– ¿Y qué le ha parecido?
– Que estaba aprensivo…, nervioso.
– Bueno, así es como es él. Leo es del tipo de persona nerviosa. Siempre está preocupado.
– Pero si es el jefe, debe de saber lo de la visita.
– Sí, debería.
– A no ser que la petición llegara el domingo por la mañana y tú te encargaras sin avisarle.
Jack esperó. No había ninguna pregunta que contestar.
– ¿Es eso lo que pasó?
– ¿Qué pasó?
– ¿Te llamaron y fuiste a Carville?
– No llamaron, al menos que yo sepa.
– Ellos dicen que sí.
– Bueno, debía de estar en el servicio o en algún otro sitio, porque yo no oí el teléfono.
– Dicen que fuiste a recoger el cuerpo de una tal Amelita Sosa, muerta.
Jack negó con la cabeza.
– No, señor. Yo no. Tiene que haber sido otra funeraria y debieron de apuntar mal el nombre. El domingo estuve aquí todo el día. Lavé el coche fúnebre. Eh, a lo mejor fue entonces. Estuve fuera un rato.
Wally Scales volvió a inclinar la cabeza, esta vez sin sonreír.
– Podríamos acercarnos allí, Jack. A preguntarle a la monja si eras tú.
– Bueno, si a Leo le parece bien, no me importa. Solía ir cuando trabajaba para Uncle Brother y Emile en la empresa de órganos. Tenía que subirme hasta arriba, ¿sabe?, hasta los tubos, mientras ellos los afinaban.
– Jack, déjame hacerte una pregunta -dijo Wally Scales-. Quiero que me des una respuesta directa y sincera. ¿De acuerdo? Porque no quiero verte metido en problemas y convertido otra vez en recluso. -Wally Scales hizo una pausa-. ¿Me estás tomando el pelo?
Jack frunció el ceño y luego negó con la cabeza.
– No, señor.
– ¿Juras que no fuiste a Carville?
– Fui con mi tío y con Emile.
– Me refiero al domingo.
– No, señor. Estuve aquí.
Jack dejó que se le abrieran los ojos un poco más para que Wally Scales, mirándole con dureza, pudiera ver la verdad en ellos. Era difícil no reírse de aquel gilipollas, pero Jack pudo evitarlo.
Wally Scales miró detrás de él, hacia el pasillo. Dio un paso, se volvió lentamente para mirar por la ventana hacia el aparcamiento vacío, y volvió.
– ¿Quién más hay aquí, aparte de tú y tu cuñado, Jack?
– Hay una mujer muerta arriba.
– ¿Ah, sí? ¿Cómo se llama?
– No lo sé. Es una vieja.
– ¿Me la enseñas?
Jack sintió que ya podía sonreír tranquilamente, y le dio un toque al tipo diciéndole:
– Le gusta mirarlas, ¿eh? Sobre todo cuando tienen el cuello desnudo. Sí, Leo está arriba aspirándola. Si quiere mirar, venga.
Wally Scales se le quedó mirando con la misma expresión, aunque con una mueca alrededor de la nariz y la boca, como si hubiera mordido un níspero verde. Dijo:
– ¿Por qué será que no te creo, Jack?
– Está arriba. Se la enseñaré.
– Tal vez tendría que hablar otra vez con tu cuñado.
Era una amenaza.
– Muy bien, venga.
– O podría hablar con Lucy Nichols.
Era un golpe bajo, pero no era ninguna pregunta, así que Jack le devolvió la mirada insinuando una sonrisa, esperando. Se estaba poniendo difícil.
– La conoces, ¿verdad?
– ¿Quién es?
– Vas a seguir haciéndote el estúpido, ¿no? Hasta que yo me vaya.
– ¿Quiere ver a la muerta o no?
Vio que el hombre negaba con la cabeza y abandonaba; tal vez no le importase tanto, en el fondo. Ésa fue la sensación que tuvo Jack, además de la de relajación.
Acompañó a Wally Scales a la salida y llamó a Roy al bar.
– ¿Te has despedido?
– Sí, pero aún puedo cambiar de opinión -dijo Roy-. Según los números, según cuánto meta en el banco el tipo.
– ¿Qué hay de Crispín Reyna y Franklin de Dios?
– ¿Quién?
– Franklin de Dios. ¿Te has enterado de algo?
– Se supone que son de Inmigración y están aquí en busca de pistas. De hecho, las patrullas del distrito segundo recibieron la orden de no hacer caso del Chrysler si lo veían aparcado en Audubon.
