocidad, cubriendo ambos lados del recinto a oscuras. Una luz muy débil surgía de detrás de grandes fardos de tejido, ordenados en hileras en la parte exterior del almacén. Los dos inspectores de paisano y Navarro encendieron potentes linternas, Bernal hizo una seña a los primeros y a sus hombres para que tomaran el lado derecho, mientras él y Navarro tomaban el izquierdo. Al dar la vuelta a los fardos y entrar en la zona iluminada, Bernal cogió el altavoz y dijo con voz autoritaria:
– ¡Habla la policía! ¡Estáis completamente rodeados! ¡Tirad las armas y poned las manos en la cabeza o tiramos a matar!
Había cuatro hombres alrededor de una mesa, sobre la que se veían algunas armas desmontadas. Torelli, que era el que habían seguido, el argentino gordo llamado Weber y otros dos. Uno de estos, un sujeto bajó y moreno, fue a coger una pistola, pero Martín y sus hombres llegaron por detrás y éste dijo con voz cortante:
– ¡Quieto! ¡Que nadie se mueva o disparo!
El sujeto bajo y moreno alzó despacio las manos y se las puso en la cabeza. De pronto, el local quedó sumido en la oscuridad, excepción hecha de la luz de las linternas de los policías. Un proyectil pasó zumbando junto a la oreja de Bernal y éste, soltando el altavoz, se echó al suelo. Se dio cuenta de que, al fin y al cabo, había un quinto hombre escondido cerca del interruptor de las luces. Bernal y Navarro retrocedieron con prudencia hasta el parapeto de los fardos de la izquierda, mientras que los policías de paisano hacían lo mismo en la parte derecha.
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