Elmore Leonard - Pronto

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Un buen día, los apostadores empezarían a preguntarse ¿Qué se habrá hecho de Harry Arno?, y se darían cuenta de que no sabían nada de él.
"Desaparecería, empezaría una nueva vida. Basta de presión. Basta de trabajar para gente a la que no respetaba. Una copita de vez en cuando. Tal vez incluso un cigarrillo al atardecer, contemplando la puesta de sol en la bahía. Joyce estaría con él. Bueno, a lo mejor. Como si no hubiera bastantes mujeres en el lugar al que se dirijía. Tal vez sería mejor que partiera él primero y se instalara. Luego, si le apetecía, ya la llamaría. Estaba esperando. Tenía dos pasaportes con nombres distintos por si acaso. Todo estaba claro; ningún problema.
Hasta aquella tarde en que Buck Torres le dijo que estaba metido en un buen follón".

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– ¿Y por qué no cualquiera de nosotros? -preguntó Joyce-. Da gusto estar contigo. No ha sido una buena idea, Harry.

– ¿El qué?

– Venir a Italia. ¿Sabes dónde tendrías que haberte retirado? En Las Vegas, es más tu estilo.

Harry miró a Raylan.

– Durante casi toda mi vida -dijo- en lo único que pensé fue en venir aquí algún día. Ahorré dinero, lo planeé durante cuarenta y siete años… ¿Lo sabía?

– Me lo dijo en Atlanta -contestó Raylan-. En aquel entonces hacía cuarenta años que pensaba en ello.

– Pero mi amiga aquí presente, después de pensarlo un poco, ¿cuánto, un par de minutos?, dice que fue una mala idea, que tendría que estar en Las Vegas.

– O quedarte en casa y jubilarte -insistió Joyce-. Tú eres de Miami Beach, Harry. Creo que ya lo echas de menos. -Joyce se dirigió a Raylan-. ¿Sabe lo que hace? Escucha las grabaciones de los que llaman para hacer sus apuestas. ¿Sabe a qué me refiero? Escucha llamadas telefónicas que grabó.

– Sólo escuché la cinta una vez -se defendió Harry, mientras Joyce se levantaba de la mesa-, nada más, y dio la casualidad de que tú la oíste.

– ¿Dónde la tiene, Harry?

– En el dormitorio. Ni siquiera sé por qué la metí en la maleta. Robert tiene un radiocasete…

En cuanto Joyce salió de la cocina, Harry se puso en pie de un salto, se metió en la despensa y salió con una botella de Galliano. Se tomó un trago directamente de la botella, sin mezclarlo con el café, y si ella protestaba él le diría que ésta era su casa y que si no le gustaba… Pero ella no diría nada. Al menos ahora, o nunca si él tomaba sólo un trago, dos como máximo. Le ofreció la botella a Raylan que dijo no con la cabeza.

– Lo probé anoche. Sabe a medicina.

– Porque te cura -afirmó Harry. Cogió del fregadero una copa que llevó a la mesa junto con la botella alta y esbelta de licor amarillo. No dejaba de moverse y de hablar.

– Dice que no podemos defender este lugar. ¿Por qué?

Se sirvió una copa casi llena. Se tomó un buen trago.

– Porque la casa es demasiado grande.

Harry sintió el dulce calorcillo del alcohol en el estómago.

– Usted sabe lo que debe hacer. Me sentiría mejor si Joyce no estuviera aquí. La invité a venir y mire a quién me ha traído. -Harry sonrió.

Raylan no le correspondió. Se le veía serio incluso sin el sombrero.

– No tienen nada contra ella, contra usted o contra Robert. -Harry se encogió de hombros-. Yo soy al único que buscan.

– Si entran aquí -señaló Raylan-, no dejarán a nadie para que cuente lo ocurrido.

Harry bebió otro trago de Galliano.

– Por si no lo recuerda, en dos ocasiones anteriores unos tipos quisieron matarme y me los cargué a los dos. Lo digo sin ánimo de presumir, o por si piensa que no tengo experiencia. Y yo le pregunto, dado que usted pasa por ser experto en estos temas, ¿cuándo fue la última vez que disparó contra alguien?

– Ayer -respondió Raylan.

Joyce apareció con el radiocasete, la cinta colocada. Lo conectó a un enchufe que había sobre la encimera y lo puso en marcha mirando a Raylan y después a la botella de Galliano sobre la mesa. No miró a Harry.

«-Hola, ¿Mike? Uno de los ausentes. Soy Jerry.

»-¿Cómo te va, Jerry?

»-Bien. ¿Cómo van los Saints?

»-¿Nueva Orleans? Siete.

»-¿Y los Forty-niners?

»-Cuatro.

»-Vale, dame los Saints y los Forty-niners.

»-¿Niners y Nueva Orleans diez veces inversa?

»-Correcto.»

