Mark y Duane visten tejanos y sudaderas. Rupp lleva pantalones cortos y camiseta de media manga negra, para demostrar que es inmune a la congelación. Acampan y se relajan. La conversación gira en torno a mujeres deseables. ¿Queréis saber quién es una cachonda?, pregunta Cain. Esa Cokie Roberts.
Metro setenta y ocho, dice Rupp. Metro ochenta. Muy guapa, pero la sobreabundancia de ideas reduce el valor de la propiedad. ¿Y qué pasa con esa Christiane Amanpour? Quiero decir, ¿cuál es su punto de vista? ¿Es siquiera norteamericana o qué?
Hablan en código. Uno dice: ¿Sabes qué luciría muy bien alrededor del cuello de Britney? Y el otro responde: ¿Sus tobillos? Al cabo de un rato, este intercambio pone nervioso a Mark. Contempla el montón de ardillas. ¿Por qué matáis a estos bichos?, le pregunta a Rupp.
Porque ellos destrozan mis mejores y más lozanos tomates.
Tercia Duane para decir que ese es su trabajo. La misión de la rata de jardín vulgar y corriente es causar estragos en tus típicos tomates. ¿Sabíais que el tomate es un fruto?
Lo sospechaba desde hacía mucho tiempo, dice Rupp. La verdad es que no me importaría que los roedores se los comieran. Pero lo que les gusta es arrancarlos del tallo y jugar al polo. No puedes razonar con ellos, aparte de congelarlos.
Matar es un pecado, hombre.
Lo sé muy bien. Dos de tres otoños, he luchado con mi conciencia y vencido a esa cabrona.
Los tres permanecen ahí sentados, beben y fríen unas salchichas en la pequeña parrilla. Llegan los zopilotes y sus dos especies afines, para confraternizar durante una comida campestre.
Ah, el Día del Trabajo, dice Duane. Es adorable.
Rupp está de acuerdo. La vita no podría ser más dolce de lo que es en estos momentos. Un día así requiere un poco de poesía. Recítanos un poema, Cain, ¿quieres?
Preferiría hacer salir un pedo del culo de una vaca, responde Cain.
Rupp se encoge de hombros. En aquella colina hay un rebaño. Esta es tu América. No te prives.
Duane propone que hagan unas prácticas de tiro, pero Rupp le da una palmada en la cabeza. No se dispara contra la Cathartes aurea. Es un símbolo de nobleza. El mejor que tenemos. No dispararías contra el presidente, ¿verdad?
No, a menos que él lo hiciese primero. Y ya que estamos en ello: ¿tienes alguna noticia más de tu unidad? ¿Ordenes de movilización o lo que sea? Rupp se limita a reír, pero Duane insiste. Puede ocurrir en cualquier momento. Ya sabes que Estados Unidos irá a por todas antes de que finalice el año, y nadie se cruzará en su camino. Lo de Afganistán va a parecer un simple entrenamiento. Se acerca el gran momento. Equipo blindado. Vuelo directo desde Fort Riley a Riad. Vas a hacer la peregrinación a La Meca, muchacho. Un fin de semana al mes, ya lo verás.
Puede que no sea ahora, pero ocurrirá, dice Rupp. Tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos sentados, consumiéndonos. Pero, una vez más, serán misiles de crucero contra camelleros. Personalmente, todo lo que he de hacer es mantener las ruedas engrasadas. En casa el Día de los Veteranos. Empuja el hombro de Duane: Vamos, tontaina. Únete a nosotros. No hay conocimiento sin sufrimiento.
¿Dejar que me disparen? Preferiría que unos fugados de Hastings me destrozaran el ano.
Alto ahí. ¿Quién dice que no puedas disfrutar de una cosa y la otra?
He recibido una carta de la Guardia Nacional, dice Mark.
¿Qué?, grita Rupp. Como si estuviera preocupado. ¿Qué decía?
Mark agita la mano por encima de su cabeza para alejar a los mosquitos. Tan solo una carta, amistosa y personal, dentro de un estilo digamos reglamentario. No era nada que requiriese una lectura detenida.
¿Cuándo la recibiste?, quiere saber Rupp, como si eso fuese importante.
¿Quién sabe? Hace algún tiempo. Eso es lo de menos. Son el puñetero ejército, tío. No parecía que tuvieran mucha prisa.
