Arthur Hailey - Últimas Noticias

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Esta apasionante novela nos introduce detrás de la pantalla de nuestro televisor y, con una trampa apasionante nos muestra el peligro cotidiano al que se enfrentan los reporteros de prensa, las dudas éticas que deben encarar en el difícil ejercicio de su profesión, las numerosas intrigas y presiones a que se ven sometidos asi como la guerra sin cuartel entablada entre los beneficios económicos, la ética. la fama y la integridad.

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Rita y Crawford Sloane siguieron al directivo a un despacho muy bonito, enmoquetado, de la misma planta.

– Les ruego que utilicen mi mesa. -Y señalando un teléfono rojo añadió-: Esa línea es segura, se lo garantizo. Pueden marcar directamente.

– Gracias.

Con Partridge en camino hacia Nueva Esperanza, Rita no tenía intención de desvelar su paradero, que tal vez mencionaran durante la conversación, a las autoridades peruanas.

Tras una cortés inclinación de cabeza, Velasco salió de su despacho y cerró la puerta.

Sloane se sentó ante la mesa y probó en primer lugar con la línea directa de Les Chippingham en la CBA-News. No obtuvo respuesta… cosa bastante natural un sábado por la mañana. Lo raro era que el director de los servicios informativos no dejara en la centralita de la CBA un número donde ser localizado. Consultando una agenda de bolsillo, Sloane marcó un tercer número: el del apartamento de Chippingham en Manhattan. Tampoco obtuvo respuesta. Tenía el teléfono de Scarsdale, donde Chippingham pasaba algunos fines de semana. Pero tampoco estaba allí.

– Se diría -comentó Sloane- que se está escondiendo a propósito esta mañana.

Se sentó encima de la mesa, pensativo, sopesando una decisión.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó Rita.

– En llamar a Margot Lloyd-Mason.

Y descolgando el teléfono rojo añadió:

– Y la voy a llamar.

Sloane tecleó el código internacional de los Estados Unidos y el número de Stonehenge.

– La señora Lloyd-Mason no está -le contestó la voz de una telefonista.

– Soy Crawford Sloane. ¿Quiere darme su teléfono particular, por favor?

– Lo siento, señor Sloane, no estoy autorizada a darlo.

– ¿Pero lo tiene?

La telefonista vaciló:

– …Sí, señor.

– ¿Cómo se llama, señorita?

– Noreen.

– Bien, Noreen, un nombre muy bonito; siempre me ha gustado. Ahora, escúcheme bien, Noreen. ¿Reconoce usted mi voz?

– Oh, sí, señor. Le veo en las noticias todas las noches. Y he de decirle que lamento mucho…

– Gracias, Noreen. Mire, llamo desde Lima, Perú, y es imprescindible que hable con la señora Lloyd-Mason. Si me da usted su número, le prometo no decir nunca una palabra de quién me lo ha proporcionado. Pero la próxima vez que vaya a Stonehenge me comprometo a pasar a darle las gracias personalmente.

– ¡Oh! ¿En serio, señor Sloane? ¡Nos encantaría…!

– Siempre mantengo mis promesas. ¿El número, Noreen…?

Lo anotó mientras ella se lo leía.

Esa vez contestaron al teléfono a la segunda llamada; una voz masculina que parecía de un mayordomo. Sloane se identificó y preguntó por la señora Lloyd-Mason. Esperó unos minutos y luego la voz de Margot, que era inconfundible, preguntó:

– ¿Diga?

– Soy Crawf. Estoy en Lima.

– Eso me habían dicho, señor Sloane. Me gustaría saber por qué me llama usted, y más a mi casa. Aunque primero, quiero presentarle mis condolencias por la muerte de su padre.

– Gracias.

Extrañamente para un profesional de su talla, Sloane se trataba de usted con la directora general de la CBA, y ella tenía evidentemente interés en que aquello permaneciera así. Sloane dedujo, por su tono y su distanciamiento, que no llegaría a ninguna parte con preguntas directas. Decidió probar suerte con el gastado truco periodístico que funcionaba tan bien, aun con personas de mundo.

– Señora Lloyd-Mason, ayer, cuando decidió usted despedir a Harry Partridge de la CBA, me pregunto si se daba usted cuenta de todo lo que él había conseguido en sus esfuerzos por encontrar y liberar a mi esposa, mi hijo y mi padre.

