Rupp suelta un bufido. ¿Algo especial? ¿La vida de por aquí?
Mark insiste. Pensad: algo tan cercano que ni siquiera lo vemos ya. Algo que hacemos nosotros y que nadie más hace.
Duane casi se atraganta con una bratwurst. Trigo. Envasado de carne. Aves migratorias.
Cielo santo, dice Mark. Las aves. ¿Cómo se nos puede haber pasado por alto? ¿No os acordáis? ¿Cuándo tuve el accidente?
Nadie dice nada, tan evidente es. Las pocas semanas del año en que el remoto lugar donde viven adquiere fama mundial.
Y ni siquiera os he hablado de la clave. Cuando iba de puerta en puerta con la nota, ¿sabéis? Había alguien… Alguien aparecía una y otra vez, aunque nunca exactamente…
Es como si Rupp ni siquiera le estuviese escuchando. Ni tan solo sigue el razonamiento. Se limita a preguntar: ¿Cómo sabes que es el gobierno?
Eso es exactamente lo que Mark está tratando de decirle. Durante semanas ha estado siguiéndole alguien que solo puede ser Daniel Riegel, el hombre de los pájaros. Además, el tipo se ha liado de la manera más oportuna con la falsa Karin. Y ya sabéis para quién trabaja, ¿verdad?
¿Daniel? ¿Danny Riegel? No trabaja para el gobierno, sino para el puñetero Refugio de las Grullas.
Que depende del gobierno… que obtiene la mayor parte de su Financiación de…
Bueno, creo que podría ser de veras una operación del gobierno, dice Cain. Pensándolo bien.
No estás en tus cabales. Rupp trata de reír, pero lo hace sin convicción.
Una organización pública, en cualquier caso, dice Duane. Una reserva pública.
No es pública. Es una fundación. Los fondos son privados…
Está claro que tiene alguna clase de afiliación estatal…
¿Queréis callaros un momento? Pasáis por alto lo esencial. Suponed que ese tipo al que recogí fuese un terrorista. Meses después… tratando de atacar algo realmente… norteamericano. Y suponed que el gobierno…
No recogiste a nadie, replica Rupp. No hubo ningún autostopista.
¿Cómo lo sabes? Me aseguraste que no habías estado allí.
Mark Schluter grita un poco. Rupp y Cain también. A decir verdad, es un tanto enervante. Todos guardan silencio durante un minuto, permanecen sentados y observan a los zopilotes que picotean el montón de ardillas. Pero en esencia la excursión ha terminado.
Deberíamos volver a tu casa, dice Rupp. Echar un vistazo a esa carta de la Guardia.
No hace falta que me hagas favores, replica Mark.
Pero recogen las cosas y suben al Chevrolet 454 del 88 de Rupp. Este se pone al volante, Duane se sienta a su lado y Mark se acomoda detrás, como en los viejos tiempos. Solo él está empezando a ver que se han terminado los viejos tiempos, si es que alguna vez los hubo. Rupp pone Hand Rolled, el nuevo compacto del grupo Cattle Call. Una canción titulada «Tengo amnesia desde hace tanto tiempo como puedo recordar». Parecen ansarinos castrados, la misma mierda que la banda toca desde que les dieron la libertad condicional. Pero Duane se pone nervioso y Rupp pulsa un botón para cambiar de tema, como si le azorase, lo cual hace que Mark desee retroceder y escuchar con más atención.
Están volviendo por la carretera 40 cuando, poco antes de la bifurcación de Odessa, un gran ciervo sale de un bosquecillo y cruza corriendo la calzada por delante de ellos. Va directamente al encuentro de la camioneta, un proyectil lanzado contra el capó. Ni siquiera hay tiempo para gritar. Pero justo en el momento en que el animal va a impactar contra ellos, Rupp vira bruscamente y el vehículo cruza la línea central y avanza un corto trecho por el carril contrario. El ciervo se detiene en la cuneta, desconcertado. Se esperaba tanto morir que no sabe cómo interpretar ese cambio de rumbo. Solo cuando el animal sale de su asombro y corre para desaparecer entre los árboles, los tres hombres se recobran.
La madre que lo parió.
Los dos amigos miran a Mark. Rupp le coge de la rodilla, Duane del hombro. ¿Estás bien, muchacho? Joder, ha ido de un pelo. Habría sido el fin.
Pero la verdad es que no ha ocurrido nada. El vehículo no ha recibido ni un arañazo, y el ciervo lo superará. No está seguro de por qué quieren que esté tan afectado.
