Elmore Leonard - Bandidos

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En Nueva Orleans, una fundación de ayuda a la `contra` nicaragüense guarda todo el dinero recaudado con la bendición de Reagan entre los magnates y empresarios norteamericanos. El coronel Dagoberto Godoy y su siniestro guardaespaldas, Franklin de Dios, son los encargados de recoger el dinero y de organizar el embarque clandestino, de las armas destinadas a la guerrilla antisandinista. La CIA sigue con atención los acontecimientos, pero nadie puede sospechar que se ha formado entre tanto un singular grupo de bandidos dispuestos a dar un golpe magistral. Aunque parezca una locura, Lucy Nichols, que había sido monja en una leprosería de Nicaragua, Jack Delaney, ex presidiario, y Roy Hicks, que fue expulsado de la policía acusado de soborno, tienen un plan infalible para hacerse con el botín.

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Al acercarse a los estantes de madera, Alvin Cromwell dijo:

– Si habéis estado en la guerra o sabéis algo de armas de asalto, esto tendría que emocionaros.

– Estuve con el Primero de Caballería en la gran guerra -dijo Cullen-, en la Segunda Guerra Mundial. El primer golpe en la historia del Primero fue cuando saltamos de nuestros caballos y tomamos una isla del Almirantazgo, Los Negros.

Jack le miró. Nunca había oído que Cullen hubiera estado en el ejército. En aquel momento, Alvin Cromwell le daba la mano a Cullen. Así que Jack dijo:

– Yo quería ir al Vietnam al precio que fuese, maldita sea, pero me declararon inútil.

Alvin Cromwell asintió, pero no le dio la mano. Preguntó:

– ¿Sois vosotros los dos colegas que estuvieron aquí ayer preguntando por mí?

– Pasamos por aquí -le dijo Jack-. Mi amigo perdió las llaves del coche. Hemos vuelto para ver si se las había dejado aquí.

– Los tipos de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego también se dejan cosas por aquí y vienen luego a buscarlas. Les explico que sólo vendo armas deportivas y de recreo, semiautomáticas como máximo.

– Si crees que somos agentes -dijo Jack-, saldremos ahora mismo a denunciarte por difamación. Sólo estamos mirando, eso es todo, y ni siquiera sabemos qué miramos.

– No hay nada malo en eso -dijo Alvin Cromwell-. A ver qué hay por aquí… De izquierda a derecha: ésa es la Ruber Mini-14, la Uzi, la Tech-9. Al lado, el H y el K 91. Para disparar el 672 de la OTAN, o un Winchester 308. ¿Habéis reconocido el Thompson? Se hizo famoso entre la gente de la Segunda Guerra Mundial, que pagaría con gusto por tenerlo. Al lado, el AR-15 Armalite de mano. Con un equipo de conversión se puede hacer de él un M-16, si se quiere. Os diré una cosa: en Vietnam duraba menos que una lata de cerveza. «Ya los tenemos» pensaba todo el mundo. «Ah, tío, aquí tengo mi automático de gas.» Pero ¿veis?, el gas se amontonaba en el orificio de salida y volvía hacia atrás y te jodía. O sea, que lo que teníamos que hacer era cargarnos a un vietnamita y apropiarnos de su AK-47, porque, tío, ésa sí que es un arma, sólo inferior a la FN-FAL de los belgas. No sé cómo saben hacerla tan bien, pero, mierda, es buena. Los ingleses la usan y cualquiera puede echarle las manos encima, como esos locos gilipollas del Líbano. Hemos conseguido algunas para los contras, pero no muchas.

– En Nicaragua -dijo Jack.

– Sí, mierda. Tío, necesitan toda la ayuda que se les pueda prestar. Si los contras no lo consiguen, tío, tendremos que ir nosotros allí abajo.

– ¿Tú crees?

