Camilla Läckberg - Las huellas imborrables

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En Las huellas imborrables Camilla Läckberg entreteje con maestría una historia contemporánea con la vida de una joven en la Suecia de 1940.
El verano llega a su fin y la escritora Erica Falck vuelve al trabajo tras la baja de maternidad. Ahora le toca a su compañero, el comisario Patrik Hedström, tomarse un tiempo libre para ocuparse de la pequeña Maja. Pero el crimen no descansa nunca, ni siquiera en la tranquila ciudad de Fjällbacka, y cuando dos adolescentes descubren el cadáver de Erik Frankel, Patrik compaginará el cuidado de su hija con su interés por el asesinato de este historiador especializado en la Segunda Guerra Mundial.
Mientras tanto, Erika hace un sorprendente hallazgo: los diarios de su madre Elsy, con quien tuvo una relación difícil, junto con una antigua medalla nazi. Pero lo más inquietante es que, poco antes de la muerte del historiador, Erika había ido a su casa para obtener más información sobre la medalla. ¿Es posible que su visita desencadenara los acontecimientos que condujeron a su muerte?

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Y entonces estalló. El puño cerrado de Vilgot cruzó el aire y fue a estrellarse en la barbilla de Bodil, que cayó hacia atrás. Se volcó la silla y la mujer aterrizó en el suelo con estruendo. Lanzó un grito de dolor, un aullido que Frans sintió hasta el tuétano pero que, en lugar de compasión, despertó en él más ira aún. ¿Por qué no pudo mantener la boca cerrada? ¿Por qué lo obligaba a presenciar aquello?

– Así que eres una verdadera defensora de los judíos, ¿no? -la desafió Vilgot poniéndose de pie-. ¿Eh? ¿No es eso lo que eres?

Bodil había logrado darse la vuelta y ahora estaba a gatas en el suelo, tratando de recobrar el aliento.

Vilgot tomó impulso y le asestó una patada en el estómago.

– ¡Eh! ¡Contéstame! ¿Tengo a una defensora de los judíos en mi propia casa? ¿En mi propia casa? ¿Es eso?

La mujer no respondió, sólo intentaba alejarse arrastrándose como podía. Vilgot fue tras ella y le propinó otra patada en el costado. Bodil se estremeció y se derrumbó en el suelo, pero logró enderezarse a duras penas e hizo un nuevo intento por arrastrarse.

– ¡Una zorra asquerosa es lo que tú eres! ¡Una maldita zorra defensora de los judíos! -Vilgot escupía las palabras. Al observar el rostro de su padre, Frans vio que disfrutaba. Vilgot volvió a tomar impulso y pateó otra vez a su madre sin dejar de insultarla y maldecirla. Luego miró a Frans. Irradiaba un deseo irrefrenable que Frans conocía demasiado bien.

– Mira, muchacho, ahora tienes la oportunidad de aprender cómo se trata a las zorras. La única lengua que comprenden. Mira y aprende. -Dicho esto, respiró hondo y, con la mirada clavada en Frans, se desabrochó el cinturón y se desabotonó los pantalones. Luego dio unos pasos hacia donde se encontraba Bodil, que había logrado arrastrarse un par de metros, y le agarró el pelo con una mano mientras le levantaba la falda con la otra.

– No, no, no… piensa en… Frans… -rogó implorante.

Vilgot estalló en una risotada salvaje y le echó hacia atrás la cabeza mientras la penetraba con un grito.

A Frans le crecía el nudo en el estómago. Un nudo grande y frío, de odio. Y cuando su madre, a cuatro patas, levantó la cabeza y lo miró a la cara mientras su padre la embestía una y otra vez, supo que lo único que podía hacer para sobrevivir era preservar aquel odio.

* * *

Kjell pasó la mañana del sábado en el despacho. Beata se había ido con los niños a casa de sus padres y le pareció una oportunidad excelente para investigar un poco sobre la persona de Hans Olavsen. Hasta el momento se había topado con la dura realidad. Existían demasiados noruegos con ese nombre en aquella época, y si no encontraba algo que le permitiese empezar a discriminar, aquello resultaría misión imposible.

Había leído varias veces los artículos que le dejó Erik sin hallar nada concreto a lo que aferrarse y sin comprender qué era lo que el anciano pretendía que sacase de ellos. Eso era lo que más lo desconcertaba del asunto. Si Erik Frankel pretendía que averiguase algo, ¿por qué no le dijo abiertamente de qué se trataba? ¿A qué venía aquel modo misterioso de proceder al proporcionarle aquellos artículos? Kjell exhaló un suspiro. Lo único que sabía de Hans Olavsen era que había pertenecido a la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, y la cuestión era cómo usar dicha información para seguir avanzando. Por un instante, sopesó la posibilidad de hablar con su padre y preguntarle si sabía algo más del noruego, pero desechó enseguida la idea. Prefería pasarse cien horas en un archivo que pedirle ayuda a su padre.