– ¿Quién le ha dicho que lo he decidido yo? -fue la respuesta, fulminante.

Él tuvo la tentación de decirle ¡ Tú misma lo acabas de reconocer ! Pero se contuvo y le contestó:

– En la televisión casi no existen secretos. Por eso la he llamado.

– No pienso discutir eso con usted -replicó ella.

– Pues es una lástima -dijo Sloane precipitadamente, antes de que le diera tiempo a colgar-, porque pensaba que le gustaría hablar de la relación del despido de Harry con ese gran negocio de canje de la Globanic con Perú. ¿Es que los honestos reportajes de Harry han ofendido a algún pez gordo implicado en el negocio?

Al otro extremo del hilo se produjo un largo silencio, en el que Sloane oyó la inspiración de Margot. Luego ésta le preguntó, suavizando un poco la voz:

– ¿Cómo se ha enterado?

¡ Así que había alguna relación, a fin de cuentas !

– Bueno -repuso Sloane-, la cuestión es que Harry Partridge lo ha averiguado. Es un periodista de primera fila, ¿sabe? Uno de los mejores, y en este momento se está jugando la vida por la CBA. De todos modos, Harry ha decidido no utilizar la información. Si no recuerdo mal, sus palabras han sido: «Es lo menos que puedo hacer por Globanic, que es quien nos da de comen›.

Hubo otra pausa.

– ¿Entonces, no se va a publicar…? -preguntó Margot.

– ¡Ah! ¡Ésa es otra historia!

En otras circunstancias, Sloane hubiera disfrutado con la conversación. Pero en ésas, se sintió lamentablemente hundido.

– Un periodista de una emisora de radio de Lima ha descubierto la historia, tiene una copia del contrato y piensa difundir la noticia la semana que viene. Espero que la recojan los medios de comunicación extranjeros. ¿Usted no?

Ella no le contestó. Y él preguntó, dudando si habría colgado:

– ¿Está usted ahí?

– Sí.

– ¿Se arrepiente usted, por casualidad, de lo que le ha hecho a Harry Partridge?

– No -la respuesta parecía proceder de ultratumba-. No -repitió-, estaba pensando en otra cosa.

– Señora Lloyd-Mason -Crawford Sloane empleó el tono cortante que empleaba para las noticias repugnantes-, ¿le ha dicho alguien últimamente que es usted una zorra sin corazón?

Y colgó el teléfono rojo.

Margot también colgó al oírle. Cualquier día, decidió, le arreglaría las cuentas a ese presuntuoso Crawford Sloane. Pero no era el momento. Tenía cosas mucho más importantes que hacer.

La noticia que le acababa de dar sobre Globanic y Perú la había dejado sin habla. Pero le habían ocurrido cosas peores en el pasado y nunca duraban demasiado tiempo. Margot no había llegado hasta la cima del mundo de los negocios sin atravesar serios reveses, y casi siempre lograba sacar provecho de ellos. Y eso tenía que hacer en ese momento. Se detuvo a meditar las iniciativas que podía tomar.

Sin ningún género de dudas, debía telefonear a Theo Elliott ese mismo día. Nunca le importaba que le molestaran con cuestiones de negocios, ni siquiera durante los fines de semana.

Le diría que tenía una información: en Perú corría el rumor del trato de Globanic; un periodista peruano había conseguido de algún modo una copia del contrato y estaba a punto de publicarlo. No tenía nada que ver con la CBA ni con cualquier otra emisora o periódico norteamericanos; era una filtración peruana, aunque mala.

Le diría a Theo que era todo muy lamentable y que ella no quería emitir juicios, pero no podía evitar preguntarse: ¿habría cometido Fossie Xenos algún desliz en sus conversaciones, particularmente en Perú? Era posible, basándose en sus informaciones, que el notable entusiasmo de Fossie le hubiera hecho cometer una indiscreción.

También diría a Theo que la actividad de la prensa peruana había llamado la atención de la CBA-News. Pero Margot ya había dado órdenes concretas a la CBA de que no mencionara el asunto.

Con un poco de suerte, pensó, a principios de la semana siguiente la atención adversa habría recaído sobre Fossie. ¡Bien!

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