– Yo ya he estado -dijo Alvin Cromwell-. Te diré lo que me hizo ir. Cuando pienso en el Vietnam, lloro de vergüenza de acordarme de cómo esos mamones nos sacaron de allí. Cuando volví, no sabía qué dirección tomar. Probé en el Klan, pero son una partida de tíos negativos, nada más. Nombras cualquier cosa, negros, judíos, católicos, y ellos están en contra. Les dije: «¿Sabéis cuál es el único diablo al que hay que detener en el mundo? El comunismo.» Odio a los comunistas, siempre los he odiado. Pero el odio no te sirve de nada si no puedes orientarlo. Fue a través de una convención de un club de propietarios de armas como me uní al CVP, el Civilian Volunteer Program, y encontré una nueva orientación para mi vida. Lo que hacemos es ayudar a los luchadores por la libertad allí abajo. Les llevamos suministros, alimentos y equipo, y los entrenamos tácticamente. En el Vietnam estuve de ametrallador en un Cobra… Nos dieron en el aire, en la ofensiva del Test, y me pasé seis meses en el hospital luchando por que mis piernas volvieran a funcionar. En cualquier caso, caí allá… Mira, me he gastado una cuarta parte de mi dinero enseñando a los indios misquitos a disparar una ametralladora M-60. Una mierda de arma, pero es lo único que tenemos. Me los llevé de Honduras a Nicaragua en lo que llamamos «ejercicios de aplicación práctica», ya me entendéis. Pero nunca digáis que os lo he contado. Del mismo modo que no he mencionado para nada a la CIA en este asunto, ¿verdad? Bien, pues en siete semanas con los misquitos perdí catorce kilos, comiendo judías y arroz, lo poco que tenían. Pero, tío, al volver a casa me sentía muy bien. Sé que la cosa se mueve y que nos va a costar ganar ahí abajo. Ya veis, es muy distinto de lo del Vietnam. Aquí los malos tienen las armas y los jodidos helicópteros.

– Estuviste con los indios -dijo Jack.

– Sí, señor, y me di cuenta de que ya no tengo veintiún años. Esos tipos lo están pasando mal, con lo que les hacen los sandinistas.

– ¿No son una gente algo rara?

– Son buena gente. Están allí desde antes de Colón y hasta que llegaron los sandinistas y los jodieron, sólo se metían en sus cosas. ¿Sabéis a quién me recuerdan los comunistas? A los del Klan, porque tampoco son capaces de ver más allá de su nariz. Pienso que son tan malos los unos como los otros.

– ¿Vas a volver?

Alvin Cromwell miró hacia la parte delantera de su vacía tienda.

– Mi mujer no quiere que vaya. Yo le dije: «Cariño, tengo mucho más que hacer allí que aquí.» Tengo dos señoras y un colega que trabajan para mí y ni siquiera los necesito. Ahora se han ido a comer y les he dicho que se estén todo el rato que quieran. Que luego se vayan a casa y echen una siesta. Mi padre siempre se iba a casa a echarse una siesta después de comer. Pero los tiempos cambian, ¿eh? -Volvió a mirar hacia la tienda y luego a Jack-: Te diré una cosa si no te vas de la boca. Tengo la oportunidad de ir este fin de semana y, mierda, la voy a aprovechar. Para hacer algo bueno en este mundo.

Jack dudó.

– ¿Vais en avión?

– Demasiado caro. Tenemos una carga de equipo y suministros y hay una flota de botes bananeros que sale desde aquí mismo. Cogen cualquier carga antes que hacer el viaje en balde.

– Parece que llevas una vida muy excitante -dijo Jack.

– Cuando no estoy aquí -contestó Cromwell.

Cuando salieron, entrecerrando los ojos para protegerlos de la luz, Jack dijo:

– ¡Por Dios, qué tío más increíble!

La respuesta de Cullen le sorprendió:

– Jack, tú no has ido a la guerra, así que no digas nada, ¿vale?

– ¿Y eso qué tiene que ver?

– Si te parece increíble que haya gente como Cromwell, eres idiota, simplemente. Ésos son los tipos que se convierten en ejército regular y que están dispuestos cuando llega el momento de librar una guerra. Son los que nos salvan el culo.

– ¿Por qué te cabreas conmigo?

– Porque te crees muy listo. Crees que los tipos que, como éste, creen en su país y están dispuestos a dar la vida por él, son unos bordes. ¿Dónde estabas tú durante la guerra del Vietnam?

– Intenté alistarme, ya te lo he dicho.

– Y una mierda.

– No huí a Canadá, ni quemé mi cartilla. Me llamaron y me declararon inútil.

– Lo cual te encantó.

– Bueno, claro, por supuesto. Cully, ¿qué te pasa? Sólo he dicho que era increíble.

– Ya sé lo que has dicho.

Llegaron al Mercedes, abrieron las puertas y esperaron a que el aire circulara por dentro. Jack miró a Cullen por encima del brillo ardiente del techo del coche.

– ¿Estuviste allí toda la guerra?

– Tres años y medio -dijo Cullen.

Y se quedó recorriendo la calle con la mirada, más allá de los pocos coches que había, aparcados en batería frente a los bloques comerciales. Luego, se dio la vuelta, despacio, para mirar hacia la zona del puerto, los cargueros pequeños y los pesqueros comerciales. Luego, con inquietud en la voz, dijo:

– Por Dios.

– ¿Qué pasa?

– El primer banco que atraqué en mi vida, y solo, estaba aquí, en Gulfport.

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