Desde la víspera, Minh había ido filmando cosas sueltas, aunque de forma selectiva, racionando la cinta, porque llevaba un número restringido de ellas.
En ese momento apareció Fernández, que estaba vigilando las otras construcciones.
– Viene… -les advirtió sin aliento- ¡una mujer! Sola. Creo que va armada.
En ese momento oyeron unos pasos que se acercaban.
No les dio tiempo a prepararse. Se quedaron todos petrificados donde estaban. Jessica estaba junto a la puerta y se apartó hacia un lado. Minh se hallaba justo ante el hueco y los otros un poco más separados, en la penumbra. Partridge alzó el Kalashnikov. Aunque sabía que si disparaba despertaría a toda la aldea, para sacar la Browning con el silenciador tenía que dejar el rifle y cambiárselo de mano. Y no tenía tiempo.
Socorro entró con decisión. Iba en bata y empuñaba un revólver Smith & Wesson, con el martillo montado. Jessica ya había visto a Socorro con un arma, pero enfundada, nunca en la mano.
A pesar del arma, por lo visto Socorro no esperaba encontrar nada extraordinario, y al principio confundió a Minh con Vicente, a causa de la oscuridad:
– Pensé que escuché *…
Y entonces se dio cuenta de que no era el guardián.
Miró a su izquierda y vio a Jessica. Sorprendida, exclamó:
– ¿Qué haces? *
Pero no pudo terminar.
Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que, más tarde, ninguno logró describir exactamente la secuencia de acontecimientos. Socorro levantó el revólver, con el dedo en el gatillo, y se acercó a Jessica. Después comprendieron que intentaba agarrar a Jessica y usarla como escudo, tal vez apuntándole a la cabeza.
Jessica la vio acercarse y, con idéntica celeridad, recordó su adiestramiento en la lucha cuerpo a cuerpo, que no había puesto en práctica desde su captura. Aunque estuvo tentada de hacerlo antes, comprendió que a largo plazo no le depararía nada bueno y se reservó para el momento realmente imprescindible.
«Cuando se acerca un agresor -insistía el general Wade en sus clases- la primera reacción es retroceder. Y el agresor lo sabe. ¡No lo hagas! Sorpréndele en cambio adelantándote tú.»
Como un rayo, Jessica brincó hacia Socorro levantando el brazo izquierdo y golpeando con fuerza el brazo derecho de la mujer. Con una sacudida por el encontronazo, Socorro levantó la mano hacia atrás hasta que se le abrieron los dedos instintivamente, soltando el arma. La maniobra duró menos de un segundo y Socorro casi no se dio ni cuenta.
Sin pausa, Jessica colocó dos dedos en el cuello de Socorro, apretándole la tráquea e impidiéndole respirar. Al mismo tiempo, Jessica puso una pierna por detrás de la mujer y la empujó hacia atrás, haciéndole perder el equilibrio. Con una sola maniobra, Jessica le dio la vuelta y la sujetó con firmeza en una postura que le impedía todo movimiento. Si aquello hubiera sido la guerra -que era a lo que iba dirigido el cursillo-, el siguiente paso habría sido romperle el cuello para matarla.
Jessica, que nunca había matado a nadie, ni se lo había planteado, vaciló. Notó que Socorro se debatía para decir algo y aflojó un poco la presión de sus dedos.
Jadeante, Socorro suplicó en un susurro:
– Suéltame… Os ayudaré… Me escaparé con vosotros… Conozco el camino.
Partridge se les había acercado y la oyó.
– ¿Podemos confiar en ella? -preguntó.
Jessica dudó de nuevo. Tuvo un momento de compasión. Socorro había tenido algunos detalles buenos. Jessica siempre había pensado instintivamente que los años de estudio en los Estados Unidos habían reconducido a Socorro por el buen camino. Había cuidado las quemaduras de Nicky y, después, sus heridas cuando le habían amputado los dedos. Recordó el incidente del chocolate que les dio en la barca, cuando estaban hambrientos. Socorro había mejorado sus condiciones de vida mandando abrir aquellas ventanas. Había desobedecido las órdenes de Miguel, permitiéndole entrar en la celda de Nicky…
Pero Socorro había intervenido en el secuestro desde el principio; cuando iban a cortar los dedos de Nicky, había exclamado duramente: «¡Calla! No conseguirás evitar lo que nos proponemos».