Pero Rupp está muy preocupado y no deja de fastidiarle. Echaremos un vistazo a esa carta en cuanto te llevemos a casa. Recuérdamelo.
Claro, claro. Pero tranquilízate un momento. Escucha. Es posible que el gobierno tenga otros planes para nosotros.
Esto llama la atención de los otros dos. Pero Mark ha de tomárselo con calma. El cuadro completo es un tanto difícil de comprender, y no quiere que le agobien. Empieza por aquello con lo que están familiarizados. Las sustituciones: la hermana, la perra, la casa. Luego la nota que, según cree ahora, le dio alguien que viajaba en la camioneta con él.
Eso es imposible, dicen al unísono sus dos amigos.
Él los mira con fijeza: Sé lo que vais a decir, que no había nadie en la camioneta conmigo. Nadie más en el vehículo siniestrado cuando llegaron los enfermeros. Bueno, pues se marchó. Informó del accidente.
Rupp sacude la cabeza, contra la que sostiene una cerveza fría. No, hombre, no. Si hubieras visto…
Duane se apresura a intervenir. Tío, tu camioneta parecía una buena res después de haber pasado por la maquinaria de despiece. Salió una foto en el periódico. Nadie pudo salir a pie de allí. Es un milagro que tú…
Mark Schluter se altera un poco. Vuelca la parrilla. Una brasa rueda y le produce una quemadura marrón en la puntera de una de sus zapatillas Check Taylor.
Vale, vale, dice Rupp. Supongámoslo. Como punto de partida para el debate. ¿Qué te hace pensar que ese tipo estaba…? ¿Quién era? ¿Qué hacía en tu camioneta?
Mark alza las manos. Relajaos. Volvamos al principio. Sé que estaba allí porque lo recuerdo.
Es como el momento, en una película de suspense, en que el tipo se mete la mano bajo la barbilla y se quita la máscara.
¿Lo recuerdas? ¿Quién…? ¿Qué estás diciendo?
Está bien: Mark no recuerda los detalles del hombre que hizo autostop, pero sí que habló con él. Con tanta claridad como la de esta conversación. Debía de haberlo recogido un poco antes, porque estaban en medio de una especie de juego de adivinanzas. Unas preguntas a las que el autostopista no respondía directamente, sino que daba pistas. Algo así como «caliente, caliente», «frío, frío». Adivina el secreto.
Rupp está alterado, cosa que no le sucede con frecuencia. Espera un momento, le dice. ¿Qué es lo que recuerdas con exactitud?
Pero los detalles no preocupan a Mark en este momento. Va en busca del rompecabezas completo, que es precisamente lo que todo el mundo quiere impedir que vea. Alguna clase de encubrimiento sistemático, para evitar que averigüe demasiado sobre aquello con lo que ha tropezado. Recapitulemos los hechos: pocos minutos después de que haya recogido a ese ángel autostopista en medio de ninguna parte y empiece esa sucesión de preguntas, sufre un accidente. Entonces, en el hospital, algo le sucede cuando está en la mesa de operaciones. Algo que le borra convenientemente el recuerdo. Y cuando por fin vuelve en sí, le han cambiado a su hermana, que podría ayudarle a recordar, y la han sustituido por una impostora que lo mantiene bajo vigilancia las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Todo eso es demasiado para poder llamarlo coincidencia. Y entonces le colocan en una Farview paralela. Un experimento integral de internamiento, con Mark como mono de laboratorio.
¿Y qué pasa con nosotros?, quiere saber Duane. ¿Cómo es que no nos cambiaron? Parece ofendido. Dejado al margen.
¿No es evidente? Vosotros dos no sabéis nada.
Duane se enoja, pero Mark no tiene tiempo para explicar cada pequeño detalle. Ha de hacerles ver la importancia que debe de tener el asunto para que el gobierno invierta tanto dinero y reemplace una población entera.
Cielos, dice Duane, que empieza a comprender la magnitud del asunto. ¿Qué crees que se proponen?
Ese es el quid. Eso debe de ser lo que el autostopista insinuaba. Caliente, caliente. Frío, frío. Están utilizando este lugar para algún proyecto. O bien necesitan un sitio grande y deshabitado, o bien hay aquí algo concreto que necesitan… algo especial sobre la vida de por aquí.
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