– Pero esos dos tipos son de Florida.
– ¿Y qué? Si son federales pueden ir a donde quieran.
– Ya, pero no alquilarían un coche. Cogerían cualquier coche oficial de aquí, ¿no?
– Sí, probablemente.
– ¿Lo comprobarás?
– Podría hacerlo.
– No quiero presionarte, Roy, si estás ocupado sirviendo a la humanidad.
– Vete a la mierda.
– Pero si vamos a jugar con esos individuos, será mejor que sepamos sus nombres, sus medidas y cuánto pesan. No quiero ir a ciegas, Roy, no quiero, que me corten la jodida cabeza sin que me dé tiempo a enterarme. Me gustaría saber por qué el recaudador de fondos se trajo de Florida a dos tipos armados. ¿A ti no?
– No te preocupes por eso.
– ¿Qué quieres decir?
– Ya me encargaré.
– Todavía no me has dicho nada.
– Ya me enteraré, por Dios.
– Estás hecho una mierda, Roy.
– Bueno, ¿hay alguna novedad?
– Investiga sobre un tío llamado Wally Scales, que también parece ser de Inmigración. Ha venido en busca de la chica, Amelita, ¿y sabes quién es? El tipo que estaba anoche con el coronel.
– Podría ser de Inmigración -dijo Roy-. O del Departamento del Tesoro.
– ¿Lo comprobarás? Llámame a casa de Lucy. Ahora iré a recoger a Cullen y le llevaré allí.
– Te diré adónde vas a ir esta noche, por si no lo sabes. Irás a trabajar, para variar. A echarle un vistazo a la habitación de ese tipo.
– Roy, te pasa algo. ¿No te ha venido la regla, o qué?
– Tengo que irme de este jodido bar.
– Eso es hablar.
Llamó a Lucy y le preguntó si le parecía bien que apareciese con Cullen. Ella dijo que muy bien, que cuando quisiera. Le preguntó si la había visitado un individuo llamado Wally Scales.
– Ha llamado esta mañana y me ha dicho quién era. Me ha dicho: «Tengo entendido que estuvo en Carville el domingo, para recoger el cuerpo de una amiga suya que había muerto.» Le he dicho que no era verdad.
– Tu primera mentira.
– La primera importante. Le he preguntado de dónde había sacado esa información.
– ¿Qué ha dicho?
– Que era igual, que sentía haberme molestado.
– Bien. También ha estado aquí, pero me ha dado la impresión de que sólo estaba entrando en contacto con el tema. Todavía no se ha metido a fondo.
– Pero luego me ha dicho: «La próxima vez que vea a su padre, déle recuerdos de mi parte.»
Lucy dijo:
– Intentaré explicároslo, pero ya lo he intentado otras veces, y cuando me oigo a mí misma, bueno, nunca es exactamente lo mismo que quiero decir. Supongo que eso se debe a que se siente una fuerza que te lleva a hacerlo. Llevas a cabo una elección. Si no lo haces, puedes enumerar las razones, razones de todo tipo. O puedes decir: «¿Qué? ¿Crees que estoy loca?» Pero si te decides, si lo haces… eso ya es otra cosa.
Se encontraban en la sala de estar de la casa de la madre de Lucy, la habitación de los plátanos, a la pálida luz del atardecer, mientras fuera caía la lluvia. Lucy se apartó de las grises ventanas para sentarse frente a Jack y Cullen, que estaban en el sofá.
– Me hice monja por causa de una historia de amor que tuvo lugar hace ocho siglos. Por causa de un hombre que estaba enamorado de una chica de dieciocho años llamada Clara, la cual, estoy convencida, estaba enamorada del hombre. Y yo me enamoré de toda la idea. Tenía diecinueve años, una edad en la que podía ponerme en el lugar de la pobre chica rica que no era feliz y que no sabía por qué. Sus padres le prepararon un matrimonio, le planificaron la vida. Me metí, bueno, entré en lo que creía que era una experiencia mística. Incluso pensaba que si hubiera vivido alrededor del año 1210 habría podido ser esa chica. Habría ido a misa a la catedral de San Rufino y habría oído a un hombre que se llamaba Francisco hablar de amor de Dios, tranquilamente pero con gran pasión, y mi vida habría cambiado. Podía verme allí mismo, olía las velas, el incienso, y me imaginaba enamorándome de aquel hombre con oscura vestimenta de franciscano.
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