Jessica recuperó las palabras de Nicky, de hacía tan sólo unos minutos: «Has hecho bien en matar a Vicente, Harry… Nos ayudaba algunas veces, pero era uno de ellos… ¿Sabes lo que es el síndrome de Estocolmo?… Mi madre sí…» .
¡Cuidado con el síndrome de Estocolmo!
Jessica respondió a la pregunta de Partridge, negando con la cabeza.
– ¡No!
Se miraron a los ojos. Harry se había quedado aturdido por la demostración de Jessica de sus habilidades en el combate cuerpo a cuerpo. Se preguntaba dónde las habría aprendido y para qué. Aunque de momento eso no tenía importancia. Lo que sí importaba era que había tomado una decisión y le estaba haciendo una muda pregunta con la mirada. Él asintió en silencio. Luego, para no presenciar lo que vendría a continuación, volvió la cabeza.
Con un escalofrío, Jessica aumentó la presión para romperle el cuello a Socorro. Se lo retorció con fuerza para partirle la médula espinal. Se oyó un sonido sordo, sorprendentemente débil, y el cuerpo que Jessica estaba sujetando se aflojó poco a poco. Ella lo dejó caer.
Con Partridge en cabeza, el pequeño grupo compuesto por Jessica, Nicky, Minh y Fernández en retaguardia cruzó sigilosamente la aldea sin tropezar con nadie.
En el embarcadero encontraron a Ken O'Hara, que les dijo:
– Pensaba que ya no ibais a venir.
– Hemos tenido problemas -dijo Partridge-. ¡Hay que darse prisa! ¿En qué barca?
– Ésta.
Era una barca de madera de unos diez metros de eslora con dos motores fueraborda. Estaba abarloada al muelle.
– He cogido gasolina de las otras -dijo O'Hara señalando varios bidones de plástico a popa.
– ¡Todo el mundo a bordo! -ordenó Partridge.
Poco antes, la luna menguante había desaparecido detrás de una nube, pero volvió a asomar, iluminándolo todo, particularmente la superficie del agua.
Fernández ayudó a Jessica y a Nicky a embarcar. Jessica estaba temblando descontroladamente y se sentía enferma, afectada por el acto que había cometido minutos antes. Minh tomó unas imágenes desde el embarcadero y saltó en el último momento, mientras O'Hara soltaba amarras y cogía un remo para alejarse de la orilla. Fernández empuñó otro remo y remaron los dos hacia el centro del río.
Partridge miró en torno y comprobó que O'Hara no había perdido el tiempo. Varias barcas estaban medio hundidas junto a la orilla, y otras se iban corriente abajo.
– Les he quitado el tapón -dijo O'Hara señalando a las más cercanas-. Podrán sacarlas a flote, pero eso los retrasará. Y he tirado un par de motores al fondo del río.
– ¡Buen trabajo, Ken! -dijo Partridge.
Su decisión de traer a O'Hara se había visto recompensada varias veces.
La barca que habían elegido no tenía asientos. Igual que aquella en la que habían viajado la otra vez Jessica, Nicky y Angus, los pasajeros se sentaban en el fondo del bote, sobre unos tablones que iban de proa a popa, por encima de la quilla. Los dos remeros se habían colocado a los dos costados y bogaban con fuerza para ganar el centro del río Huallaga. Cuando empezaban a perder de vista Nueva Esperanza, la poderosa corriente empezó a arrastrarles río abajo.
Cuando soltaron amarras, Partridge había mirado el reloj: las 2.35. A las 2.50 ya navegaban a buena marcha en dirección al noroeste, y le dijo a Ken O'Hara que pusiera en marcha los motores.
O'Hara abrió el paso de combustible del costado de babor, ajustó el estrangulador, bombeó la gasolina con la pera de goma y tiró con fuerza de la cuerda de arranque. El motor se puso en marcha en seguida. O'Hara lo dejó acelerado en punto muerto y después repitió el procedimiento con el otro motor. Cuando dio avante a fondo, la barca brincó hacia delante.
Читать дальше