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Camilla Läckberg: Las huellas imborrables

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Camilla Läckberg Las huellas imborrables

Las huellas imborrables: краткое содержание, описание и аннотация

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En Las huellas imborrables Camilla Läckberg entreteje con maestría una historia contemporánea con la vida de una joven en la Suecia de 1940. El verano llega a su fin y la escritora Erica Falck vuelve al trabajo tras la baja de maternidad. Ahora le toca a su compañero, el comisario Patrik Hedström, tomarse un tiempo libre para ocuparse de la pequeña Maja. Pero el crimen no descansa nunca, ni siquiera en la tranquila ciudad de Fjällbacka, y cuando dos adolescentes descubren el cadáver de Erik Frankel, Patrik compaginará el cuidado de su hija con su interés por el asesinato de este historiador especializado en la Segunda Guerra Mundial. Mientras tanto, Erika hace un sorprendente hallazgo: los diarios de su madre Elsy, con quien tuvo una relación difícil, junto con una antigua medalla nazi. Pero lo más inquietante es que, poco antes de la muerte del historiador, Erika había ido a su casa para obtener más información sobre la medalla. ¿Es posible que su visita desencadenara los acontecimientos que condujeron a su muerte?

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– ¿Erica? -La voz de Patrik vino a interrumpir sus pensamientos. Erica le respondió:

– ¿Síí?

– ¡Ya llegan los invitados!

Erica miró el reloj. ¡Vaya, ya habían dado las tres! Maja cumplía un año y esperaban a la familia y a los amigos más íntimos. Patrik pensaría que se había dormido allí arriba…

– ¡Ya bajo! -gritó mientras se sacudía el polvo. Tras un instante de vacilación, cogió los diarios y la camisita y bajó la empinada escalera del desván. Abajo se oía un murmullo de voces.

– ¡Bienvenidos! -Patrik se hizo a un lado para dar paso a los invitados. Eran Johan y Elisabeth, una pareja que habían conocido por Maja, pues tenían un hijo de la misma edad. Un niño que quería a Maja con una intensidad poco habitual. A veces, no obstante, su cortejo resultaba demasiado violento. Por ejemplo, nada más entrar, William se lanzó como un bulldozer en cuanto vio a Maja y le hizo un placaje con habilidad digna de cualquier jugador de la Liga Nacional de Hockey. Curiosamente, la pequeña no pareció apreciar demasiado la maniobra, de modo que los mayores tuvieron que apresurarse a separar a William, radiante de alegría, de Maja, que no dejaba de chillar.

– Eh, muchacho, eso no se hace. ¡Hay que ser más delicado con las chicas! -Johan reprendió a su hijo con la mirada mientras que, con todas sus fuerzas, evitaba que su vástago enamorado emprendiese un nuevo asalto.

– Pues a mí me parece que tiene más o menos la misma forma de ligar que tenías tú -rio Elisabeth, que recibió una mirada ofendida de su marido por respuesta.

– Venga, cariño, que no ha sido para tanto. Vamos, arriba. -Patrik cogió en brazos a su hija, que no paraba de llorar, y la abrazó hasta que el llanto se convirtió en leves sollozos; la animó a empujoncitos a acercarse de nuevo a William-. ¡Mira lo que te ha traído William! ¡Un regalo!

Aquella palabra mágica surtió el efecto previsto. Con seriedad y solemnidad visibles, William le entregó a Maja el paquete envuelto con hermosas cintas. Ninguno de los dos dominaba aún del todo la técnica para caminar, y las dificultades para mantener en orden los pies y, al mismo tiempo, entregar el paquete, hicieron que William se cayese sentado. Sin embargo, al ver la cara de Maja, resplandeciente de alegría ante la contemplación del paquete, pareció olvidar su dolor. Claro que el mullido relleno del pañal también tuvo algo que ver.

«Iiiii», exclamó Maja con entusiasmo al tiempo que tiraba de las cintas. Aunque más o menos dos segundos después su semblante empezó a adoptar una expresión de frustración y Patrik se apresuró a prestarle ayuda. Una vez que, aunando esfuerzos, lograron abrir el envoltorio, Maja extrajo jubilosa un elefante gris muy blandito: el éxito fue inmediato. Lo apretó contra el pecho, abrazó el dócil cuerpo del animal y dio un pequeño zapatazo en el suelo, lo que provocó que también ella cayera de golpe sobre el trasero. Los intentos de William por acariciar el peluche dieron lugar a un mohín de disgusto acompañado de un lenguaje corporal inequívoco por parte de Maja. Al parecer, su pequeño admirador se tomó aquello como una invitación a que incrementara su esfuerzo, y los padres de ambos intuyeron que aquello acabaría en conflicto.