Maldita sea, sigue farfullando Duane, descompuesto. Éramos hombres muertos. Hora de cobrar el seguro de vida. ¿Cómo diablos has hecho eso? Girar incluso antes de que viera al animal.
Rupp está temblando. Duane y Mark procuran no mirarle, pero es innegable. El hombre con aptitudes innatas para ser miembro de la Guardia Nacional, temblando como un paciente de Parkinson con zancos en medio de un terremoto. El ciervo ha tratado de matarnos, dice. Simula que es el mismo de antes, pero ellos lo ven ahora, ven cómo es en realidad. Creedme, ese maníaco ha intentado saltar a través del parabrisas. El jodido videojuego nos ha salvado la vida. Se mira las manos temblorosas. Si no me hubiera pasado cientos de horas jugando a ese videojuego, estaríamos hechos papilla.
Rupp vuelve a poner el vehículo en marcha y regresa al carril derecho. Cain aúlla como un coyote. No puede creer que haya tenido suerte, por una vez en la vida. Agita los puños en el aire. Joder, joder. Qué viaje. Golpea la guantera, que se abre. Saca un pequeño comunicador electrónico de color negro, un aparato que Mark ha visto antes. Duane se lo acerca a la cara y masculla como si fuese un poli. Eh, san Pedro, buen amigo. Cancela esas tres reservas que nos guardabas para esta noche, ¿quieres? Cabeza de cabra. *
Al oír las últimas palabras, Mark se yergue en el asiento trasero, se inclina hacia delante y trata de arrebatarle a Duane el comunicador. Dame eso. Pero la verdad es que no necesita examinarlo con detalle. Lo ha tenido antes en la mano. O uno exactamente igual.
Guárdalo, ordena Rupp. Cain revuelve el interior de la guantera, tratando de poner el comunicador fuera del alcance de Mark. Pero de ninguna manera va a quedar la cosa así.
Mark mueve su dedo índice extendido entre los dos, como una pistola. ¿Vosotros? ¿Estaba hablando con vosotros dos? ¿Vosotros erais el autostopista? No entiendo… ¿cómo voy a…?
Rupp la toma con Cain. Estúpido descerebrado. Conduce con una sola mano mientras trata de apoderarse del comunicador con la otra. En la refriega, logra hacerse con él. Lo arroja por la ventanilla, como si esa fuese la respuesta a todas las preguntas. Mira furibundo a Cain, dispuesto a matarlo. Zopenco inútil. ¿En qué estabas pensando?
¿Qué? Yo solo… ¿Qué? ¿Cómo iba a saberlo?
Me dijisteis que no estabais allí, les dice Mark. Me habéis mentido.
No estuvimos allí, replican al unísono. Rupp silencia a Cain con una mirada. Se vuelve hacia Mark, con una expresión de súplica. Tenías uno en tu camioneta. Nosotros solo… solo los compramos.
¿Ese era el juego? ¿Vuestra pequeña charla por walkie-talkie? ¿Ese eras tú? ¿Cabeza de cabra?
Tú te lo inventaste, hombre. Te hizo reír. Nosotros solo estábamos haciendo el rollo ese de hablar por radio, charlando a distancia, cuando tú…
Mark Schluter es una estatua. Pura arenisca. Vosotros también. Estáis metidos en esto. Ellos empiezan a hablar al mismo tiempo, tratando de explicarse, embrollando los hechos. Mark se tapa las orejas con las manos. Dejadme bajar. Parad este trasto. Dejadme aquí mismo.
Pero, Mark. No seas loco, hombre. Estamos a más de tres kilómetros de Farview.
Discuten, pero él no los escucha. Iré andando. Me bajo.
Se pone tan violento que finalmente han de acceder a que se apee. Pero durante un largo trecho la camioneta avanza a su lado, al paso, e intentan convencerle para que vuelva a subir. Como siempre, tratan de confundirle más, antes de que el Chevy parta con un airado chirrido.
* * *
La noche de la discusión en el restaurante no se tocaron. Al día siguiente se hablaron con amables y atentos monosílabos. Se desplazaban sigilosamente por la casa, haciéndose pequeños favores. Durante toda la semana siguiente Daniel se mostró retraído, paciente, leal, fingiendo que aún habitaban aquella soleada planicie, a salvo de su antigua pesadilla. Actuaba como si fuese ella la que había cometido un error, y él, abnegado, la perdonara. Ella se lo permitía y le alentaba, a pesar de que la enojaba. Tal era su forma de ser.
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