Archivo, sí. Era una idea. ¿Existiría en Noruega alguna lista de los noruegos pertenecientes a la resistencia? Debía haber algo escrito al respecto y, probablemente, alguien habría realizado algún trabajo de investigación sobre el tema e intentado describir el movimiento. Siempre lo había.

Abrió el Explorer e hizo unas búsquedas, probando con varios términos en combinaciones diversas hasta que, por fin, halló lo que buscaba. Un tal Eskil Halvorsen había escrito una serie de libros sobre Noruega durante la Segunda Guerra Mundial, con especial hincapié en el movimiento de resistencia. Ese era el hombre con el que debía hablar. Kjell localizó en la red el listín telefónico noruego y no tardó en encontrar el número de Eskil Halvorsen. Cogió el auricular y marcó el número, pero tuvo que colgar y volver a intentarlo, porque había olvidado marcar el prefijo de Noruega. El hecho de molestarlo un sábado por la mañana lo traía sin cuidado, los periodistas no podían permitirse esos escrúpulos.

Tras unos segundos de impaciencia, oyó por fin que alguien contestaba al teléfono. Kjell le explicó el motivo de su llamada y que intentaba dar con un hombre llamado Hans Olavsen, que había pertenecido a la resistencia noruega durante la guerra y que huyó a Suecia durante los últimos años de la contienda.

– O sea, que no es un nombre que le suene así, directamente, ¿verdad? -Kjell dibujaba círculos en el bloc que tenía junto al teléfono. En cierto modo, había confiado en dar con la tecla de inmediato.

– Sí, comprendo que hablamos de miles de hombres que trabajaron activamente en la resistencia, pero existe alguna posibilidad de…

El experto le ofreció una larga exposición de cómo estaba organizado el movimiento y Kjell iba anotando febrilmente mientras escuchaba. Era, sin duda, un tema muy interesante, sobre todo teniendo en cuenta que el neonazismo era uno de sus campos de investigación, pero no debía olvidar la razón por la que había llamado.

– ¿Existe algún archivo donde se hayan conservado los nombres de los miembros de la resistencia?

– Vale, es decir, que hay ciertos datos documentados…

– ¿Cree que podría ayudarme a buscar información sobre un tal Hans Olavsen y averiguar dónde se encuentra en la actualidad?

– Muchísimas gracias. Ah, y a Suecia vino en 1944, a Fjällbacka, por si acaso fuera de ayuda en las indagaciones.

Kjell colgó con expresión satisfecha. Cierto que no había obtenido información alguna así, de entrada, pero tenía el presentimiento de que si había alguien capaz de desenterrar información sobre Hans Olavsen, ese era el hombre con el que acababa de hablar.

Y, entre tanto, había algo que él podía hacer. La biblioteca de Fjällbacka quizá tuviese más información sobre el noruego. Al menos, valía la pena intentarlo. Miró el reloj. Si salía en el acto, llegaría antes de la hora de cierre. Cogió la cazadora, apagó el ordenador y salió del despacho.

A muchos kilómetros de allí, Eskil Halvorsen ya había empezado a indagar sobre Hans Olavsen, el joven de la resistencia.

Maja iba en el asiento trasero y se aferraba de forma convulsa a la muñeca. Erica seguía emocionada por el gesto de la anciana y se alegraba del evidente e inmediato enamoramiento que experimentó Maja en cuanto vio el juguete.

– Qué señora más agradable -le dijo a Patrik, que asintió sin más, concentrado como estaba en abrirse paso por el hervidero de coches que eran las calles de Gotemburgo, la mayoría de un solo sentido y plagadas de tranvías que surgían pitando de la nada.

– ¿Y dónde aparcamos? -preguntó mirando a su alrededor.

– Allí hay un hueco -le señaló Erica. Patrik siguió sus indicaciones.

– Lo mejor será que Maja y tú no entréis conmigo a la tienda -declaró sacando el cochecito del maletero-. No creo que una tienda de antigüedades sea el mejor lugar para esta hija nuestra, que todo lo tiene que tocar.

– Sí, tienes razón -convino Patrik sentando a Maja en el cochecito-, Nosotros dos daremos un paseo. Pero luego me lo cuentas todo.

– Prometido. -Erica se despidió y se encaminó a la dirección que le habían dado por teléfono. El comercio se hallaba en el barrio de Guldheden y lo encontró enseguida. Erica entró y se oyó un tintineo en la puerta. Un hombre menudo y ágil con barba blanca y una amplia sonrisa salió de detrás de una cortina.

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