– Yo creo que es hora de tomar algo -observó Patrik. Cogió a Maja y entró en la sala de estar. William y sus padres lo siguieron y, en cuanto dejaron al pequeño delante de la primera caja de juguetes, se restableció la paz. Al menos temporalmente.

– ¡Hombre, hola! -Erica bajó la escalera, se acercó y saludó a los invitados. A William le dio una palmadita en la cabeza.

– ¿Quién quiere café? -resonó desde la cocina la voz de Patrik, quien oyó tres «yoooo» por respuesta.

– Bueno, dime, ¿qué tal la vida de casada? -preguntó Johan con una sonrisa, echando el brazo por encima del hombro de Elisabeth.

– Pues mira, te diré que más o menos como siempre. Aparte de que Patrik se empeña en llamarme todo el rato «la parienta». ¿Alguna idea sobre cómo conseguir que lo deje? -Erica se volvió a Elisabeth con un guiño.

– Bah, no hay otra solución que rendirse. Dentro de poco, «la parienta» se convertirá en «el gobierno», así que no te quejes. Por cierto, ¿dónde está Anna?

– Está en casa de Dan. Ya han empezado a vivir juntos… -explicó Erica enarcando una ceja.

– Vaya, hasta ese punto… ¡qué rapidez! -También Elisabeth enarcó las cejas. Sólo los chismorreos tenían a menudo ese efecto.

Un timbre interrumpió la conversación y Erica se levantó de un salto.

– Seguro que son ellos. O Kristina. -Pronunció ese nombre como si hubiese ido intercalando cubitos de hielo entre las sílabas. Desde que Patrik y ella se casaron, la relación entre las dos había ido enfriándose cada vez más. Y ello se debía principalmente a la actitud casi maníaca de Kristina en su campaña por convencer a Patrik de que no era correcto que un hombre que aspiraba a hacer carrera se tomase cuatro meses de baja paternal. Sin embargo, y para disgusto de su madre, Patrik no había cedido ni una pulgada, al contrario, él mismo había insistido en hacerse cargo de Maja en los meses de otoño.

– ¡Hola…! ¿Alguna niña que cumpla años por aquí? -La voz de Anna llegó desde el vestíbulo. Erica no podía evitar estremecerse de satisfacción cada vez que oía el tono jovial de su hermana pequeña. Había estado ausente tantos años… Pero ahora lo había recuperado. Anna sonaba segura y feliz y enamorada.

Al principio le preocupaba que Erica tuviese algo en contra de que ella iniciase una relación con Dan, precisamente. Pero Erica la tranquilizó y le explicó entre risas que hacía una eternidad, toda una vida, que Dan y ella fueron pareja y, aunque le hubiese producido una sensación extraña, habría valido la pena, sólo por ver de nuevo feliz a Ana.

– ¿Dónde está mi chica favorita? -Era Dan, rubio, alto y bullicioso, quien preguntaba buscando a Maja con la vista. Dan y Maja mantenían una singular relación de amor, y la pequeña se le acercó a trompicones y extendió los brazos al oír su voz.

– ¿Lalo? -preguntó Maja inquisitiva, pues ya había comenzado a desentrañar el concepto de «cumpleaños».

– Por supuesto que te traemos un regalo, cariño -dijo Dan señalando a Anna, que le dio a la pequeña un gran paquete rosa con lazos plateados. Maja se deshizo manoteando del abrazo de Dan y retomó la frustrante tarea de acceder al contenido del paquete. Lo consiguió en esta ocasión con la ayuda de Erica, y ambas sacaron de la caja una gran muñeca que cerraba los ojos.

– Queca -constató Maja feliz abrazando amorosa también aquel regalo. Acto seguido, puso rumbo al lugar donde se encontraba William, con la intención de mostrarle el último tesoro adquirido y, por si acaso, repitió la palabra «queca» mientras le enseñaba a su amigo aquel preciado objeto.

Volvió a sonar el timbre y, un segundo después, entró Kristina. Erica notó que empezaban a rechinarle los dientes. Detestaba con toda su alma aquella costumbre de su suegra de dar un timbrazo breve y simbólico antes de entrar sin más preámbulo.

El proceso de apertura del paquete se repitió una vez más, aunque en esta ocasión sin el éxito final. Maja observó meditabunda los jerséis que había en el paquete, escudriñó una vez más en el interior de la caja, para asegurarse de que verdaderamente no contenía ningún juguete, y miró luego a su abuela con los ojos como platos.

– La última vez que estuve aquí vi que tenía un jersey que le quedaba pequeño, y como en Lindex anunciaron una campaña de tres por el precio de dos, fui a comprárselos. Seguro que le vienen bien -Kristina sonrió ufana, impertérrita ante la decepción que traslucía la expresión de Maja.

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