– La diversión de Harry -dijo Joyce. Raylan preguntó quién era Mike y Joyce le contestó que era uno de los planilleros de Harry. Se oyó la voz de otro.

«-Mike, Al, de South Miami.

»-Sí, adelante, Al.

»-Los Bears diez veces, los Giants quince veces. Vale, después dame los Eagles, Bears y Steelers, nueve dólares redondos, apuesta veintisiete dólares. Vale, también los Oilers cinco veces y los Cowboys cinco veces.

»-Apuntado.

»-Tampa Bay cuatro veces.

»-Sí.

»-Los Falcons, los Eagles y los Broncos, nueve dólares redondos.

»-Vale.»

Silencio.

«-Mike, soy Billy. ¿Demasiado temprano?

»-No. ¿Cuál quieres, muchacho?

»-Billy Marshall -dijo Harry-, trabaja para el Herald.

»-Niners menos cuatro ocho veces. Detroit menos tres cuarenta veces.

»-Apuntado.

»-Y Nueva Orleans menos siete diez veces si Denver va a diez veces. ¿Tienes una cifra para mí?»

– Me pregunta cuánto debe hasta la fecha -le aclaró Harry.

«-Espera un segundo. Sí, ¿Billy? Cinco cincuenta.

»-Te veré durante la semana.

»-Vale, tienes los Niners cuarenta veces, Detroit cuarenta veces y los Saints diez si Denver diez.

»-Correcto. Buenos días, Mike.

»-Hola.

»-Mike, Joe Deuce.

»-Sí, Joe.

»-Dame los Lions y los Forty-niners veinte veces inversa, Bears diez centavos, Chargers diez centavos, Giants cinco veces, Nueva Inglaterra diez veces y los Browns veinte. Mike, te volveré a llamar.

»-Hola.

»-Mike, soy Mitch.

»-¿Cómo estás?

»-Mitchell.

»-Sí, sé quién eres. Adelante.»

– Es un abogado -dijo Harry-, en Broward.

«-Quiero una apuesta de treinta dólares.»-¿Sí?

»-¿Cómo van los Oilers?

»-Houston, quince.

»-¿Los Saints?

»-Siete.

»-¿Siete?

»-Sí, ¿qué quieres?

»-Ya te lo dije. Una apuesta de treinta dólares.

»-¿A quién?

»-¿Qué?»

– Maldito abogado -exclamó Harry.

«-¿A quién apuestas?

»-A los dos, a los Oilers y a los Saints.»

– Ya es suficiente -dijo Harry-, apágalo. La misma mierda una y otra vez. ¿Tú crees que quiero volver a esto?

– Ahora mismo -respondió Joyce.

– Vale, así es como están las cosas. Tenemos que marcharnos, ¿no? -dijo Robert Gee.

Raylan asintió al ver que nadie pensaba decir nada.

– Y cuanto antes nos vayamos -añadió Robert Gee-, mejor. Antes de que vengan a buscarnos.

Habían acudido a la sala principal en respuesta a la llamada de Robert Gee, que mantenía la guardia junto a la ventana. Eran casi las once.

– Vale. Ahora mismo voy a buscar el coche, y no se hable más -dijo el negro-. Si no, renuncio, me voy de aquí, y podéis hacer lo que queráis. Ya lo dije antes, no quiero estar aquí cuando vengan, y tampoco tendríais que estar vosotros. Así que decídmelo ahora.

– ¿Quieres cobrar antes de marcharte?

Raylan vio que Joyce movía la cabeza con una expresión de cansancio, para después apretar las mandíbulas.

– Harry… -dijo Joyce.

Mientras Robert contestaba:

– Sí, quiero mi paga. ¿Por qué no? No trabajo gratis.

– Lo sé -señaló Harry-. Vendes tus servicios.

– Harry, maldita sea -comenzó a protestar Joyce.

Él la interrumpió con una mirada inocente.

– ¿Qué? Quiero pagarle a Robert lo que le debo y darle la tarjeta de crédito. Yo pago el coche, ¿no es así?

Joyce pareció dispuesta a reñirle otra vez, pero no dijo nada. Robert Gee tampoco abrió la boca hasta que Harry le dio el dinero y le preguntó:

– ¿En paz?

– Sí -dijo Robert Gee.

– Y no te olvides de devolvérmela -añadió Harry, dándole la tarjeta de crédito.

Después de esto, Robert Gee no le prestó más atención, como si estuviese hasta las narices de Harry y deseando irse. Tocó el brazo de Joyce y le dijo algo que Raylan no oyó. A continuación miró a Raylan y asintió. Harry dijo:

– ¿Puedo preguntar a qué hora estarás de regreso?

Raylan pensó que Robert Gee no le contestaría, y no lo hizo hasta que salió por la puerta.

– Al anochecer.

Joyce volvió a meterse con él, diciéndole que estaba loco, y Harry adoptó de nuevo una expresión sorprendida, inocente.

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